Esta es la primera de cinco conferencias que está presentando el Comité Internacional de la Cuarta Internacional para conmemorar el centenario de la Revolución Rusa de 1917. El título de esta conferencia es “¿Por qué estudiar la Revolución Rusa?”. Voy a sacrificar el elemento de suspenso respondiendo a esta pregunta al inicio y no en la conclusión.
Diez razones por las que debe estudiarse la Revolución Rusa
Primera razón: La Revolución Rusa fue el acontecimiento político más importante, consecuente y progresista del siglo XX. A pesar del trágico destino de la Unión Soviética — destruida a raíz de las traiciones y los crímenes de la burocracia estalinista — ningún otro acontecimiento del siglo pasado tuvo un impacto tan profundo en la vida de cientos de millones de personas en cada rincón del planeta.
Segunda razón: La Revolución Rusa, la cual culminó con la conquista del poder por el Partido Bolchevique en octubre de 1917, marcó una nueva etapa en la historia mundial. El derrocamiento del Gobierno Provisional burgués demostró que una alternativa al capitalismo no era ningún sueño utópico, sino una posibilidad real que pudo alcanzar la clase obrera mediante una lucha política consciente.
Tercera razón: La Revolución de Octubre justificó, en la práctica, la concepción materialista de la historia formulada por Marx y Engels en el Manifiesto Comunista. El establecimiento del poder de los Sóviets bajo la dirección del Partido Bolchevique verificó un elemento esencial de la teoría histórica de Marx: “que la lucha de clases conduce necesariamente a la dictadura del proletariado ...”.[1]
Cuarta razón: El desarrollo objetivo de la Revolución Rusa reivindicó la perspectiva estratégica elaborada por León Trotsky entre 1906 y 1907, conocida como la teoría de la revolución permanente. Trotsky pudo prever que la revolución democrática en Rusia — que implicaría el destronamiento de la autocracia zarista, la destrucción de todos los vestigios semifeudales de las relaciones económicas y políticas y la eliminación de toda opresión nacional — sólo podía lograrse con la conquista del poder estatal por parte de la clase trabajadora. La revolución democrática que protagonizaría la clase obrera en oposición a la clase capitalista se convertiría rápidamente en una revolución socialista.
Quinta razón: La toma del poder por el Partido Bolchevique en octubre de 1917 y el establecimiento del primer Estado obrero inspiraron un gran salto en la conciencia de clase y política de las masas trabajadoras y oprimidas en todo el mundo. La Revolución Rusa marcó el comienzo del fin del antiguo sistema de gobierno colonial establecido por el imperialismo a finales del siglo XIX y principios del XX. Esta radicalizó a la clase obrera internacional y puso en marcha un movimiento revolucionario de las masas oprimidas. Los mayores logros sociales conseguidos por la clase obrera internacional, incluyendo la formación de sindicatos industriales en Estados Unidos en la década de 1930, la derrota de la Alemania nazi en la Segunda Guerra Mundial, la implementación de las políticas de bienestar social en la era posterior a la Segunda Guerra Mundial y el proceso de descolonización, fueron todos subproductos de la Revolución Rusa.
Sexta razón: En su lucha contra la guerra imperialista, el Partido Bolchevique demostró en la teoría y la práctica que el internacionalismo socialista es el fundamento estratégico esencial de la lucha revolucionaria por el poder. Al emanar de las contradicciones globales del sistema capitalista, el futuro de la Revolución Rusa dependió del desarrollo de la revolución socialista mundial. Como explicaría Trotsky:
El triunfo de la revolución socialista es inconcebible dentro de las fronteras nacionales de un país. Una de las causas fundamentales de la crisis de la sociedad burguesa consiste en que las fuerzas productivas creadas por ella no pueden conciliarse ya con los límites del Estado nacional. De aquí se originan las guerras imperialistas, de una parte, y la utopía burguesa de los Estados Unidos de Europa, de otra. La revolución socialista empieza en la palestra nacional, se desarrolla en la internacional y llega a su término y remate en la mundial. Por lo tanto, la revolución socialista se convierte en permanente en un sentido nuevo y más amplio de la palabra: en el sentido de que sólo se consuma con la victoria definitiva de la nueva sociedad en todo el planeta.[2]
Es difícil creer que estas palabras fueron escritas hace 88 años. En medio de un recrudecimiento de las tensiones geopolíticas y del caos que envuelve a la Unión Europea, es concebible pensar que las referencias de Trotsky a “guerras imperialistas” y a la “utopía de los Estados Unidos de Europa” fueron publicadas en la edición de hoy de Le Monde o el Financial Times. La relevancia y frescura de la observación de Trotsky pone de manifiesto que los problemas históricos con los que lidió en las primeras décadas del siglo XX aún no han sido resueltos en las primeras décadas del siglo XXI.
Sétima razón: La Revolución Rusa exige ser estudiada de forma seria al ser un episodio crítico en el desarrollo del pensamiento social científico. El logro histórico de los bolcheviques en 1917 demostró y actualizó la relación esencial que existe entre la filosofía del materialismo científico y la práctica revolucionaria.
La evolución del Partido Bolchevique reivindicó esta afirmación central de Lenin en ¿Qué hacer?: “Sin una teoría revolucionaria no puede haber un movimiento revolucionario”.[3] Como insistió Lenin de forma inagotable, el marxismo es la forma más desarrollada del materialismo filosófico, al reelaborar críticamente y asimilar los auténticos logros del idealismo alemán clásico, principalmente el de Hegel — su lógica dialéctica y reconocimiento del papel activo que desempeña la práctica social, la cual evoluciona históricamente, en la cognición de la realidad objetiva.
La inquebrantable defensa de Lenin del materialismo filosófico y de la concepción materialista de la historia, la cual quedó registrada en sus obras publicadas a lo largo de casi treinta años (de 1895 a 1922), reflejó su profunda convicción intelectual de que, “La tarea más elevada de la humanidad es comprender esta lógica objetiva de la evolución económica (la evolución de la vida social) en sus rasgos generales y fundamentales, de modo que sea posible adaptar a ella la conciencia social y la conciencia de las clases avanzadas de todos los países capitalistas de la forma más definida, clara y crítica que sea posible”.[4] La conquista del poder por parte de la clase obrera en octubre de 1917 fue un punto álgido en la historia, aún sin igual en la adaptación de la conciencia de la humanidad, expresada en la acción política de la clase obrera, a la “lógica objetiva de la evolución económica”.
Octava razón: El desarrollo del bolchevismo como tendencia política, junto con el papel excepcional que desempeñó en los turbulentos acontecimientos de 1917, reivindicó el significado esencial de la lucha de los marxistas contra el oportunismo y su hermano político, el centrismo. Las luchas de Lenin contra el oportunismo político de los mencheviques en Rusia y contra la traición de la Segunda Internacional al internacionalismo socialista después del estallido de la guerra imperialista de 1914 forjaron la identidad política del partido que estuvo a la cabeza de la lucha por el poder en 1917.
