El documento que sigue consiste de la charla que inauguró la Escuela Internacional de Verano sobre El marxismo y los problemas fundamentales del siglo XX, que organizara el Comité Internacional de la Cuarta Internacional y el Partido Socialista por la Igualdad (Australia) en Sidney del 3 al 10 de enero, 1998.
David North es Secretario Nacional del Partido Socialista por la Igualdad en los Estados Unidos. Ha dado conferencias extensivamente por Europa, Asia, EE.UU. y la ex-Unión Soviética sobre la historia y los principios del marxismo y el programa y las perspectivas de la Cuarta Internacional.
Es autor de varias obras autoritarias sobre la Cuarta Internacional y la Revolución Rusa, incluyendo La herencia que defendemos; Perestroiska contra el socialismo; El trotskismo contra el stalinismo; y En defensa de la Revolución Rusa. Otras charlas recientes de David North incluyen: Antisemitismo, fascismo y el holocausto: crítica de 'Los verdugos concientes de Hitler' por Daniel Goldhagen; La Igualdad, los derechos del hombre y los orígenes del socialismo; y El Socialismo, la verdad histórica y la crisis del pensamiento político en los Estados Unidos.
Algunos de estos documentos todavía no se han traducido al castellano, pero pueden encontrarse en el inglés original en este sitio.
Dedicación
Hace año y medio tuve el privilegio de asistir a las conferencias del Profesor Vadim Rogovin en Australia. Al concluir la segunda conferencia en Melbourne, tuve una conversación muy interesante acerca de León Trotsky con una gran amiga y partidaria del movimiento. Durante la conversación se me ocurrieron varias ideas que compartí con ella. Me dijo que tenía la esperanza que algún día yo tuviera la oportunidad de elaborar esas ideas en una conferencia. Le dije que yo esperaba esa oportunidad con ansia.
Desdichadamente, esa amiga, Judy Tenenbaum, madre de Linda Tenembaum, quien preside sobre esta Escuela Internacional de Verano, falleció a principios del año pasado. Fue una gran pérdida para todos los que la conocíamos. Me gustaría, pues, dedicarle esta conferencia a su memoria. Desde mi punto de vista personal es, además de ser una responsabilidad, una deuda que con gran alegría le pago a esta persona, quien siempre me acogía calurosamente cada vez que yo venía a Australia y se me presentaba la oportunidad de visitarla.
David North
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Hace ya casi cien años que el gran teórico marxista de la Social Democracia alemana, Franz Mehring, escribió en 1899 que si el Siglo XIX había sido uno de esperanza, el XX sería de cumplimiento revolucionario. Mehring reconoció que la marcha del progreso histórico podría proceder por senderos mucho más complicados de lo que se esperaba, y que no existía ningún profeta que pudiera predecir el futuro a ciencia cierta. "Pero", proclamó él, "con valor gozoso y confianza orgullosa, el proletariado con conciencia clasista cruza por los umbrales del Siglo XX".
Las palabras de Mehring expresaban el amplio optimismo que el movimiento socialista por lo general sentía en la víspera del Siglo XX. El representaba un movimiento que apasionadamente creía en la misión histórica del socialismo. Apenas más de cincuenta años habían transcurrido desde que Marx y Engels escribieran El manifiesto Comunista. Hacía solamente cuarenta años que Marx había vivido en Londres como revolucionario exiliado, aislado y depauperado. Y hacía solamente veinte años que Bismarck había declarado ilegal a casi toda actividad socialista en Alemania. Pero a medida que el ocaso del Siglo XX se aproximaba, el Partido Social-Demócrata había sobrevivido las leyes anti-socialistas para convertirse en el mayor partido político del país. Además, más allá de las fronteras de Alemania, el socialismo se había convertido en poderoso movimiento internacional entre cuyos partidarios se encontraban muchísimos hombres y mujeres de valor y visión extraordinarias y, no infrecuentemente, de verdadero genio.
El optimismo al cual los socialistas le dieron expresión especialmente revolucionaria se hizo sentir por toda la sociedad, incluyendo la burguesía y las capas cultas de la clase media. En sus memorias, escritas al comienzo de la Segunda Guerra Mundial, el escritor austríaco Stefan Zweig recordó la confianza que prevalecía al concluir el siglo de la misma manera con la que se recuerda a un querido amigo que ha fallecido.
"En su idealismo liberal, el Siglo XIX se había verdaderamente convencido a sí mismo que iba por el camino recto e inconfundible hacia el mejor de todos los mundos. A las épocas anteriores, con sus guerras, períodos de inanición y revoluciones, se les despreciaba como tiempos en los cuales a la gente le faltaba madurez y suficiente cultura ... esta fe en un progreso ininterrumpido e imparable tuvo durante esta época el poder de la religión; se creía más en el progreso que en la Biblia. Las maravillas que la ciencia y la tecnología producían a diario absolutamente parecían comprobar este evangelio." [1]
Muy poca de esta fe ha sobrevivido los traumas del Siglo XX, el cual a veces aparenta ser el cementerio de todas las esperanzas de la humanidad. A base de todos los acontecimientos terribles que han ocurrido--las dos guerras mundiales, los incontables baños de sangre regionales, las revoluciones fracasadas y el holocausto--al optimismo de los últimos años del Siglo XIX ahora se le considera como la expresión de una fe inocente en la razón humana y de una creencia sin justificación en el progreso.
Existe poco presentimiento, a medida que se acerca el milenio, que en el futuro la condición humana pueda mejorarse radicalmente. A lo más existe una esperanza frágil y desasosegada que en el Siglo XXI a la humanidad se le pueda salvar de los horrores del siglo pasado. Es un hecho triste que la muerte inminente de este siglo despierta, más que otra cosa, cierto sentido de alivio, como si por fin se terminara un viaje especialmente escabroso y desagradable.
No es difícil imaginar los temas que predominarán en las retrospectivas de fin de siglo que pronto nos bombardearán: el Siglo XX como siglo de horrores inimaginables, de matanzas en masa y bestialidad totalitaria. No cabe duda que estas descripciones son, hasta cierto punto, adecuadas, pero a través del mal uso y el uso excesivo pueden llegar a convertirse en refranes trillados. Es más, en manos de los medios de difusión estas frases se transformarán en trivialidades con la función de anestesiar la conciencia en vez de iluminarla. Al juzgar lo que ya se ha publicado sobre el tema, se puede predecir que la violencia y las tragedias del Siglo XX serán invocadas para demostrar el papel destructivo de toda "ideología", sobretodo el marxismo, y así justificar la futilidad de cualquier crítica revolucionaria del orden social en existencia.
Por lo general, este siglo ha sido testigo a las mayores agitaciones políticas de la historia mundial. De hecho que lo que llamamos "historia mundial" asumió un carácter verdaderamente moderno y concreto con las luchas revolucionarias del Siglo XX. Nunca antes habían las masas entrado en acción a nivel tan dramático y con una conciencia tan elevada. Recíprocamente, nunca se había usado la fuerza y la violencia tan despiadadamente para suprimir los movimientos revolucionarios de masas. Con respecto a esto, permítanme observar que los moralistas de los medios de difusión burgueses por lo general fracasan en darse cuenta que los peores crímenes se cometieron directa (Alemania y España) o indirectamente (la Unión Soviética) en defensa del sistema capitalista mundial.
No ha habido escasez de tragedias en el Siglo XX. Pero las tragedias son en sí una expresión de la enormidad de la misión histórica que se ha emprendido. Por primera vez, como objetivo práctico, la humanidad colocó en su orden del día la abolición de la sociedad de clases. En otras palabras, la humanidad trató de cerrar su etapa pre-histórica. No obstante el destino que le esperaba a Unión Soviética, la Revolución Bolchevique de octubre, 1917, representó un paso gigante en el progreso histórico de la humanidad. No importa lo fuera de moda que tales conceptos "deterministas" ahora parezcan, creemos que las tendencias más poderosas de las leyes que gobiernan el desarrollo de la humanidad como entidad social encontraron su expresión necesaria, si sólo anticipadora, en la Revolución de Octubre. Una revigorización del esfuerzo para completar lo que se empezó en 1917 es inevitable--en el sentido más profundo de la palabra.
Por consiguiente, la suprema misión política e intelectual de nuestra época debe ser el estudio de Octubre de 1917--la primera revolución socialista proletaria--y sus repercusiones no sólo en la Unión Soviética, sino en el mundo entero. En su totalidad, esto representa el componente más esencial entre todas las experiencias estratégicas históricas de las cuales los marxistas deben extraer las lecciones teóricas y práctica que guiarán a la clase obrera en el Siglo XXI.
En el último análisis, cualquier debate serio sobre las posibilidades del socialismo--y por lo tanto, del futuro de la humanidad--tiene que incluir una investigación de la Revolución de Octubre. A esta revolución se le puede apoyar o se le puede oponer, pero no se le puede ignorar. Las soluciones de los problemas de hoy día están inseparablemente ligadas al análisis de la Revolución de Octubre, sus repercusiones, destino y patrimonio.
Si la Revolución de Octubre estaba destinada al fracaso; si la toma del poder por los bolcheviques fue casi desde el principio una iniciativa fatalista; si el stalinismo fue el resultado inevitable del bolchevismo; si los crímenes de la era stalinista suscitaron del concepto mismo de la "dictadura del proletariado"; y si la desintegración final de la Unión Soviética sirve como ejemplo de la bancarrota de la economía socialista, entonces nos incumbe confesar que el marxismo ha sufrido una derrota política, intelectual y moral devastadora. Esto expresa hoy día el punto de vista predominante de los académicos universitarios.
En cambio, si la Revolución de Octubre incluía de manera realista otras posibilidades; si el stalinismo no fue el resultado del bolchevismo, sino su antítesis; y si los marxistas de hecho se opusieron a la aparición del stalinismo, entonces la situación histórica del socialismo es muy diferente.
El Comité Internacional del la Cuarta Internacional se subscribe al segundo punto de vista. Esto ha necesariamente de ponernos en conflicto no sólo con los que absoluta y desvergonzadamente defienden la reacción, sino con el escepticismo, desmoralización y renuncia política que comúnmente se encuentran entre aquellos que, por lo menos hasta recientemente, se consideraban socialistas.
El Profesor Hobsbawm y la Revolución Rusa
Especialmente entre aquellos que se habían dejado influenciar por el stalinismo, el colapso de la Unión Soviética--evento que en lo absoluto había fracasado él en predecir--ha cambiado radicalmente su actitud hacia la Revolución de Octubre y el lugar de ésta en la historia. Como notara Trotsky, la reacción no sólo conquista; también convence. Gente que por mucho tiempo había mantenido lazos fraternales con la Unión Soviética, o para ser más preciso, con la burocracia soviética, y que había profesado gran admiración por Lenín y la "Gran Revolución de Octubre"--personas que se catalogaban a sí mismas de progresista por creer de tal manera--ahora consideran que la Revolución de Octubre fue un fracaso que no debió haber ocurrido. La toma del poder fue un error espantoso. Creen, por lo tanto, que si existe alguna lección que se pueda aprender de Octubre,1917, y de sus repercusiones es que todo el experimento socialista revolucionario, según la visión de Marx y la práctica de Lenín, es una tragedia y ha sido irrevocablemente refutado.
Esta es la perspectiva que suscita un nuevo libro del historiador británico, Eric Hobsbawm, quien por mucho años fue miembro del Partido Comunista Británico. Titulado On History (Acerca de la historia), el tomo consiste de varios ensayos y charlas que ha escrito durante los últimos veinticinco años. Si más bien los escritos cubren una amplia gama de temas, el significado de la Revolución de Octubre es el que predomina.
Ya que diré muchas palabras severas acerca del libro del Profesor Hobsbawm, permítanme hacerle un prefacio a mis comentarios al declarar muy claramente que en el transcurso de su larga carrera profesional como historiador, él ha escrito muchas obras doctas de gran valor. Los tomos que le dedicó a la Revolución Francesa y al desarrollo del capitalismo durante el Siglo XIX fueron estudios finos y serios. Uno de sus libros más recientes, que consiste de un análisis crítico del papel del nacionalismo y del estado-nacional, contiene muchas revelaciones oportunas y dignas de consideración.
