Esta es la transcripción de la conferencia pronunciada por David North, presidente del Consejo Editorial Internacional del World Socialist Web Site y del Partido Socialista por la Igualdad de EUA, en la Universidad de Leipzig en Alemania el 16 de marzo.
Me complace tener la oportunidad de atender la Feria del Libro de Leipzig y poder dar una charla aquí en la Universidad de Leipzig. En la feria del libro, Mehring Books, el brazo de publicaciones del Comité Internacional de la Cuarta Internacional, presentó su colección de dos volúmenes de conferencias y ensayos marcando el centenario de la Revolución Rusa. El título de ambos tomos es ¿Por qué estudiar la Revolución Rusa? Confío en que el material en ellos responde esta pregunta.
En breve, las tesis centrales que avanza son, en primer lugar, que la Revolución Rusa es el evento más significativo del siglo XX y, en segundo lugar, que las lecciones de esta revolución tienen que ser estudiadas si ha de ser resuelta de forma progresista la crisis global que enfrenta la humanidad en el siglo XXI —es decir, poniendo fin al sistema capitalista, estableciendo el poder obrero y reorganizando de forma democrática, igualitaria y científica la economía global sobre una base socialista—.
La Revolución de Octubre fue la culminación de un levantamiento social de las masas obreras y oprimidas de Rusia en 1917. Fue y sigue siendo única en un sentido fundamental: fue la primera y, hasta el día de hoy, la única revolución llevada a cabo conscientemente por la clase trabajadora, liderada por un partido marxista con base en un programa y una perspectiva internacionales y socialistas.
Si me permiten citar la primera conferencia sobre la Revolución Rusa que pronuncié en marzo del año pasado y forma parte del primer volumen de ¿Por qué estudiar la Revolución Rusa? :
La Revolución Rusa exige ser estudiada de forma seria al ser un episodio crítico en el desarrollo del pensamiento social científico. El logro histórico de los bolcheviques en 1917 demostró y actualizó la relación esencial que existe entre la filosofía del materialismo científico y la práctica revolucionaria.
La evolución del Partido Bolchevique vindicó la afirmación hecha por Lenin en ¿Qué hacer?: “Sin una teoría revolucionaria no puede haber un movimiento revolucionario”. Como insistió una y otra vez, el marxismo es la forma más desarrollada del materialismo filosófico, al haber reelaborado y asimilado los logros auténticos del idealismo clásico alemán, particularmente el del Hegel (i.e. la lógica dialéctica y el reconocimiento del papel activo en la cognición de la realidad objetiva que desempeña la práctica en constante evolución histórica).
Ninguna otra revolución fue testigo de una relación tan consciente y explícita entre la teoría marxista y la práctica revolucionaria de la clase trabajadora. Para poder explicar con mayor precisión la naturaleza de esta relación, es necesario hacer mención de los importantes aniversarios históricos este año.
El 2018 marca el 200 aniversario del nacimiento de Karl Marx y el 170 aniversario de la publicación del Manifiesto comunista. De todos los grandes filósofos, ninguno se dirige a nuestros tiempos tan poderosa y directamente como Karl Marx. Su obra no requiere ser “retraducida” a un lenguaje moderno. En una carta a Lassalle en mayo de 1858, Marx escribió: “Aun en filósofos que le dieron una forma sistemática a su trabajo, Spinoza, por ejemplo, la verdadera estructura interna de su sistema es bastante diferente a la forma en la que fue conscientemente presentada por él”.
Al contrario, en Marx hay una semejanza impresionante entre la “verdadera estructura interna” de su sistema filosófico y la forma en la que encontró expresión. Comenzando por sus críticas de la Filosofía del derecho de Hegel, Marx asumió la tarea de liberar teóricamente al pensamiento de las ofuscaciones místicas del idealismo filosófico. Hay un momento espectacular en el filme de Raoul Peck, El joven Marx, en el que Engels le dice al no particularmente amigable periodista revolucionario, “Eres el filósofo materialista más grande de nuestra época. Mi estimado, eres un genio”.