Empleando el concepto materialista de la historia, Lenin trató de descubrir los intereses sociales y económicos que se veían reflejados en las distintas tendencias políticas. Con base en esto, Lenin identificó el oportunismo, especialmente el de la Segunda Internacional, como la expresión de los intereses materiales de un estrato privilegiado de la clase obrera y de sectores de la clase media aliados al imperialismo.
Novena razón: Los bolcheviques le dieron a la clase obrera un ejemplo invaluable de lo que es un partido revolucionario auténtico y del papel insustituible de tal partido en la victoria de la revolución socialista. Un estudio cuidadoso del proceso revolucionario en 1917 no deja ninguna duda de que la presencia del Partido Bolchevique, con Lenin y Trotsky como sus líderes, fue decisiva para asegurar el triunfo de la revolución socialista. El movimiento obrero ruso, apoyado por un levantamiento revolucionario del campesinado, asumió dimensiones gigantescas en 1917. No obstante, ninguna lectura realista de los acontecimientos de ese año permite concluir que la clase obrera habría llegado al poder sin el liderazgo proporcionado por el Partido Bolchevique. Trazando la lección esencial de toda esta experiencia, Trotsky insistiría más tarde: “El papel y la responsabilidad de la dirección [de la clase obrera] en una época revolucionaria es colosal”.[5] Esta conclusión sigue siendo tan válida en la situación histórica actual como en 1917.
Décima razón: El curso que tomaron los acontecimientos entre febrero/marzo y octubre/noviembre de 1917 no es meramente de interés histórico. La experiencia de esos meses cruciales permite hoy un conocimiento inestimable y duradero de los problemas estratégicos y tácticos que tendrá que enfrentar la clase obrera en un inevitable y próximo auge revolucionario. Como escribió Trotsky en 1924, “en cuanto a las leyes y métodos de la revolución proletaria, no existe hasta el presente una fuente más importante y más profunda que nuestra experiencia de Octubre”.[6]
Los crímenes del estalinismo — un producto burocrático, nacionalista, reaccionario y antimarxista en oposición al programa y los principios del bolchevismo — no le restan ningún valor ni a la Revolución de Octubre ni a sus concretos logros, incluyendo aquellos realizados por el mismo Estado soviético a través de sus 74 años de existencia. En este nuevo período de crisis global del sistema capitalista, un estudio renovado de la Revolución Rusa y una asimilación de sus lecciones son un requisito ineludible para poder encontrar una salida del estancamiento social, económico y político en el que vivimos.
La catástrofe de la Primera Guerra Mundial
Esta es la primera de cinco conferencias. Tengo la esperanza de que en los próximos dos meses estas conferencias amplíen y validen las razones que he presentado para estudiar cuidadosamente la Revolución Rusa.
Hace cien años, el 8 de marzo de 1917, se celebraron varias reuniones y manifestaciones en Petrogrado, la capital de Rusia imperial, en conmemoración al Día Internacional de la Mujer. Como Rusia seguía utilizando el calendario juliano, que iba trece días detrás del calendario gregoriano utilizado prácticamente en el resto del mundo, la fecha de este evento en Petrogrado fue el 23 de febrero de 1917. (Para el resto de esta conferencia, al referirme a acontecimientos en Rusia, usaré la fecha del calendario entonces en uso.)
Para cuando comenzó esta ola de protestas, las principales potencias europeas — Alemania y Austria-Hungría, por un lado; Francia, Gran Bretaña y Rusia, por el otro —habían estado en guerra por dos años y siete meses.
Entre agosto de 1914 y principios de marzo de 1917, los gobiernos de todos los países en guerra, independientemente de si eran gobernados por parlamentos o monarcas, despilfarraron la vida humana con indiferencia criminal. Durante el año 1916, los campos de batalla de Europa estaban empañados en sangre. La batalla de Verdún, que se prolongó por 303 días, del 21 de febrero al 18 de diciembre de dicho año, costó aproximadamente 715.000 bajas francesas y alemanas. Esto equivale a 70.000 víctimas al mes. El número total de soldados que murieron fue de 300.000.
Simultáneamente, se libraba otra batalla espantosa en Francia en las cercanías del río Somme. El primer día de la batalla, el 1 de julio de 1916, el ejército británico sufrió más de 57.000 bajas. Cuando terminó la carnicería el 18 de noviembre de 1916, el número de soldados británicos, franceses y alemanes muertos o heridos superó el millón.
En el frente oriental, las fuerzas rusas fueron desplegadas para luchar contra las de Alemania y Austria-Hungría. En junio de 1916, el régimen zarista lanzó una ofensiva dirigida por el general Brusílov. Al concluir en septiembre, el ejército ruso había sufrido entre medio millón y un millón de bajas. Innumerables historiadores han condenado la violencia de la Revolución Rusa y la supuesta inhumanidad de los bolcheviques. Pero los moralistas de la academia excluyen el hecho de que, antes de que la revolución reclamara una sola víctima, más de un millón y medio de soldados rusos ya habían perecido en la guerra iniciada por la autocracia zarista en 1914, con el apoyo entusiasta de la burguesía rusa.
Nadie pudo haber anticipado que las protestas previstas para el 23 de febrero marcarían el comienzo de la revolución. Pero, sí fue anticipado el hecho de que la guerra lo haría. Ya en 1915, Trotsky había escrito: “Una clase obrera que ha pasado por la escuela de la guerra sentirá la necesidad de usar el lenguaje de la fuerza tan pronto que se presente el primer obstáculo serio en su propio país”. Lenin sentó la postura antibélica de los bolcheviques sobre la convicción de que las contradicciones del imperialismo como sistema mundial, el cual había desencadenado la guerra, también conducirían a la revolución socialista.
En una conferencia pronunciada en Zúrich el 22 de enero de 1917 — el doce aniversario de la masacre del Domingo Sangriento en San Petersburgo, la cual sirvió de chispa para dar inicio a la revolución de 1905 —, Lenin le aconsejó a su pequeña audiencia: “No nos debe engañar el silencio sepulcral que ahora reina en Europa. Europa lleva en sus entrañas la revolución. Los horrores espantosos de la guerra imperialista y los tormentos de la carestía hacen germinar en todas partes el espíritu revolucionario, y las clases dominantes, la burguesía, y sus mandatarios, los gobiernos, se adentran en un callejón sin salida del cual no podrán escapar en modo alguno sino a costa de las más grandes conmociones”.[7]
Y, sin embargo, como ocurre a menudo al inicio de los grandes acontecimientos históricos, los mismos manifestantes anónimos que tomaron las calles el 23 de febrero no previeron las consecuencias de sus acciones. ¿Cómo podrían haber imaginado aquella mañana del jueves, que cambiarían el curso de la historia?
