Estamos publicando aquí el texto de la conferencia pronunciada el 21 de octubre por Tom Carter, miembro del Comité Nacional del Partido Socialista por la Igualdad (EUA). Esta es la segunda charla de la segunda serie de conferencias en línea que están siendo ofrecidas por el Comité Internacional de la Cuarta Internacional (CICI) para conmemorar el centenario de la Revolución Rusa de 1917.
El 28 de octubre se hizo la tercera entrega de esta serie y el 11 de noviembre tendrá lugar la última. Durante esta primavera boreal, el CICI presentó la primera serie con cinco conferencias, todas disponibles en el WSWS.
El centenario de la Revolución Rusa, que está siendo conmemorado por el Comité Internacional de la Cuarta Internacional en el World Socialist Web Site, ha generado un grande y renovado interés en todo el mundo. Sin embargo, también ha sido la ocasión para un resurgimiento y divulgación de viejas injurias y falsedades sobre lo que ocurrió en los últimos meses del año 1917.
Entre estas, el New York Times, la voz líder del imperialismo estadounidense, estrechamente conectada con las cúpulas militares y de inteligencia, no ha desaprovechado la oportunidad para injuriar a la Revolución Rusa, publicando una larga serie de artículos bajo el titular “Red Century” (Siglo Rojo). Ejemplos similares están en marcha en todo el mundo.
En muchos casos, el New York Times simplemente regurgita y maquilla la misma propaganda de la Guardia Blanca, la cual cien años antes procuró derrocar al Gobierno soviético durante la Guerra Civil rusa: que los bolcheviques eran “agentes alemanes” financiados por “oro alemán”, que los bolcheviques no contaban con ningún apoyo entre las masas, o que la Revolución de Octubre fue el resultado de una diminuta conspiración de extremistas extranjeros, entre otras calumnias.
El New York Times está promoviendo al historiador Sean McMeekin, alguien que podría ser descrito como un “neo-simpatizante blanco”, como una autoridad sobre la Revolución Rusa. Según la narrativa planteada por McMeekin, la toma del poder por parte de los bolcheviques fue una acribillada por la espalda de una nación ya debilitada por la guerra y la escasez, una “conquista hostil” que McMeekin caracteriza como “audaz, suertuda y reñida”.[1]
McMeekin no oculta sus simpatías políticas. “Pese a mayores dificultades, un desarrollo económico dispar e indicios de fervor revolucionario”, escribe, “la Rusia imperial de 1900 representaba una preocupación continua, con un tamaño y poder que en sí constituían una fuente de orgullo para la mayoría de los súbditos del zar, si no de todos ellos”.[2] Según McMeekin, el problema con el Gobierno imperial ruso era que el zar sólo le prestaba atención a sus “asesores liberales”, en vez de a lo que él llama “las advertencias perspicaces de Rasputín”. El poder de los sóviets, indica, no fue “el producto de la evolución social, la lucha de clases, el desarrollo económico, ni cualquier otra fuerza histórica prevista por la teoría marxista”; al contrario, citando al reaccionario historiador Richard Pipes, fue la obra infame de “hombres identificables en busca de ventajas propias”. La Revolución de Octubre, según Pipes, representa la “captura del poder gubernamental por una pequeña minoría”.[3]
McMeekin intenta respaldar estas afirmaciones atribuyéndoselas a “historiadores serios”. No cabe duda de que hay un importante número de individuos con credenciales académicas ostentosas que están planteando estos argumentos por todo el mundo, pero cualquier historiador serio y honesto, estén sus simpatías con los bolcheviques o contra ellos, tiene al menos que lidiar con la abrumadora evidencia del apoyo de las masas a los bolcheviques en el periodo previo a octubre de 1917.
Para tomar prestada una frase del trotskista estadounidense James Cannon, la Revolución de Octubre fue “una operación consciente”. El historiador Tex Wade observa:
Muchos autores sobre la revolución han representado a los trabajadores como a una masa pasiva e indiferenciada, fácilmente manipulada por los radicales y bolcheviques. Estaban lejos de ser eso. Desempeñaron un papel activo en las reuniones y comités de fábrica, por medio de sus diversas organizaciones, de su apoyo por un partido o el otro y las reuniones informales y frecuentes en las calles y las puertas de las fábricas. Su participación en las multitudinarias manifestaciones de 1917, ya sea en febrero o después, era el reflejo de la decisión de que esto fomentaba sus intereses, no de una simple manipulación por parte de los partidos políticos: eligieron participar.[4]
Esta conferencia abarcará algunas de las formas más importantes que tomó el movimiento de masas detrás de la Revolución Rusa, incluyendo los comités de fábricas y el fenómeno del control obrero. Me enfocaré en su papel clave en el período entre las jornadas de julio y la víspera de la insurrección bolchevique, particularmente durante el fallido golpe de Kornílov.
Los bolcheviques y la clase obrera
A principios de 1917, Petrogrado era uno de los principales centros industriales del mundo. No era cualquier pueblo remoto, sino la quinta mayor ciudad de Europa. La producción militar para los ejércitos del zar estaba concentrada en fábricas, muchas de las cuales tenían una corriente eléctrica de última tecnología, junto con la introducción amplia de máquinas automatizadas. Mientras que gran parte del Imperio Ruso seguía sumido en una pobreza y atraso rurales terribles, Petrogrado se destacaba de este paisaje por sus enormes distritos industriales, sus legiones de obreros y el nivel avanzado de tecnología manufacturera.
Para 1917, la metrópolis de Petrogrado había acumulado a cientos de miles de campesinos empobrecidos de las zonas rurales aledañas, proletarizándolos a un paso cada vez más acelerado. En los quince años previos a la guerra, el total de trabajadores en las fábricas de la ciudad creció de 73 000 a 242 600. Las filas obreras ya habían aumentado a 417 000 para 1917, mientras que la clase obrera rusa alcanzaba los 2 millones en total, en comparación con el millón y medio de 1905.[6]
Los obreros metalúrgicos predominaban en la clase trabajadora de Petrogrado, mientras que las máquinas que operaban debieron de parecer algo salido de la ciencia ficción: “máquinas perforadoras actualizadas, tornos de doble torreta, mandriladoras verticales, máquinas cepilladoras automatizadas, y fresadoras horizontales”.
En el año 1917, Petrogrado era una ciudad con inmensas tensiones y contradicciones internas. La élite gobernante llevaba una vida de lujo y ensueño. Se les llamaba por su rango de las cortes y se adornaban con órdenes de caballeros. Los sirvientes y chóferes los esperaban en palacios incrustados con oro. En la misma ciudad, bajo la sombra de las columnas de humo en los distritos fabriles, se alzaban mansiones al lado de una de las mayores concentraciones de industria pesada de Europa. El precio del alquiler era astronómico, y muchos trabajadores compartían el alquiler de la cama en un cuarto compartido; uno dormía mientras el otro trabajaba su turno.[8]
El trabajo en las fábricas era físicamente aplastante, el aire tóxico, y las condiciones laborales inseguras. Los accidentes industriales sucedían frecuentemente, en los que los trabajadores eran golpeados por las máquinas o simplemente se desplomaban por el agotamiento. Las diez o doce horas de trabajo sumamente pesado en una de las fábricas de Petrogrado les traía un puñadito de kopeks, apenas suficientes para comprarse comida y pagar el alquiler. Las familias tenían que vivir hacinadas, normalmente sin sanidad adecuada, ventilación ni agua corriente. La infraestructura de los distritos proletarios sufría de negligencia o era completamente inexistente. Muchos trabajadores pasaban hambre para poder enviar algunos rublos de vuelta al campo, donde sus parientes dependían ansiosamente de ellos. Para poder costear el alquiler y sus otros gastos, decenas de miles de mujeres en Petrogrado fueron absorbidas por la fuerza laboral con salarios incluso más bajos que los de los hombres.