Engels se estaba refiriendo a la Crítica de la filosofía del derecho de Hegel, escrita por Marx en 1843, donde llama atención al problema central del idealismo filosófico de Hegel:
No es la lógica de lo material, sino la fuente material de la lógica que constituye el elemento filosófico. La lógica no sirve para hallar la fundamentación del Estado; el Estado es quien sirve para fundamentar la lógica.
Esto es, Hegel buscaba derivar al Estado y sus leyes del movimiento del pensamiento puro, del movimiento autorreferencial de las categorías abstractas de la Lógica. En el ámbito de la filosofía idealista, se encontraba invertida la relación real entre la materia y la conciencia. La crítica del sistema de Hegel requería un regreso al materialismo filosófico, el cual afirma la primacía de la materia sobre la consciencia; en otras palabras, la conciencia se deriva de y refleja el movimiento del universo material. La crítica de Marx del idealismo hegeliano —lo que Engels halaga en la escena mencionada, pronunciando la famosa frase “puso a Hegel sobre sus pies”— estableció las bases teóricas para la revolución en el pensamiento social, histórico y político que ejecutaron Marx y Engels entre 1844 y 1847.
En La ideología alemana, escrita en 1845 pero no publicada hasta ocho décadas después, Marx y Engels contrastaron su filosofía materialista y el idealismo de los jóvenes hegelianos, quienes seguían los pasaos de su fallecido maestro:
Diametralmente al contrario de la filosofía alemana, que desciende del cielo a la tierra, aquí es una cuestión de ascender de la tierra al cielo. Es decir, no se parte de lo que dicen, imaginan y conciben los hombres, ni de cómo son descritos, pensados, imaginados y concebidos para llegar al hombre de carne y hueso; en cambio, se arranca de los hombres reales y activos y de su proceso de vida real, demostrando el desarrollo de los reflejos y los ecos ideológicos de este proceso de vida.
El resultado de este trabajo fue la elaboración de la concepción materialista de la historia, su aplicación al estudio científico de las leyes del movimiento del sistema moderno capitalista, y, sobre estos cimientos teóricos, la organización política consciente de la clase obrera internacional y el desarrollo de la estrategia y las tácticas de la revolución socialista mundial. Marx resumió concisamente su concepción materialista de la historia en el Prólogo a la Contribución a la Crítica de la Economía Política, escrito en 1859:
[E]n la producción social de sus vidas, los hombres establecen determinadas relaciones necesarias e independientes de su voluntad, relaciones de producción que corresponden a una etapa definida del desarrollo de las fuerzas productivas materiales. El conjunto total de estas relaciones de producción constituye la estructura económica de la sociedad, la verdadera base desde la cual se erige una superestructura legal y política y a la cual corresponden formas determinadas de consciencia social. El modo de producción de la vida material condiciona el proceso de vida intelectual, social y político en general. No es la consciencia de los hombres la que determina su ser; al contrario, su ser social es el que determina su conciencia.
A lo largo de su vida, Marx nunca dejó de recalcar las bases materialistas de su trabajo teórico. En su introducción al primer tomo de El capital, publicado en 1867, explicó:
Mi método dialéctico no difiere del hegeliano, sino que es su total opuesto. Para Hegel, el proceso de vida del cerebro humano, i.e. el proceso del pensamiento que, detrás del término ‘la idea’, incluso lo convierte en un sujeto independiente, es el demiurgo del mundo real, y lo real es solo la forma externa, fenoménica, de ‘la idea’. Para mí, por el contrario, el ideal no es más que el mundo material reflejado por la mente humana y traducido en formas de pensamiento.
Marx repelió todos los esfuerzos para reconciliar su filosofía materialista con la hegeliana o con cualquier otra variación del idealismo filosófico. En 1868, en una carta a su cercano amigo Ludwig Kugelman, refutó explícitamente la afirmación del joven profesor Eugen Dühring que El capital se basaba en el mismo esquema hegeliano:
Él [Dühring] sabe muy bien que mi método de exposición no es hegeliano, ya que soy un materialista, y Hegel es un idealista. La dialéctica de Hegel es la forma básica de toda dialéctica, pero solo después de quitarle su forma mística, y eso es precisamente lo que distingue mi método.
