El período de la “Marea rosa” en América Latina constituye una experiencia central en la política del último cuarto de siglo. Después de veinte años de gobiernos burgueses populistas, la región sigue siendo la más desigual del mundo. La pobreza sigue siendo el factor dominante en la vida de la mayoría de los 500 millones residentes de América Latina.
Las corporaciones estadounidenses y europeas continúan extrayendo recursos de la región y explotando su mano de obra barata conforme el imperialismo estadounidense expande su huella militar de México al Cono Sur. Cuando se estrellaron los precios de las materias primas en el 2014, desapareció la base para expandir el gasto social. Aprovechando la cada vez mayor insatisfacción popular con los gobiernos de la “Marea rosa”, llegaron al poder partidos de derecha que han atacado los programas sociales, salarios y condiciones de vida de los trabajadores de una forma sin precedentes. Para la clase obrera latinoamericana, el periodo de gobiernos de este llamado “giro a la izquierda” fue un desastre.
En EE. UU., la pseudoizquierda, la cual refleja los intereses de una capa pudiente de la clase media-alta, tiene otra interpretación, como lo demuestra la edición de primavera 2017 de la revista Jacobin que dedicaron para analizar la “Marea rosa”, titulada “Tomando el poder”.
Una defensa de la “boliburguesía”
“Esta edición no es una inspección post mortem de la Marea rosa”, anuncia la introducción de Jacobin. La revista comienza con una discusión entre Eva Maria de la Organización Internacional Socialista (ISO, International Socialist Organization), Gregory Wilpert del sitio Venezuelaanalysis.com y la profesora Naomi Schiller del Brooklyn College en Nueva York. Los tres ducharon a los gobiernos de la “Mare rosa” con alabanzas, en particular el gobierno de Hugo Chávez y el Partido Socialista Unido de Venezuela (PSUV).
“Chávez colocal el socialismo en la agenda internacional”, dice Wilpert, cuyo sitio web es el paladín del gobierno bolivariano en el idioma inglés.
Eva Maria agrega: “Chávez fue el primer 'jódete' al neoliberalismo en la región” y luego agrega, “es decir, desearía haberlo conocido. Me inspiró su gobierno”.
En la introducción de este número, los editores de Jacobin se ven obligados a reconocer que la región está envuelta en una crisis histórica. Explican que su objetivo es determinar “qué salió mal”. La crisis actual de América Latina es el producto de “errores” cometidos por el sucesor de Chávez, Nicolás Maduro, y por los otros mandatarios de este linaje en la región, quienes “tomaron la ruta más fácil, dependiendo en materias primas en vez de enfrentarse a las élites”, afirman.
Un artículo publicado el 8 de julio en Jacobin y Socialistworker.org de la ISO titulado “Siendo honesto sobre Venezuela” toma este punto. El académico Mike González escribe: “La crisis en Venezuela representa un rechazo completo de la revolución bolivariana”. Luego lamenta que el PSUV y los militares “se han convertido en… instrumentos de control” de derecha.
La yuxtaposición de Chávez como un “revolucionario” y Maduro como el “rechazo de la revolución bolivariana” es falsa.
Chávez llegó al poder como representante de una facción de la clase gobernante venezolana, y su gobierno ha enriquecido a un conjunto de capitalistas y militares conocido como la “boliburguesía” o la burguesía bolivariana. El gobierno del PSUV mantiene las relaciones de propiedad capitalista y protege el “derecho” de las empresas tanto extranjeras como nacionales, para explotar a los trabajadores de Venezuela y extraer sus recursos.
¿Si Chávez fue un “revolucionario”, adónde estuvo la revolución? Chávez no llegó al poder a través de una ola de manifestaciones de masas, huelgas y ocupaciones de fábrica. Ganó las elecciones de 1998 sobre una plataforma reformista y explícitamente procapitalista con el apoyo de las fuerzas armadas. El PSUV llevó a cabo una expansión temporal del gasto social por medio de un aumento de la dependencia del país en la exportación de combustibles a gobiernos y corporaciones extranjeras, dando paso a la catástrofe social actual.
Cuando la burguesía despliega las fuerzas coercitivas del Estado contra la clase obrera para avanzar los intereses de los bancos y las corporaciones, no es un “error”, como lo afirma Jacobin, sino una expresión del dominio de clase bajo el capitalismo.