Sin embargo, el tema de la Revolución Rusa es territorio peligroso para el Profesor Hobsbawm, pues en esta esfera su punto de vista político compromete su erudición. Hobsbawm confesó una vez que, como miembro del PCGB (Partido Comunista de la Gran Bretaña), él había evitado escribir acerca de la Revolución Rusa y del Siglo XX porque la línea política de su partido le habría prohibido ser absolutamente honesto. Por qué eligió permanecer miembro de un partido que lo obligaba a mentir es una cuestión que nunca ha contestado de manera persuasiva. De cualquier modo, lo mejor para él hubiera sido--sin ninguna pérdida para los escritos sobre la historia--continuar limitándose a los eventos anteriores a 1900.
El documento más importante en el libro de Hobsbawm es una charla que presentó no hace mucho (diciembre, 1996) que se titula, ¿Es posible escribir la historia de la Revolución Rusa?
En esta charla, que fue su primera, el Profesor Hobsbawm expresa un punto válido e importante: "Los debates más apremiantes acerca de la historia rusa del Siglo XX no consisten en lo que sucedió, sino en lo que pudo haber sucedido" [2] Debates acerca de la Unión Soviética, nota él, por lo tanto suscitan el problema de la historia de "contrahechos históricos". Es decir que, al considerar una situación histórica particular, ¿hasta qué punto es posible hacer comentarios y opiniones válidas acerca de lo que sucedió o podría haber sucedido? Hobsbawm tiene mucha razón cuando observa que debate acerca de la historia soviética suscita incontables preguntas acerca de la "contra historia". De todas las preguntas sobre contrahechos que podrían hacerse en cuanto a esa historia, la más importante es si la Revolución Rusa pudiese haber seguido un rumbo radicalmente diferente al que condujo a la dictadura stalinista.
Aunque escribe como si fuera partidario de la revolución y sostiene que la política de Lenín y del Partido Bolchevique procedió de lo que ellos percibían ser las duras realidades de la situación política que existía en 1917--y que tomaron el poder sobre una poderosa ola (para no decir irresistible) de respaldo popular--Hobsbawm concluye concluye que no existe base para sostener que la revolución habría terminado esencialmente diferente a como concluyó.
Es importante analizar cuidadosamente el método que usa para llegar a esta conclusión. A diferencia de los académicos charlatanes derechistas tales como Pipes y Malia, para quienes la Revolución de Octubre es sólo una confabulación que los despiadados ideólogos socialistas le impusieran al pueblo ruso, Hobsbawm por cierto reconoce las enormes fuerzas objetivas que existían en la Revolución. Sin embargo, este análisis de las fuerzas objetivas es extremadamente limitado; es decir, no le da ninguna consideración profunda al papel que juega el factor subjetivo--los partidos, los programas y dirigentes políticos, la concienciación de las masas, etc.--en el proceso histórico. Hobsbawm, como historiador serio, reconoce que el factor subjetivo existe y que ejerce influencia sobre los eventos y sus consecuencias. Pero lo que él tiene que decir acerca de la relación entre los factores objetivos y subjetivos es confuso, contradictorio, inexacto y vago. Cuando escribe acerca de Lenín y Stalin, reconoce que "Sin la contribución de estos dos hombres, la historia de la revolución Rusa seguramente hubiera sido muy diferente". [3] No obstante, fracasa al no decir nada concreto acerca de la manera en que esa historia hubiera sido diferente.
Hobsbawm no niega que Lenín jugara un papel importante en la Revolución Rusa, pero no está dispuesto a considerar hechos contra-históricos--es decir, alternativos--en un escenario histórico que no incluiría a Lenín. Hobsbawm escribe que si Lenín no hubiera regresado a Rusia de Suiza en 1917, no hay mucho más que agregar excepto aquélla u otra cosa que podría o no podría haber sucedido de manera diferente. "Y no se puede ir más lejos, pues caeríamos en la ficción". [4]
Al referirse al papel histórico de Stalin en otra sección de su charla, Hobsbawm declara que "se puede debatir razonablemente que había lugar para más o menos crueldad en el proyecto de industrialización rápida que la planificación soviética había formulado. Pero si en ese entonces la URSS se había comprometido a llevar a cabo semejante proyecto, éste iba a requerir, a pesar del apoyo de millones, bastante coacción, aún si la URSS hubiera sido gobernada por alguien consumadamente menos cruel y despiadado que Stalin". [5]
En ambas secciones, el concepto implícito es que el elemento subjetivo, ante la presencia de enormes fuerzas objetivas, no puede adquirir ningún significado decisivo.
Este tipo de argumento, en una charla que se supone estaba consagrada a la consideración de alternativas históricas a la Revolución Rusa, se convierte en una justificación abierta del stalinismo. Hobsbawm presenta su argumento de esta manera: el Partido Bolchevique se apoderó del poder en 1917 con las esperanzas que una revolución en Alemania, la cual Lenín creía inminente, vendría al rescate de la Rusia soviética. Esto fue un error político incalculable. Al contrario de lo que Lenín pensara, no había ninguna expectativa seria que ocurriese una revolución alemana al acabar la Guerra Mundial. Hobsbawm igualmente menosrpecia como mito la aserción que los dirigentes de la Social-Democracia habían traicionado a la clase obrera alemana en 1918. "Ninguna Revolución de Octubre alemana o nada parecido iba seriamente a suceder y por lo tanto no tenía que ser traicionada". [6]
No deseo disputar la apreciación de Hobsbawm en cuanto a las posibilidades de una revolución alemana, salvo para decir que la creo muy equivodada Su error se basa en el mismo concepto fatalista acerca de la relación entre los factores objetivos y subjetivos a los cuales me acabo de referir. Ignora el impacto de la política subjetiva en el transcurso de los eventos. Ya regresaré a este tema, pero antes quiero citar esa sección que hace resumen del argumento de Hobsbawm y demuestra como su perspectiva limitada se convierte en apología del stalinismo. Tanto como no había posibilidad para una versión alemana de Octubre de 1917, "La Revolución Rusa estaba destinada a erigir el socialismo en un país atrasado y que pronto estaría en ruinas.…" [7] Los bolcheviques, por lo tanto, habrían tomado el poder político en 1917 basándose "en un programa de revolución socialista obviamente sin relación a la realidad". [8] A propósito, aquí parece que Hobsbawm se contradice a sí mismo al reconocer el enorme papel decisivo del factor subjetivo; es decir, le asigna enormes y devastadoras consecuencias históricas al error de Lenín. De cualquier modo, Lenín, no importara su sinceridad e intenciones honorables, jugó y perdió. Resultado: el socialismo en un solo país. Declara Hobsbawm: "La historia tiene que empezar con lo que ocurrió. Todo lo demás es especulación". [9]
Este es un concepto muy simplista, pues "lo que ocurrió"--si se le considera únicamente desde el punto de vista de lo que los periódicos de la época reportaban--es ciertamente sólamente una fracción del proceso histórico. Después de todo, la historia tiene que ocuparse no simplemente de "lo que ocurrió", sino también--y ésto es mucho más importante aún--del por qué una u otra cosa ocurrió o no, y de lo que podría haber ocurrido. Al momento de analizar un evento--es decir, "lo que ocurrió"--uno se ve obligado a considerar el proceso y el contexto. Sí; en 1924 la Unión Soviética adoptó la política de "socialismo en un solo país". Eso "ocurrió". El conflicto entre la burocracia stalinista y la Oposición de Izquierda, acerca del cual Hobsbawm no dice una sola palabra, "ocurrió". Puesto que intencionalmente él excluye o menosprecia de insignificante las fuerzas de oposición que intentaron darle una dirección diferente a la política de la unión Soviética, su definición de "lo que ocurrió" no consiste más que en una simplificación limitada, prágmatica y vulgar de una realidad histórica muy compleja. Para Hobsbawm, comenzar con "lo que ocurrió" simplemente significa comenzar y terminar con "quien triunfó".
Pero aún el narrador de eventos históricos más escrupuloso puede solamente analizar una pequeña parte de "lo que ocurrió". El estudio y la escritura de la historia siempre conllevan un alto grado de selección y especialización. Esta selección y especialización, sin embargo, deberían ser por lo menos fieles al proceso histórico. Deberían unir los hilos con los cuales el proceso histórico se tejió. Después de todo, "lo que ocurrió" se puede definir tanto en términos de la política que se rechazó como de la que se puso en marcha. Hobsbawm procede, sin embargo, como si la política que Trotsky avanzara cesó de tener interés histórico una vez que el Partido Comunista la rechazara y él fuera expulsado y arrojado al exilio.
La elegante prosa de este profesor académico, si se analiza a fondo, comunica un enfoque superficial y ordinario de la historia. "Stalin triunfó", nos informa Hobsbawm, "y no vale la pena considerar lo que hubiera ocurrido si no hubiera triunfado". Ir más allá de "lo que ocurrió", es decir, analizar el proceso histórico en toda la gama de sus posibilidades concretas, es mera especulación, un abandono de la realidad histórica y un escape hacia opiniones sin fundamento e ilusiones presumidas.
Esta orientación, que se basa en el sentido común, tiene sus fundamentos en el tipo de vulgarización del proceso histórico al cual acabamos de referirnos. Pero si incluimos a los elementos contradictorios y conflictivos del proceso histórico en "lo que ocurrió", el precipicio entre "lo que ocurrió" y "lo que no ocurrió" ya no es el abismo especulativo que Hobsbawm se imagina. Después de todo, un estudio más completo y profundo del proceso histórico convertiría por lo menos una parte de "lo que no ocurrió" en "lo que podría haber ocurrido".
Tomar en consideración "lo que podría haber ocurrido" en base de un estudio acerca de las alternativas al alcance de los que toman las decisiones no es solamente una especulación sin fondo. Si excluimos "lo que podría haber ocurrido" del análisis de la historia, entonces no habría ninguna razón para estudiar la historia, puesto que la historia debe enseñarnos cosas.
Durante la primera mitad del Siglo XX, la burguesía internacional sufrió muchas catástrofes enormes. Hizo un cuidadoso estudio de estas experiencias y aprendió algo de ellas. John Maynard Keynes fue crítico severo de los tratados de paz que siguieron la Primera Guerra Mundial. Castigada por los desastres que impuso Versalles, la burguesía convirtió los conceptos de Keynes en la base de su política después de la Segunda Guerra Mundial.
Por supuesto, existe un límite más allá del cual las consideraciones de las alternativas históricas--es decir, "el camino que no se tomó"--se convierte en especulación inaceptable. También, desde un punto de vista metodológico, la consideración de alternativas puede llegar a menospreciar y aún a ignorar otros factores objetivos que pueden haber reducido significantemente la posibilidad de que la evolución histórica habría terminado diferente de lo que en la actualidad ocurrió. Por cierto que los marxistas tienen muchas críticas válidas a precisamente semejantes orientaciones especulativas e ilegítimas hacia el estudio de la historia.
El papel de la conciencia en la historia en marcha
Sin embargo, Hobsbawm no plantea esa clase de objeción, amonestadora y válida. Al contrario; al tratar la historia de la Revolución de Octubre y de la Unión Soviética, adopta una perspectiva ultra-determinista, super-objetivista y fatalista: no hubo alternativas razonables a "lo que ocurrió". Esto lo justifica basándose en la identificación simplista de los procesos de la revolución social con los de la naturaleza.