La aplicación de Marx y Engels de la concepción materialista de la historia en sus análisis de las contradicciones económicas y sociales del capitalismo está viéndose confirmada como nunca antes en el mundo contemporáneo. La expansión global del capitalismo, particularmente durante el último cuarto de siglo, ha creado un estado permanente y continuo de crisis. Se ha vuelto casi un cliché decir que la tesis de Fukuyama del “Fin de la historia” —pronunciada tras la disolución de la URSS y de los regímenes estalinistas de Europa del Este— ha sido refutada por los eventos. Todas las contradicciones expuestas por Marx se están manifestando hoy día con una intensidad sin precedentes. La acumulación de la riqueza conlleva un grado de desigualdad social extraordinario. Unas pocas docenas de personas en el mundo controlan y disponen de más riqueza que tres cuartas partes de la población del planeta. La realidad es que la sociedad capitalista traspasa los límites de la injusticia, siendo su obsesión con la acumulación irreflexiva de riquezas la más torpe caricatura populista. En todo ámbito social clave —la educación, la salud, la vivienda y las garantías para poder envejecer dignamente—, la sociedad capitalista está retrocediendo y renunciando a incluso las limitadas reformas del último siglo.
Las descripciones del estado actual del mundo entre las élites gobernantes hablan por sí mismas. La posibilidad de una catastrófica guerra entre potencias con armas nucleares es ampliamente reconocida.
Y, aun así, en medio de esta crisis global, los representantes intelectuales de la política pseudoizquierdista de la pequeña burguesía, quienes ocupan puestos prominentes en el mundo académico, proclaman la muerte del marxismo. Un sinfín de profesores, obsesionados con cuestiones de raza, género, origen étnico, psicología, ambientalismo y, por supuesto, sexualidad, aseveran que el marxismo no puede proveer una guía a los problemas contemporáneos. En cambio, insisten en que las respuestas se deben encontrar fuera del marco teórico marxista. Un volumen bajo el imponente título El compañero crítico del marxismo contemporáneo expresa:
Ya no estamos presenciando una crisis dentro del marxismo, entre distintas interpretaciones, provocando expulsiones y escisiones… Estamos ante una crisis que involucra la existencia misma del marxismo, cuyo remate es la desaparición de las instituciones, partidarias u otras, cuyo referente oficial era el marxismo, y su supresión de la esfera cultural, la memoria colectiva y las imaginaciones individuales. …
Los autores más importantes que presentamos, de Bourdieu, pasando por Habermas y Foucault, a Derrida, de ninguna manera pueden ser identificados como marxistas. Simplemente, vemos a estas figuras y a otras como indispensables para cualquier reconstrucción. Representan otros elementos en nuestra cultura, la cual no puede ser asimilada con el marxismo, pero que nos son valiosos de todas formas.
Un título más apropiado habría sido El compañero para los antimarxistas contemporáneos. Sus publicadores, editores y contribuyentes tienen la intención de resolver la “crisis del marxismo” con base en su disolución en varias sustancias idealistas, irracionalistas y en un pensamiento explícitamente antimarxista. Lo que involucra este proyecto no son solo concepciones teóricas incorrectas. Detrás de las concepciones teóricas antimarxistas, hay posturas políticas reaccionarias enraizadas en intereses de las seccionas más pudientes de la pequeña burguesía que son hostiles a cualquier legado teórico y político de la Revolución de Octubre.
Por ejemplo, uno de los representantes académicos líderes de la pseudoizquierda contemporánea, Alain Badiou, escribió en el 2011:
El marxismo, el movimiento obrero, la democracia de masas, el leninismo, el partido del proletariado, el Estado socialista —todas las invenciones del siglo XX— ya no nos son útiles.