Apología del imperialismo estadounidense
En otro artículo de la edición de primavera, titulado “La amnesia del imperio”, Jacobin avanza que EE. UU. ya no es un explotador imperialista de América Latina.
El autor del artículo, Greg Grandin, profesor de la Universidad de Nueva York, responde a la pregunta, “¿Tiene sentido entender las relaciones entre América Latina y EE. UU. actuales como imperialistas? Si no, ¿cuál es la mejor manera de describirlas?”.
“Trato de evitar esos debates. Es lo que es”, sentenció Grandin.
Uno de los entrevistadores de Jacobin elogia al expresidente estadounidense, Barack Obama. “Pareció mostrar poco interés en América Latina, aunque al final de su mandato intentó mejorar las relaciones con Cuba”.
Grandin responde, observando positivamente que “la de Obama fue una presidencia de transición con respecto a América Latina”.
Jacobin dedica otra sección de su revista para alerta sobre el auge de China. En el segmento que llaman “El rojo es el nuevo rojo, blanco y azul”, señalan que China ha reemplazado a EE. UU. como principal explotador de la región y se ha convertido en “la nueva superpotencia en la región”. A pesar de que EE. UU. haya hecho cosas malas en el pasado, argumenta Jacobin, EE. UU. tomó un rol secundario en el 2015 cuando “China superó a EE. UU. como el mayor inversor en la región”. Mientras que Grandin se negó anteriormente a describir a EE. UU. como una potencia imperialista, lo que sugiere este artículo es que China sí lo es.
“Conforme retrocede la marea rosa, los inversionistas chinos están empezando a encontrar colaboradores amigables en la emergente derecha latinoamericana”, indica la revista. Para respaldar su “historia de un realineamiento global”, Jacobin cita ocho documentos firmados por el gobierno chino y empresas chinas con los gobiernos de América Latina. Su conclusión es que China está en medio de un “un colosal acaparamiento territorial”, un “traslado a la derecha” y “una escalada”.
Es probable que la política interior de ninguna otra región del mundo haya sido tan controlada por una potencia imperialista como América Latina en relación con EE. UU. Es imposible hacer una lista aquí de los crímenes que ha cometido el imperialismo estadounidense en esta región, donde el número total de personas asesinadas por invasiones estadounidenses, dictaduras, o escuadrones de la muerte respaldados por EE. UU., alcanza los millones. Desde 1898, EE. UU. ha llevado a cabo al menos cien invasiones, intervenciones o golpes de Estado en la región.
Hoy día, el ejército estadounidense retiene bases o instalaciones militares en Cuba, Colombia, Costa Rica, El Salvador, Honduras, Perú y Puerto Rico. También tiene soldados desplegados en Brasil y México para entrenar unidades “antidrogas” que rutinariamente asesinan a civiles. Además, el Pentágono les ha financiado bases militares a los gobiernos de Belice, Chile, República Dominicana, Ecuador, Guatemala, Uruguay, Nicaragua y Panamá.
En cuanto a Obama, supervisó el golpe de Estado del presidente hondureño Manuel Zelaya en el 2009 y deportó aproximadamente a dos millones de inmigrantes a países de América Latina. Ni uno sólo de los artículos en la edición de primavera de Jacobin aborda la crisis que viven los inmigrantes.
Los esfuerzos por parte de los capitalistas chinos para extraer materias primas de América Latina no son progresistas, pero el propósito de etiquetar a China como la principal “superpotencia” en América Latina es crear una justificación de pseudoizquierda para una mayor intervención de EE. UU. tanto económica como militar, como parte del “giro hacia América Latina”.
Alabanza para los políticos proausteridad
En el artículo “No volver atrás” escrito por la estudiante de posgrado, Hillary Goodfriend, Jacobin cuenta la historia de Lorena Peña, una líder del Frente Farabundo Martí para la Liberación Nacional (FMLN) y expresidenta de la Asamblea Legislativa salvadoreña. El FMLN constituyó la organización frentepopulista de fuerzas antigubernamentales que lucharon contra la dictadura militar respaldada por EE. UU. entre 1979 y 1992.
Hoy, el FMLN funciona como un partido burgués. Ha ejercido el poder ejecutivo desde el 2009 y es ahora uno de los dos grandes partidos de la legislatura. Goodfriend dice: “Lorena Peña y una generación de militantes del FMLN se están ajustando a las promesas y los límites del poder estatal”.