"Pero a esta etapa tenemos que dejar la especulación a un lado y regresar a la situación real de una Rusia en revolución. Las grandes revoluciones de masas que revientan desde abajo--y Rusia en 1917 fue quizás el ejemplo más extraordinario de semejante revolución en toda la historia--son de algún modo 'fenómenos naturales'. Son como terremotos e inundaciones gigantescas, sobretodo cuando la superestructura del estado y las instituciones nacionales, tal como en Rusia, casi se han desintegrado. Son hasta cierto punto incontrolables" [p.249]
Existe una gran diferencia entre terremotos e inundaciones por una parte y revoluciones por otra. Ni el movimiento de las planchas tectónicas ni el de los ríos piensan. La tierra no decide hacer estruendos y los ríos tampoco pesan las consecuencias de sus inundaciones. En las revoluciones sociales, sin embargo, la conciencia constituye un factor enorme. A cierto nivel u otro, la revolución es el resultado de la acción de seres humanos que piensan. Tanto para el revolucionario que consagra toda su vida a la preparación de la revolución como para el simple trabajador que, habiendo decidido que las condiciones de vida se han puesto intolerables y se ve obligado a luchar contra el orden existente, la revolución social es un acto conciente. No importa la pureza de lo objetivo--es decir, de los factores económicos, tecnológicos, etc., que forman la base de la explosión social (y en la sociedad no existen factores que son "puramente objetivos", en el sentido que todo proceso objetivo se expresa a través de la actividad de sujetos humanos)--una situación revolucionaria ha de significar que los impulsos objetivos han llegado a expresarse en la mente humana y se han transformado en formas muy complejas de pensamiento político. Por consiguiente, la comparación de revoluciones sociales con varios fenómenos destructivos de la naturaleza, aunque válida en cierto sentido limitado, es de las metáforas más malusadas. A menos que se señale la diferencia esencial entre los actos de la naturaleza y los actos del hombre, la metáfora sólo sirve para mistificar, distorsionar y falsificar el proceso histórico.
Al ignorar esta diferencia fundamental, Hobsbawm lanza la siguiente orden inhibitoria:
"Tenemos que dejar de pensar en la Revolución Rusa no sólo según las intenciones, propósitos y estrategia a largo plazo de los bolcheviques--o de quien sea--sino también según otras críticas marxistas a la práctica de éstos".
Si las instrucciones de Hobsbawm se aceptaran, sería simplemente imposible escribir un narrativo coherente de la Revolución Rusa y mucho menos comprenderla. Traicionan su incapacidad para comprender precisamente el elemento más significante del progreso histórico del Siglo XX: el extraordinario papel sin precedentes de la conciencia en la marcha de la historia. La aparición de los partidos socialistas de masas expresó un nuevo fenómeno histórico que sólo se hizo posible a través de la interacción de dos procesos relacionados: la ascendencia de la clase obrera y la evolución del marxismo.
Aún al terminar el Siglo XIX, el programa de la revolución social se había grabado en las insignias de los partidos políticos. Armados intelectualmente por Marx y Engels con el conocimiento de las leyes objetivas del desarrollo social, los dirigentes de los nuevos partidos socialistas emprendieron la preparación de la clase obrera para la revolución anti-capitalista en la cual estaba destinada a jugar el papel principal y decisivo.
Al adquirir una comprensión de las leyes del progreso social basada en la metodología científica--y por consiguiente teniendo la capacidad de interpretar contemporáneamente, a un nivel hasta ahora desconocido, el significado e implicaciones de los eventos políticos a medida que éstos ocurrían--los análisis, perspectivas, estrategias y programas de las organizaciones políticas asumieron un papel totalmente sin precedentes en el proceso histórico. La historia dejaba de simplemente "ocurrir". Era anticipada, preparada y, hasta un nivel que nunca antes había sido posible, dirigida concientemente. La generación de marxistas que entró en actividad política durante los últimos años del Siglo XIX y los primeros del XX esperaba la revolución como consecuencia de contradicciones socio-económicas que ya se habían identificado y analizado. Concebían su labor política--y la de sus oponentes--en términos de las consecuencias que podrían afectar la revolución. Es solamente en este contexto que es posible comprender por qué las polémicas marxistas le dieron importancia tan primordial al descubrimiento de los intereses clasistas que existían detrás de los diferentes programas políticos y a la identificación de la índole clasista de las tendencias políticas.
La misma evolución de la Revolución Rusa revela el profundo significado objetivo de largo alcance que tuvieron los fines, intenciones, estrategias y críticas de todos los partidos y tendencias políticas que de una manera u otra habían estado activos en Rusia durante los años anteriores a 1917. Lo que los actores principales hicieron entre abril y octubre de 1917--es decir, la manera en que se aliaron durante las batallas decisivas--ya se había predicho en las grandes luchas teóricas y políticas que habían tomado lugar durante las dos décadas previas.
Parece superficialmente razonable describir la Revolución como catástrofe incontrolable que rindió de improcedente a los planes de hombres y ratones. Pero si la conciencia es de tan poca importancia, si el elemento de la visión teórica en medio del caos de una época revolucionaria es insignificante, ¿cómo entonces se tendría que juzgar la obra de Lenín y Trotsky antes, durante y después de 1917 en particular?
Luego de la Revolución de 1905, las varias facciones de la Social-Democracia rusa trataron de definir la misión de la clase obrera con respecto a las experiencias de esa enorme explosión. Las respuestas que dieron llegaron a determinar no sólo su propio papel en los eventos subsecuentes, sino también el curso futuro de la Revolución Rusa. Hobsbawm insiste que "La meta de Lenín--y en el último análisis en el partido Lenín siempre se salía con la suya--no tuvo ninguna importancia".
Pero sin la reorientación del Partido Bolchevique durante la primavera de 1917 sobre las Tesis de abril de Lenín--es decir, de la adopción de la línea estratégica que León Trotsky había previamente articulado--los bolcheviques no habrían tomado el poder. Efectivamente, las revoluciones son eventos poderosísimos, pero su política y programa, que son productos concientes, juegan un papel decisivo bajo ciertas condiciones.
Hobsbawm trata de menospreciar el papel de la conciencia en el proceso revolucionario hasta tal punto que llega a negarlo. Escribe que Lenín "no podía tener ninguna estrategia o perspectiva a no ser la de escoger a diario entre las alternativas necesarias para la supervivencia inmediata y las que corrían el riesgo de causar un desastre instantáneo". ¿Quién tenía 1a capacidad para considerar las posibles consecuencias de largo alcance de decisiones que afectaban la revolución y que tenían que tomarse ahora mismo o de otra manera la revolución terminaría y no habría más consecuencias que considerar?
Esta presentación de Lenín como simple realpolitiker que reaccionaba pragmática e intuitivamente a los eventos a medida que éstos sucedían casi no tiene sentido, aún dentro del marco que Hobsbawm mismo ha pintado. La defensa de la revolución era en sí un concepto estratégico. Su realización exitosa dependía de la comprensión conciente de la estructura y dinámica clasistas de la sociedad rusa. Lenín y Trotsky eran obviamente hombres muy ocupados durante el período de la revolución y la Guerra Civil, pero no pararon de pensar. Un estudio de sus escritos--sobretodo los grandes manifiestos y discursos que prepararan para los congresos de la Internacional Comunista--todavía provoca asombro en virtud de la profundidad y amplitud de su visión estratégica. De todas las fuerzas políticas que operaban dentro del remolino de la revolución y la Guerra Civil, sólo los bolcheviques pudieron formular una línea estratégica que, a pesar de dificultades extraordinarias, proporcionó la insignia que unificó a decenas de millones de personas en un país tan vasto y de culturas tan diversas. Como E.H. Carr ha correctamente comentado, el éxito de los bolcheviques durante la Guerra Civil dependió en gran parte del hecho que el genio de Lenín era más de carácter profundamente creativo que negativamente destructivo.
El menosprecio de Hobsbawm hacia el significado de la conciencia política casi hace imposible comprender como los bolcheviques alcanzaron el poder y por qué triunfaron en la Guerra Civil. Si los partidos políticos están meramente a la merced de las explosiones volcánicas de la historia, cae cde peso que la victoria de los bolcheviques se debió, dependiendo del punto de vista que se tome, a su buena fortuna o a la mala suerte de sus contrincantes.
Como ya he notado, el punto de vista de Hobsbawm, cuando se le aplica al período inmediatamente después de la revolución, esencialmente sirve para justificar el stalinismo. Golpeado por fuerzas histórica incontrolables a las cuales sólo podía reaccionar con improvisaciones desesperadas, ya para 1921 el destino del bolchevismo había sido sellado. Tal como escribe Hobsbawm: "Ya para esa época su destino había sido prescrito" [10] En otro ensayo que aparece en el mismo tomo, Hobsbawn expresa este punto de vista de manera aún más enfática: "Desdichadamente no me viene a la mente una solo prognóstico que hubiera sido capaz de concebir el futuro a largo plazo de la URSS muy diferente a lo que en realidad llegó a ocurrir". [11]
Por lo tanto, mientras que el curso de la historia soviética podría haber cruzado por caminos menos crueles, los resultados del proceso histórico ya se habían fundamentalmente decidido para el 1921. Stalin simplemente había jugado, aunque con violencia excesiva, las cartas que el curso de la evolución anterior le había repartido.
Hobsbawm nos deja, pues, con una variación "izquierdista" de la típica tesis reaccionaria: que no pudo haber existido ninguna alternativa al stalinismo. Claro, él no está de acuerdo con que el totalitarismo stalinista fuera el producto inevitable del marxismo. Más bien lo que él sostiene es que el stalinismo surgió inevitable e inexorablemente de las condiciones objetivas que la Unión Soviética enfrentaba después de 1917. Hablar de una alternativa a lo que verdaderamente ocurrió significa caer en la especulación. Las condiciones objetivas no permitían ninguna alternativa. La política del régimen podría haber sido un poco menos cruel, pero la diferencia solamente habría sido cuantitativa, no cualitativa.
¿Cómo diferimos nosotros con este análisis? Después de todo, los trotskyistas siempre han insistido que la degeneración stalinista del Partido Bolchevique y del estado soviético fue, a fin de cuentas, el resultado de condiciones objetivas desfavorables, principalmente el atraso histórico de Rusia, la devastación económica que siete años ininterrumpidos de guerra mundial produjeran, la Revolución, la Guerra Civil y, por último, el aislamiento prolongado del estado soviético que resultó de las derrotas que la clase obrera europea, sobretodo la alemana, sufriera después de la Primera Guerra Mundial.
No obstante, hay una diferencia clave entre reconocer las bases materiales objetivas del stalinismo y declarar que esas bases solamente podían producir un solo resultado político: la degeneración burocrática irreversible de la URSS y el colapso final en 1991. Sólo le falta un pequeño detalle a este concepto de la historia soviética: el papel de la política, del programa, de la lucha de tendencias, de la conciencia; es decir, el significado de las decisiones que individuos, motivados en mayor o menor grado por sus percepciones políticas del proceso histórico, tomaran sobre lo que intentaban poner en práctica. La historia se transforma en un proceso totalmente abstracto y super determinista: fuerzas ciegas e incontrolables lo determinan todo. La historia barrió a los bolcheviques al poder y luego los barrió de nuevo, si no exactamente fuera del poder por lo menos a un callejón sin salida.
Sí, Hobsbawm ya nos ha dicho que "Tenemos que dejar de pensar en la Revolución Rusa según las intenciones, propósitos y estrategia a largo plazo de los bolcheviques--o de quien sea--y según otras críticas marxistas a la práctica de éstos". Lo que esto en realidad significa es que no existe razón para prestarle ninguna atención a las batallas políticas que sacudieron al Partido Bolchevique durante la década de los 1920. Lo que Trotsky escribió acerca del stalinismo, la crítica que le hizo a la política soviética, el conflicto entre la estrategia de largo plazo que avanzara y la de la dirigencia stalinista, según Hobsbawm, es de poca importancia. El destino de la URSS se había escrito en piedra ya para 1921, y no había nada que el régimen comunista pudiera hacer, no importase quien tuviera las riendas del poder, para lograr resultados fundamentalmente diferentes. A Hobsbawm se le puede sospechar de creer que argumentos de oposición no son más especulaciones inútiles de trotskyistas acérrimos. No es sorprendente, pues, que su charla no se refiere en lo más mínimo a la lucha de Trotsky y la Oposición de Izquierda contra el stalinismo. Es más, en un libro de ensayos y conferencias de 300 páginas--libro cuyo tema central es el lugar de la Revolución de Octubre en la historia del Siglo XX--el nombre de Trotsky aparece sólo una vez.