La celebridad pseudoizquierdista y el charlatán intelectual, Slavoj Žižek, escribe en su último libro, Lenin 2017: Remembering, Repeating, and Working Through (Lenin 2017: recordando, repitiendo y resolviendo),
Aceptémoslo: hoy día, Lenin y su legado son percibidos como de otro tiempo, perteneciendo a un ‘paradigma’ caduco. No solo fue Lenin entendiblemente ignorante de muchos de los problemas que hoy son centrales en la vida contemporánea (la ecología, las luchas por una sexualidad emancipada, etc.), sino que sus prácticas políticas brutales también están fuera de fase con las actuales sensibilidades democráticas; su visión de una nueva sociedad materializada como un sistema industrial centralizado administrado por el Estado es simplemente irrelevante, etc.
Ninguno de estos críticos del marxismo ofrece una alternativa teórica y política. El mismo monsieur Badiou que proclamó al marxismo y a las otras “invenciones” del siglo XX “no útiles” escribió tan solo dos años luego: “[L]a mayoría de las categorías políticas que están empleando los activistas de movimientos para pensar y transformar nuestras situaciones presentes son, en su forma actual, en gran parte inoperativas”. El título de ese ensayo es apropiadamente “Nuestra impotencia contemporánea”.
En discutir la bancarrota intelectual de la pseudoizquierda contemporánea, no se puede desconocer otro aniversario. Este año marca el 50 aniversario de 1968, un año que fue testigo de un levantamiento social de masas a escala global —desde la lucha librada contra el imperialismo estadounidense en Vietnam y las protestas estudiantiles de masas por todo el mundo contra las guerras neocoloniales, a los eventos de mayo y junio que pusieron en duda la supervivencia misma del capitalismo en Francia y la Primavera de Praga antiestalinista en Checoslovaquia—.
Durante ese año crítico, ¿cuáles fueron las obras teóricas que ejercieron influencia en las amplias capas radicalizadas políticamente de jóvenes, estudiantes e intelectuales izquierdistas? Sin duda, el marxismo estaba “en el aire”. Pero era un “marxismo” cuyos fundamentos teóricos y orientación política eran profundamente diferentes a las del marxismo que formó la base de la práctica del Partido Bolchevique. No fue la escuela de Marx, Engels, Lenin y Trotsky la que influenció a la generación del sesentaiocho, sino la Escuela de Fráncfort de Max Horkheimer, Theodor Adorno, Walter Benjamin, Wilhelm Reich y, el más popular de todos, Herbert Marcuse.
Cabe resaltar dos características de la Escuela de Fráncfort: en primer lugar, su indiferencia e, incluso, su hostilidad abierta hacia la clase obrera y el desarrollo de su lucha contra el sistema capitalista. El elemento esencial del pesimismo y escepticismo históricos de la Escuela de Fráncfort era su rechazo a la concepción clásica marxista del papel revolucionario decisivo de la clase obrera en la lucha contra el capitalismo. Este pesimismo puede explicarse políticamente como una reacción desmoralizada a las derrotas sufridas por la clase obrera alemana entre 1918 y 1933. Para intelectuales como Horkheimer y Marcuse, estas derrotas no podían ser explicadas como el resultado de errores y traiciones de los partidos políticos de la clase obrera —es decir, los partidos socialdemócratas y comunistas— sino como la manifestación del carácter no revolucionario de la clase trabajadora.
Tan temprano como 1927, en un ensayo intitulado “La impotencia de la clase obrera alemana”, Max Horkheimer escribió: “El proceso capitalista de producción ha… abierto una brecha entre el interés en el socialismo y las cualidades humanas necesarias para su implementación”.
El pesimismo político de la Escuela de Fráncfort se intensificó ante la catástrofe de 1933 y los horrores del nazismo y la Segunda Guerra Mundial. Lo poco que quedaba del marxismo en la Escuela de Fráncfort servía sólo para maquillar su acogimiento del orden imperialista de la segunda posguerra y, particularmente en el caso de Horkheimer y Adorno, la reconstrucción del Estado democrático bajo el control de Konrad Adenauer (“Der Alte”), Ludwig Erhard (“Der Dicke") e incluso Kurt Georg Kiesinger (“Der Nazi”).