A los trabajadores de Petrogrado se les prohibía prácticamente toda forma de expresión política. Se les instruía acercarse con quejas a la gerencia de a uno, y se arriesgaban a ser vapuleados por la policía, encarcelados o exiliados a Siberia si intentaban hacer una huelga. En junio de 1915, la policía abrió fuego contra obreros textiles en Kostroma, matando a cuatro e hiriendo a nueve. Dos meses después, las tropas abrieron fuego contra trabajadores en Ivanovo-Voznesensk. Murieron dieciséis de ellos y treinta quedaron heridos.
Las autoridades zaristas mantenían además una red de informantes y policías secretos en los distritos industriales. Los trabajadores “políticos” eran puestos en listas negras para que ninguna fábrica los contratase. Las plantas asociadas con la guerra se encontraban bajo una disciplina militar, mientras que cualquier disensión era considerada traición. En miles de casos, las autoridades zaristas obligaban a los trabajadores sospechosos de actividad política a alistarse en el ejército y los enviaban al frente.
Los patrones controlaban las fábricas como dictaduras en miniatura. Los capataces arreaban a los trabajadores hacia las máquinas al principio de cada turno en la forma más degradante. Los obreros los llamaban los “minizares” (como los trabajadores estadounidenses podrían describir hoy en día a algún gerente particularmente abusivo como un “mini-Trump”).
Al final de cada turno, se les cacheaba antes de salir de la fábrica, supuestamente para evitar que se robaran algo. Los obreros de Petrogrado, por supuesto, resentían los salarios de hambre, las peligrosas condiciones laborales y la falta de libertad política, pero odiaban especialmente estas inspecciones, en las que sentían que se les robaba parte de su dignidad esencial como seres humanos.
A pesar de estas condiciones opresivas, existía una escena política clandestina vibrante en Petrogrado. Las palabras “socialismo”, “marxismo” y “revolución” circulaban. A pesar de las circunstancias, sí tenían lugar huelgas y, cuando sucedía una, había muchas posibilidades de que (1) hubiese una célula bolchevique en la fábrica y (2) estuviesen involucrados trabajadores con experiencia en otras huelgas.[9]
Sin embargo, los bolcheviques no eran un simple movimiento sindical. No organizaban huelgas sólo por cuestiones económicas ni pertinentes sólo a los respectivos lugares de trabajo. Donde fuese posible, procuraban impartirles a las luchas económicas de la clase obrera un carácter político independiente. Los bolcheviques trabajaban para educar a los trabajadores en historia, política y cultura. Hacían todo lo posible para llevarles a los trabajadores un conocimiento de la historia de sus luchas, un entendimiento de la situación política y económica en Rusia y Europa, además de una apreciación por los intereses políticos y sociales independientes de la clase obrera internacional en oposición a las otras clases y estratos de la sociedad —en otras palabras, buscaban desarrollar la consciencia socialista de la clase obrera—.
Desde que se separaron los bolcheviques y mencheviques, los primeros insistieron en hacer la distinción entre la consciencia espontánea y la consciencia socialista. “El desarrollo espontáneo del movimiento obrero lo conduce hacia una subordinación a la ideología burguesa”, escribió Lenin en ¿Qué hacer? Esto se debe a que “el movimiento obrero espontáneo es el sindicalismo… y el sindicalismo significa la esclavitud ideológica de los trabajadores por parte de la burguesía. Por ende, nuestra tarea… es combatir la espontaneidad, apartar el movimiento obrero del afán espontáneo y sindicalista de cobijarse bajo el ala de la burguesía”, y en cambio traerlo bajo el ala del partido revolucionario.[10]
Trotsky incluye el siguiente gráfico en la Historia de la Revolución Rusa.[11] Diferencia las huelgas económicas de las políticas. Una huelga económica atañía a las cuestiones de salarios, horas o condiciones laborales, mientras que una huelga política desafiaba la política del Gobierno, protestaba por la persecución de los trabajadores o sus dirigentes, o marcaba el aniversario de algún importante evento histórico, como el Domingo Sangriento.[12] Por supuesto, muchos paros laborales incluían demandas económicas y políticas, mientras que la consciencia de algunos obreros tal vez iba más allá de las demandas de sus líderes. Sin embargo, el aumento de las huelgas políticas evidenciado en este periodo constituye un importante barómetro de la consciencia política del movimiento obrero.
Con palabras que tienen cierta repercusión hoy, Trotsky describe el resurgimiento de la lucha de clases después del período de reacción que siguió a la revolución de 1905.
Las grandes derrotas desaniman a las personas por mucho tiempo. Los elementos conscientemente revolucionarios pierden su poder sobre las masas. Los prejuicios y supersticiones que perduran vuelven a la vida… Los escépticos niegan con la cabeza irónicamente. Así fue en los años 1907-11. Sin embargo, procesos moleculares en las masas sanan las heridas psicológicas de la derrota. Un nuevo giro en los acontecimientos, o un impulso económico subyacente, da inicio a un nuevo ciclo político. Los elementos revolucionarios vuelven a encontrar su audiencia. La lucha se reabre en un nuevo plano.[13]
Me gustaría citar brevemente las memorias escritas por Alexander Buiko, un bolchevique y trabajador metalúrgico de la fábrica Putílov antes de la revolución. En este pasaje, describe sus esfuerzos para ganarse políticamente a sus compañeros metalúrgicos, encontrándose con viejos prejuicios, comunes entre los denominados “trabajadores cualificados”. Arroja luz sobre el trabajo paciente y de años que dedicaron los bolcheviques en las bases. Buiko escribe:
Si un joven comenzaba una conversación con un instalador o maderero cualificado, le decían: “Aprende primero a sostener un martillo y utilizar un cincel y un punzón, luego puedes comenzar a discutir como un hombre que tiene algo que enseñarles a los demás”. Durante muchos años, tuvimos que lidiar con esto. Si querías ser un organizador, entonces tenías que aprender tu oficio. Si lo hacías, entonces decían acerca de ti, “No es un mal muchacho, trabaja bien y es inteligente para la política”.[14]
En sus campañas en la clase obrera, el Partido Bolchevique insistía en que los trabajadores de cada raza, origen y sexo tenían que unirse en una lucha conjunta contra el capitalismo y la guerra. El Partido Bolchevique ostentaba un número asombroso de líderes mujeres, considerando las circunstancias —Nadezhda Krúpskaya, Aleksandra Kolontái, Elena Stásova, entre otras—. Además, publicaba un periódico dirigido hacia las obreras, Rabotnitsa (La trabajadora).[15]
Hija de un trabajador, Klavdiya Nikolaeva nació en 1893 y se unió al Partido Bolchevique en 1909, a los dieciséis años de edad. En 1917, a la edad de 24, ya servía en la junta editorial de Rabotnitsa en Petrogrado —una importante responsabilidad política—. El Partido Bolchevique incluía a muchos líderes jóvenes como estos, a quienes solo se les podría describir como prodigios políticos. Después de la revolución, Nikolaeva apoyó a Trotsky y formó parte de la Oposición de Izquierda.