Estrictamente hablando, Hobsbawm no acusa al marxismo de ser la causa del stalinismo. Pero, si como él insiste, la dictadura stalinista fue el único resultado lógico de la Revolución de Octubre sería difícil defender que la toma del poder por los bolcheviques sirvió los intereses de la clase obrera y la causa del proceso histórico. Cuando ya todo queda dicho, sólo queda la conclusión--y Hobsbawm lo sugiere de manera enfática--que Octubre, 1917, fue un error terrible y que probablemente hubiera sido mejor que Kamenev (quien se oponía a la insurrección) en vez de Lenín hubiera prevalecido en las deliberaciones del Partido Bolchevique.
Los argumentos de Hobsbawm no sólo ponen en duda la legitimidad política de la Revolución de Octubre; la validez de todo el proyecto socialista cae bajo una nube muy oscura y amenazadora. Después de todo, es difícil imaginar que toda revolución social podría ocurrir bajo condiciones tan perfectas que su éxito final estaría asegurado. Por su propia índole, una revolución--la cual es inconcebible sin el descoyuntamiento y la desintegración de los mecanismos políticos y económicos que hacen funcionar el orden en existencia--da a entender un salto, por lo menos hasta cierta distancia, a lo desconocido. Las condiciones objetivas estarán repletas de peligro. Sería estúpido, para no decir criminalmente irresponsable, que una organización política dirigiera a la clase obrera a una insurrección revolucionaria si no creyera en la posibilidad de dominar esas condiciones, de influir el progreso de su evolución y de subordinarlas a los objetivos de su programa revolucionario.
No obstante, ¿qué fundamento razonable existe para tal confianza si la lección y consecuencias de Octubre, 1917 consisten en que los partidos revolucionarios están simplemente a la merced de las condiciones objetivas? ¿Serían meramente instrumentos desafortunados de un proceso histórico que los obliga a llevar a cabo toda orden que se les imparta, no importa lo terrible que ésta sea?
Así pues, la postura super determinista no sólo se presta a justificar el stalinismo--"las condiciones objetivas lo obligaron"--sino que también reivindica el clásico razonamiento liberal burgués contra la revolución como instrumento de cambio social.
Pero la postura de Hobsbawm no tiene substancia, pues se basa, primero, en una metodología falsa y, segundo, trata los hechos de manera--a mí me gustaría evitar la palabra deshonesta--muy descuidada. Su super determinismo fatalista no tiene nada en común con el método del materialismo dialéctico. Hobsbawm se refiere a las condiciones objetivas como si éstas fueran órdenes para marchar, lo cual no les da ninguna alternativa a los partidos y a las personas excepto cumplir con lo que se les ordena. Semejante concepto es simplista en lo extremo.
El trotskyismo contra el stalinismo
Las divisiones que surgieron en el Partido Comunista Ruso después de 1921 aclaran el hecho que las condiciones objetivas engendraron una amplia gama de reacciones. La manera en que los dirigentes del partido reaccionaron ante estos problemas y las tendencias que estas reacciones produjeron reflejó no solamente análisis diferentes de las condiciones objetivas. También reflejó su relación a fuerzas sociales que eran distintas y hostiles unas a otras.
La reacción de Stalin ante las "condiciones objetivas" más y más abiertamente adquiría la tendencia a reflejar la posición social, y a articular los intereses materiales, de la burocracia estatal que se expandía y cuyo personal había sido reclutado de la clase media baja urbana.
Por otra parte, la política de Trotsky y de la Oposición de Izquierda articulaba, de manera muy conciente, los intereses del proletariado industrial. Hasta el punto en que el descoyuntamiento económico-social producido por la Guerra Civil había debilitado gravemente a esta fuerza social, las condiciones para la fomentación y el cumplimiento de la política socialista se tornaron desfavorables.
Estas "condiciones desfavorables", sin embargo, no deben considerarse análogas a ningún fenómeno metereológico incontrolable, pero sí en términos políticos concretos; es decir, como expresión de la lucha entre fuerzas sociales antagonistas. A medida que la condición del proletariado industrial, diezmado por la Guerra Civil, se debilitaba, los dirigentes marxistas de la clase obrera se enfrentaban a una oposición cuya violencia y crueldad aumentaba. Esta oposición provenía de aquellos elementos dentro de la burocracia estatal y del partido quienes consideraban que la política que la Oposición de Izquierda avanzaba era una amenaza para lo que ellos percibían ser sus intereses materiales.
Este fue el contenido de la lucha política que ardía dentro del Partido Comunista y la Internacional Comunista durante la década de los 1920.
Ahora haré una serie de declaraciones que el Profesor Hobsbawm consideraría imperdonables por ser especulativas y fuera de los límites del análisis histórico correcto.
En primer lugar, si la Oposición de Izquierda hubiera triunfado dentro del Partido Comunista Ruso, la causa del socialismo internacional hubiera sido incalculablemente fortalecida. Por lo menos las catástrofes contrarrevolucionarias de los 1930, sobretodo la victoria del fascismo alemán, probablemente se habrían evitado.
En segundo lugar, el carácter total de la vida económica y política soviética habría evolucionado por un camino incomparablemente más progresista. El argumento que las "condiciones objetivas" incontrolables ya habían determinado el descenso de la URSS hacia la bestialidad totalitaria de los 1930 simplemente no tiene lógica. El mismo hecho que las "condiciones objetivas" se hicieron más desfavorables al desarrollo de la URSS por una línea socialista fue ante todo la consecuencia política de la derrota de Trotsky y la Oposición de Izquierda.
En tercer lugar--y en realidad este punto es un resumen de los dos primeros--la derrota de Trotsky y la Oposición de Izquierda le abrieron paso a todas las tragedias subsecuentes que agobiarían a la Unión Soviética, a la clase obrera internacional y al movimiento socialista--tragedias bajo cuyas sombras todavía hoy vivimos.
Me gustaría añadir otro punto: ninguna discusión acerca del destino del socialismo durante el Siglo XX merece ser tomada en serio a menos que considere, con el cuidado necesario, las consecuencias de la derrota de Trotsky. En otras palabras, es fundamental que se considere no solamente "lo que ocurrió" bajo Stalin, sino también "lo que pudo haber ocurrido" si Trosky hubiera prevalecido.
¿Es esto un riesgo imposiblemente especulativo? Hay que reconocer que es razonable preguntarse si semejante empresa es, desde un punto de vista intelectual, legítima. Claro, existe el peligro que al tratar contrahechos podamos caer en la trampa de la especulación que no tiene justificación y de las ilusiones. Al imaginar senderos diferentes de la evolución histórica, no debemos sobrepasar la gama de posibilidades que eran verdaderamente asequibles durante esa época. Igual tenemos que mantener un sentido firme--fundamentado en el estudio y comprensión completos de las bases económicas, del nivel tecnológico y de la estructura clasista de cualquier sociedad. Esto último se refiera a los límites dentro de los cuales la actividad subjetiva del hombre, que es a la vez producto y expresión de las condiciones que la historia ha formado, podría influir y alterar el ambiente objetivo ya en existencia.
Por ejemplo, cierto historiador de la Era de los Tudor ingleses podría considerar, si es que le parece, lo que hubiera ocurrido si Catalina de Aragón, primera esposa de Enrique VIII, hubiera dado a luz un vástago varón. ¿Qué efecto hubiera tenido semejante hecho sobre la evolución de Inglaterra? Ciertas conjeturas informadas son posibles, pero sería imposible progresar muy lejos antes de caer en terreno obviamente de carácter extremadamente especulativo. Es probablemente cierto que al Catalina producir un varón, y si este niño hubiera sobrevivido su infancia, su esposo, libidinoso en lo extremo, no la hubiera divorciado. Es posible, pues, pero de ninguna manera cierto, que los años restantes del reino de Enrique no habrían sido, por lo menos en términos de su vida personal, tan pintorescos como en realidad resultaron.
No obstante, ¿podemos proseguir y concluir que Inglaterra, al evitar esta crisis matrimonial de reyes, hubiera seguido siendo Católica? Esta especulación sería tremenda conjetura. Después de todo, la crisis del divorcio solamente hizo resaltar la crisis política que estaba profundamente arraigada en los procesos socio-económicos que barrían a Europa. La pregunta verdaderamente interesante y crucial que se debe contestar al estudiar el reino de Enrique VIII es precisamente por qué lo que comenzó como crisis no especialmente extraña a los problemas de sucesión dinástica se convirtió en una lucha entre la iglesia y el estado con consecuencias profundamente revolucionarias. Contra este fondo, los motivos de los individuos--quienes estaban en gran parte inconcientes de las dimensiones y consecuencias históricas de sus acciones--no parecen ser muy decisivos.
Aún si nos adelantamos varios siglos a la época de la Revolución Francesa, las personalidades históricas todavía reaccionan con conciencia limitada al peso de las fuerzas objetivas históricas que caían sobre sus hombros. Claro, hay una gran diferencia entre la conciencia revolucionaria de un Robespierre y la de un Henry VIII o aún de un Oliver Cromwell. Ya para fines del Siglo XVIII, el conocimiento conciente de fuerzas e intereses sociales era, claro, mucho más perspicaz de lo que había sido uno o dos siglos antes. Pero el poder de la necesidad histórica todavía no había producido formas adecuadas del pensamiento científico--habilidad que sólo se hizo posible con el desarrollo del capitalismo moderno y la aparición de la clase obrera. En cada una de las etapas de la Revolución Francesa, pues, y no obstante el genio de las personalidades de sus dirigentes, fue la fuerza preponderante de la necesidad histórica la que reguló los acontecimientos.
Esto no significa que las cosas no hubieran terminado de manera diferente. Se puede imaginar cualquier cantidad de "contrahechos" que podrían haber alterado el curso de la historia. Pero, dado el nivel de evolución social y la visión limitada del hombre en cuanto a las leyes fundamentales del desarrollo histórico, los actores políticos mismos no habrían adoptado esos cambios en el curso de la historia con nada que se pareciera a una comprensión científica de las consecuencias de sus acciones.
En la Francia de 1794 no existían ni los medios objetivos ni, procedente de ellos, el nivel correspondiente de conocimiento científico para influir de manera conciente--es decir, para actuar con un entendimiento de la lógica objetiva de los procesos socioeconómicos--el curso de la evolución histórica. No cabe duda que los miembros del Comité de Seguridad Pública actuaron con conciencia y con cierto sentido--lleno de sutilezas--de las fuerzas sociales activas en la revolución Por ejemplo, es seguro que Robespierre estaba conciente que Dantón tenía partidarios poderosísimos en varias capas de la burguesía. Percibió el peligro que podía resultar de una confrontación con los Indulgentes. Pero en el sentido moderno, Robespierre no pudo haber estado conciente de las implicaciones históricas de sus acciones. Las condiciones objetivas para el desarrollo del materialismo histórico todavía no habían madurado, y las fuerzas verdaderas que motivaron las acciones históricas todavía se percibían e interpretaban en varias formas ideológicas mistificadas (por ejemplo, La razón, Los derechos del hombre, La virtud, La Fraternidad).
Cualquier discusión acerca de otros resultados históricos respecto a la Revolución Francesa tendría la tendencia a desviarse rápidamente hacia una hipótesis de carácter especulativo muy alto. Ya que los dirigentes no podían predecir las consecuencias históricas de sus propias acciones, nosotros tampoco podemos aseverar con ninguna exactitud que la victoria de una facción u otra de los jacobinos habría cambiado fundamentalmente el curso subsecuente de la historia, mucho menos decir con precisión la manera en que hubiera cambiado.
Con la llegada del marxismo, la relación de la humanidad con su propia historia atravieza por una profunda transformación. La humanidad adquiere la capacidad de interpretar su pensamiento y sus acciones con conciencia de los objetivos socioeconómicos. Por consiguiente, aprende a ubicar con precisión su propia actividad dentro de la cadena de causalidad histórica objetiva.