La crisis social en Rusia, en tal punto avanzado de la guerra, provocó frecuentes huelgas de los trabajadores y otras formas de protesta. El 9 de enero, Petrogrado fue sacudido por una huelga de masas, en la que participaron 140.000 trabajadores de más de 100 fábricas. Otra huelga de gran proporción, con 84.000 trabajadores, tuvo lugar el 14 de febrero. Sin embargo, aún no era claro si las tensiones se acumulaban tan rápido como para que estallara una revolución total. Nikolái Sujánov, un menchevique de izquierda, quien redactó una memoria valiosísima de los acontecimientos de 1917, recordó una discusión sobre el creciente malestar de dos jóvenes mecanógrafas en su lugar de trabajo el 21 de febrero. Sujánov se sorprendió cuando una de estas jóvenes le dijo a la otra: “Sabes, si me preguntas, es el comienzo de la revolución”. ¿Qué pueden saber estas ingenuas chicas sobre la revolución?, pensó Sujánov. “Una revolución — ¡tan improbable revolución! Todos sabían que eso era sólo un sueño de otras generaciones y de largas décadas laboriosas. Sin creerles a las jóvenes, repetí, mecánicamente: ‘Sí, el comienzo de la revolución’”.[8]
Comienza la Revolución de Febrero
Resultó que estas jóvenes sin ninguna educación política tenían un mejor sentido de la realidad que el experimentado, pero escéptico menchevique. El 22 de febrero, los administradores de la enorme fábrica Putílov dejaron a 30.000 trabajadores en las calles. Al día siguiente, en una ciudad colmada de tensiones de clase, en el contexto de una horripilante guerra, comenzaron las protestas del Día de la Mujer.
Estas protestas no fueron convocadas en nombre del “99 por ciento” ruso, como lo hace en la actualidad la seudoizquierda — arraigada en las capas más afluentes de la clase media — combinando en un gran crisol social a los que viven en la pobreza total con aquellos que gozan de un patrimonio neto de millones.
Los manifestantes de febrero de 1917 en Petrogrado eran parte de y representaban los intereses de la clase obrera en la capital imperial. Sus preocupaciones políticas no trababan con su estilo de vida individual, sino con cuestiones de su clase social. Clamaban: “¡Abajo con la guerra! ¡Abajo con el alto costo de vida! ¡Abajo con el hambre! ¡Pan para los obreros!”.[9] Las mujeres marcharon a las fábricas en busca del apoyo de los trabajadores. Al final del día, más de 100.000 trabajadores estaban en huelga.
A medida en que las protestas se volvían más grandes durante los próximos días, poco a poco se hizo evidente que el futuro del régimen estaba en juego. La escalada de la violencia policial no pudo detener las manifestaciones. La clase trabajadora notó que los soldados que habían sido convocados para restaurar el orden parecían sentir cada vez más simpatía hacia las protestas y renuencia hacia las órdenes de sus comandantes. Al cuarto día, la clase obrera se había comprometido a derrocar al régimen. La violencia homicida de la policía, que desplegó ametralladoras contra los manifestantes y acribilló a centenares, se encontró con una resistencia implacable.
El resultado de la lucha ahora dependía de los regimientos estacionados en Petrogrado. Los historiadores contemporáneos han corroborado la descripción de Trotsky de las relaciones cada vez más fraternales entre trabajadores y soldados. El profesor Rex Wade escribe en su relato de la Revolución de Febrero:
Los soldados de 1917 no eran los mismos que suprimieron la revolución en 1905. La mayoría eran nuevos reclutas, sólo parcialmente acostumbrados a la disciplina militar. Muchos eran de la región de Petrogrado... Entre los días 23 y 26 de febrero hubo cientos de conversaciones entre estos soldados y las multitudes en las que éstas últimas les recordaron de sus intereses en común, de la injusticia y dificultades generalizadas (incluyendo entre las familias de los soldados) y del deseo común de poner fin a la guerra. La experiencia de haber disparado hacia las multitudes los perturbaba seriamente. En muchas unidades se estaban llevando a cabo discusiones acaloradas sobre los acontecimientos.[10]
El proceso de fraternización minó la disciplina militar. Para citar la brillante narración de Max Eastman del documental De Zar a Lenin: “Por primera vez en la historia los soldados del zar le fallaron. En lugar de usar sus rifles para restaurar el orden, complementaron los disturbios uniéndose al pueblo en las calles”.
“Espontaneidad”, marxismo y conciencia de clase
En crónicas posteriores de la Revolución, memorialistas, periodistas e historiadores han contrastado el levantamiento de masas de febrero con la insurrección bolchevique de octubre. Con demasiada frecuencia, el objetivo de esta comparación ha sido denigrar el papel de una dirección consciente, sugiriendo e incluso afirmando que la presencia de un liderazgo políticamente consciente desvirtúa la pureza moral de la acción revolucionaria. La presencia de líderes es asociada con una conspiración política que interrumpe el flujo normal y legítimo de los eventos.
El uso de la palabra “espontáneo” tiene por objeto describir una ausencia total de conciencia política en las masas, actuando con el mínimo instinto democrático. Por razones históricas, esta concepción de “espontaneidad” inconsciente falsifica, mistifica y desfigura la revolución de febrero de 1917. Es cierto que la clase obrera rusa y los soldados, muchos de origen campesino, no previeron claramente las consecuencias de sus acciones, ni basaron sus acciones en una estrategia revolucionaria elaborada.
Pero las masas obreras sí contaron con un nivel suficiente de conciencia social y política, el cual se fue formando a través de varias décadas de experiencia directa y acumulada, lo que les permitió valorar los acontecimientos de febrero, formular conclusiones y tomar decisiones.
Su pensamiento estuvo fuertemente influenciado por una cultura que se desarrolló bajo una terrible opresión, inmersa en tragedias sociales y personales, pero que también contó con numerosos actos inspiradores de sacrificio heroico.
En 1920, escribiendo sobre los orígenes del bolchevismo, Lenin rindió homenaje a la prolongada lucha por desarrollar una cultura política socialista y un movimiento con raíces profundas en la clase obrera y capaz de influir a la amplia masa de la población oprimida.
En el transcurso de casi medio siglo, aproximadamente de 1840 a 1890, el pensamiento avanzado en Rusia, bajo el yugo del despotismo del zarismo inauditamente salvaje y reaccionario, buscó ávidamente una teoría revolucionaria justa, siguiendo con celo y atención admirables cada “última palabra” de Europa y América en este terreno. Rusia hizo suya a través de largos sufrimientos la única teoría revolucionaria justa, el marxismo, en medio siglo de torturas y de sacrificios sin precedente, de heroísmo revolucionario nunca visto, de energía increíble y de búsqueda abnegadas, de estudio, de pruebas en la práctica, de desengaños, de comprobación y de comparación con la experiencia de Europa. Gracias a la emigración provocada por el zarismo, la Rusia revolucionaria de la segunda mitad del siglo XIX contaba, como ningún otro país, con abundantes relaciones internacionales y un excelente conocimiento de todas las formas y teorías universales del movimiento revolucionario.[11]
Durante los 35 años que precedieron a la Revolución de Febrero, el movimiento de la clase trabajadora en Rusia se desarrolló en estrecha y continua interacción con las organizaciones socialistas. Estas organizaciones, con sus folletos, periódicos, conferencias, escuelas, actividades legales e ilegales, desempeñaron un papel monumental en la vida social, cultural e intelectual de la clase obrera.
