El siguiente discurso fue pronunciado por Chris Marsden, secretario nacional del Partido Socialista por la Igualdad (Reino Unido), la sección británica del Comité Internacional de la Cuarta Internacional, durante los últimos 20 años.
Marx repudiaba la premisa central del reformismo al extraer la lección fundamental de la Comuna de París de 1871. El primer intento de la clase trabajadora por tomar el poder en sus propias manos terminó en la matanza de hasta 20.000 comuneros.
Marx concluyó que “la clase trabajadora no puede simplemente apoderarse de la maquinaria estatal tal como es y utilizarla para sus propios fines”. El Estado moderno funcionaba como “el poder nacional del capital sobre el trabajo”, una “fuerza pública organizada para la esclavización social” y “un motor del despotismo de clase”. La clase trabajadora tiene que derrocar al Estado burgués y establecer su propio poder estatal, encargado de la “expropiación de los expropiadores”.
La historia del movimiento socialista revolucionario es la historia de la hostilidad implacable hacia los defensores del reformismo, de la constante denuncia de sus pretensiones y falsedades para romper su influencia en la clase trabajadora.
En 1938, León Trotsky pronunció un discurso sobre la fundación de la Cuarta Internacional, en el que declaró, “Nuestro objetivo es la liberación material y espiritual total de los trabajadores y de los explotados mediante la revolución socialista. Nadie la preparará y nadie la guiará excepto nosotros mismos”.
Contrastó la Cuarta Internacional con las “viejas Internacionales”, que estaban “completamente podridas. Los grandes eventos que se precipitan sobre la humanidad no dejarán piedra sobre piedra de esas organizaciones ya superadas”.
Esa predicción ahora se está cumpliendo.
Los partidos estalinistas son o cáscaras, o, en el caso de China, el nuevo nexo organizativo de la burguesía. Los partidos social-demócratas de Europa, que antes defendían un camino reformista hacia el socialismo, están siguiendo el mismo camino. Hoy, su promedio de votos en los países europeos occidentales es de solo el 22 por ciento.
El SPD alemán, apoyado por menos de un quinto del electorado, está en una segunda gran coalición, apoyando al derechista CDU. Pero solo otros cinco Estados de la UE —Malta, Portugal, Rumanía, Suecia y Eslovaquia— tienen a los social-demócratas en el gobierno.
Algunos partidos, tales como el Partido Socialista francés, han sufrido un colapso hacia un apoyo de una sola cifra, incluyendo a Grecia, donde se dio el nombre de “pasokización” a este fenómeno.
El grupo de reflexión blairista Prospect, proclama, “La social-democracia, la fuerza más influyente en la política europea durante décadas, está muriendo”.
Deberían saberlo, porque el partido al que llamaron “Nuevo Laborismo” estaba a la vanguardia del cambio político hacia una agenda abiertamente favorable a los negocios, la privatización, la austeridad y la guerra, que terminó en un derrumbe electoral.
La clase trabajadora, particularmente la generación más joven, ha abandonado con asco a los viejos partidos por lo que han hecho.
Es más, los propios partidos de la “izquierda amplia”, que supuestamente tenían que reemplazar a esas formaciones despreciadas, se han desacreditado. Esto queda perfectamente ejemplificado por Syriza en Grecia, que llegó al poder basándose en la promesa de oponerse a la austeridad, para acto seguido implementar recortes que eran peores que los que llevaron al colapso del PASOK.
Syriza está ahora en un conflicto frontal con la clase trabajadora, después de haber privatizado 14 aeropuertos regionales, el Puerto del Pireo, el puerto marítimo de Salónica, de haber recortado las jubilaciones un 40 por ciento, a lo que seguirá otro recorte del 20 por ciento, de haber destripado el servicio de sanidad, de haber destruido decenas de miles de empleos, de haber impuesto leyes antihuelga, de haber abrazado a la OTAN y una alianza militar con Israel.
Os hablo desde un país que supuestamente está rechazando esta tendencia —donde la elección de Jeremy Corbyn como dirigente en 2015 tuvo por objetivo señalar un renacimiento del Partido Laborista.
Esta es la narrativa que endilgan los grupos pseudoizquierdistas británicos —que declaran que la victoria de Corbyn es un paso hacia la refundación del laborismo “como un partido democrático, socialista y antiausteridad”.
Los acontecimientos ya han desmentido tales afirmaciones.
Hemos documentado, como partido, cada retroceso hecho por Corbyn para cumplir con los dictados de la derecha del Partido Laborista y de los grandes negocios.
En vez de oponerse a la austeridad, Corbyn instruyó a los ayuntamientos laboristas que impusieran los recortes exigidos por los conservadores, mientras que el canciller en la sombra John McDonnell dedica sus días a cortejar a la City de Londres.