Herbert Marcuse intentó mantener una actitud más crítica y radical hacia la sociedad capitalista. Sin embargo, su rechazo de la clase obrera como fuerza revolucionaria no era nada más explícito:
Ahora, sobre la cuestión de la clase obrera. Lo he dicho antes y lo sigo haciendo ahora, la clase obrera estadounidense no es una clase revolucionaria… He dicho que, en la situación actual, ante el hecho de que la clase obrera estadounidense no es una clase revolucionaria, lo que sucede es que la conciencia política, la conciencia política radical se concentra entre los grupos minoritarios no integrados como los estudiantes, como las minorías de piel negra y marrón, como las mujeres, y así.
Como lo indiqué, las concepciones teóricas desarrolladas en oposición al marxismo, en el análisis final, están arraigadas en intereses sociales y políticos definidos. Los teóricos de la Escuela de Fráncfort expresaban la perspectiva de secciones de la pequeña burguesía alemana. Más allá, los principales representantes de esta línea no mostraron ningún interés ni mucho menos un apoyo político activo por la lucha de Trotsky contra el régimen estalinista en la Unión Soviética. No cabe duda de que este es un hecho político de gran importancia en entender la evolución de la Escuela de Fráncfort. Sin embargo, sería un error hacer caso omiso a sus raíces teóricas-filosóficas. Un repaso de las influencias teóricas que encontraron expresión en la Escuela de Fráncfort es necesario, no solo para entender esta tendencia intelectual en particular y las muchas que procedieron de ella, sino también para identificar su diferencia esencial con el marxismo de los bolcheviques y la Revolución de Octubre.
El marxismo tuvo un papel inmenso en el desarrollo del movimiento de los trabajadores alemanes. Proveyó los cimientos teóricos para la formación del Partido Socialdemócrata (SPD, por sus siglas en inglés) como el partido de masas del proletariado alemán. Es innegable que las secciones avanzadas de la clase obrera fueron educadas con base en el marxismo y que éste también influyó a secciones amplias de la intelectualidad pequeñoburguesa. Sin embargo, debe enfatizarse que la relación de la intelectualidad pequeñoburguesa con el marxismo era frecuentemente ambivalente e incluso hostil. Este es un tema histórico complejo que ha sido investigado extensamente. Solo es posible dar un breve resumen al respecto dentro del marco de esta conferencia.
Es una coincidencia histórica asombrosa que, precisamente cuando dejó de ser ilegal el SPD en 1890, secciones de la pequeña burguesía, ejerciendo una autoridad prácticamente indisputable entre los trabajadores, comenzaron a expresar cada vez más insatisfacción con las bases marxistas del movimiento. En particular, aumentaba la oposición de estos elementos en la periferia del SPD al materialismo filosófico marxista, a su insistencia en la primacía de la materia sobre la conciencia, en el carácter regido por leyes del desarrollo social y en la influencia dominante de las fuerzas económicas. Alegaban que el marxismo colocaba un peso excesivo en el carácter gobernado por leyes de los procesos sociales, en la necesidad objetiva por encima de la iniciativa subjetiva y en los motivos conscientes por encima de los impulsos inconscientes e incluso irracionales. El determinismo marxista, enraizado en el materialismo filosófico, desmotivaba la expresión del libre albedrio y la iniciativa personal.
Opuestas al materialismo marxista, a su insistencia en la primacía de las fuerzas y procesos socioeconómicos y su elevación del conocimiento científico y la verdad objetiva por encima de la intuición y la voluntad subjetiva, varias de estas tendencias políticas e intelectuales no partían de Marx, sino de Schopenhauer y Nietzsche. Una de estas tendencias era representada por el reconocido anarquista, Gustav Landauer, quien se declaró un enemigo acervo del materialismo marxista:
Percibimos como posible e incluso necesaria la próxima condición de las cosas porque la amamos y deseamos. El hombre es una medida de todas las cosas y no hay conocimiento objetivo alguno cuyos conceptos sean un reflejo de los objetos percibidos… Sería mucho más provechoso que los socialistas, en primera instancia, expresaran irrestrictamente su voluntad y luego dejaran claro por qué creen que es realizable. Pero proclamar la necesidad incondicional, basada en la naturaleza, de un curso definido… es debilitar la potencia del movimiento por medio de una… superstición de que todo se desarrollará por sí solo…
Hay que decirle en la cara al marxismo que es la plaga de nuestra época y la maldición del movimiento socialista.
