Mientras conmemoramos este Día Internacional del Trabajador y el bicentenario del nacimiento de Karl Marx, el resurgimiento de la lucha de clases que está sacudiendo las relaciones políticas y sociales a nivel global se manifiesta con particular fuerza en América Latina, el continente más socialmente desigual del planeta.
Al igual que en Estados Unidos y en otras partes del mundo, los docentes están irrumpiendo en el primer plano de este nuevo episodio de la lucha de clases. Han hecho huelgas y tomado las calles de Sao Paulo, Buenos Aires, Santiago, la Ciudad de México y San Juan para combatir la destrucción de la educación pública y para defender sus niveles de vida y derechos básicos. En muchas ocasiones, se han topado con una represión policial desnuda.
La nueva cosecha de Gobiernos derechistas —Macri en Argentina, Temer en Brasil, Piñera en Chile— no son más capaces de resolver la crisis del sistema capitalista en América Latina que sus predecesores supuestamente izquierdistas. Igual de sumidos en profundos escándalos de corrupción, su única respuesta posible es descargar el peso de la crisis sobre las espaldas de la clase trabajadora.
La clase obrera latinoamericana está asumiendo nuevamente una lucha revolucionaria. Es hora de dar cuenta de las traiciones de luchas pasadas y del papel desempeñado por dirigentes que se dedicaron a desorientar y descarrillar a la clase obrera.
“La emancipación de los trabajadores le corresponde a la propia clase trabajadora”, insistieron famosamente Marx y Engels. Esta afirmación esencial sobre el rol de la clase obrera como la única clase consistentemente revolucionaria en la sociedad capitalista y sobre la imposibilidad de establecer el socialismo bajo el liderazgo de cualquier sección izquierdista o radical de la burguesía o pequeña burguesía ha sido confirmada una y otra vez en las trágicas experiencias de la historia latinoamericana.
El Comité Internacional de la Cuarta Internacional ha insistido en que solo es posible derrotar los ataques del imperialismo y la burguesía en la región por medio de la movilización independiente de la clase obrera en todas las Américas, con base en un programa revolucionario, socialista e internacionalista.
El CICI ha librado por décadas una batalla contra todos los que han sustituido la tarea decisiva de construir partidos revolucionarios marxistas en la clase trabajadora por la promoción de Gobiernos burgueses o pequeñoburgueses.
El nacionalismo de izquierdas, con el apoyo de radicales pequeñoburgueses en Europa y América del Norte, ha desempeñado un papel catastrófico en América Latina. Su expresión de mayor impacto fue la teoría de que la llegada al poder de Fidel Castro en Cuba había creado un nuevo camino al socialismo que prescindía de una intervención política consciente e independiente de la clase obrera y de la construcción de partidos revolucionarios marxistas.
En cambio, suponía que era suficiente librar combates de guerrillas con pequeños grupos armados dirigidos por nacionalistas pequeñoburgueses. Este mito derivado de la toma del poder por parte del Movimiento 26 de Julio de Castro fue destilado en forma de retrogradas teorías guerrillistas elaboradas por su viejo aliado político, Che Guevara, como un modelo para revoluciones en todo el hemisferio.
Tan fraudulenta perspectiva encontró a sus proponentes más prominentes en la tendencia revisionista pablista que emergió de la Cuarta Internacional bajo la dirección de Ernest Mandel en Europa y Joseph Hansen en Estados Unidos, subsecuentemente acompañados por Nahuel Moreno en Argentina.
Esta perspectiva antimarxista fue propagada por toda América Latina y sus consecuencias fueron devastadoras. Alejó a toda una capa de jóvenes radicalizados de la lucha por construir una dirección revolucionaria y consciente en la clase obrera, encauzándolos hacia confrontaciones armadas sumamente desiguales que cobraron miles de vidas, y allanó el camino a dictaduras fascistas militares a través del continente.
El Comité Internacional de la Cuarta Internacional luchó intransigentemente contra la perspectiva pablista, defendiendo la Teoría de la Revolución Permanente de Trotsky. El CICI insistió en que el castrismo no constituía ningún nuevo camino al socialismo. En cambio, representaba solo una de las variantes más radicales de los movimientos nacionalistas burgueses que llegaron al poder en gran parte del mundo excolonial en el periodo de la posguerra.
El CICI advirtió además que, al promover a Castro como un “marxista natural”, los pablistas estaban repudiando completamente la concepción histórica y teórica de la revolución socialista hasta Marx y estaban sentando las bases para la liquidación de los cuadros revolucionarios del movimiento trotskista internacional y su disolución en el nacionalismo burgués y el estalinismo.
El mes pasado, se acabó formalmente el Gobierno de los hermanos Castro tras seis décadas en el poder. Ante el crecimiento de la desigualdad social en la isla, el estrato gobernante procura rescatar sus privilegios por medio de un acercamiento al imperialismo estadounidense. Actualmente, los acuerdos firmados con Obama permanecen en suspenso, ya que Trump le está exigiendo mayores concesiones a La Habana, mientras fomenta virulentas actividades anticastristas en Miami y amenaza con revigorizar y profundizar la agresión estadounidense. El futuro de Cuba será definido por el desarrollo de la lucha de clases y la batalla por construir una nueva dirección revolucionaria en la clase trabajadora, tanto en la isla como en Estados Unidos y en la región.