Desde los primeros años de la década de 1880 al levantamiento de 1905 y hasta la Revolución de Febrero, la vida y experiencia de la clase obrera rusa estuvo permeada de una presencia socialista y marxista. El trabajo político pionero de Plejánov, Axelrod y
Potrésov no fue en vano. Fueron precisamente las décadas de extraordinaria interacción entre la experiencia social de la clase obrera y la teoría marxista, actualizada mediante los persistentes esfuerzos del cuadro del movimiento revolucionario, lo que le dio forma y alimentó el alto nivel intelectual y político de conciencia supuestamente “espontánea” de las masas en febrero de 1917.
Las investigaciones históricas serias han logrado comprobar que los trabajadores con una conciencia de clase más avanzada tuvieron un rol directo y crítico en organizar y dirigir el movimiento de febrero, conduciéndolo a derrocar a la autocracia. La respuesta que Trotsky dio a la pregunta “¿Quién dirigió la revolución de febrero?” es completamente correcta: “Trabajadores conscientes y temperados, educados en su mayor parte por el partido de Lenin”. [12] Pero, Trotsky añadió, “Este liderazgo demostró ser suficiente para garantizar la victoria de la insurrección, pero no fue suficiente para pasar inmediatamente el liderazgo de la revolución a manos de la vanguardia proletaria”.[13]
El surgimiento del “poder dual”
Para la tarde del lunes 27 de febrero, el régimen dinástico de los Romanov, que había gobernado Rusia desde 1613, ya había sido derrocado por el movimiento de las masas de obreros y soldados. La destrucción del antiguo régimen suscitó inmediatamente la cuestión política de qué reemplazaría a la autocracia. Los confusos y asustados representantes políticos de la burguesía rusa se reunieron en el Palacio de Tauride. Establecieron el Comité provisional de la Duma Estatal que, poco después, se constituyó como Gobierno Provisional. La principal preocupación de la burguesía, aterrorizada por el movimiento de masas, fue traer a la revolución bajo control tan pronto como fuera posible, limitar cualquier daño que pudiese resultar para los intereses materiales de los ricos y dueños de la propiedad privada y continuar la participación de Rusia en la guerra imperialista.
Al mismo tiempo y en el mismo edificio, los representantes electos del pueblo conformaron el Sóviet de los Diputados de Obreros y Soldados para defender y promover los intereses de las masas revolucionarias. En la formación de este instrumento de poder obrero real y potencial, la clase obrera rusa se basó en la experiencia de la Revolución de 1905. Mientras que en 1905 el Sóviet de San Petersburgo, presidido por León Trotsky, fue establecido hasta las semanas finales del movimiento de masas de la clase obrera, el Sóviet de Petrogrado cobró vida en la primera semana de la Revolución de 1917.
Las divisiones de clase dentro de la sociedad rusa, aún sin resolver tras el derrocamiento de la autocracia zarista, se vieron reflejadas en el carácter dual de poder. La existencia de dos autoridades gubernamentales rivales, representando a fuerzas de clase irreconciliablemente hostiles, era algo intrínsecamente inestable. Explicando el significado político de este peculiar fenómeno, Trotsky escribió: “La separación de la soberanía no augura nada menos que una guerra civil”.[14]
Durante los siguientes ocho meses, el desarrollo de la revolución siguió las líneas del conflicto entre el Gobierno Provisional burgués y el Sóviet de los Diputados de Obreros y Soldados. Si se hubiese podido determinar el resultado con base en algún tipo de cálculo matemático de las fuerzas en conflicto, no habrían sido necesarios ocho meses para resolver el asunto.
Desde un principio, el Gobierno Provisional burgués no tenía esencialmente nada de poder. Su autoridad política dependía casi enteramente del apoyo que recibió de dirigentes del Sóviet, principalmente de los mencheviques y socialrevolucionarios. Ellos insistieron que la revolución era de carácter exclusivamente burgués y democrático, que un derrocamiento socialista del capitalismo no estaba en el orden del día y que, por lo tanto, el Sóviet — el cuerpo representativo de la clase obrera y de los campesinos pobres — no podía ejercer poder en sus propias manos.
Durante las primeras semanas que siguieron tras la victoriosa Revolución de Febrero, la aquiescencia del comité ejecutivo del Sóviet no fue cuestionada. Incluso el Partido Bolchevique, con Lenin aún fuera de Rusia y su dirección en manos de Kámenev y Stalin, se doblegó ante el apoyo del comité ejecutivo al Gobierno Provisional y, por lo tanto, a continuar la participación de Rusia en la guerra. Esta postura de adaptación política prosiguió hasta que Lenin regresó a Rusia el 4 de abril.
El regreso de Lenin a Petrogrado
El regreso de Lenin a Rusia, y su llegada a la estación de Finlandia en Petrogrado, figura entre los episodios más dramáticos de la historia mundial. El estallido de la Revolución lo encontró en Suiza, viviendo en un pequeño apartamento de Spiegelgasse, en el casco antiguo de Zúrich. Las circunstancias del viaje de Lenin de la Hauptbahnhof o estación central de trenes de Zúrich a Petrogrado fueron una cuestión política de gran importancia en el transcurso de la revolución. Bajo condiciones de guerra, la posibilidad de un rápido regreso a Rusia desde una Suiza sin salida al mar requería que viajara por Alemania. Lenin comprendía muy bien que los chauvinistas reaccionarios protestarían su decisión de viajar por un país que estaba en guerra con Rusia. Pero el tiempo era vital. En su ausencia, el Partido Bolchevique estaba siendo arrastrado a la órbita de los dirigentes mencheviques del Sóviet, cuya postura era de compromiso con el Gobierno Provisional. Lenin negoció los términos de su viaje, atravesando Alemania en un “tren sellado”, que excluyera toda posibilidad de cualquier contacto entre él y los representantes del Estado alemán.
Desde el momento en que Lenin recibió noticias del estallido de la revolución en Rusia, comenzó a formular una política de irreconciliable oposición revolucionaria al Gobierno Provisional. Su respuesta inicial a la revolución quedó registrada en una serie de comentarios detallados conocidos como las Cartas desde lejos.