En vez de movilizar a los trabajadores contra el militarismo y la guerra, Corbyn ha capitulado en cada tema clave —permitiendo votos libres sobre la guerra en Siria y la renovación del programa de armas nucleares Tridente, como parte del fortalecimiento militar de la OTAN contra Rusia.
En nuestra evaluación de Corbyn y el laborismo, nos basamos en el rico legado del movimiento marxista y en los análisis hechos por el Comité Internacional de la Cuarta Internacional.
“El reformismo es el engaño burgués a los trabajadores”, escribió Lenin, describiéndolo como una “enfermedad”.
Con la alineación de los social-demócratas tras sus propias clases dirigentes en la Primera Guerra Mundial, escribió de la victoria monstruosa del oportunismo —una tendencia arraigada en “una sección de la pequeña burguesía y de ciertos estratos de la clase trabajadora que se han quedado sin las superganancias imperialistas y se convirtieron en perros guardianes del capitalismo y corruptores del movimiento obrero”.
Sin una lucha contra esos partidos, dijo, “no se puede concebir una lucha contra el imperialismo, o el marxismo, o un movimiento obrero socialista”.
Trotsky dijo de los “izquierdistas” del laborismo británico: “Hay que mostrarles a los trabajadores a toda costa esos pedantes presumidos, eclécticos tontos, carreristas sentimentales y criados elegantes de la burguesía, en sus verdaderos colores. Presentárselos como lo que son significa desacreditarlos irremisiblemente”.
Grupos tales como el Partido Socialista, el Partido Socialista de los Trabajadores, y otros, dan un repaso a más de un siglo de la historia del Partido Laborista y formaciones similares.
Durante décadas, figuras mucho más a la izquierda que Corbyn encabezaron facciones o dirigieron partidos en los cuales millones depositaron su confianza, y que habían implementado medidas que beneficiaban de manera significativa a la clase trabajadora —tales como la fundación del Servicio Nacional de Salud británico. Incluso entonces, fracasaron todos los esfuerzos por transformarlos en algo parecido a socialistas.
Pero eso ya está en el pasado lejano.
El bandazo a la derecha por parte de los social-demócratas no es el resultado de unos pocos malos dirigentes. ¿Cómo podría eso explicar el carácter universal de este proceso?
Fue la respuesta necesaria de los partidos y políticos procapitalistas a los profundos cambios asociados con la producción globalizada, la integración de las finanzas y la manufactura y el dominio de la economía mundial por parte de las corporaciones transnacionales.
Esto dejó moribundo al programa reformista de obtener concesiones sociales, en el marco del Estado nación mediante la colaboración de clases.
Para competir en los mercados globalizados, la clase gobernante exigía a los social-demócratas, y a los sindicatos encima de los cuales se apoyan, que impusieran recortes salvajes y traicionaran huelgas —lo cual llevan décadas haciendo.
En el proceso, su relación con la clase trabajadora ha sufrido un cambio fundamental, ya que se han vuelto sirvientes más directamente de la oligarquía financiera.
Los grupos de la pseudoizquierda afirman que todo eso ha cambiado, porque al laborismo lo dirige un buen hombre, con intenciones progresistas. Sin embargo, su apoyo por Corbyn no se basa en tales concepciones equivocadas estúpidas, sino en cálculos políticos arraigados en intereses sociales definidos.
Representan una capa de la clase media alta que ve a la revolución como una amenaza a los privilegios sustanciales de los que goza, a menudo como consejeros de la burocracia obrera o funcionarios destacados en el seno de los aparatos sindicales.
Casi un siglo y medio después de que Marx escribiera sobre la Comuna de París, la perspectiva de los grupos de la pseudoizquierda es “apoderarse” no del Estado, sino de Jeremy Corbyn —y colgarse de sus faldones para llegar a la maquinaria de gobierno.
Esto es lo que quienes piensan como él han hecho en Grecia, con Syriza, en el Bloque de Izquierda de Portugal, La Izquierda en Alemania y Podemos en España.
Si Corbyn llegara al poder, sus acciones serían las mismas que las de los de Syriza —traicionar el mandato político que se le dio, y perseguir la austeridad y el militarismo exigido por la aguda crisis del imperialismo británico y mundial.
El Partido Socialista por la Igualdad basa su perspectiva no en ilusiones efímeras en figuras tales como Corbyn, Alexis Tsipras o Pablo Iglesias, sino en la realidad de las relaciones sociales existentes.
Es imposible volver al pasado reformista del Partido Laborista.
Vivimos en una era de una lucha de clases que se intensifica, no de compromiso de clase, de sangre y acero, que solo puede ser trascendida mediante la revolución socialista mundial. En el bicentenario de su nacimiento, el futuro pertenece a Marx, y a la gran tradición revolucionaria defendida por Lenin y Trotsky, y personificado hoy en los partidos del CICI.
(Publicado originalmente en inglés el 11 de mayo de 2018)