Las opiniones de Landauer se produjeron en un ambiente intelectual en el que secciones sustanciales de la intelectualidad burguesa y pequeñoburguesa, especialmente los artistas, se mostraron cada vez más atraídos a la exploración de lo inconsciente. En un momento en el que la ciencia avanzaba extraordinariamente, estas capas se aferraron a la creencia de que la clave a un entendimiento de la realidad y la verdad última yacía en la exploración de la experiencia subjetiva.
Esta no fue de ninguna manera una tendencia que se limitó a Alemania y Austria. Fue un fenómeno intelectual extenso, replicado en toda Europa, incluyendo Rusia. Esta ofensiva contra el materialismo filosófico tuvo implicaciones de gran alcance y suscitó las siguientes interrogantes: ¿había que basar el programa, la estrategia, y las tácticas de los partidos socialistas, la práctica de la clase obrera, en un análisis científico de la realidad objetiva que existe independientemente de la conciencia o basarlos en la intuición y la voluntad subjetiva? ¿debía basar la clase obrera sus acciones y objetivos en un entendimiento de las leyes objetivas del desarrollo social o, como urgían George Sorel y otros, en mitos psicológicamente provocadores?
Dos figuras prominentes de la facción bolchevique en el Partido Obrero Socialdemócrata de Rusia, Alexander Bogdanov y Anatoli Lunacharski, influenciados considerablemente por Nietzsche, arguyeron que había que modificar el marxismo irrigando la lucha por el socialismo con un contenido mucho más emotivo. Lunacharski incluso propuso el desarrollo de una nueva religión socialista que sostuviera al movimiento revolucionario con fe y entusiasmo y que contrarrestara el pesimismo y la desmoralización tras la derrota de la revolución de 1905. Declamó: “Adoremos el potencial de la humanidad, nuestro potencial, y representémoslo con un aura de gloria, para amarlo con más fuerza”. Como lo señaló un historiador en una investigación sobre la influencia de Nietzsche en los socialistas rusos, en el caso de Lunacharski, “sus prédicas exhiben el entusiasmo fabricado y la falsa jovialidad de jefes de tropa atizando el apoyo para una tarea poco popular pero necesaria: Lunacharski manifiesta frecuentemente que, en la crisis en marcha, está convencido en que solo el entusiasmo producido por su religión puede proveer las fuerzas y la motivación necesarias para la victoria del socialismo”.[1]
Lenin, atónito ante la exultación religiosa de Lunacharski, comenzó a referirse a él como “Anatoli el bendecido”. Pero no se limitó a darle a su errático camarada un apodo cómico. Reconociendo las peligrosas repercusiones políticas que entrañaba el desarrollo de tendencias subjetivistas e irracionalistas dentro del movimiento socialista, Lenin escribió su más importante tratado teórico: Materialismo y empiriocriticismo. Ninguna otra obra de Lenin ha provocado tanta ira como su defensa intransigente del materialismo filosófico. Ni siquiera su obra ¿Qué hacer? ha sido denunciada con tal furor. Materialismo y empiriocriticismo es atacada como una exposición de “materialismo vulgar”, el cual simplifica inadmisiblemente la relación entre la materia y la consciencia y promueve la concepción “cruda” de que la consciencia es meramente un espejo del mundo material, y que el pensamiento humano y la práctica no son más que una respuesta ya programada a los estímulos materiales. Incluso se le acusa a Lenin de no haber estudiado a Hegel ni haberse familiarizado con la dialéctica cuando escribió dicha obra.