Aunque los trabajadores no estuviesen de acuerdo al principio con los bolcheviques, después de un largo período de trabajo clandestino, el proletariado comenzó a asociarlos con las demandas de mayor alcance respecto a la emancipación social, la reorganización social, la paz, la igualdad y el progreso humano. Los bolcheviques se ganaron el respeto como los combatientes más serios, valerosos y de principios por los intereses de los trabajadores.
Trotsky cita un reporte de la policía sobre los bolcheviques en el período previo a la guerra: “El elemento más enérgico y audaz, siempre listo para una lucha incansable, para una resistencia y organización continuas, ese elemento son esas organizaciones y personas que se agrupan en torno a Lenin”.[16] Para principios de 1917, los nombres de algunas fábricas, como Aivaz, Baranovsi, Vulcán, Nobel, New Lessner, Pheonix y Puzýrev, se habían convertido en sinónimos de poderosos contingentes de trabajadores militantes que eran miembros o simpatizantes del Partido Bolchevique.[17]
En febrero de 1917, como sabemos, la clase obrera de Petrogrado derrocó al régimen zarista, y toda esta gran agitación que rebullía bajo la superficie se destapó y salió hacia el aire libre. No cabe duda de que la Revolución de Febrero fue realizada por “trabajadores conscientes y curtidos en su mayor parte por el partido de Lenin”, como escribe Trotsky.[18] Sin embargo, para febrero el movimiento de las masas obreras aún no se encontraba unificado, ni estaba dirigido por el Partido Bolchevique. Consecuentemente, mientras que los trabajadores pudieron destronar al zar, la Revolución de Febrero trajo consigo una proliferación de luchas y organizaciones obreras de todas las formas y tamaños, tanto en Petrogrado como en el resto del país, incluyendo sindicatos, comités de fábrica y sóviets.
Los comités de fábrica y el control obrero
Durante y después de febrero, los trabajadores revolucionarios de Petrogrado presentaron demandas numerosas y diversas, tanto políticas como económicas. Después de la Revolución de Febrero, una exigencia particularmente llamativa fue la de recibir una paga completa por las jornadas laborales que perdieron por estar derrocando al zar.
A lo largo de la Revolución de Febrero, se dio un fenómeno generalizado llamado “carreteo”. Los obreros de las fábricas en Petrogrado literalmente sacaban a los gerentes y capataces en carretillas y los dejaban fuera de las plantas. Esta práctica se extendió de forma sumamente rápida y amplia. El historiador Stephen A. Smith escribe:
“Carretearlos” era una afirmación simbólica por parte de los trabajadores de su dignidad como seres humanos y un ritual de humillación para quienes les habían negado esta dignidad en sus vidas cotidianas.[19]
En otras palabras, no era suficiente para los trabajadores deponer al zar, sino que también era necesario derrocar a todos los “minizares” de las fábricas.
En muchas fábricas, los trabajadores fueron incluso más allá. Después de haber “carreteado hacia afuera” a todos los patrones, tomaron el “control” de las fábricas, utilizando los comités de fábrica para ejercer esta gestión. Otras plantas a lo largo y ancho del antiguo imperio zarista siguieron el ejemplo. La forma y estructura de estos comités era diferente de una fábrica y ciudad a otras, pero lo que los distinguía de todos los sindicatos era el concepto de “control obrero”.
Los comités de fábrica tomaron los registros de las fábricas, descubriendo en algunos casos que los patrones habían estado manteniendo bajos salarios bajo el pretexto de la falta de ingresos que recibía la fábrica, mientras que en realidad estaban generando ganancias. Los comités de fábrica hicieron balances de las finanzas y los inventarios. Al mismo tiempo, los capitalistas y reaccionarios buscaron desacreditar al movimiento obrero saboteando la producción y distribución de bienes, algo que los mismos comités frenaron y expusieron. Los comités de fábrica también controlaron las contrataciones y los despidos. Proclamaron el derecho a despedir a administradores abusivos y recontratar a los trabajadores que habían sido puestos en listas negras.
Este fenómeno fue predicho por Trotsky antes de 1917. En una disputa con Lenin en relación con la consigna de “la dictadura democrática del proletariado y el campesinado”, Trotsky anticipó que “el proletariado se verá empujado hacia… el poder a lo largo de toda la revolución”.[20] No podrá detenerse artificialmente después de derrocar al zar y crear un régimen democrático-burgués. Siendo la fuerza social líder de la revolución, la clase obrera ni debía ni podía contenerse y no tomar medidas clasistas para asegurar y promover sus intereses, comenzando por los lugares de trabajo.
Al discutir un torbellino de luchas sociales como el de 1917, uno puede encontrarse con la dificultad de hacer generalizaciones universales. Siempre hay excepciones, variaciones regionales, giros y fluctuaciones en el transcurso de los acontecimientos. Tanto los bolcheviques, los mencheviques y los socialrevolucionarios (SRs) como los trabajadores sin afiliación participaban activamente en los sindicatos y en los comités de fábrica.
Sin embargo, viendo a Rusia en su conjunto en 1917, se puede decir que los sindicatos tendían a ser la forma de organización más conservadora o “políticamente neutral”, que favorecían principalmente las políticas de los mencheviques y SRs. Al contrario, los comités de fábrica eran bastiones de apoyo para los bolcheviques, quienes a su vez fomentaban la formación de estos órganos. Las asambleas de delegados de los comités de fábrica respaldaban las resoluciones bolcheviques una y otra vez.
El Gobierno Provisional buscó combatir estos comités. A pesar de darles un reconocimiento legal, buscaron limitarlos a las funciones de los sindicatos. En su discurso ante el congreso de comités de fábrica el 13 de junio, Lenin urgió a los trabajadores a rechazar dichos esfuerzos. “Camaradas, trabajadores, asegúrense de obtener un control auténtico, no un control ficticio —declaró—, y rechacen de la forma más inequívoca todas las resoluciones y propuestas de establecer… un control ficticio que sólo exista en el papel”.[21]
Los comités de fábrica se propagaron rápido. Para junio, el 100 por ciento de las fábricas con más de 5000 trabajadores se encontraba representado en la conferencia de comités de fábrica. Habiendo sido elegidos por sus compañeros de planta, los delegados salían de las líneas de producción y se iban directamente a estas conferencias.
Por supuesto, los patrones combatieron como pudieron la formación de estos comités. Una vez, los 19 trabajadores de un taller donde se manufacturaba cuero intentaron formar un comité, y el empleador despidió a todo el personal.[22] En otros casos, la patronal buscaba despedir a los líderes de los comités, instando a los trabajadores a realizar huelgas hasta que los reincorporaran.