La victoria presidencial del 2009 del FMLN fue “un logro histórico y sin precedentes”, escribe Goodfriend. En cuanto a Peña, es elogiada como una “feminista” que representa este avance.
Mientras que “los esfuerzos para desmantelar la economía neoliberal y redistribuir la riqueza han sido bloqueados”, indica Goodfriend, “no quiere decir que el FMLN no haya logrado avances”. El artículo luego cita a Peña, quien declara que en los últimos siete años han alcanzado muchos logros impresionantes.
Peña “habitualmente rechaza exigencias del FMI”, continúa el artículo. Sobreponiéndose ante las difíciles circunstancias, Peña “sigue siendo determinada, incluso optimista. La única fuerza que puede luchar contra los poderes económicos y políticos que conspiran contra la izquierda, Peña dice, ‘es el poder del pueblo...’”.
Jacobin no menciona que Peña es una peona política del FMI y está encargada de recortar los programas sociales en El Salvador. Como actual presidenta de la Comisión de Hacienda y Especial del Presupuesto del Congreso encabezó los esfuerzos para aprobar el presupuesto del 2017 del FMLN. Cuando las agencias crediticias del extranjero le exigieron a El Salvador acelerar el pago de su deuda externa, Peña pidió nuevos recortes, que pasaron en abril. Estos recortes incluyen millones de dólares en educación y salud. El proyecto de ley también disminuye los subsidios a la energía eléctrica y el presupuesto para el Ministerio de Medio Ambiente y Recursos Naturales.
Peña defendió el recorte, diciendo que fue “muy bien pensado” y que se tomaron “de manera muy responsable”.
Jacobin utiliza todos sus elogios para enaltecer a esta política de derecha responsable de recortar programas sociales de los que dependen algunas de las personas más pobres del mundo. Pero esta cobertura permite contemplar sus propias aspiraciones políticas. Sea en EE. UU., América Latina y otros lugares, la pseudoizquierda se ve a ella misma desempeñando un papel similar al de Peña en El Salvador o al de gobiernos populistas de izquierda que han sido los encargados de imponer medidas de austeridad en otros países como Syriza en Grecia y Podemos en España.
Jacobin defiende al Estado capitalista
Según Jacobin, la conclusión que deben tomar los “activistas” de la “Marea rosa” es que el Estado no es un órgano de dominio de clase.
“Creo que el ejemplo del proceso bolivariano nos obliga a revisar nuestras suposiciones acerca de los movimientos sociales y el Estado”, escribe Schiller del Brooklyn College. “No podemos concebir de los pobres como siempre en contienda contra el poder estatal ni al Estado como necesariamente un enemigo del pueblo”.
En ensayos sobre el gobierno del Movimiento al Socialismo (MAS) de Evo Morales en Bolivia y el Partido de los Trabajadores en Brasil, los académicos Linda Farthing y Sabrina Fernandes, respectivamente, describen a los dos gobiernos como “contradictorios”. El hecho de que sean burgueses y procapitalistas no les impide apoyar a estos gobiernos porque inicialmente ampliaron programas sociales.
Jacobin emplea categorías de análisis supraclasistas que no tienen nada que ver con el marxismo, Defienden a los gobiernos de la “Marea rosa” como una forma de defensa del dominio burgués. Schiller expone la teoría antisocialista del Estado de Jacobin en mayor detalle.
Mientras que “se mantuvieron intereses capitalistas enraizados en muchas de las instituciones del Estado venezolano”, escribe, “… también hubo una férrea competencia sobre el futuro de esos intereses, al igual que lo hubo con respecto al carácter de clase y la dirección de esas instituciones. Tenemos que entender al Estado venezolano durante el proceso bolivariano como un ‘Estado procesual’, no una entidad bien definida con un interés claro y unitario, sino un terreno de lucha”.
A juicio de Schiller, un gobierno basado en las relaciones de propiedad capitalistas no se opone “necesariamente” a los intereses de las masas trabajadoras. Tal apología del dominio burgués la han desmentido la lógica objetiva de los acontecimientos políticos.