Las políticas que Lenin propuso en los primeros días de la revolución se basaron en su análisis de la guerra imperialista y daban continuidad al programa revolucionario antibélico por el que había combatido en la Conferencia de Zimmerwald, en septiembre de 1915. Allí, Lenin insistió en que la guerra imperialista conduciría a la revolución socialista. La consigna que avanzó, “¡Transformar la guerra imperialista en una guerra civil!”, fue una concretización programática de esta perspectiva. Lenin vio la expulsión de la autocracia zarista como una confirmación de su análisis. La Revolución en Rusia no fue un evento nacional autónomo, sino la primera etapa del levantamiento de la clase obrera europea contra la guerra imperialista y, por lo tanto, el comienzo de la revolución socialista mundial.
El análisis hecho por Lenin utilizando el marco internacional de la guerra mundial lo posicionó en conflicto, no solo con los líderes mencheviques del Sóviet, sino con importantes secciones de la dirección bolchevique en Petrogrado. Los líderes mencheviques sostuvieron que, al derrocar al Zar, el carácter político de la participación de Rusia en la guerra había cambiado. Se había convertido, según alegaban, en una guerra legítima de defensa nacional.
La respuesta inicial del Partido Bolchevique, formulada por los dirigentes de más bajo nivel en Petrogrado, fue reafirmar la postura intransigente contra la guerra por la que Lenin había luchado en Zimmerwald, reiterando su llamado a convertir la guerra imperialista en una guerra civil. Sin embargo, conforme líderes viejos llegaban de su exilio en Siberia a Petrogrado, la línea política del partido fue cambiando.
La llegada de Kámenev y Stalin a Petrogrado a mediados de marzo produjo casi inmediatamente un cambio dramático en las políticas del partido. Adoptando una posición defensista que justificaba la continuación de la guerra, Kámenev, con el apoyo de Stalin, publicó una declaración en el periódico bolchevique, Pravda, el 15 de marzo, donde manifestó: “Cuando un ejército se enfrenta a otro, sería la medida más ciega llamar a uno de ellos a dejar sus armas e irse a casa… Un pueblo libre se mantendrá en su puesto firmemente, respondiendo bala por bala”.[15]
“Las tesis de abril”
Sujánov dejó escrita una vívida descripción del regreso de Lenin a Rusia. El Partido Bolchevique le organizó una bienvenida emotiva. Los líderes del Sóviet, al reconocer que tantos años de actividad de Lenin le habían adquirido un inmenso prestigio entre los trabajadores más conscientes de Petrogrado, se vieron obligados a participar. Lenin se bajó del tren y recibió un espléndido ramo de rosas rojas, las cuales contrastaron de forma extraña con su atuendo convencional. Claramente encantado de haber llegado a la capital de la revolución, Lenin se dirigió rápidamente a la sala de espera de la estación de Finlandia. Allí encontró una melancólica delegación de líderes del Sóviet, dirigidos por su presidente menchevique, Nikolái Chjeídze. Con una sonrisa nerviosa, la bienvenida oficial del presidente consistió en apelar a Lenin para que no destruyera la unidad de la izquierda. Lenin, según Sujánov, si acaso le prestó atención al discurso del presidente del Sóviet de Petrogrado, como si no tuviese nada que ver con él. Lenin volvía a ver al techo, buscaba en la audiencia a alguien conocido y arreglaba las flores de su ramo que todavía conservaba en sus manos. Tan pronto como Chjeídze concluyó su sombría intervención, Lenin tomó el escenario y comenzó a lanzar sus rayos:
Queridos camaradas, soldados, marineros y obreros, estoy feliz de saludar en ustedes a la victoriosa revolución rusa, y los saludo como la vanguardia del ejército proletario mundial… La piratesca guerra imperialista es el comienzo de la guerra civil en Europa. La hora está cerca cuando nuestro camarada, Karl Liebknecht, llame a los pueblos a voltear sus armas contra sus propios explotadores capitalistas... La revolución socialista mundial acaba de comenzar... Alemania está hirviendo... Cualquier día, el capitalismo europeo se hundirá. La revolución rusa, efectuada por ustedes, ha preparado el camino y dado inicio a una nueva era. ¡Qué viva la revolución socialista mundial![16]
Sujánov describió el impresionante impacto que tuvieron las palabras de Lenin:
¡Todo fue muy interesante! De repente, ante los ojos de todos, completamente absorbidos por el rutinario trabajo de la revolución, se nos presentó una luz deslumbrante y exótica que borró todo “por lo que vivíamos”. La voz de Lenin, escuchada directamente desde el tren, fue una “voz desde afuera”. Tocó dentro de nosotros en la revolución una nota que no fue, para dejar claro, una contradicción, pero que sí fue novedosa, dura y algo ensordecedora.[17]
Recordando su propia reacción a las palabras de Lenin, Sujánov reconoció que “Lenin tenía muchísima razón... al reconocer el comienzo de la revolución socialista mundial y establecer una conexión inquebrantable entre la guerra mundial y el desplome del sistema imperialista…”. Pero Sujánov, personificando una ambivalencia política que caracterizó hasta a los más izquierdistas de los mencheviques, no pudo ver la posibilidad de convertir la perspectiva de Lenin, aunque fuese correcta, en acciones revolucionarias prácticas.
Después de la recepción en la estación de Finlandia, Lenin procedió a una breve cena con sus antiguos camaradas y luego a una reunión en la que dio un reporte informal de dos horas, donde esbozó lo que ampliaría luego y entraría en la historia como “Las tesis de abril”. Lenin explicó que la revolución democrática sólo podía ser defendida y completada a partir de una revolución socialista que repudiara la guerra imperialista, derrocara al Gobierno Provisional burgués y les transfiriera el poder estatal a los sóviets.
Sujánov, quien logró ingresar a la reunión a pesar de no ser miembro del partido, describió el informe:
No creo que Lenin, apenas saliendo de un tren sellado, tenía planeado exponer en su respuesta su credo entero y todo su programa y sus tácticas para la revolución socialista mundial. Este discurso probablemente fue en gran parte una improvisación, y, por lo tanto, careció de cualquier densidad especial o plan elaborado. Sin embargo, logró perfeccionar cada parte individual de su discurso, cada elemento, cada idea; fue claro que estas ideas lo habían tenido ocupado por mucho tiempo y que las había defendido varias veces. Esto quedó demostrado por la asombrosa riqueza de su vocabulario, toda la deslumbrante cascada de definiciones, matices e ideas paralelas (explicativas), que sólo pueden ser producto de un trabajo mental fundamentado.