Cuando los trabajadores y sus familias pasaban hambre, los comités de fábrica intentaban enviarles comida y reorganizar las redes de distribución. Al mismo tiempo, los comités de fábrica imponían una disciplina laboral en las fábricas y realizaron campañas contra el abuso del alcohol. Entre el caos y la anarquía del período revolucionario, los comités obreros se aseguraron de mantener las cadenas de producción en marcha para fabricar herramientas, ropa y otros bienes necesarios.
Quizás lo que preocupó más a las autoridades es que muchos comités de fábrica declararon que no confiaban en las fuerzas armadas del Gobierno Provisional y formaron sus propias milicias armadas, llamándolas Guardias Rojas. Fue principalmente en las plantas bolcheviques donde se formaron Guardias Rojas de la forma más consistente y militante.
El 26 de abril en Peterhof, los trabajadores pusieron límites a quienes podían unirse a las Guardias Rojas:
Sólo la flor de la clase obrera puede unirse. Tenemos que garantizar que no formen parte de sus filas personas indignas e indecisas. Todos los que quieran enrolarse en la Guardia Roja tienen que venir recomendados por el comité de distrito de un partido socialista.[23]
Tanto hombres como mujeres sirvieron en las Guardias Rojas, las cuales daban seguridad a los distritos industriales y defendieron los hogares y los lugares de trabajo de los obreros de ataques con fuego de fuerzas ultraderechistas. La Guardia Roja proclamó que solo la clase obrera podía defender y fomentar las conquistas de la Revolución Rusa contra las fuerzas contrarrevolucionarias. Los mencheviques condenaron las Guardias Rojas y culparon a “la agitación leninista” de su construcción.
Los comités de fábrica abordaron temas culturales con un gran interés. En la planta Putílov, los obreros fundaron un club cultural con una biblioteca y un bufete.[24] Dos mil trabajadores se unieron al club, cuyo fin manifiesto era “unir y desarrollar al público obrero en un espíritu socialista, para lo cual son necesarios un conocimiento general y un desarrollo general basados en el alfabetismo y la cultura”.[25]
En la isla Vasílievski, un club llamado el Nuevo Amanecer fue fundado en marzo de 1917 y pronto consiguió 800 miembros de la fábrica Pipe. Este club organizó una expedición geográfica, otra expedición en barco de vapor, conferencias y bandas de instrumentos de metal y de concierto para los trabajadores.[26]
Cuando abrió el club en la planta Gun, hubo un recital de arias para óperas del compositor ruso Modest Mussorgsky, y una interpretación de la Internacional y la Marsellesa Obrera por una banda de trabajadores. “El club tenía una biblioteca de 4000 libros, una sala de lectura, un pequeño teatro y una escuela. Por las tardes se daban clases de alfabetización, asuntos legales, ciencias naturales y matemáticas”.
En un club de trabajadores en Petrogrado, se pusieron en escena obras de famosos escritores rusos como Aleksandr Ostrovski, León Tolstói, Nikolái Gógol, al igual que del dramaturgo Gerhart Hauptmann y otros.[28]
Los bolcheviques, como hemos visto, se rehusaron a apoyar tanto al Gobierno Provisional como la guerra. Al transcurrir el año, libraron luchas políticas en la clase obrera contra todas las otras tendencias. Bajo el peso de los acontecimientos, una fábrica tras otra comenzó a girar hacia el Partido Bolchevique. En la Historia de la Revolución Rusa, Trotsky alaba el papel de un organizador en particular en la planta Putílov:
La fábrica Putílov, con sus 40 000 trabajadores, fue un bastión de los socialrevolucionarios durante los primeros meses de la revolución. Pero su guarnición no la defendió de los bolcheviques. Al frente del ataque bolchevique, lo usual era ver a Volodarsky, quien había trabajado como sastre. Volodarsky, un judío que había vivido algunos años en Estados Unidos y hablaba bien el inglés, era un orador magnífico ante las masas, locuaz, audaz e ingenioso. Su entonación estadounidense le daba una expresividad única a su clamorosa voz, la cual resonaba concisamente en reuniones de miles. “Desde el momento en que llegó al distrito de Narva”, relató el obrero Miníchev, “el piso comenzó a corrérseles por debajo a los señores socialrevolucionarios, y en alrededor de dos meses los obreros en Putílov ya habían pasado del lado de los bolcheviques”.[29]
En Estados Unidos, durante la guerra, Volodarsky fue miembro del Sindicato Internacional de Sastres y del Partido Socialista. Escribía para un periódico en Nueva York y, al regresar a Rusia, se unió al Comité Interdistritos o mezhraiontsy de Trotsky y luego al Partido Bolchevique junto a Trotsky. Fue asesinado por SRs en 1918.
El Comité de la Fábrica Putílov urgió a los trabajadores a que asistieran a sus clases por las tardes: “Que la idea de que el conocimiento lo es todo penetre nuestras consciencias. Es la esencia de la vida y solo esta podrá darle sentido a la vida”.[30]
Temas sobre la cultura y la ilustración son ahora los más vitales… Camaradas, no desaprovechen la oportunidad de adquirir conocimiento científico. No desaprovechen ni una hora infructuosamente. Cada hora es valiosa para nosotros. No sólo tenemos que alcanzar a las clases que combatimos, sino que tenemos que superarlas. Este es el mandato de la vida, hacia ahí señala su dedo. Somos ahora los dueños de nuestras vidas y, por ende, tenemos que convertirnos en expertos en todas las herramientas del conocimiento”.[31]
La tasa de alfabetización entre los instaladores de Putílov era del 94,7 por ciento, según una encuesta. La de todos los trabajadores metalúrgicos de Petrogrado era del 92 por ciento, en comparación con un 17 por ciento entre el campesinado de la Rusia europea.[32]
En muchas formas, estas expresiones de control obrero después de febrero fueron un reflejo en los lugares de trabajo del “doble poder” que existía en el plano político. Algunos aspectos de la gestión de los distintos centros de trabajo pasaron de facto a manos de los trabajadores revolucionarios, pese a que la propiedad legal y el derecho de disposición permanecieran de jure en manos de los capitalistas.
Trotsky llamó al fenómeno de control obrero, bajo las condiciones correctas, “una escuela para la economía planificada”. En esa línea, en 1917, el Comité de la Fábrica Putílov emitió las siguientes instrucciones detalladas sobre cómo establecer comités de planta:
[E]s necesario que estos comités, orientados a las bases después de tomar vida, desplieguen tanta independencia e iniciativa como les sea posible. El éxito de las organizaciones laborales en las fábricas depende completamente de esto. Al acostumbrarse a la autogestión, los trabajadores están preparándose para cuando la propiedad privada de las fábricas y talleres sea abolida y los medios de producción, junto con los edificios erigidos por manos obreras, pasen a manos de la clase trabajadora en su conjunto. Por ende, mientras completamos tareas pequeñas, lo debemos hacer con el objetivo general en mente que todo el pueblo trabajador [ rabochii narod ] busca alcanzar.[33]
Tambaleándose después de la Revolución de Octubre, la burguesía se vio obligada a someterse a estas formas de control obrero por un período corto de tiempo. Sin embargo, en cuanto los capitalistas recobraron el equilibrio, se dedicaron resueltamente a reafirmar sus prerrogativas.