Esta es la razón la cual un análisis de los resultados alternativos a la lucha dentro del Partido Comunista Ruso y la Internacional Comunista no es una actividad especulativa sin esperanzas. Este no es el caso, como lo fue ra en Francia 130 años atrás, de facciones políticas que, tambaleándose en la oscuridad y motivadas por fuerzas socio-económicas de las cuales no estaban concientes, definían y justificaban sus acciones en términos super idealistas.
Al contrario; León Trotsky y la Oposición de Izquierda emprendieron su lucha con un entendimiento extraordinariamente profundo de las implicaciones históricas de los problemas que la Unión Soviética y el movimiento socialista internacional confrontaban. En sus análisis de las contradicciones domésticas e internacionales de la URSS y también en las advertencias que le dirigió a los stalinistas, Trotsky no dejó ninguna duda acerca de las consecuencias finales que la autoridad creciente de la burocracia y la política falsa de la dirigencia soviética causarían.
"¿El burocratismo lleva o no lleva consigo el peligro de la degeneración?" preguntó Trotsky en diciembre, 1923. "El que lo niega está ciego".
Esto fue escrito en el primer asalto de su lucha contra el régimen stalinista que crecía. Aún a esa temprana etapa, Trotsky ya había suscitado la posibilidad que "la degeneración progresiva" del Partido Comunista podía convertirse en uno de "los senderos políticos que la victoria de la contrarrevolución podía tomar". [12]
Trotsky arguyó que a pesar de lo serio del peligro, una visión política conciente basada en un análisis marxista le ofrecía al partido la posibilidad de sobreponerse a la crisis:
"Si presentamos nuestras hipótesis contundentemente, no es, claro, porque las consideramos probables desde un punto de vista histórico (al contrario; su probabilidad es mínima), sino porque es solamente de esa manera que la presentación del problema proporciona una orientación más correcta y más completa y, como consecuencia, la posibilidad de todas las medidas preventivas posibles. La superioridad de nosotros los marxistas consiste en que podemos distinguir y comprender las tendencias nuevas y los peligros nuevos aún cuando éstos están en su etapa embriónica". [13]
Al considerar si la victoria de la Oposición de Izquierda hubiera alterado el curso de la historia soviética y mundial significativamente, proponemos el análisis de tres problemas que fueron de significado fundamental en determinar el destino de la URSS: 1) la democracia soviética y la democracia interna del partido; 2) la política económica; y 3) la política internacional.
Es digno de atención que casi ninguna de aquellas tendencias políticas e intelectuales que insiste de una manera u otra que la Unión Soviética estaba predestinada al fracaso desde el principio--a causa de los "defectos fatales" del marxismo o de las condiciones objetivas imposibles que los bolcheviques enfrentaban--alguna vez trataron de hacer un análisis concreto de la política avanzada por la Oposición de Izquierda. Trotsky permanece hasta hoy día "El Gran Innominado" de la historia soviética. En las raras ocasiones en que se refieren a él, usualmente tergiversan y falsifican su obra.
El silencio y las mentiras representan a su propia manera una forma de tributo al significado histórico de la lucha de Trotsky contra el stalinismo. Todas las declaraciones que la desaparición de la URSS era inevitable, que la revolución socialista era en su esencia una empresa utópica, que por lo tanto la revolución de Octubre había llevado a la clase obrera rusa a un callejón sin posibilidad de escape, que el marxismo inevitablemente termina en totalitarismo, etc., son refutadas por los antecedentes históricos que la Oposición de Izquierda legó. En términos del programa que avanzaba, obviamente representaba una oposición a la burocracia stalinista que era viable, bien fundamentada en la teoría y de gran poder político.
La democracia soviética y la democracia interna del partido
Procedamos ahora con los tres problemas que he señalado. Ante todo, el problema de la democracia soviética y la democracia interna del partido: es un hecho histórico, comprobado por el documento de 1923 que ya he citado, que Trotsky había reconocido a etapa muy temprana de la lucha--aún antes que la palabra "stalinismo" entrara en uso político--que el crecimiento del burocratismo y la desaparición de la democracia interna representaban una amenaza potencialmente mortífera al bolchevismo y a la supervivencia del régimen soviético. En un sin número de expedientes, Trotsky y la Oposición de Izquierda insistieron que la formulación correcta e inteligente del programa político soviético, para no mencionar la educación política de los cuadros marxistas y de las capas más amplias de la clase obrera, era inconcebible sin un régimen democrático dentro del Partido Bolchevique mismo.
"Es en las contradicciones y diferencias de opinión que se resuelve la opinión pública del partido", escribió Trotsky en 1923. "Ubicar este proceso solamente dentro del aparato del partido, al cual entonces se le encarga de proporcionarle al partido el fruto de sus labores por medio de lemas, órdenes, etc., significa esterilizar al partido ideológica y políticamente.… Los organismos dirigentes del partido deben prestarle atención a la voz de las masas amplias del partido. No se debe considerar a toda crítica como si fuera manifestación del faccionalismo, lo cual causará que miembros disciplinados y escrupulosos del partido formen círculos exclusivos donde sí caigan en el faccionalismo...." [14]
Trotsky rechazó las alegaciones presuntuosas del aparato que toda oposición a las decisiones de los cuerpos gobernantes del partido era invariablemente la expresión de intereses clasistas hostiles.
"Sucede frecuentemente que el partido puede resolver uno y el mismo problema de modos diferentes, y diferencias surgen respecto a cual de estos modos es el mejor, el más eficaz, el más económico. Estas diferencias pueden, según el problema, abarcar grandes secciones del partido, pero ello no necesariamente significa que existen dos tendencias clasistas.
"No cabe duda que en el futuro tendremos no una sino docenas de desacuerdos, pues nuestro camino es difícil y los deberes políticos, tanto como los problemas de la organización socialista, por obligación engendrarán diferencias de opinión y agrupaciones de opinión temporáneas. La verificación política de todas las sutilezas de opinión por medio del análisis marxista siempre será de las medidas preventivas más eficaces de nuestro partido. Pero es esta verificación marxista concreta a la cual tenemos que referirnos, no a frases estereotipadas que son un mecanismo de defensa del burocratismo". [15]
La índole del régimen del partido tuvo un impacto directo sobre los deberes de la construcción socialista. A causa de su carácter innato, como Trotsky explicara en ocasiones incontables, la planificación económica eficiente requiere la participación interesada y democrática de las masas en el proceso de llegar a, y tomar, decisiones. Esto es incompatible con el fíat burocrático. Aún cuando Trotsky ofrecía una crítica perspicaz de las contradicciones de la economía soviética y planes concretos para su mejora, recalcaba que la formulación de un programa económico político correcto, así como también su cumplimiento, dependía de un régimen democrático del partido.
La importancia de la democracia interna del partido no se basa simplemente en un principio abstracto. Ni tampoco está limitado su significado práctico al impacto directo que podría tener sobre la esfera de programas económicos. A fin de cuentas, lo primordial de la lucha de Trotsky en defensa de la democracia es el destino de todo el patrimonio de la cultura socialista y pensamiento revolucionario tal como se había desarrollado en el movimiento obrero internacional durante el siglo anterior. La burocracia trataba al marxismo de la misma manera que trató al cadáver de Lenín: lo momificó y lo hizo objeto de conjuros ceremoniales y semi místicos. Después de 1927, el marxismo, para todo intento y propósito, deja de existir del todo en la formulación de la política soviética. La derrota de la Oposición toca la campana de muerte a la evolución del pensamiento crítico en casi todas las esferas de actividad intelectual y cultural.
El programa de economía política de la Oposición de Izquierda
Ahora he de considerar la segunda cuestión: el programa de economía política de la Oposición de Izquierda. Este tema es vasto y no se le puede reducir a unas pocas citas. No obstante, ofreceré varias citas que por lo menos indican la profunda diferencia entre la orientación de la Oposición y la de la burocracia stalinista en cuanto a los problemas del desarrollo de la economía soviética.
El conflicto entre la Oposición y los stalinistas acerca del programa de economía política se enfocó sobre el problema fundamental de la perspectiva histórica: ¿Era posible que la Unión Soviética edificara el socialismo basándose en sus propios recursos naturales, o, a fin de cuentas, dependía el desarrollo socialista de la URSS de la victoria de la revolución proletaria en los países capitalistas desarrollados de Europa Occidental y Norteamérica? Hasta el 1924, la premisa indiscutible de la política soviética--en efecto, el principio fundamental de todo el proyecto revolucionario que los bolcheviques emprendieran en Octubre, 1917--era que la toma del poder en Rusia había sido solamente "el primer tiro" de la revolución socialista mundial. Un estado nacional socialista autónomo no era viable, sobretodo en un país económica y culturalmente atrasado como Rusia. En el otoño de 1924, Stalin introdujo la "teoría" del "socialismo en un solo país", que no era ninguna "teoría" sino una reacción vulgarmente pragmática a la derrota de la revolución alemana el año anterior y al decaimiento del movimiento revolucionario en Europa Occidental. Esta teoría se oponía a la orientación internacionalista por la cual los bolcheviques habían abogado bajo la dirigencia de Lenín y Trotsky.
El profesor Hobsbawm no negaría que la política del "socialismo en un país" fue una desviación mayor de la visión original de la Revolución de Octubre. Sin embargo, él da a entender que esta visión no era para nada realista en vista que la Revolución Rusa inevitablemente estaba "destinada" a construir, o por lo menos a tratar de construir, el socialismo en un país. Si a Hobsbawm se le forzara a defender su punto de vista, estoy seguro que se vería obligado a discutir que aunque en un sentido general abstracto la doctrina teórica favorecía a Trotsky, la realidad práctica firmemente favorecía a Stalin. El concepto que Trotsky tenía de la revolución mundial era lectura interesante, pero tenía muy poco que ofrecer en el contexto real de la situación política y económica a la cual la URSS se enfrentaba a mediados de los 1920. Por lo tanto, sostener que el programa político trotskyista presentaba una verdadera alternativa al que Stalin adoptara significa permitirse el lujo de ilusiones revolucionarias.
Por supuesto, yo no puedo estar seguro que Hobsbawm discutiría exactamente de esta manera. Hasta cierto punto, yo mismo estoy entrando un poco en la "especulación". Pero aún cuando éste no fuera exactamente el punto de vista de Hobsbawn, he oído a historiadores burgueses--para no mencionar a apologistas empedernidos del stalinismo--mencionarlo muchas veces.
El problema fundamental de este argumento es que procede de un concepto profundamente prejuiciado y estereotipado de las creencias de Trotsky y de la índole de sus diferencias con Stalin. Es mucho más fácil declarar sin lugar a la perspectiva de Trotsky si se le reduce a un deseo impaciente y romántico por echar abajo las trincheras del capitalismo mundial, lo cual es contrario a la preocupación más sobria y astuta de Stalin por el desarrollo de la Unión Soviética, el cual se basaba en una cálculo realista de los recursos naturales a su disposición.
Por supuesto, no podemos obligar a aquellos que escriben acerca de la historia soviética a leer de hecho lo que Trotsky escribió. No obstante, aquellos que estudien sus artículos y libros con la seriedad que merecen--y en mi opinión él fue de los pensadores y escritores políticos mayores del Siglo XX--descubrirán que fue especialmente en sus análisis de las contradicciones y problemas del desarrollo de la economía soviética que el internacionalismo revolucionario de Trotsky encontró su expresión más brillante y sutil.
No hay nada en los escritos de Trotsky que respalde la acusación que él creía que el programa económico político soviético debía simplemente consistir en esperar que la clase obrera de Europa Occidental o de los Estados Unidos tomara el poder. Es más, la premisa principal de su actitud hacia los problemas económicos soviéticos consistía en que la URSS tenía que diseñar un programa que le permitiera sobrevivir y desarrollarse durante una época más o menos prolongada--es decir, un período cuya duración era imposible predecir--durante la cual la Unión Soviética existiría dentro de un ambiente económico internacional dominado por el sistema capitalista.
No obstante su programa de "socialismo en un país", la burocracia stalinista durante la década de los 1920 todavía mantenía, a pesar de sus contradicciones, el compromiso de la URSS con la revolución internacional. La crítica principal que Trotsky le tenía a este programa, desde el punto de vista de desarrollo económico, no era que éste categóricamente negaba, por lo menos a largo plazo, la importancia de la revolución mundial a favor del destino de la Unión Soviética. Más bien recalcaba que la orientación nacionalista en que se basaba "el socialismo en un país" conducía a un programa político autocrático que peligrosamente desestimaba el impacto directo e indirecto de la economía mundial sobre la Unión Soviética.