Lenin comenzó, por supuesto, con la revolución socialista mundial que estaba lista para estallar como resultado de la guerra mundial. La crisis del imperialismo, la cual se reflejaba en la guerra, sólo podía llegar a ser resuelta por el socialismo. La guerra imperialista... no tenía otro curso posible más que el de una guerra civil y sólo podía ser terminada por una guerra civil, por una revolución socialista mundial.[19]
El programa político de Lenin, donde alineó su estrategia con la teoría de la revolución permanente de Trotsky, no se basó primordialmente en medir las circunstancias y oportunidades determinadas nacionalmente y como existían en Rusia. La cuestión esencial a la que se enfrentaba la clase trabajadora no era si Rusia, como Estado nacional, había alcanzado un nivel suficiente o no de desarrollo capitalista que le permitiera una transición al socialismo. Más bien, la clase obrera rusa se enfrentó a una situación histórica cuyo destino estaba inextricablemente unido a la lucha de la clase obrera europea en oposición a la guerra imperialista y al sistema capitalista del cual surgió la guerra.
Trotsky regresa a Rusia
Una vez que Lenin superó la resistencia dentro de su partido, los bolcheviques fueron capaces de luchar contra la influencia política de los mencheviques y socialrevolucionarios. Estos esfuerzos fueron ampliamente reforzados por el regreso de Trotsky en mayo. Su llegada a Petrogrado se había retrasado debido a que las autoridades británicas en Halifax, Canadá habían sacado a Trotsky del barco en que viajaba de Nueva York a Rusia, internándolo en un campo de prisioneros durante un mes. Las protestas en Rusia contra la detención ilegal de Trotsky obligaron al Gobierno Provisional a exigir que los británicos lo liberaran.
Pero ni el Gobierno Provisional ni los dirigentes de los sóviets se complacieron al enterarse que Trotsky había llegado. Pocos albergaron esperanzas de que él fuese a contener la creciente radicalización de la clase obrera. Sujánov recordó: “Un sinnúmero de rumores circulaban sobre él, mientras aún no pertenecía al Partido Bolchevique, en el sentido de que era él era “peor que Lenin”.[20]
Ahora que se habían resuelto las diferencias que tenía con Lenin, Trotsky ingresó al Partido Bolchevique, donde inmediatamente asumió un papel de liderazgo, sólo detrás de Lenin. Muchos de los aliados políticos más cercanos de Trotsky, activos en el Comité Interdistrito de Petrogrado (mezhrayontsi) siguieron su ejemplo, se unieron a los bolcheviques y desempeñaron papeles importantes en la Revolución de Octubre, la Guerra Civil y el gobierno soviético. Por supuesto, Stalin eventualmente asesinó a la mayoría de los representantes destacados de los mezhrayontsi que habían sobrevivido hasta los años treinta.
El Gobierno Provisional no pudo cumplir ninguna de las esperanzas suscitadas por la Revolución de Febrero. Al no estar dispuesto a sacrificar sus propias ambiciones imperialistas y al ser dependiente del apoyo del imperialismo británico, el francés y el estadounidense, el Gobierno Provisional se negó a poner fin a la guerra. En desafío a los sentimientos de las masas, el gobierno de Kérenski comenzó ciertas operaciones ofensivas en junio que terminaron en desastre. La agitación del Partido Bolchevique, exigiendo que los líderes de los sóviets rompieran con el Gobierno Provisional y tomaran el poder en sus propias manos, recibieron cada vez más respaldo. Conforme aumentaba el prestigio del Partido Bolchevique, las medidas del Gobierno Provisional, la prensa capitalista y las cúpulas mencheviques y socialrevolucionarias para engañar y desacreditar a Lenin se tornaron más y más frenéticas.
Después de suprimir las manifestaciones antigubernamentales de masas— los “Días de julio” — libraron una serie de ataques despiadados contra el Partido Bolchevique y, especialmente, contra Lenin. El hecho de que Lenin viajó por Alemania para regresar a Rusia fue utilizado para difamarlo y preparar las condiciones políticas necesarias para su asesinato.
El Estado y la revolución
El Gobierno Provisional ordenó el 7 de julio el arresto de Lenin. Comprendiendo muy bien que sus captores lo asesinarían antes de llegar a la prisión, Lenin se escondió. Durante los dos meses siguientes, en una ausencia forzada, escribió El Estado y la revolución. Introdujo su libro con una explicación:
La cuestión del Estado adquiere ahora una importancia singular, tanto en el aspecto teórico como en el político y práctico. La guerra imperialista ha acelerado y agudizado extraordinariamente el proceso de transformación del capitalismo monopolista en capitalismo monopolista de Estado… Los inauditos horrores y calamidades de esta guerra interminable hacen insoportable la situación de las masas, aumentando su indignación. Va fermentando a todas luces la revolución proletaria internacional. La cuestión de la actitud de ésta hacia el Estado adquiere una importancia práctica.[21]
En esta valiosa obra, Lenin llevó a cabo lo que llamó un ejercicio de “excavación histórica”, restituyendo las enseñanzas de Marx y Engels sobre la naturaleza del Estado como un instrumento de dominio de clase, un medio para conservar el poder y subordinar a la otra clase. La existencia misma del Estado surge de la existencia e irreconciliabilidad de los antagonismos de clase. Lenin atacó a los ideólogos burgueses y pequeñoburgueses que buscaban “corregir” a Marx en que el Estado es en vez un órgano “para la reconciliación de las clases”. [22]
Lenin consideró que su obra El Estado y la revolución era de gran importancia, y dio instrucciones para que, en caso de morir de forma prematura, se diera especial atención a dicha publicación.
Pero Lenin sobrevivió. En septiembre, la situación política comenzó a trasladarse radicalmente hacia la izquierda. Ante la amenaza de un golpe de Estado contrarrevolucionario del general Kornílov, los dirigentes de los sóviets se vieron obligados a movilizar y armar a las masas. Trotsky, quien había estado en prisión desde julio, fue puesto en libertad. Frente a la resistencia de las masas obreras, donde los bolcheviques tomaron un rol crítico, los soldados de Kornílov abandonaron al general y colapsó su plan para un golpe de Estado.
“¡Todo el poder a los sóviets!”
Kérenski, quien conspiró con Kornílov antes del golpe, se encontraba desacreditado políticamente. Al mismo tiempo, a pesar de que Lenin permanecía oculto, el Partido Bolchevique, con su consigna “¡Todo el poder a los sóviets!”, experimentó una oleada masiva de apoyo popular. Amplias secciones de la clase trabajadora abandonaron a los mencheviques, quienes aún se negaban a romper con el Gobierno Provisional y aprobar la transferencia del poder estatal a los sóviets.
En septiembre, con la intensificación de la crisis económica y política, y con un levantamiento general del campesinado que recorrió Rusia, Lenin le pidió al comité central del Partido Bolchevique elaborar preparativos concretos para la toma del poder. El 10 de octubre, Lenin llegó a Petrogrado para asistir a una reunión del comité central en la que se aprobó una resolución a favor de la insurrección. Sin embargo, seguía existiendo una oposición sustancial dentro del partido en cuanto a intentar derrocar al Gobierno Provisional, así como desacuerdo sobre la formulación de un plan estratégico para la insurrección.