Los mismos revisionistas pablistas que promovieron el castrismo procedieron a declarar al Frente Sandinista de Liberación Nacional en Nicaragua y al Frente Farabundo Martí para la Liberación Nacional en El Salvador como nuevos caminos hacia el socialismo y cimientos para la formación de una nueva internacional revolucionaria. Pese al inmenso heroísmo y sacrificio de cientos de miles en la lucha contra las dictaduras respaldadas por EUA y los ejércitos terroristas de la CIA, ambos movimientos se transformaron en partidos burgueses, hicieron paz con las reaccionarias oligarquías gobernantes a las que se habían opuesto y asumieron el papel de garantes de la ejecución de los programas de austeridad del Fondo Monetario Internacional.
El mes pasado fue testigo de la violenta represión desatada por Daniel Ortega —el líder sandinista que ha acumulado niveles de poder y riquezas que compiten con los del exdictador Somoza— contra los trabajadores y jóvenes que protestaban recortes drásticos a las pensiones, dejando a unos 30 muertos.
También en abril, fue arrestado bajo cargos de corrupción fabricados Inácio Lula da Silva, el viejo líder sindical metalúrgico que llegó a la Presidencia de Brasil como dirigente del Partido de los Trabajadores.
Muchos de los mismos revisionistas pablistas o morenistas que habían celebrado las virtudes del castrismo y el sandinismo presentaron al PT como un camino al socialismo único para Brasil. Ayudaron a construir desde adentro lo que se convertiría en un partido burgués rematadamente corrupto que por una docena de años sirvió como el instrumento preferido para gobernar de la burguesía brasileña. Es sumamente revelador que el encarcelamiento de Lula a manos del Gobierno derechista de Michel Temer no ha provocado ninguna protesta de masas de los trabajadores brasileños, cuyos niveles de vida y derechos fueron atacados fuertemente por los Gobiernos del PT, con la colaboración de los sindicatos afiliados.
Años después de que sus compañeros brasileños fueran expulsados del PT, los morenistas, una tendencia que nada aprende pero tampoco olvida, han concentrado sus esfuerzos en una serie de alianzas políticas y maniobras sindicales y parlamentarias carentes de principios en Argentina. La lógica de esta actividad es la preparación de una nueva traición contra la clase obrera argentina por medio de la creación de un nuevo partido burgués de izquierdas similar a Podemos en España o Syriza en Grecia.
Como lo reconoció el año pasado su principal aliado electoral —de forma franca pero incriminándose al mismo tiempo—, el PTS, el principal perpetuador de la política desacreditada del morenismo en Argentina, representa un “Podemos en pañales”.
Finalmente, con la llegada al poder del excoronel del ejército venezolano, Hugo Chávez, el fraudulento bolivarianismo o socialismo del siglo XXI pudo adoptar una pose “izquierdista” y proveer programas sociales mínimos para la clase obrera gracias a los elevados precios del petróleo, pero este movimiento nacionalista burgués, arraigado firmemente en la cúpula militar, se ha arrojado agresivamente contra los trabajadores. Sus políticas han enriquecido a una capa de inversionistas, especuladores de la bolsa de productos básicos y altos oficiales militares, mientras que han defendido los intereses del capital financiero internacional, incluso cuando los trabajadores enfrentan hambre y desempleo.
Mientras tanto, el Gobierno ecuatoriano de Rafael Correa, otro proponente del bolivarianismo y el socialismo del siglo XXI, le pasó las riendas a un sucesor escogido personalmente, Lenín Moreno. Además de imponer un conjunto de contrarreformas capitalistas, Moreno ha buscado congraciarse con el imperialismo estadounidense y británico por medio de una traición grotescamente reaccionaria: le prohibió al fundador de WikiLeaks, Julian Assange, el acceso al Internet y a visitas en la embajada ecuatoriana en Londres, donde ha sido prácticamente un prisionero por los últimos seis años. Buscando estrechar sus lazos con el ejército estadounidense y la Administración de Trump, el Gobierno de Moreno está colaborando para callar a un hombre perseguido por Washington por exponer los crímenes del imperialismo estadounidense. Tal es la lógica del nacionalismo burgués.
Estas amargas experiencias con el nacionalismo burgués, el pablismo y otros soportes pseudoizquierdistas de la pequeña burguesía ponen de relieve la necesidad de forjar un nuevo movimiento revolucionario marxista, basado en la movilización política independiente de la clase obrera en América Latina y en una lucha común junto a los trabajadores en Estados Unidos e internacionalmente para acabar con el capitalismo.
Hacemos un llamado a nuestros camaradas en América Latina, a quienes están participando en este mitin en línea, a quienes leen el World Socialist Web Site y a todos los trabajadores y jóvenes buscando un camino revolucionario. La historia de la lucha de clases en América Latina no solo está compuesta de traiciones, sino también de inmenso heroísmo, autosacrificio y determinación, atributos que serán invocados en las batallas revolucionarias venideras. Sin embargo, la cuestión determinante será aprender las lecciones del pasado para que no se repitan errores ni traiciones. Ante todo, esto significa estudiar y asimilar las enseñanzas de la larga historia de luchas del trotskismo contra el revisionismo y, con base en estos principios fundamentales, construir secciones del Comité Internacional de la Cuarta Internacional en cada país.