Puede que parezca paradójico que Trotsky, el gran protagonista de la revolución mundial, le daba más hincapié a la importancia primordial de los vínculos económicos estrechos entre la URSS y el mercado capitalista mundial que cualquier otro dirigente soviético de su época. Insistía que el desarrollo económico soviético requería acceso a los recursos del mercado mundial y a la utilización inteligente de la división internacional de labor. El desarrollo de la planificación económica requería por lo mínimo un conocimiento de la eficiencia y ventajas competitivas en el ámbito internacional. No servía ningún propósito económico racional que la URSS se diera el lujo de malgastar sus propios recursos límites en un vano esfuerzo por duplicar en terreno soviético lo que podía obtener a precio mucho más barato en el mercado capitalista mundial.
"Poner nuestras esperanzas en un desarrollo aislado del socialismo y en una taza de desarrollo económico independiente de la economía mundial distorsiona toda nuestra perspectiva", escribe Trotsky en 1927. "Desvía a nuestros dirigentes encargados de la planificación y no ofrece ninguna pauta para reglamentar adecuadamente nuestras relaciones con la economía mundial. No tenemos manera de decidir lo que tenemos que fabricar nosotros mismos y lo que hay que traer de afuera. Un renunciamiento claro a la teoría de una economía socialista aislada significará, en el curso de varios años, una utilización incomparablemente más racional de nuestros recursos, una industrialización más rápida y un crecimiento mejor planificado y más poderoso de nuestra propia construcción de máquinas. Significará un aumento más rápido en la cantidad de trabajadores empleados y en una verdadera caída de los precios; en otras palabras, en un fortalecimiento genuino de la Unión Soviética en un ambiente capitalista". [16]
Es útil recordar que Trotsky pertenecía a una generación de marxistas rusos que habían utilizado la oportunidad que el exilio revolucionario les había brindado para observar y estudiar con cuidado la manera en que el capitalismo funcionaba en los países desarrollados. Estaban familiarizados no solamente con los "horrores" que ya se habían descrito muy a menudo, sino también con sus logros positivos. Las horas incontables que habían pasado estudiando Das Kapital se enriquecieron al observar por muchos años al capital en acción. Al regresar a Rusia--y esto se refiere especialmente a aquéllos que estaban entre sus socios más íntimos durante los años de exilio--llevaban consigo un entendimiento perspicaz de las complejidades de la organización económica moderna. Si las luchas políticas no le hubieran dado al tema implicaciones trágicas tan profundas, hubieran descartado de cómico la idea que Rusia podía de alguna manera dar un salto hacia el socialismo al simplemente nacionalizar sus propios medios de producción tan pobres. Lejos alcanzar y sobrepasar al capitalismo a base de una autocracia nacional, Trotsky arguye que una condición primordial para el desarrollo de la economía soviética por vías socialistas consistiría en la asimilación de los métodos básicos que se utilizaban para la administración, organización, contabilidad y producción capitalistas.
En este análisis general del contraste entre los programas políticos de Trotsky y de Stalin, es necesario considerar el tema de la colectivización. Como bien se sabe, la agricultura soviética nunca se recobró por completo de las consecuencias traumáticas causadas por la colectivización temeraria y bestial de la agricultura que Stalin llevara a cabo entre 1929 y 1932. Obviamente, una orientación más racional hacia los problemas agrícolas soviéticos hubiera salvado a la URSS de pérdidas incalculables y agonía infinita. Es precisamente en esta esfera que la cuestión de un programa político alternativo asume un significado práctico enorme. Esta es la razón por la cual los historiadores derechistas generalmente proceden como si ningún programa semejante hubiera existido. Es más, a menudo se alega que la colectivización se había puesto en marcha porque Stalin había adoptado, hacia fines de los 1920, el programa de industrialización rápida que la Oposición de Izquierda promulgaba. Pero el hecho es que Trotsky se opuso a, y denunció, la campaña de colectivización frenética que los stalinistas lanzaron. A pesar de la demagogia pseudo-socialista del programa, Trotsky advirtió que éste, puesto en marcha con menosprecio temerario a las capacidades productivas verdaderas tanto de la industria como del campo, procedía de los mismos conceptos nacionalistas y anti-marxistas del "socialismo en un país" que formaban la base de los programas anteriores fracasados de la burocracia stalinista.
En una crítica a la colectivización stalinista escrita en 1930, Trotsky reconoció que anteriormente había abogado por un paso más rápido de industrialización y por imponerle un sistema de impuestos de mayor peso a las capas campesinas más ricas (los kulaks) con tal de obtener recursos para el desarrollo de la industria pesada.
" ... Pero nunca hemos considerado que los recursos para la industrialización son inagotables", escribió Trotsky. "Nunca hemos pensado que su paso podía reglamentarse con el látigo administrativo solo. Siempre hemos avanzado, como condición fundamental para la industrialización, la necesidad de mejorar sistemáticamente las condiciones de vida de la clase obrera. Siempre hemos considerado que la colectivización depende de la industrialización. Vimos la reconstrucción socialista de la economía campesina como una probabalidad sólamente dentro de muchos años. Nunca hemos cerrado los ojos a la inevitabilidad de los conflictos internos durante la reconstrucción socialista de sólo una nación. Acabar con las contradicciones de la vida rural es únicamente posible si eliminamos las contradicciones entre la ciudad y el campo. Esto se puede realizar sólamente a través de la revolución mundial. Nunca hemos exigido, pues, la liquidación de clases dentro de los límites del plan de cinco años promulgado por Stalin y Krzhyhanovsky.… El problema del ritmo de la industrialización no es cosa de capricho burocrático, sino de la vida y la cultura de las masas.
"Por lo tanto, el plan para la construcción socialista no puede promulgarse de antemano como si fuera una orden burocrática. Tiene que elaborarse y corregirse de la misma manera en que la construcción socialista en si sólamente se puede realizar; es decir, a través de una democracia soviética amplia". [17]
Trotsky entonces reiteró la razón fundamental de su crítica a la colectivización stalinista.
"Una y otra vez hemos rechazado decisivamente la misión de contruir una sociedad socialista nacional 'en el tiempo más breve posible'. Unimos la industrialización y la colectivización a la revolución mundial con lazos inquebrantables. Los problemas de nuestra economía se deciden a fin de cuentas sobre la arena internacional". [18]
Al tratar de conceptualizar la manera en que la victoria de la Oposición de Izquierda hubiera alterado la historia de la Unión Soviética, no alegamos que es posible pintar un cuadro exacto de como podría haber evolucionado. No es más fácil presentar una reconstrucción hipotética detallada del pasado que predecir el futuro. La ejecución de diferentes programas políticos después de 1924 hubiera introducido a la ecuación histórica una cantidad vasta de variables políticos, sociales y económicos nuevos que, en la complejidad de su interacción, podrían haber alterado el curso de los eventos de manera no anticipada por aquellos que participan en el estudio retrospectivo de las alternativas. Pero la consideración que el principio de "incertidumbre" histórica merece no significa que es imposible decir algo persuasivo o inteligente acerca de las alternativas históricas. Existen razones teóricas y objetivas muy sólidas para concluir que la victoria de la Oposición de Izquierda habría logrado, con alta probabilidad, una evolución más racional, productiva y humana de la economía soviética. Hobsbawm trata de menospreciar esta posibilidad al declarar que la industrialización iba a requerir "bastante coacción". La única interrogante era hasta que punto. Pero tal como la historia de la URSS prueba de manera amplia, éso no es una cuestión insignificante. La relación dialéctica entre la cantidad y la calidad no se debería olvidar. Hay una profunda diferencia entre imponerle tazas de impuestos altas a las capas más ricas del campesinado y la "liquidación de los kulaks como clase social". Si el programa económico de la Oposición hubiera logrado no más que evitar los horrores de la colectivización stalinista--y es casi inconcebible que ello habría ocurrido con el triunfo de la Oposición de Izquierda--la URSS se hubiera salvado de una catástrofe y de todo lo que ésta causara.
Estrategia Internacional
Dirijámonos ahora a un análisis de las consecuencias de la derrota de León Trotsky y la Oposición de Izquierda sobre el destino de la clase obrera internacional y el movimiento socialista internacional. El análisis de Hobsbawm de los contrahechos históricos no incluye esta fundamental dimensión internacional. Aferrándose al punto de vista que la desintegración eventual de la URSS fue el resultado inexorable de las condiciones objetivas al cual ésta se enfrentaba en 1921, Hobsbawm no hace ningún esfuerzo por analizar el impacto que el programa de política internacional del régimen stalinista tuvo sobre la evolución de la Unión Soviética. LLega al punto de sugerir que existía poca relación entre lo internacional y lo doméstico: "La Revolución Rusa en realidad tiene dos historias entrelazadas: su impacto sobre Rusia y su impacto sobre el mundo. No debemos confundir los dos". [19]
Pero con tal división sería imposible comprender el fenómeno stalinista. El régimen stalinista surgió fundamentalmente de una reacción nacionalista rusa en contra del internacionalismo socialista proletario encarnado en el gobierno bolchevique que Lenín y Trotsky dirigían. El programa de socialismo en un país proporcionaba una insignia para todos aquellos elementos dentro de la burocracia que identificaban sus propios intereses esenciales con el desarrollo de la URSS como estado nacional poderoso. La burocracia obtenía sus privilegios porque los medios de producción eran propiedad del estado. Mientras más conciencia adquiría la burocracia que sus privilegios provenían del estado nacional, menos disponible se encontraba a arriesgarlos al subordinarlos a la revolución mundial. El programa de socialismo en un país le dio legitimitidad a la subordinación de los intereses del movimiento socialista internacional a los intereses nacionales del estado soviético tal como los había concebido la burocracia.
Fue precisamente a nivel de la lucha internacional de clases que las consecuencias de la derrota de la Oposición de Izquierda resultaron ser las más trágicas y duraderas y, por consiguiente, la arena donde la interrogativa respecto a si la URSS pudo haberse desarrollado por líneas diferentes se plantea de la manera más seria y profunda. En su propio análisis de la expansión del régimen stalinista, Trotsky siempre recalcaba que la reacción política dentro de la URSS en contra del programa y las tradiciones de Octubre se fortalecía y adquiría vigor de las derrotas sufridas por la clase obrera internacional. El revés inicial que la Oposición de Izquierda sufrió a finales de otoño,1923, definitivamente estaba ligado a la derrota de la Revolución Alemana, lo cual hizo desvanecer toda esperanza que los obreros europeos vendrían al rescate de la URSS en un futuro no muy lejano. Este fue el clima que creó una recepción más amplia a la perspectiva nacionalista del socialismo en un país. La desorientación política que la línea nacionalista de los dirigentes soviéticos produjera dentro de la Internacional Comunista a su vez condujo a más derrotas para la clase obrera en el exterior de la URSS. Cada una de estas derrotas intensificó el aislamiento de la Rusia Soviética, causó más erosión en la confianza que los trabajadores soviéticos le tenían a la perspectiva de revolución mundial y paulatinamente debilitó la postura política de la oposición marxista e internacionalista al régimen stalinista.
Al ser por naturaleza sumamente escépticos acerca de la posibilidad de revolución, la cual tienden a considerar como violación del curso normal del desarrollo histórico, los historiadores profesionales se dan con que deshechar la perspectiva internacionalista que animaba la Revolución de Octubre como irreal y utópica es de lo más fácil. Ya hemos visto como Hobsbawm considera que la fe de Lenín en la posibilidad de una Revolución Alemana fue un lapso fatal en su juicio político. Aunque Hobsbawm no dice nada acerca de la lucha de Trotsky contra la línea política del socialismo en un país, estoy seguro que si le pidiera un comentario al respecto, contestaría que la perspectiva internacionalista de Trotsky en los 1920 y 1930 carecía de tanta realidad como la de Lenín en 1918. Hobsbawm discutiría que considerar el programa internacional de Trotsky como alternativa viable, la cual podría haber cambiado el curso de la historia soviética si se le hubiera seguido, es simplemente un ejercicio en especulación "contrahechista" que conduce a un callejón sin salidas.