“Las contradicciones, irreconciliables en su esencia, del régimen de control obrero inevitablemente se recrudecerán conforme su ámbito y tareas se expandan”, escribió Trotsky más adelante.[34] Explicó que solo había dos salidas a esta situación de “dualidad de poderes”: la conquista del poder político por parte de la clase obrera o una dictadura contrarrevolucionaria.
La sublevación de Kornílov
En la Rusia de 1917, esta segunda alternativa tomó la forma del intento de golpe de Estado del general Kornílov, un complot conocido como “La sublevación de Kornílov”. El contexto de este acontecimiento ya fue discutido en la conferencia pasada.
Cualquier versión objetiva confirma que Lavr Kornílov fue un personaje matón y nada atractivo. Su colega, el general Evgeni Martýnov lo describió como un “ignorante absoluto en la política”, mientras que el general Mijaíl Alekséyev lo describió como un “hombre con un corazón de león pero el cerebro de una oveja”.[35] A Kornílov le encantaba desfilar junto a tropas con uniformes étnicos, cargando sables y mirando fijamente a sus simpatizantes. Bajo en estatura y de piernas arqueadas, daba la imagen de un perro de presa agresivo. Además, era partidario de las Centurias Negras, el equivalente ruso del Ku Klux Klan.
Su carrera militar tampoco fue particularmente ilustre. Fue capturado por los austríacos cuando deambulaba por el bosque en 1915, pero logró escapar. Durante la ofensiva fallida de Kérenski, se distinguió al dar la orden de dispararles indiscriminadamente a las tropas que retrocedían. Mientras que los soldados, como es de esperar, lo detestaron por esto, en los círculos ultraderechistas esto lo convirtió en un héroe nacional. Después de perder la ciudad de Riga más adelante en la guerra, Kornílov les ordenó a sus oficiales que castigaran a los soldados, disparándoles al azar al lado del camino por su supuesta cobardía, a pesar de que los soldados en realidad habían combatido valerosamente. Cuando sus oficiales se negaron a realizar tales atrocidades, a Kornílov le dio un ataque de rabia y los amenazó con llevarlos al consejo de guerra por insubordinación.
El programa político de Kornílov era agresivo pero simple. Mientras que el embaucador de Aleksandr Kérenski procuraba negociar con partidos socialistas “moderados” como los mencheviques y SRs, Kornílov no pretendía rebajarse a tales maniobras. Para él, los socialistas, fueran bolcheviques, mencheviques o SRs, todos eran “enemigos internos de Rusia” y muy posiblemente eran espías contratados por otros países. Kornílov marcharía a la capital, destruiría las organizaciones obreras, mandaría a sus líderes a la horca y utilizaría la artillería contra quienquiera que intentara ponerse en su camino.
Entre la élite militar zarista, los burócratas estatales, los terratenientes y los magnates empresariales y banqueros, Kornílov se convirtió rápidamente en un salvador nacional. Toda la prensa convencional lo apoyaba, e incluso contaba con el respaldo de algunos líderes socialrevolucionarios, incluyendo a Boris Savínkov y al mismo Kérenski.
La marcha de Kornílov en Petrogrado fue precedida por una serie de disputas entre el general y Kérenski, quien no era menos “kornilovista” que el mismo Kornílov. La riña entre ambos fue sobre quién iba a encabezar el Gobierno de “sangre y hierro” cuya necesidad no disputaban, a fin de aplastar a los trabajadores de Petrogrado. Fue Kérenski el que puso a Kornílov a cargo del ejército el 31 de julio (el 18, según el viejo calendario), buscando explotar el creciente apoyo hacia Kornílov en los grupos de poder.
El 24 de agosto (11, estilo viejo), Kornílov le dijo a su jefe de personal que “ya era hora de ahorcar a los agentes y espías alemanes encabezados por Lenin” y dispersar el sóviet de Petrogrado “de forma que no pueda volver a congregarse en ninguna otra parte”.[36] El 25 de agosto (12, estilo viejo), le ordenó al ejército marchar a Petrogrado, declarando: “El cuerpo estará posicionado en los suburbios de Petrogrado para la tarde del 28 de agosto. Exijo que se proclame a Petrogrado bajo ley marcial el 29 de agosto”.
Las tropas enviadas a Petrogrado incluían a la División de Caballería Nativa del Cáucaso, conocida como la “División Salvaje” del zar. Los simpatizantes de Kornílov apenas podían esconder su emoción en anticipación al baño de sangre que se avecinaba en la capital. Se regocijaban abiertamente: “A esos montañeses no les importa a quien masacran”.[37] Se asimilaban ya a las consignas luego utilizadas por el Ejército Blanco: “¡No tenemos restricciones! Dios está con nosotros… ¡Acuchillen a diestro y siniestro!”.[38] El equivalente contemporáneo sería la consigna asociada con las fuerzas de ocupación estadounidenses en Irak: “¡Mátenlos a todos y que Dios los distinga!”.
¿Qué estaba planeando hacer Kornílov con el ejército en Petrogrado? Cuando la revolución de 1905 fue derrotada en Rusia, el ejército bombardeó el distrito Presnya en Moscú. El distrito industrial entero, abarrotado de trabajadores y sus familias, quedó en ruinas. Luego, a lo largo de las vías férreas, los militares realizaron expediciones punitivas. “Las tropas llegaban a una estación de tren y comenzaban a dispararles a todos, sin importar quien estuviera cerca —mujeres, niños, trabajadores ferroviarios, quienquiera que estuviese ahí, mátenlos a tiros—. Algunos fueron ahorcados en la vía para aterrar a las personas”.[39]
Cabe notar que la distancia entre 1871 y 1917 es la misma entre 1971 y el día de hoy. La masacre de los miembros de la comuna de París ocurrió durante la vida de muchos de los miembros del Partido Bolchevique y sus dirigentes nunca perdieron de vista ese peligro. Cuando los contrarrevolucionarios retomaron Finlandia en 1918, Víctor Serge estima que, en total, más de 100 000 trabajadores finlandeses fueron masacrados.