Una revisión detallada de dicho proceso que dirigieron los bolcheviques no es posible dentro del alcance de esta conferencia. Exigiría examinar cuidadosamente las diferencias significativas que surgieron dentro de la dirección bolchevique en los días previos a la toma de poder. Lecciones de Octubre y, por supuesto, La historia de la Revolución Rusa, ambos de Trotsky, describen estos conflictos dentro del Partido Bolchevique y su significado político e histórico. Ambas obras aún no han sido superadas en su comprensión de la interacción de los elementos objetivos y los subjetivos en el proceso revolucionario.
Sin embargo, una cuestión crítica en particular relacionada con la Revolución de Octubre cabe ser resaltada. La afirmación de que el derrocamiento del Gobierno Provisional en octubre fue un golpe de Estado conspiratorio y emprendido sin ningún apoyo popular significativo ha sido repetida y reciclada en incontables relatos escritos por opositores políticos de los bolcheviques e historiadores reaccionarios durante el último siglo. Kérenski, quien vivió hasta 1970 y, por lo tanto, vivió medio siglo a pesar de sí mismo, continuó insistiendo, hasta su muerte a los 89 años, en que su gobierno fue víctima de una nefasta y criminal conspiración.
Así triunfaron los bolcheviques
La denigración de la Revolución de Octubre, describiéndola como un golpe carente de apoyo popular, ha sido refutada por numerosos estudios académicos. Las obras del historiador estadounidense, Alexander Rabinowitch, son las más completas e impresionantes de todas. En su prefacio a The Bolsheviks in Power (Los bolcheviques en el poder), el tercer volumen de un estudio de la Revolución Rusa al que le dedicó toda su vida, el profesor Rabinowitch escribió:
The Bolsheviks in Power, junto con Prelude to Revolution (El preludio a la revolución), desafiaron las nociones occidentales predominantes que ven la revolución de octubre como un simple golpe de Estado militar llevado a cabo por una pequeña banda de fanáticos revolucionarios dirigidos de forma brillante por Lenin. Descubrí que, en 1917, el Partido Bolchevique en Petrogrado se transformó en un partido político de masas y que, lejos de ser un movimiento monolítico que marchaba rígidamente detrás de Lenin, su dirección se dividió en izquierdistas, centristas y derechistas moderados. Cada elemento contribuyó a darle forma a la estrategia y tácticas revolucionarias. También, encontré que el éxito del partido en su lucha por el poder después del destronamiento del zar en febrero de 1917 se debió a factores tan críticos como su flexibilidad organizativa, apertura y sensibilidad hacia las aspiraciones populares, así como a sus conexiones extensas y cuidadosamente nutridas con los trabajadores de planta, los soldados de la guarnición de Petrogrado y los marineros de la Flota del Báltico. La revolución de octubre en Petrogrado, concluí, fue menos una operación militar que un proceso gradual arraigado en la cultura política popular, el desencanto generalizado con los resultados de la revolución de febrero y, en ese contexto, la atracción magnética de las promesas inmediatas de los bolcheviques de paz, pan, tierra para el campesinado y democracia de base ejercida a través de sóviets multipartidistas.[23]
El profesor Rabinowitch creció en una familia que tenía estrechas relaciones personales con los líderes mencheviques. Conocía personalmente a Irakli Tsereteli, el líder de la facción menchevique en el Sóviet de Petrogrado. Escuchó el lado menchevique de la historia muchas veces; sin embargo, su propia investigación científica lo llevó a conclusiones contrarias a las explicaciones dadas por los mencheviques sobre su derrota en 1917.
La respuesta capitalista-imperialista a la Revolución de Octubre
Después de la Revolución de Octubre, ni la burguesía rusa ni la burguesía internacional comprendieron la magnitud política de los acontecimientos de Petrogrado. Las élites gobernantes reaccionaron como si la victoria bolchevique fuese una pesadilla de la que pronto despertarían. El 9 de noviembre (en Washington), menos de 48 horas después del derrocamiento del Gobierno Provisional, el New York Times informó que “los funcionarios de Washington y de la embajada esperan que el gobierno bolchevique sea corto”. El despacho del Times les aseguró a sus lectores:
Se cree que la situación rusa no es tan oscura como la hacen ver las noticias enviadas desde Petrogrado. Los funcionarios del Departamento de Estado y la embajada de Rusia coinciden en que el actual control del gobierno de Petrogrado por parte del Comité Militar Revolucionario bolchevique no puede durar ... Un alto funcionario dijo hoy que era de la opinión que el resultado podría ejercer un buen efecto más que lo contrario, ya que crea la oportunidad para que surja un hombre fuerte y tome control de la situación.
Pero el hombre fuerte esperado por el gobierno del presidente Woodrow Wilson nunca apareció y, en una semana, la confianza optimista de que la revolución se ahogaría rápidamente en sangre dio lugar a la rabia. En un editorial publicado el 16 de noviembre, bajo el título “Los bolcheviques”, el Times denunció a Kérenski por “vacilar” con los revolucionarios y por haberse retractado en cuanto a apoyar el golpe de Estado que planeaba Kornílov. Furioso, el editorial continúa:
Sin embargo, aunque Kérenski haya fracasado, alguien más puede surgir que sea lo suficientemente fuerte para tomar el Gobierno de las manos destructivas de los bolcheviques. De hecho, no lo pueden retener permanentemente porque son patéticamente ignorantes, hombres superficiales, niños políticos, sin el más mínimo entendimiento de las vastas fuerzas con las que están jugando, hombres sin una sola cualificación aparte del don de la palabra; y si se les permitiera suficiente tiempo su propia incompetencia los destruiría, aunque quizás solamente para ser substituidos con otros tan perniciosos. Tal fue la historia de la Revolución Francesa, un caleidoscopio de idiotas e ignorantes con lengua de plata en el gobierno, cada uno peor que el otro, hasta que la incompetencia y la ignorancia los destruyeron por completo.
¿Qué hicieron los bolcheviques durante esas primeras horas y días tras derrocar al Gobierno Provisional para incitar la ira del New York Times y de las fuerzas imperialistas internacionales por las que hablaba? En primer lugar, los bolcheviques emitieron un decreto sobre la paz, pidiendo a todas las partes beligerantes que iniciaran negociaciones para poner fin a la guerra sin anexiones ni indemnizaciones. En segundo lugar, el nuevo gobierno soviético emitió un decreto sobre la tierra, declarando que “la propiedad privada de la tierra será abolida para siempre; la tierra no será comprada, vendida, arrendada, hipotecada ni alienada de ninguna otra manera”.[24]
El lugar de la Revolución de Octubre en la historia mundial
Así comenzó la revolución social más importante de la historia mundial. Ninguna de las otras revoluciones — la Revolución Inglesa de 1640-49, la Revolución Estadounidense de 1776-83, la Revolución Francesa de 1789-94 y la Segunda Revolución Estadounidense de 1861-65 — comprendió, ni estuvo cerca de comprender, los ideales que proclamaron. Sin embargo, esto no les resta de ninguna manera importancia como hitos en el desarrollo histórico de la humanidad. No hay nada tan intelectualmente repulsivo como los esfuerzos posmodernistas que buscan descreditar los sacrificios hechos por otras generaciones en aras de un mundo mejor. Los socialistas marxistas no le prestan simpatía alguna a tal cinismo pequeñoburgués. Al reconocer las limitaciones determinadas históricamente de los esfuerzos revolucionarios en épocas anteriores, les rendimos el tributo que les corresponde.