¿Cómo, pues, podemos nosotros demostrar que el programa político internacionalista de la Oposición de Izquierda, fundamentado en la teoría de la revolución permanente, habría fortalecido la Internacional Comunista y mejorado la posición internacional de la Unión Soviética? Claro, no podemos probar con certidumbre moral y política que la victoria de la Oposición de Izquierda habría garantizado el éxito de las luchas revolucionarias externas a la Unión Soviética. Estamos perfectamente preparados a admitir que en el campo de la revolución el resultado lo deciden las luchas, no las pruebas lógicas. Sin embargo, ello no significa que no podemos llegar a conclusiones verosímiles, basadas en pruebas históricas, acerca de las consecuencias probables que la victoria de la Oposición hubiera tenido para el movimiento revolucionario mundial.
Analicemos, aun si sólo brevemente, dos episodios cruciales en la historia de la clase obrera internacional.
Primero, consideremos la derrota catastrófica de la Revolución China en 1927, resultado de la subordinación del Partido Comunista Chino (PCC) al Kuomintang burgués dirigido por Chiang Kai-shek. Stalin instruyó al PCC a que aceptara a la autoridad de Chiang y del Kuomintang como dirección de la revolución democrática. La razón política de estas instrucciones consistía en los esfuerzos de Stalin para establecer relaciones más amenas entre la Unión Soviética y la China por medio de una alianza política con Chiang. Trotsky persistentemente advirtió que la subordinación del CP al Kuomintang burgués, violación de una de las lecciones más básicas de la estrategia de los bolcheviques en 1917, tendría consecuencias desastrosas para la clase obrera. Chiang no era el tipo de aliado al cual el Partido Comunista y los trabajadores le podían tener la más mínima confianza. Tan pronto como se presentó la oportunidad, Chiang, respondiendo a las presiones de sus patrones imperialistas y burgueses, se lanzó salvajemente contra el CP y los obreros revolucionarios de Shanghai. Las advertencias de Trotsky fueron ignoradas: incluso cuando las acciones de Chiang se tornaban más amenazantes, Stalin le puso presión al PCC para que éste demostrara su lealtad al Kuomintang de manera aún más ostentosa. Al final, el PCC ordena a los obreros revolucionarios de Shanghai a deponer sus armas antes de que las tropas de Chiang entraran a la ciudad. Al mismo tiempo que las denuncias de Trotsky al programa político de Stalin retumbaban por toda la Comunista Internacional, los eventos en China galopaban a su desastroso final. Las tropas de Chang entran en Shanghai donde, tal como Trotsky y la Oposición habían advertido, proceden a matar a decenas de miles de obreros comunistas. El PCC sufre un golpe del cual jamás de recuperaría..
No es necesario aseverar lo que por su propia índole no se puede demostrar: que el programa político de la Oposición de Izquierda habría asegurado la victoria de la Revolución China en los 1920, aunque sí creo que semejante victoria podría haber sido posible. Lo qué sí se puede decir con gran certidumbre es que el Partido Comunista Chino no habría caído víctima del golpe de Chiang en abril, 1927, y que la clase obrera no habría sido debilitada de manera tan desastrosa. Tal como los eventos ocurrieron bajo la dirigencia de Stalin, las consecuencias históricas de la derrota en la China fueron de una magnitud incalculable. Aparte de su impacto sobre la URSS--ésta profundizó el aislamiento político de la Unión Soviética y, como resultado, fortaleció al régimen burocrático--la derrota de 1927 alteró trágicamente el carácter del movimiento revolucionario en la China misma. Con su fuerza en las ciudades destruida por el golpe contrarrevolucionario de Chiang, los vestigios confusos del PC se fueron de retaguardia a los campos y abandonaron su orientación histórica hacia la clase obrera. De ahí en adelante, la obra del PCC, bajo la dirigencia de Mao--quien, a propósito, se había aliado con el ala derecha del partido destruido--se iba a basar en el campesinado. Así pues, el partido que llegó al poder en 1949 tenía pocos vínculos serios a la clase obrera y no se parecía casi en nada al movimiento que había existido anterior a la catástrofe de 1927. Aún hoy día, a medida que los herederos de Mao alientan y supervisan la explotación de las masas chinas por las empresas transnacionales, estamos viviendo con las consecuencias directas de la política desastrosa de Stalin.
Si la victoria de la Oposición de Izquierda no hubiera hecho otra cosa que evitar la catástrofe que resultó e la política de Stalin en China, ello en sí mismo hubiera alterado profundamente el curse de la historia mundial a beneficio de la Unión Soviética y el movimiento revolucionario internacional.
Consideremos ahora el segundo episodio: la ascendencia al poder del fascismo en Alemania. Antes de la victoria de Hitler en enero, 1933, los dos partidos obreros de masas en Alemania--el Partido Social-Demócrata (PSD) y el Partido Comunista (PKD)--contaban con la alianza política de 13 millones de votantes. En las últimas elecciones alemanas que se habían llevado a cabo anterior al nombramiento de Hitler como canciller, el voto total por estos dos partidos fue mayor que el de los nazis. Estas sumas de votos, sin embargo, no expresan de manera completa las fuerzas relativas de los movimientos fascista y socialista. Aún con sus "tropas de choque", el movimiento de Hitler--basado en la pequeña-burguesía arruinada y en capas pauperizadas--era una masa amorfa y carente de estabilidad. Por otra parte, los dos partidos socialistas se basaban en la clase obrera, la cual, en virtud de su relación a las fuerzas productivas, representaba una fuerza social y política con un inmenso poder potencial.
La gran ventaja para Hitler, sin embargo, era la división política que existía dentro del movimiento obrero. Los dirigentes de los partidos Social-Demócrata y Comunista rehusaron llevar a cabo toda acción en conjunto para defender a la clase obrera contra la amenaza fascista. La actitud de la Social-Democracia procedía de su servilismo cobarde al régimen burgués decadente de Weimar y de su miedo al potencial revolucionario que una ofensiva unida de los trabajadores social-demócratas y comunistas contra los fascistas pudiera producir.
El problema principal al cual se enfrentaba el Partido Comunista era el de sobreponerse a la división debilitante de la clase obrera al ofrecer la formación de un frente unido con los social-demócratas para repudiar la amenaza fascista. No obstante la oposición política de los dirigentes del PSD, peticiones oficiales, directas y persistentes por parte del PKD para formar un Frente Unido hubiera por lo menos producido una fuerte impresión sobre los trabajadores social-demócratas y demostrado que a los comunistas no se les podía culpar de causar las divisiones en las filas del proletariado alemán. Aún si el cambio en la opinión de las masas social-demócratas hubiera fracasado en superar la resistencia que los dirigentes sindicalistas y del PSD le tenían a la lucha seria contra Hitler, una campaña persistente por parte del Partido Comunista no sólo habría elevado su reputación ante millones de trabajadores social-demócratas, sino que también habría ganádoseel apoyo de grandes capas de ellos.
Pero el KPD nunca llevó a cabo semejante campaña. Al contrario; manteniendo ritmo con la línea ultraizquierdista del "Tercer Período" impuesta por los stalinistas en el Sexto Congreso de la Internacional Comunista, el PKD declaró que la Social- Democracia era una variedad del fascismo--del "fascismo social", para ser preciso. Declaró que todo pacto con este "fascismo social" estaba prohibido.
Ya para el 1930, Trotsky--quien para ese entonces se encontraba en exilio en la isla de Prinkipo cerca de la costa turca--había advertido que el fascismo representaba una amenaza enorme a la clase obrera alemana e internacional, y que el fracaso del PKD en luchar por un frente unido la estaba abriendo campo a Hitler para que éste llegara al poder.
El 26 de septiembre, 1930, Trotsky escribió: "El fascismo en Alemania se ha convertido en gran peligro como expresión aguda del régimen burgués impotente, del papel conservador de la Social democracia dentro este régimen y de la ineficacia acumulada del Partido Comunista en abolirlo. El que lo niega o está ciego o es un fanfarrón". [20] Una lucha defensiva exitosa contra el fascismo, escribió él, "significa una política de cerrar filas con la mayoría de la clase obrera alemana y formar un frente unido con los trabajadores social-demócratas y aquéllos que no pertenezcan a ningún partido contra la amenaza fascista". [21]
El 26 de noviembre, 1931, Trotsky escribió:
"Es el deber de la Oposición de Izquierda sonar la alarma: la dirigencia de la Internacional Comunista está empujando al proletariado alemán hacia una enorme capitulación, esencia de la cual consiste de una capitulación dominada por el pánico ante el fascismo.
"La toma del poder por los Socialistas Nacionales significaría ante todo la aniquilación de la flor del proletariado alemán, la destrucción de sus organizaciones, la erradicación de su fe en sí mismo y en el futuro. Considerando que las contradicciones sociales en Alemania han adquirido mucho mayor madurez y gravedad, la obra infernal del fascismo italiano probablemente adquiere la apariencia de un experimento pálido y casi humanista comparado con la obra del socialismo nacional alemán". [22]
El 27 de enero, 1932, respondiendo a las declaraciones patéticas de los dirigentes stalinistas que la victoria de Hitler sólo serviría para abrirle camino a la victoria comunista, Trotsky escribió:
"El fascismo no es solamente un sistema de represalias, fuerza bruta y terror policiaco. El fascismo es un sistema gubernamental específico que se basa en desarraigar todo elemento de democracia proletaria dentro de la sociedad burguesa. La misión del fascismo no consiste únicamente en destruir a la vanguardia comunista, sino también en mantener a toda la clase en estado de discordia forzada. Para lograr este fin, la aniquilación física de la capa más revolucionaria de los trabajadores no es suficiente. También se necesita destruir todas las organizaciones independientes y voluntarias, demoler todo bastión de defensa del proletariado y arrasar con todo lo que la Social- Democracia y los sindicatos han logrado durante tres cuartos de siglo". [23]
Citaré sólo otro trozo de los escritos de Trotsky. En abril, 1932, Trotsky emitió una declaración advirtiendo que la victoria de Hitler inevitablemente conduciría a la guerra entre Alemania y la Rusia Soviética. Escogiendo sus palabras con mucho cuidado, Trotsky explicó como él reaccionaría a una victoria fascista en Alemania si estuviera en el poder:
" ... Al recibir la comunicación telegráfica de este evento, yo firmaría una orden para la movilización de las reservas. Cuando se tiene a un enemigo mortífero cara a cara y cuando la guerra surge por necesidad de la lógica de la situación objetiva, sería un atolondramiento imperdonable darle tiempo al enemigo para que se establezca y se fortifique, concluya las alianzas necesarias, reciba la ayuda necesaria, elabore un plan de acciones militares concéntricas no sólo por el occidente sino también por el oriente, y que, a consecuencias, adquiera las dimensiones de un peligro colosal". [24]
Ahora que sabemos lo que iba a ocurrir--la victoria Nazi, la perfidia posterior del pacto de no-agresión entre Stalin y Hitler, el estallido de la Segunda Guerra Mundial, la cobardía de Stalin al desmantelar las defensas soviéticas a la vez que Hitler lanzaba la Operación Barbarossa, la pérdida de 27 millones de soldados soviéticos y civiles al repeler la invasión alemana--no se pueden leer las palabras de Trotsky sin un sentido de pérdida y trágica desolación. ¡Cuánta miseria y sufrimiento humano habrían podido evitarse! ¡Qué diferente podría haber sido el curso del Siglo XX, si el programa político de Trotsky--del marxismo revolucionario--hubiera prevalecido!