También cabe subrayar que entre Kornílov y sus simpatizantes había un fuerte componente patológico de antisemitismo. El corresponsal de guerra británico, John Ernest Hodgson, quien pasó cierto tiempo con el general kornilovista Antón Denikin, hizo las siguientes observaciones:
No había estado con Denikin ni un mes para llegar a la conclusión de que el judío representaba un elemento muy grande en la sublevación rusa. Los oficiales y hombres del Ejército culpaban casi enteramente a los hebreos por los problemas del país. Creían que todo el cataclismo había sido ingeniado por una grande y misteriosa sociedad secreta e internacional de los judíos, quienes habrían aprovechado el momento psicológico preciso para hacerse con las riendas del Gobierno, actuando bajo las órdenes de Alemania y a sueldo de esta. Todas las cifras y hechos que estaban disponibles en ese momento parecían corroborar esta opinión. Se sabía que nada menos que el 82 por ciento de los comisarios bolcheviques eran judíos, siendo el feroz e implacable “Trotsky”, quien compartía el cargo con Lenin, un judío cuyo nombre real era Bronstein. Esta idea era una obsesión entre los oficiales de Denikin, con tal rencor e insistencia que los llevaba a hacer afirmaciones del carácter más descabellado y excéntrico.[40]
Durante la Guerra Civil, los ejércitos blancos masacraron a judíos por toda la Rusia europea y llamaban a sus simpatizantes a destruir “el mal que está al acecho en los corazones de los judíos-comunistas”. Desde sus distintos puntos de ventaja, muchos historiadores han deplorado la violencia de la Guerra Civil rusa, pero tiene que recordarse a qué se enfrentaban Trotsky y el Ejército Rojo. No debería sorprenderle a nadie que muchos de los líderes del Ejército Blanco apoyarían y colaborarían más adelante con los nazis.[41] Estas fueron las mismas fuerzas que fueron reclutadas para el golpe de Kornílov.
Cuando el príncipe Gueorgui Lvov le informó a Kérenski sobre las demandas de Kornílov, Kérenski pensó que era un chiste y se echó a reír. El príncipe Lvov le insistió gravemente que no tenía ninguna gracia y que, si valoraba su propia vida, debía irse de Petrogrado lo antes posible. Al frente de la marcha en Petrogrado, Kornílov colocó al general Aleksandr Krýmov, quien declaró que, de ser necesario, no dudaría en “ahorcar a todos los miembros del sóviet”.[42] El 28 de agosto, incluso la bolsa de valores de Petrogrado se disparó en anticipación del inminente triunfo de Kornílov.
Cuando la noticia de lo que se avecinaba llegó a los distritos industriales, una por una las fábricas comenzaron a sonar sus alarmas. Los trabajadores de Petrogrado ya habían pasado por 1905 y sabían qué haría Kornílov si lo dejasen entrar en la ciudad. Los dirigentes bolcheviques en estos distritos habían estado sonando la alarma todo el año, explicando que la burguesía tan solo estaba esperando el momento adecuado para abandonar sus falsas reformas y coaliciones e intentar aplastar a la clase obrera a la fuerza. Los trabajadores escucharon las sirenas de las fábricas y tomaron las calles. Los líderes bolcheviques ya estaban listos en sus puestos, dando órdenes para la defensa de la ciudad. En pocas horas, la ciudad estaba a su máxima potencia, con la clase obrera organizada y levantándose con toda su fuerza.
En mayo, cuando el dirigente menchevique, Irakli Tsereteli, y el resto de la cúpula del sóviet perseguían a los marinos más radicales de Kronstadt, Trotsky salió en su defensa. “[C]uando un general contrarrevolucionario intente amarrar con una soga el cuello de la revolución, los kadetes lubricarán el nudo y los marinos de Kronstadt vendrán a luchar y morir con nosotros”[43], le advirtió a Tsereteli. Trotsky acertó en cada punto: lo del general contrarrevolucionario, lo de los kadetes y lo de los marinos de Kronstadt. Cuando recibieron la noticia de que Kornílov estaba a las puertas de la ciudad, marcharon a la capital, armados hasta los dientes y listos para dar sus vidas por defenderla.
Los marinos del acorazado Aurora enviaron una delegación especial a la prisión donde se encontraba Trotsky para pedirle su consejo: ¿debían defender el Palacio de Invierno o asaltarlo y ocuparlo? Trotsky les dijo que se ocuparan de Kornílov primero y que luego ajustaran cuentas con Kérenski.
El Partido Bolchevique fue la punta de lanza de los esfuerzos para defender la ciudad. La población entera se movilizó, cavó trincheras, colocó alambres de púas y organizó la distribución de suministros a las fortificaciones. El menchevique internacionalista, Nikolái Sujánov, observó luego:
El comité [de lucha contra la contrarrevolución] que preparaba las defensas tuvo que movilizar a las masas de trabajadores y soldados. Pero las masas, en la medida en que estaban organizadas, fueron organizadas por los bolcheviques y los seguían a ellos. Al mismo tiempo, su organización era la única de gran tamaño que estuviese unida por una disciplina elemental y conectada con las capas democráticas inferiores de la capital. Sin ella, el comité era impotente. Sin los bolcheviques, sólo habría podido dejar transcurrir el tiempo con apelaciones y discursos pasivos por oradores que ya habían perdido su autoridad. Con los bolcheviques, el comité contaba con la plenitud del poder de los trabajadores y soldados organizados.[44]
Cuando los simpatizantes de Kornílov intentaron enviar telegramas, los operadores de los equipos telegráficos se rehusaron a enviarlos. Cuando entraron en sus automóviles y pidieron que los llevaran a los edificios gubernamentales, los chóferes se rehusaron a transportarlos. Cuando procuraron imprimir volantes, los digitadores se rehusaron a tocar las máquinas. Finalmente, cuando los oficiales les ordenaron a sus soldados apoyar a Kornílov, los soldados los arrestaron.
En las fábricas, los trabajadores asociados con la industria militar produjeron armas para ellos mismos y las llevaron al campo de batalla.
Después de las jornadas de julio, el Gobierno Provisional había intentado desarmar a las distintas compañías de la Guardia Roja, pero sólo pudo obligarlas a pasar a la clandestinidad. Los obreros les permitieron decomisar las armas más viejas y menos útiles, pero escondieron las más valiosas donde pudieron. En este periodo, los bolcheviques convirtieron a la Guardia Roja de una milicia armada de los distritos industriales, en el núcleo del ejército bolchevique. A pesar de que las compañías, al igual que los comités de fábrica, no estaban afiliadas formalmente a ningún partido, los trabajadores bolcheviques llegaron a constituir cada vez más la médula y la dirección de cada compañía.
El Partido Bolchevique aprovisionó a los destacamentos con instructores militares y, en donde era posible, con armas. Los ensayos militares se llevaron a cabo primero en los departamentos y viviendas de los trabajadores y luego abiertamente en los patios de las fábricas.
Con Kornílov marchando hacia Petrogrado, las compañías de guardias rojos salieron a las calles armados con rifles y ametralladoras. Contando con decenas de miles de trabajadores, las Guardias Rojas tomaron control de los puntos más estratégicos de la ciudad. En los distritos fabriles, los guardias rojos instalaron estaciones de reclutamiento, provocando largas filas de voluntarios.
Los obreros ferroviarios enviaron advertencias a través de las vías de los trenes para que no se transportaran soldados. Llenaron carros con madera y los dejaron tirados sobre los rieles. Además, arrancaron kilómetros de líneas en todas las direcciones. En algunos casos, incluso dejaron abordar a tropas de Kornílov y las transportaron en la dirección contraria a Petrogrado. Las fuerzas de Krýmov se quedaron varadas en alguna parte de entre los cientos de kilómetros de rieles.
