El régimen del Partido Comunista Chino (PCCh) ha llevado a cabo un quiebre con las normas de las últimas tres décadas con su anulación del límite de dos términos presidenciales. De esta manera, Xi Jinping, quien ha consolidado su control sobre el ejército y el aparato estatal, y expulsado a sus principales rivales políticos durante los últimos cinco años, podrá ahora conservar su cargo indefinidamente.
La aparición de Xi como caudillo no fue definida por sus características personales, sino que es ante todo un reflejo de las extremas tensiones sociales que azotan al país. Frente a una economía en deterioro y la posibilidad de levantamientos sociales, la burocracia china está buscando desesperadamente afianzar sus fuerzas alrededor de la figura de Xi, una forma de gobierno que los marxistas han calificado como bonapartista.
Analizando la aguda crisis política en Alemania en 1932, León Trotsky explicó las características esenciales del bonapartismo: “En el momento en que la lucha entre dos estratos sociales —los poseedores y los desposeídos, los explotadores y los explotados— alcanza su tensión máxima, las condiciones son propicias para el dominio de la burocracia, la policía y los militares. El Gobierno se ‘independiza’ de la sociedad. Repasemos nuevamente: si se clavan dos horquillas simétricamente en un corcho, éste puede guardar el equilibrio sobre la cabeza de un alfiler. Ese es precisamente el esquema del bonapartismo”. [ El único camino ]
Después de tres décadas de restauración capitalista, el PCCh ha transformado a China en uno de los países más desiguales del mundo. En un polo de la sociedad, hay más de 300 individuos con fortunas mayores a mil millones de dólares —más que en cualquier otro país excepto Estados Unidos— que extraen ganancias enormes y las derrochan en estilos de vida extravagantes. En el otro, cientos de millones de trabajadores y campesinos tienen dificultades para costear lo más básico, con muchos viviendo bajo una pobreza abyecta.
En el pasado, el régimen del PCCh dependía de los niveles sumamente altos de crecimiento para controlar el desempleo y el descontento social. Sin embargo, desde la crisis financiera global del 2008/2009, la economía china se ha decelerado a niveles de crecimiento muy por debajo del 8 por ciento que se consideraba como un punto de referencia clave para mantener la estabilidad social. A su vez, los mecanismos utilizados para impulsar el crecimiento, enormes paquetes de estímulo monetario, han generado niveles altos de deuda que amenazan con desencadenar un colapso financiero.
Al mismo tiempo, China se enfrenta a tensiones geopolíticas extremas y a un peligro cada vez mayor de un conflicto con Estados Unidos, cuyo Gobierno, bajo Obama y Trump, ha procurado con fuerza minar económica y diplomáticamente a China, particularmente en la región de Asia Pacífico. Asimismo, EUA ha acumulado sus fuerzas militares en Asia en preparación para la guerra. Las amenazas belicosas de Trump contra Corea del Norte y la confrontación militar en el mar de China Meridional van dirigidas contra China, considerada por el imperialismo estadounidense como su mayor obstáculo para alcanzar la hegemonía global.
Ante peligros internos y externos, el aparato gobernante del PCCh ha apuntalado a Xi con la esperanza de poder encarar a Washington y suprimir cualquier movimiento de las masas obreras chinas, compuestas hoy día por 400 millones de trabajadores. Sin embargo, como lo explicó León Trotsky, el bonapartismo depende de un equilibrio inestable y temporal de las fuerzas de clase, en el que la burguesía no encuentra ninguna otra salida a la crisis y la clase obrera no puede, por el momento, encontrar la vía al poder.
El anuncio de que el PCCh estará eliminando su restricción de dos términos presidenciales ha provocado conmoción, denuncias, inquietud y llamados a tomar acción en la prensa Occidental. Estados Unidos y sus aliados esperaban que, como lo describió el New York Times en un reciente editorial, la apertura de China a fines de los años setenta conllevaría una integración en el marco de la posguerra y que su “progreso económico se tradujera eventualmente en una liberalización política”.
En realidad, EUA se imaginaba una “liberalización política” para la expandida clase media china, no para la clase obrera, a fin de manipularla y cultivar un régimen cercano a Washington. Este pronóstico fue ahora defraudado por la instalación indefinida de un líder chino que se ha mostrado renuente a doblegarse inmediatamente a las demandas de EUA y que ha intentado contrapesar la beligerancia de Washington.
El editorial del diario neoyorquino declara con pasmosa hipocresía que China está “desafiando el orden liberal basado en el estado de derecho, los derechos humanos, el libre discurso, la economía de libre mercado y la preferencia de líderes electos que dejan su cargo en paz después de un periodo establecido”. Luego, advierte: “Pese a las elevadas preocupaciones acerca de la evolución de China, el Occidente todavía no ha afrontado con sensatez esa amenaza”.
El New York Times celebra las virtudes de las democracias occidentales precisamente cuando son atacados en EUA, Europa y el resto del mundo los derechos democráticos fundamentales y las normas legales, cuando gigantes corporativos como Facebook y Google censuran el Internet al servicio de Washington y cuando los trabajadores y jóvenes son objeto de medidas estatales-policiales.
No solo las clases gobernantes de China y Rusia han llegado a la conclusión de que necesitan un caudillo en el poder como única manera de proteger sus intereses. Esos mismos procesos básicos sociales y económicos —ante todos, el recrudecimiento de las profundas tensiones sociales generadas por la cada vez más enorme brecha entre ricos y pobres— están encaminando a la burguesía en las llamadas democracias liberales a adoptar formas autocráticas de gobierno.
En EUA, el presidente de tinte fascista, Donald Trump, preside una Administración dominada por generales y megamillonarios, en un momento en el que se prepara para librar una guerra comercial y una guerra militar contra China y para expandir el aparato policial-militar dirigido contra la clase obrera. En Alemania, una severa crisis política que dejó al país meses sin un Gobierno fue solo resuelta por medio de lo que se podría denominar una dictadura parlamentaria en la forma de una gran coalición entre partidos de la élite política. En Francia, un mandatario que llegó al poder debido al colapso de los partidos tradicionales, Emmanuel Macron, está imponiendo decretos con el propósito de aplastar a la oposición de los trabajadores contra las privatizaciones y la destrucción de sus puestos y condiciones de trabajo.
La profunda frustración en los círculos gobernantes alrededor del mundo hacia los procedimientos democráticos y la inhabilidad de los gobernantes para superar dicha oposición a la austeridad fueron resumidas por el megamillonario australiano y propietario de comercios minoristas, Gerry Harvey, después de otro resultado inconcluso en las elecciones federales del 2016. “La única cura que nos queda es tener un dictador como en China o algo parecido. Nuestra democracia en este momento no está funcionando”, indicó.
Los trabajadores y jóvenes tienen que tomar como una advertencia sumamente intensa esta tendencia acelerada hacia el bonapartismo y otras formas autocráticas de gobierno. Los derechos democráticos solo pueden ser defendidos a través de una lucha de la clase obrera por derrocar al capitalismo, el cual está produciendo este o aquel impulso hacia la dictadura, y reacondicionar la sociedad sobre líneas socialistas.
(Artículo publicado originalmente en inglés el 1 de marzo de 2018)