En los casi veinte años en que los gobiernos de la “Marea rosa” han estado en el poder han reprimido huelgas obreras violentamente, impuesto a la fuerza operaciones mineras corporativas que han sido devastadoras para el medio ambiente ante la oposición de comunidades indígenas y les han entregado miles de millones de dólares a los acreedores de Wall Street en forma del servicio de la deuda. En país tras país, los jefes policiales, jueces y directores de prisiones nombrados por partidos “socialistas” o de “izquierda” hostigan, condenan y encarcelan a los huelguistas y protestantes que se interpongan al afán de lucro de las corporaciones.
La concepción marxista del Estado
La representación antisocialista de Jacobin del Estado como un órgano de conciliación de clases o un “terreno de lucha” entre clases no es nada nuevo. En su obra Estado y revolución de 1917, Vladimir Lenin les replicó a los pequeñoburgueses autoproclamados socialistas del siglo pasado que buscaron “corregir” a Marx sobre este tema.
“Según Marx,” escribió Lenin, “el Estado no se hubiese originado ni mantenido si fuese posible conciliar clases... Según Marx, el Estado es un órgano de dominio de clase, un órgano de opresión de una clase sobre otra; es la creación del ‘orden’ que legaliza y perpetúa esta opresión, moderando el conflicto entre clases”.
Lenin deja claro que los que ven el Estado capitalista como un “terreno de lucha” son hostiles al socialismo. Refiriéndose al apoyo de los mencheviques y socialrevolucionarios al gobierno provisional burgués que llegó al poder tras la revolución de febrero de 1917, escribió:
“La noción del Estado como un órgano de dominio de una clase definida e irreconciliable con su antípoda (la clase opuesta) es algo que los demócratas pequeñoburgueses nunca serán capaces de entender. Su actitud hacia el Estado es una de las manifestaciones más llamativas del hecho de que los socialrevolucionarios y mencheviques no son socialistas del todo (un punto que hemos mantenido los bolcheviques), sino que son demócratas pequeñoburgueses que emplean fraseología cuasisocialista”.
El repudio de Jacobin a la concepción marxista del Estado como un órgano de gobierno de clase no es un error. Más bien, refleja los intereses de clase de las capas privilegiadas de la clase media-alta a quienes representan.
Las reaccionarias implicaciones políticas que fluyen de esta perspectiva son reflejadas más claramente por Eva Maria de la ISO, quien señala que Chávez, “estaba siendo influenciado por las masas. Pero es ahí donde entra la cuestión de la izquierda. Las masas pudieron influenciar a Chávez a través de acciones espontáneas y explosivas. Pero no hubo un contrapeso lo suficientemente coherente de la izquierda que lo pudiese realmente empujar de forma sostenida. Consecuentemente, Chávez fue capaz de trasladar su ideología de aquí para allá y de allá para aquí, dependiendo de lo que fuese adecuado para el momento (énfasis añadido).
En las palabras de Eva Maria, el papel de la pseudoizquierda es “empujar” e “influenciar” a la clase gobernante, encauzar toda oposición social hacia lo que Naomi Schiller categorizó como “una férrea competencia” por “la dirección” de las instituciones del Estado burgués.
Una lección central para la clase obrera de la época de la “Marea rosa” es que la lucha por el socialismo no puede llevarse a cabo a través del Estado burgués, que es el órgano coercitivo y armado de la clase gobernante. El Estado es un instrumento para explotar a las clases oprimidas, compuesto de “cuerpos especiales de hombres armados”: fiscales, jueces, carceleros, espías policiales y de las agencias de inteligencia, unidades militares, órganos de propaganda, recolectores de impuestos, entre otros.
Los socialistas no buscan transformar las dictaduras de la burguesía a través de una lucha por el control de sus “instituciones”. El socialismo requiere la abolición de las relaciones de propiedad capitalista y la destrucción del aparato estatal en su conjunto, aquel que empuña la clase gobernante para defender sus intereses.
Lenin tuvo palabras fuertes para “para estos señoríos” que “repudian rotundamente la dictadura del proletariado y avanzan su política de indiscreto oportunismo”. Escribió: “Sólo es marxista quien extienda el reconocimiento de la lucha de clases al reconocimiento de la dictadura del proletariado. Eso es lo que constituye la distinción más profunda entre el marxista y el miembro de la pequeña (así como grande) burguesía. Esa es la piedra angular sobre la cual se debe poner a prueba la comprensión y el reconocimiento del marxismo”.
Es precisamente sobre este fundamento que se debe librar la batalla por el socialismo en América Latina y a nivel internacional.