Tales descripciones de Materialismo y empiriocriticismo distorsionan inescrupulosamente el texto de Lenin y su biografía intelectual. En Materialismo y empiriocriticismo, uno encuentra pasajes en los que Lenin ilumina de forma brillante la relación entre el materialismo y la lógica dialéctica. No obstante, sin duda insiste en la primacía de la materia sobre la conciencia y en la existencia objetiva de un mundo material independiente del pensamiento. El profundo respeto de Lenin a la Lógica de Hegel siempre estuvo atemperado por críticas contra sus bases idealistas. Hasta el fin de su vida, Lenin se mantuvo comprometido a defender el método teórico y el legado de Karl Marx y Friedrich Engels. El reconocimiento del mundo objetivo, existiendo independientemente de la conciencia, sentó las bases esenciales para una epistemología materialista. A su vez, esta epistemología materialista constituyó el fundamento teórico para una perspectiva y un programa cimentados científicamente y sobre cuyas bases se propiciaría la práctica de la clase obrera. En un pasaje crítico, Lenin escribe:
La máxima tarea de la humanidad es comprender esta lógica objetiva de la evolución económica (la evolución de la vida social) en sus cualidades generales y fundamentales para poder adaptar a ella nuestra consciencia social y la consciencia de las clases avanzadas en todos los países capitalistas de la forma más clara y crítica posible.
Lo que esto significa es que la clase trabajadora tiene que llegar a entender las leyes de la evolución histórica y social y poder analizar correctamente los acontecimientos objetivos a fin de emprender una lucha revolucionaria contra el capitalismo y cambiar el mundo. Fue con base en este método que los grandes marxistas rusos —ante todos, Lenin y Trotsky— se prepararon y lideraron a la clase obrera a la toma de poder en octubre de 1917.
El compromiso de Lenin al materialismo no era en esencia meramente abstracto o intelectual. La defensa del materialismo conlleva inequívocamente la lucha por apreciar correctamente los acontecimientos políticos, definir precisamente las tareas de la clase trabajadora y ofrecer la correcta orientación política y práctica. El lazo esencial entre el materialismo filosófico y la orientación política de la clase obrera fue subrayado reiteradamente por Lenin. En su ensayo de 1913, “Las tres fuentes y tres partes integrantes del marxismo”, anotó:
La filosofía del marxismo es el materialismo. A través de la historia moderna de Europa, y particularmente a fines del siglo XVIII en Francia, donde se condujo una lucha resuelta contra todo tipo de mugre medieval, contra la servidumbre en instituciones e ideas, el materialismo ha probado ser la única filosofía consistente, verdadera en todas sus enseñanzas sobre las ciencias naturales y hostil hacia la superstición, la hipocresía, etc. Los enemigos de la democracia han, por esta razón, agotado sus esfuerzos para “refutar”, socavar y difamar al materialismo, y han avanzado formas distintas de idealismo filosófico, el cual siempre, de una u otra manera, consiste en una defensa de y apoyo a la religión.
Una examinación de las obras de Lenin y Trotsky antes de 1917 devela su enfoque intenso e intransigente en cuestiones de perspectiva y análisis políticos. El marxismo de Lenin y Trotsky, enraizado como estaba en el materialismo dialéctico e histórico, se preocupaba primordialmente en comprender la dinámica del recrudecimiento de la crisis del capitalismo global y las implicaciones de dicha crisis dentro de Rusia. Nuevamente cito a Lenin, esta vez su ensayo teórico-biográfico sobre Karl Marx, escrito en 1913:
Solo la consideración objetiva del conjunto total de relaciones entre absolutamente todas las clases de una sociedad dada y. consecuentemente, una consideración de la etapa objetiva de desarrollo alcanzada por esa sociedad y sus relaciones entre ella y otras sociedades pueden constituir las bases para la táctica correcta de una clase avanzada.
Más allá de las diferencias que existían entre Lenin y Trotsky antes de 1917, ambos concentraron su trabajo en el desarrollo de una orientación estratégica del movimiento socialista. Con el estallido de la guerra en 1914, el estudio de Lenin de la crisis mundial adquirió una extraordinaria profundidad e intensidad que tuvo un impacto de gran alcance en la orientación del Partido Bolchevique en 1917. El trabajo teórico que subyació su redacción de El imperialismo en 1915-1916 condujo al giro estratégico crucial de los bolcheviques cristalizado en Las tesis de abril de Lenin. Y pese a haber recorrido una trayectoria política diferente, el papel extraordinario de Trotsky en 1917 resultó del desarrollo, durante los 12 años previos, de su teoría de la revolución permanente.