Nuestro breve repaso tan casual de las derrotas en China y Alemania no es adecuado para siquiera considerarlo como introducción preliminar al tema del papel contrarrevolucionario del stalinismo en el movimiento internacional obrero y su impacto sobre la evolución de la URSS. Pero ya nos encontramos extendiéndonos mucho más allá de los límites de lo que razonablemente se puede presentar dentro del marco de una charla. Pero por respeto a la claridad histórica tengo que añadir otro punto. La derrota de la clase obrera alemana marcó un punto de viraje decisivo en el desarrollo del régimen stalinista mismo. Cara a cara con la amenaza grave de un régimen fascista poderoso por el cual su propia política había sido fundamentalmente responsable, Stalin tomó los pasos para cortar todo vínculo tenue que todavía existía entre el estado soviético y el objetivo de revolución socialista mundial. De ahí en adelante, la defensa de la URSS había de basarse en forjar alianzas políticas con naciones imperialistas--democráticas o fascistas, según las circunstancias--a costa de los intereses de la clase obrera internacional. El papel de la Unión Soviética en los asuntos mundiales asumió un carácter directamente contrarrevolucionario, transformación que encontrara expresión sanguinaria en la traición de la Revolución Española, la masacre de los Bolcheviques Viejos, la caza de revolucionarios que se oponían al régimen stalinista fuera de las fronteras de la URSS y por fin el Pacto Stalin-Hitler.
Hobsbawm no es ciego sólo a todo esto. Sus escritos sugieren un fracasado análisis crítico a los conceptos políticos que le permitieron permanecer miembro del Partido Comunista Británico durante muchas décadas. "La paradoja horrible de la era soviética", escribe Hobsbawm con cara seria, "es que el Stalin con el cual los pueblos soviéticos tuvieron su experiencia y el Stalin a quien desde afuera se le veía como fuerza libertadora era la misma persona. Él fue libertador para los unos en gran parte porque fue tirano para los otros". [25]
Lo que Hobsbawm en realidad debió haber escrito es que "el Stalin con el cual los pueblos soviéticos tuvieron su experiencia y el Stalin tal como engañosamente lo presentara el Partido Comunista Británico no eran exactamente la misma cosa". Desdichadamente, Hobsbawm más bien compromete su reputación como historiador al empeñarse en ofrecer apologías prostalinistas mezquinas y, como consecuencia, pone en desnudo lo que ha sido la paradoja trágica de su propia vida intelectual.
Los objetivos del terror de Stalin
En nuestro repaso de las diferencias fundamentales entre el régimen stalinista y la Oposición de Izquierda en las tres esferas--régimen del partido, programa de economía y estrategia internacional--hemos tratado de demostrar que la victoria del Trotskyismo, es decir, del marxismo genuino, en toda probabilidad habría alterado profundamente el curso de la historia soviética y del movimiento socialista internacional. Sospechamos que esta contención será declarada sin lugar por aquéllos que interpretan la historia de la Unión Soviética dentro del marco que abarca cierto tipo de determinismo absoluto de la derrota histórica. Para estos escépticos y pesimistas incorregibles, que creen que la causa del socialismo ha estado predestinada al fracaso desde su incepción, la política, los programas y toda otra forma de actividad subjetiva no cuentan para nada en la historia.
Como ya hemos explicado, es imposible aseverar con certidumbre que la victoria de Trosky habría garantizado la sobrevivencia de la Unión Soviética y la victoria del socialismo. Pero semejante declaración casi no es necesaria para dotar nuestra análisis de alternativas históricas con legitimidad política e intelectual. Sólamente nos es necesario establecer que una posibilidad basada en fundamento sí existió para que ocurriera un curso de desarrollo histórico diferente al que se dió; y que durante ciertos puntos claves de su historia, la Unión Soviética llegó, como se dice, a una bifurcación en el camino donde la puesta en práctica de un programa político diferente, es decir, marxista, habría creado la posibilidad que el resultado de los eventos hubiera sido mucho más favorable.
Ahora anticipamos otra pregunta, la cual es seria y adecuada: Aún si se concediera que la postura de Trotsky y de la Oposición de Izquierda representaba, desde el punto de vista teórico, una alternativa marxista genuina a las del régimen stalinista, ¿alguna vez representó esta oposición una fuerza política verdaderamente significativa dentro de la Unión Soviética? Después de todo, el análisis de alternativas, si no ha de de ser un ejercicio especulativo inútil, debería limitarse a si mismo a lo que era posible dentro del marco de las condiciones objetivas en existencia.
Al contestar esta importante pregunta me gustaría citar una obra valiosa titulada El nacimiento del stalinismo, del historiador alemán Michal Reiman.
"La importancia de la Oposición de izquierda a menudo se menosprecia en la literatura.… [M]uchos autores dudan que la oposición tenía alguna influencia considerable sobre las masas de los miembros del partido y aún menos sobre capas más amplias de la población. Es casi imposible ponerse de acuerdo con este punto de vista: parece paradójico, sobretodo en vista de la inmensa cantidad de municiónes que la dirigencia del partido le tiró a la oposición durante esos años: la multitud de declaraciones oficiales, los informes, los pamfletos y libros, para no mencionar las campañas políticas enormes que penetraban hasta las zonas más remotas de la URSS.
"En la primavera de 1926, la oposición unida, basada en los cuadros de los viejos dirigentes del partido que tenían experiencia, conquistó varios puestos de bastante importancia. Consolidó su influencia en Leningrado, Ucrania, Transcaucasia, y la región de los Urales; en las universiades; en varias oficinas centrales del gobierno; en cierta cantidad de fábricas de Moscú y la región industrial central; y entre cierta capa del personal de mando del ejército y la marina, las cuales habían atravesado por los años difíciles de la Guerra Civil bajo la dirigencia de Trotsky. La represión llevada a cabo por la dirigencia del partido previno que la oposición creciera, pero su influencia era todavía mucho mayor que lo indicado por los varios votos que se tomaron en las células del partido". [26]
Trotsky y otros dirigentes principales de la Oposición de Izquierda fueron expulsados del Partido Comunista Ruso durante el plenum del comité central que se llevó a cabo en julio y agosto, 1927. Esto fracasó en silenciar a la Oposición. "Aún después del plenum", escribe Reiman, "las organizaciones del partido continuaron siendo inundadas--sobretodo en los centros urbanos grandes y las dos capitales--con la literatura y los volantes de la Oposición. Informes sobre la intensificación de las actividades de la Oposición llegaban una detrás de otra desde varias ciudades y provincias enteras: Leningrado, Ucrania, Transcaucasia, Siberia, los Urales, y, por supuesto, Moscú, donde la mayoría de los dirigentes políticos de la Oposición desempeñaban sus labores. Había cierta cantidad de reuniones ilegales y semi-legales que aumentaba a paso firme y a las cuales asistían trabajadores industriales y jóvenes. La influencia de la Oposición en varias unidades grandes del partido adquirió bastante peso y se convirtió en obstáculo a la manera suelta con la cual había anteriormente funcionado el aparato stalinista del partido. Las actividades de la Oposición también llegaron a influir fuertemente al ejército. Informes sobre el ascenso significante de la autoridad de la Oposición provinieron del distrito militar y del cuartel de Leningrado, de Kronstadt, y de las tropas en el Ucranio y Beilorusia.
"Sin embargo, el problema mayor no era el crecimiento de las actividades de la Oposición sino el equilibrio general del poder dentro del partido. Una grancantidad de dirigentes políticos famosos simpatizaban con la Oposición. La autoridad debilitada de la dirigencia del partido, especialmente de Stalin y Bukharin, no fue lo suficiente para convertir en ventajas los reveses y fracasos de la política del partido". [27]
¿Cómo, pues, superó la facción stalinista el desafío que la Oposición de Izquierda representaba? Reiman lo explica: "La dirigencia no podía manejárselas sin incluir al GPU en la lucha". [28]
La historia subsecuente de la URSS y del movimiento socialista internacional es una crónica de las sangrientas consecuencias de la violencia que la burocracia stalinista utilizara para consolidar su poder y priviliegios. Es imposible concluir una discusión de alternativas históricas sin analizar el impacto y costo de la represión stalinista. Como ya hemos visto, Hobsbawm sólo le hace rodeos a este problema. Nos ha dicho que la industrialización "iba a necesitar bastante coacción, aún si la URSS hubiera sido gobernada por alguien consumadamente menos cruel que Stalin". Hobsbawm simplemente ignora la base social y los fines políticos de la violencia que la burocracia organizó. La violencia stalinista no fue cuestión de excesos revolucionarios sino de terror contrarrevolucionario.
Que a Hobsbawm no le interese analizar este problema se debe a que una consideración honesta del significado histórico y consecuencias de las purgas para la Unión Soviética y para el movimiento socialista internacional no se puede reconciliar con su ejercicio en apologética histórica. Existió una alternativa al variante stalinista del desarrollo soviético, y el terror stalinista fue la manera en que se aniquiló. Lo que se destruyó en los sótanos de Lyubianka y en incontables cámaras de ejecución fueron los cientos de miles de socialistas revolucionarios que habían contribuído a la victoria de la revolución de Octubre. Su influencia sobre la clase obrera y la sociedad soviética no se habían limitado a la diseminación de ideas políticas específicas, aún siendo éstas importantísimas. Las víctimas de Stalin fueron, en su actividad colectiva, los representantes de una cultura socialista extraordinaria que le impartió al movimiento revolucionario de la clase obrera rusa un significado histórico mundial.
Esta cultura llegó a su apogeo con Trotsky. Como Victor Serge explicó brillantemente, "Para que un hombre como Trotsky surgiera, fue necesario que miles y miles de individuos establecieran el prototipo durante un largo período histórico. Fue un fenómeno social vasto, no la luz momentánea de un cometa.… La formación de este gran prototipo histórico--la mayor hazaña del hombre moderno, pienso--cesó después de 1917, y la gran mayoría de sus representantes que sobrevivieron fueron masacrados bajo órdenes de Stalin en 1936-37. Al escribir estas líneas, a medida que los nombres y caras comienzan a abrumarme, se me ocurre que este tipo de hombre tenía que ser extirpado, toda su tradición y generación, antes que el nivel de nuestra época pudiera ser reducido lo suficiente. Hombres como Trotsky nos recuerdan, de manera no muy consoladora, las posibilidades humanas del futuro para se les permita sobrevivir durante tiempos de mezquindad y reacción". [29]
Las lecciones del Siglo XX
¿Por qué hemos consagrado las últimas dos horas a un análisis de la posibilidad de alternativas en el resultado histórico de la Revolución de Octubre? La verdad es que el pasado no se puede cambiar y tenemos que vivir con sus consecuencias. Pero la manera en que entendemos el pasado--y el proceso a través del cual esas consecuencias tomaron forma--es la base fundamental de nuestra comprensión de la actual situación histórica y el potencial que contiene. Nuestro análisis de las posibilidades para el socialismo en el futuro está intricadamante vinculado a nuestra interpretación de las causas de las derrotas que sufriera en el curso de este siglo.
¿Cuáles lecciones le podemos sacar al Siglo XX? Si todo lo que ha sucedido desde que estallara la Primera Guerra Mundial ha sido únicamente la expresión de fuerzas incontrolables e incomprensibles, entonces no podemos hacer mucho excepto esperar y rezar--dependiendo de nuestra preferencia y desesperación--por una mejor dicha en el futuro.
Pero aquéllos que han estudiado y asimilado las experiencias de este siglo, la situación histórica actual y el panorama del futuro parecen totalmente diferentes. Los eventos de este siglo adquieren contexto y significado histórico amplios. Ningún otro período de la historia ha poseído tanta riqueza en cuanto a la experiencia revolucionaria y contrarrevolucionaria. El choque de fuerzas sociales en conflicto alcanzó un nivel de intensidad sin precedentes. La clase obrera, luego de lograr su primer adelanto revolucionario grandioso en 1917, probó ser incapaz de resistir la horrible fuerza de la contrarrevolución que siguió luego. No obstante, a través de la obra de Trotsky, la Oposición de Izquierda y la Cuarta Internacional, la índole de la contrarrevolución y las causas de las derrotas fueron sometidas a análisis y comprendidas. Y es sobre estos fundamentos teóricos y políticos que la Cuarta Internacional, concientemente y con optimismo revolucionario impenitente, se prepara para el futuro.