Luego, llegaron oradores revolucionarios de Petrogrado a los trenes detenidos para dirigirse hacia las tropas. Uno tan sólo puede imaginarse la consternación de Krýmov cuando los soldados bajo sus órdenes comenzaron a celebrar reuniones de masas para decidir qué hacer, llegando a elegir comités, arrestar a los oficiales y aprobar resoluciones. Una por una, las divisiones de Kornílov izaron banderas rojas. Incluso la llamada “División Salvaje”, después de una reunión con delegados musulmanes del Congreso de sóviets, desplegó la bandera roja. En unos cuantos días, el golpe de Estado de Kornílov se había evaporado.
Conclusión
Trotsky luego observó: “El ejército que se sublevó contra Kornílov se iba a convertir en el ejército de la revolución de Octubre”.[45] La detención del avance del general fue la primera vez que la clase obrera flexionó sus músculos bajo la dirección de un partido revolucionario marxista. Tras haberse medido ante las fuerzas contrarrevolucionarias, los trabajadores de Petrogrado tomaron el pulso de la situación. Con el liderazgo de los bolcheviques, la clase trabajadora era más fuerte que Kornílov. Era más fuerte que Kérenski y sus simpatizantes entre los SRs y los mencheviques. Ninguna fuerza social los podía detener. El estado de ánimo era efervescente, con los trabajadores y soldados considerándose héroes tras haber salvado al país de un terrible desastre. Trotsky cita el sentimiento como lo recordaba un soldado de una división de transportes acorazados: “Bueno, con tal valentía, podríamos luchar contra todo el mundo”.[46]
Los bolcheviques habían hecho correctamente la advertencia de que no era posible una “coalición” con la burguesía, la cual estaba determinada a hundir, lo antes posible, a la clase obrera de vuelta en la esclavitud. Todos los partidos políticos que apoyaron dicho compromiso quedaron desacreditados, incluyendo a los mencheviques y SRs. Como lo habían previsto los bolcheviques, el futuro presentaba dos opciones, una dictadura contrarrevolucionaria o el poder obrero. Los trabajadores vieron claramente que no les quedaba otro camino más que tomar el poder en sus manos.
El Partido Socialrevolucionario, el cual estaba basando en el campesinado y en los soldados alistados, sufrió un colapso enorme. Una sección de su dirigencia había estado estrechamente implicada en el intento de golpe de Kornílov. Además, el apoyo al partido ya había estado cayendo debido a su inhabilidad de asegurar la promulgación de una reforma agraria significativa. “Tras haber perdido la confianza en los partidos de las mayorías en el Sóviet, las masas vieron con sus propios ojos el peligro de una contrarrevolución”, escribe Trotsky en Lecciones de Octubre. “Llegaron a la conclusión de que ahora dependía de los bolcheviques encontrar una salida a esa situación”.[47]
En la estela de la derrota de la sublevación de Kornílov, los bolcheviques consiguieron mayorías en los sóviets de Moscú y Petrogrado y en cada vez más sóviets regionales. En un congreso de sindicatos de los Urales que representaba a 150 000 trabajadores, predominaron las resoluciones bolcheviques. Un soldado de la guarnición moscovita recordó: “todas las tropas tomaron un color bolchevique…. Todas quedaron impactadas ante cómo la afirmación (de los bolcheviques) se hizo realidad… de que el general Kornílov llegaría pronto a las puertas de Petrogrado”.[48] Una conferencia panrusa de comités de fábricas y talleres aprobó una resolución que declaraba que el control obrero “es en interés de todo el país y debe ser apoyado por todo el campesinado revolucionario y el ejército revolucionario”. Trotsky escribió: “Esta resolución, que le abría la puerta a un nuevo orden económico, fue adoptada por representantes de todas las empresas industriales de Rusia, con solo cinco votos en contra y nueve abstenciones”.[49]
El surgimiento de una mayoría bolchevique en los sóviets constituyó un punto de inflexión en la Revolución Rusa. Previo al golpe de Kornílov, los bolcheviques habían permanecido como una minoría en el sistema de sóviets que se había establecido en febrero. El 8 de octubre (25 de septiembre, estilo viejo), esta nueva mayoría eligió a León Trotsky para posiblemente el puesto más importante de la Rusia revolucionaria, el de presidente del Sóviet de Petrogrado. Trotsky había sido el principal portavoz del Sóviet durante la revolución de 1905.
Cuando fue elegido, Trotsky, recién salido de prisión, todavía estaba técnicamente imputado por el Gobierno de Kérenski por cargos de alta traición. Cuando tomó el podio, los delegados de trabajadores y soldados le dieron la bienvenida con lo que un testigo describió como “un huracán de aplausos”.[50]
“El bolchevismo había asumido el control del país”, escribe Trotsky, “Los bolcheviques se convirtieron en una fuerza inconquistable. El pueblo estaba con ellos”.[51] Este rápido giro de ser una minoría y pasar a la mayoría produjo una profunda controversia dentro de la dirección del partido acerca del próximo paso a tomar. Esta controversia será el tema de la próxima conferencia.
En un artículo publicado este año bajo el título “La Revolución de Febrero y la oportunidad perdida de Kérenski”, el New York Times omite convenientemente el nombre “Kornílov”.[52] Deplora la toma del poder por los sóviets en octubre; sin embargo, evita referirse a cuál era la alternativa. El New York Timeslo hace por una razón, ya que en 1917 había apoyado a Kornílov, declarando que él “es meramente el representante de aquellas fuerzas que, culpablemente inactivas, por lo menos se han unido para detener la decadencia de Rusia, para mantenerla como una nación y poner fin a su disolución, en una palabra, para salvarla”.[53]
McMeekin es aún más explícito. Esto es lo que escribe sobre la sublevación de Kornílov: “Dando un paso miope, Kérenski le permitió a la organización militar bolchevique rearmarse y adquirir así las armas que utilizaría para deponerlo dos meses después”.[54] El significado aquí es directo. No haberles “permitido” a los bolcheviques tomar armas equivalía a “permitirle” a Kornílov entrar en Petrogrado.
Si los planes de Kornílov no hubiesen sido interrumpidos, naturalmente no estaríamos aprendiendo sobre la Revolución de Octubre de 1917 hoy. Ante la ausencia de una Revolución de Octubre, el mundo actual sería muy diferente. El año 1917 no marcaría la fundación del primer Estado obrero socialista, sino la fundación de la primera dictadura genocida del siglo XX, no en España, Italia ni Alemania, sino en Rusia en 1917.
Un golpe de Estado exitoso a manos de Kornílov en agosto de 1917 habría llevado al poder a la mafia de generales sociópatas, antisemitas patológicos y fanáticos religiosos que celebraron abiertamente las preparaciones de un baño de sangre en Petrogrado. Después de haber puesto contra la pared a todos los socialistas, habrían expandido su exterminio de socialistas por toda Europa del Este y Asia dondequiera que los encontrasen. Además, hubiesen contado con el apoyo entusiasta de los capitalistas, generales y aristócratas rusos, junto con el respaldo de Francia, Reino Unido y Estados Unidos.
Cuando uno lee denuncias de los bolcheviques de fuentes como el New York Times, lo que están diciendo es que en realidad hubiesen preferido a Kornílov. El periódico se mostró sumamente frustrado por la derrota de Kornílov en 1917, y lo sigue estando. Por fortuna para la clase obrera en Petrogrado y para la civilización del planeta Tierra, Kornílov fue frenado en 1917 y no pudo poner en marcha su programa.