No puede haber ninguna revolución sin voluntad, es decir, sin el máximo grado de determinación subjetiva. Pero la voluntad y la determinación deben ser guiadas por una apreciación correcta de la realidad objetiva, sobre la cual debe partir la práctica del movimiento socialista. Desde un punto de vista teórico, el rechazo a una glorificación de la voluntad subjetiva como el sembradío de la acción política separa al marxismo de las incontables variedades de la política radical pequeñoburguesa, incluyendo al anarquismo y al maoísmo, además, por supuesto, el más contrarrevolucionario de los movimientos de las masas de clase media, el fascismo. En un discurso frente al Tercer Congreso de la Internacional Comunista en 1921, enunció Trotsky:
Si fuéramos a arrancar lo subjetivo de lo objetivo, esta filosofía llevaría lógicamente a un aventurismo revolucionario puro.
Y creo que hemos aprendido en la gran escuela del marxismo a unir dialécticamente lo objetivo con lo subjetivo. Es decir, hemos aprendido a basar nuestro accionar no solo en esta o aquella expresión de voluntad subjetiva, sino también en la convicción de que la clase obrera tenderá a nuestra voluntad subjetiva y que la voluntad de acción del proletariado es determinada por la situación objetiva.
Dos años después, cuando Trotsky ya estaba envuelto en la lucha contra el crecimiento de la burocracia en la Unión Soviética, explicó de forma brillante la relación entre la examinación científica de la realidad objetiva y la voluntad subjetiva en la obra de Lenin:
El leninismo es, en primera instancia, realismo, la máxima apreciación cualitativa y cuantitativa de la realidad, respecto al punto de vista de la acción revolucionaria. Es precisamente por esto que es irreconciliable con cualquier escape de la realidad detrás de una cortina de agitación vacía, con cualquier pérdida de tiempo pasivo, con cualquier justificación arrogante de los errores del pasado bajo el pretexto de salvar las tradiciones del partido.
El leninismo es una libertad auténtica de los prejuicios formalistas, doctrinarismos moralizadores, de todas las formas de conservadurismo intelectual, el cual busca ahogar la voluntad hacia el accionar revolucionario. Sin embargo, creer que el leninismo significa que “todo vale” sería un error irremediable. (El nuevo curso)
Vivimos en un mundo extraordinariamente complejo. Las enormes, sumamente poderosas y globales fuerzas productivas parecieran estar agobiando a la humanidad. Sin duda, agobian a la clase gobernante, que no sabe cómo ni puede, en conformidad con la lógica económica del capitalismo, desarrollar estas fuerzas ni emplearlas para un fin socialmente progresista. Es este el problema esencial que subyace la interminable serie de crisis económicas, el ensanchamiento de la desarticulación social y el cada vez mayor peligro de una Tercera Guerra Mundial librada con armas nucleares.
La clase trabajadora, en virtud de su posición objetiva respecto a las fuerzas productivas globales, puede solucionar este problema histórico que se le cola entre las manos a la burguesía. Sin embargo, su capacidad de lograrlo depende de la medida en que alinee su consciencia subjetiva con la realidad objetiva. El partido marxista revolucionario constituye el instrumento político esencial para alcanzar este alineamiento de consciencia y realidad, de necesidad política objetiva y práctica revolucionaria de masas. Este alineamiento fue consumado en 1917 y tiene que ser logrado nuevamente, siendo este el objetivo central del Comité Internacional de la Cuarta Internacional.
[1] “Empiriocriticism: A Bolshevik Philosophy?”, Aileen Kelly, Cahiers du Monde Russe et soviétique, Volumen 22:1 (enero-marzo de 1981), p. 104. (Nuestra traducción al español)
(Artículo publicado originalmente en inglés el 19 de marzo de 2018)