Como acontecimiento en la historia mundial, la Revolución Rusa representa, hasta ahora, el máximo esfuerzo de la humanidad en busca de identificar las causas de la injusticia y el sufrimiento humano y ponerles fin. La Revolución de Octubre logró alinear de forma nunca antes vista la conciencia humana con la necesidad objetiva, lo cual no se vio reflejado sólo en las decisiones y acciones de sus líderes políticos. Ver los acontecimientos de Octubre tan sólo en términos de las acciones de sus líderes es perder el significado de la Revolución. En una revolución, son las masas las que hacen historia.
Al derrocar al Gobierno Provisional, la clase obrera actuó con un alto grado de conciencia de las leyes del desarrollo socioeconómico. “Los pensamientos son científicos — escribió Trotsky — si corresponden a un proceso objetivo y hacen posible ejercer influencia en ese proceso y guiarlo”.[25] En este sentido fundamental, los pensamientos y la práctica de millones de personas alcanzaron un nivel científico. La teoría se apoderó de las masas y se transformó en una fuerza material. La clase obrera se dispuso a abolir un sistema arcaico de relaciones socioeconómicas, poner fin a la anarquía del mercado capitalista e introducir una organización de planificación consciente al centro de la vida económica. En los años veinte y treinta, cuando todavía existía una intelectualidad estadounidense comprometida con los principios democráticos y capaz de adoptar una actitud crítica hacia la sociedad capitalista, ésta reconoció ampliamente la importancia histórica de lo que entonces llamaba “el experimento soviético”.
En 1931, el filósofo liberal estadounidense John Dewey escribió una reseña de varios libros sobre la Unión Soviética para la revista New Republic, donde señaló que “Rusia es un reto para Estados Unidos, no por una u otra característica, sino porque carecemos de una maquinaria social que controle la maquinaria tecnológica a la que le hemos entregado todas nuestras fortunas”. Luego, expresó simpatía por la proposición marxista que, “los fenómenos sociales pueden ser controlados para que el desarrollo de la sociedad humana sea sometido a la voluntad humana”. Dewey procedió a repasar favorablemente la siguiente crítica del capitalismo de otro destacado liberal de la época, George S. Counts, quien escribe en su libro The Soviet Challenge to America (El reto soviético para EE.UU.):
La sociedad industrial en su forma actual es un monstruo que no posee ni alma ni significado interior. Ha logrado destruir las culturas más simples del pasado, pero no ha logrado producir una cultura propia digna del nombre... Si el actual estado de caos moral es un desajuste temporal de una época de transición o el producto inevitable de una sociedad organizada a partir del lucro personal es una de las preguntas más cruciales de nuestro tiempo.[26]
El curso que tomó la Revolución Rusa, desde la Revolución de Octubre de 1917 hasta la disolución de la Unión Soviética, es la experiencia histórica más significativa y compleja del siglo XX. Las cuestiones con las que tuvo que lidiar no sólo persisten, sino que son aun más agudas. Cien años después, el capitalismo se encuentra en un espiral descendente hacia el desastre y no es simplemente “el desajuste temporal de una época de transición”, como lo pone el profesor Counts. La existencia de dicha forma de organización económica, históricamente obsoleta — basada en la propiedad privada de las fuerzas productivas y los recursos naturales de la humanidad y la explotación de la gran masa de la humanidad para la creación de ganancias corporativas y riqueza personal — no es sólo la principal barrera para el progreso humano. Rápidamente, su existencia se está tornando cada vez menos compatible con el mantenimiento de la vida humana. No hay un solo problema social significativo que pueda ser resuelto dentro del marco del capitalismo. De hecho, la lógica del capitalismo y del sistema de Estado-nación, la cual constituye la base geopolítica del imperialismo, conduce inexorablemente a otra guerra global, esta vez combatida con armas nucleares. Lo único que puede detener este descenso es una renovación de la lucha consciente por el socialismo mundial. Ante todas, esta es la razón principal por la cual es necesario estudiar la Revolución Rusa.
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Notas:
1. Marx-Engels Collected Works, Volume 39 (New York: 1983), pp. 62-65 (nuestra traducción al español)
2. La revolución permanente (MIA: 2000)
3. Lenin Collected Works Volume 5 (Moscow: 1961), p. 369 (nuestra traducción al español)
4. Lenin Collected Works Volume 14 (Moscow: 1977), p. 325 (nuestra traducción al español)
5. “The Class, the Party, and the Leadership,” in The Spanish Revolution 1931-39 (New York: 1973), p. 360 (nuestra traducción al español)
6. The Lessons of October in The Challenge of the Left Opposition (New York: 1975), p. 227 (nuestra traducción al español)
7. Lenin, Obras de V.I. Lenin, Editorial Progreso (Moscú: 1974) (nuestra traducción al español)
8. The Russian Revolution 1917 by N.N. Sukhanov, edited, abridged and translated by Joel Carmichael (New York: 1962), Volume 1, p. 5 (nuestra traducción al español)
9. The Russian Revolution, 1917 by Rex A. Wade (Cambridge: 2000), p. 31 (nuestra traducción al español)
10. Ibid, p. 39
11. Lenin, Obras de V.I. Lenin , Editorial Progreso (Moscú: 19173)
12. History of the Russian Revolution (Ann Arbor: MI, 1957), p. 152 (nuestra traducción al español)
13. Ibid
14. The History of the Russian Revolution (Ann Arbor: 1961), p. 208
15. War Against War by R. Craig Nation (Durham and London: 1989), p. 175 (nuestra traducción al español)
16. Sukhanov, Volume 1, p. 273
17. Ibid, pp. 273-74
18. Ibid p. 274
19. Ibid, p. 281
20. Sukhanov, Volume II, p. 360
21. Lenin Collected Works, Volume 25 (Moscow: 1977), p. 388 (nuestra traducción al español)
22. Ibid, p. 392
23. The Bolsheviks in Power: The First Year of Sóviet Rule in Petrograd, by Alexander Rabinowitch (Bloomington and Indianapolis: 2007), pp. ix-x (nuestra traducción al español)
24. Quoted in The Russian Revolution in 1917, p. 243
25. History of the Russian Revolution, p. 151
26. Cited in John Dewey, Volume 6: 1931-1932, Essays, Reviews and Miscellany (Carbondale and Edwardsville, 1989), p. 266 (nuestra traducción al español)