En los días de la antigua “esclavocracia” en el Sur estadounidense, era ilegal enseñarle a leer a un esclavo. A los propietarios esclavistas les aterraba lo que ocurriría si los esclavos desarrollaban una consciencia política. De la misma manera, hoy, en el año 2017, se aprovecha cada oportunidad para erigir un muro entre los trabajadores y los jóvenes y la historia y tradiciones de la Revolución Rusa. Las clases gobernantes están sumamente nerviosas ante la posibilidad de que las masas oprimidas de la humanidad descubran lo que pueden lograr los trabajadores políticamente conscientes, organizados y guiados teóricamente por un partido revolucionario marxista. Esto es lo que está detrás de la nueva ola de falsificaciones y denigraciones contra los bolcheviques este año.
El Partido Bolchevique guio políticamente un movimiento de masas consciente, cuyo impacto a lo largo del tiempo y del espacio no tiene parangón. Este fue el movimiento más poderoso y progresista en la historia del mundo hasta ahora. La clase obrera internacional puede y tiene que ir más allá al encarar los desafíos del siglo XXI.
El programa bolchevique no consiste en nada menos que la reorganización de la civilización humana de todo el planeta a un nivel más avanzado y racional, poniendo fin a las guerras imperialistas y a la explotación del hombre por el hombre. Su objetivo fue derrocar todos los Gobiernos, abrir todas las fronteras y poner fin a todas las guerras. Este programa recibió el apoyo de las masas, no solo en Rusia, sino por todo el mundo, porque promovía los intereses y las luchas de la fuerza social más poderosa y progresista de la historia global, la clase obrera internacional.
Notas finales (Traducciones propias al español)
[1] Sean McMeekin, The Russian Revolution: A New History (Nueva York: Basic Books, 2017), p. xv.
[2] Ibid., p. 12.
[3] Ibid., p. xii
[4] Rex A. Wade, The Russian Revolution 1917 (Cambridge: Cambridge University Press, 2017), p. 97.
[5] S. A. Smith, Red Petrograd (Cambridge: Cambridge University Press, 1983), pp. 9–10.
[6] León Trotsky, History of the Russian Revolution (Chicago: Haymarket Books, 2008), p. 26.
[7] Smith, Red Petrograd, p. 29.
[8] Ibid., p. 14.
[9] Ibid., p. 38.
[10] V. I. Lenin, “What Is To Be Done?”, Collected Works, Vol. 5 (Moscú: Progress Publishers, 1960), pp. 384–85.
[11] Trotsky, History of the Russian Revolution, p. 27.
[12] Smith, Red Petrograd, p. 49.
[13] Trotsky, History of the Russian Revolution, p. 28.
[14] Citado en Smith, Red Petrograd, p. 29.
[15] Wade, The Russian Revolution 1917, pp. 117-118.
[16] Trotsky, History of the Russian Revolution, p. 28.
[17] Smith, Red Petrograd, p. 52.
[18] Trotsky, History of the Russian Revolution, p. 110.
[19] Smith, Red Petrograd, p. 57.
[20] Accedido: wsws.org/en/articles/2008/10/rrev-o21.html
[21] V. I. Lenin, “Speech at Conference of Shop Committees”, Collected Works, Vol. 24 (Moscú: Progress Publishers, 1964), p. 557.
[22] Smith, Red Petrograd, p. 80.
[23] Ibid., pp. 100-101.
[24] Ibid., p. 96.
[25] Ibid.
[26] Ibid.
[27] Ibid.
[28] Ibid., p. 97.
[29] Trotsky, History of the Russian Revolution, p. 304.
[30] Smith, Red Petrograd, p. 95.
[31] Ibid.
[32] Ibid., p. 34.
[33] Ibid., p. 81.
[34] León Trotsky, “The Question of Workers’ Control of Production (1931)”,
Accedido: https://www.marxists.org/archive/trotsky/germany/1931/310820.html
[35] Alexander Rabinowitch, The Bolsheviks Come to Power, (Chicago: Haymarket Books, 2004), p. 97.
[36] Ibid., p. 109.
[37] Trotsky, History of the Russian Revolution, p. 506.
[38] А. Литвин, Красный и белый террор 1918–1922, Эксмо, 2004, p. 174. (Citado de Wikipedia: https://en.wikipedia.org/wiki/White_Terror_(Russia))
[39] Fred Williams, “The Legacy of 1905 and the Strategy of the Russian Revolution”, Why Study the Russian Revolution? Vol. 1 (Oak Park, MI: Mehring Books, 2017), p. 60.
[40] John Ernest Hodgson, “With Denikin’s Armies: Being a Description of the Cossak Counter-Revolution in South Russia, 1918-1920”, (Londres: Temple Bar Publishing Co., 1932), pp. 54–56. (Citado de Wikipedia: https://en.wikipedia.org/wiki/Anton_Denikin)
[41] Nikolái Márkov, por ejemplo, fue una figura asociada con las Centurias Negras y la ultraderechista Unión del Pueblo Ruso. Era cercano al general Nikolái Yudenich, quien apoyó la revuelta de Kornílov y luego dirigió el ejército blanco. En 1928, se hizo simpatizante del Partido Nazi y realizó giras propagandísticas para los nazis en los años treinta. Durante la Segunda Guerra Mundial, los nazis formaron el Cuerpo de Guardia Ruso ( Russkii Korpus ) en la Serbia bajo su ocupación, conformado por 11.000 ex guardias blancos emigrados. Dicha unidad estaba comandada por Boris Shteifon, un general zarista que formó parte del Ejército Blanco y luego colaboró con los nazis. Anastasy Vonsiatsky fue un oficial blanco que luego fue evacuado de Crimea con otros participantes de la insurrección blanca del general Piotr Wrangel. Luego de emigrar a Estados Unidos, llegó a ser líder del Partido Fascista Ruso.
[42] Rabinowitch, The Bolsheviks Come to Power, p. 109
[43] Trotsky, History of the Russian Revolution, p. 595.
[44] Citado en Rabinowitch, The Bolsheviks Come to Power, p. 132.
[45] León Trotsky, My Life (Nueva York: Pathfinder Press, 1970), p. 431.
[46] Trotsky, History of the Russian Revolution, p. 562.
[47] León Trotsky, Lessons of October (Oak Park, MI: Mehring Books, 2016) edición en ePub, Chapter 6. (ISBN 978-1-893638-63-1).
[48] Trotsky, History of the Russian Revolution, p. 562.
[49] Ibid., p. 673.
[50] Isaac Deutscher, The Prophet Armed: Trotsky, 1879-1921 (Nueva York: Verso Books, 2003), p. 237.
[51] Trotsky, History of the Russian Revolution, p. 672.
[52] John Quiggin, “The February Revolution and Kerensky’s Missed Opportunity”, New York Times, 6 de marzo del 2017.
[53] “Why Korniloff Rebelled” (New York Times, 12 de septiembre de 1917).
[54] Sean McMeekin, “Was Lenin a German Agent?” New York Times, 19 de junio del 2017.