Las elecciones generales del domingo pasado en Brasil fueron un terremoto político que redujo a escombros partidos que dominaban desde hace mucho el paisaje político. Al mismo tiempo, expuso la putrefacción completa del orden democrático burgués establecido después de la dictadura militar de veinte años que fue instalada a través de un golpe de Estado en 1964 respaldado por Washington.
El hecho de que Jair Bolsonaro, un fascista y bufo excapitán del Ejército y diputado por nueve términos en el Congreso brasileño, recibiera la cifra impactante de 46 por ciento de los votos y estuviera a un pelo de una victoria directa refleja el inmenso peligro de un regreso del país más grande de América Latina, con una población de más de 200 millones de personas, a un gobierno fascista-militar.
Su desafiante más cercano, Fernando Haddad, el candidato del Partido de los Trabajadores (PT), se mantuvo a 17 puntos porcentuales de distancia. El 28 de octubre, ambos se enfrentarán en la segunda ronda.
Las regiones en las que Bolsonaro venció a Haddad por márgenes mayores al total incluyen todas las ciudades del llamado cinturón industrial ABC que rodea Sao Paulo, el epicentro de las industrias automotriz y metalúrgica de Brasil, el lugar de origen del PT y el escenario de las huelgas de masas en 1978-1980 que forzaron el fin de la dictadura militar. Estas ciudades, donde el ahora encarcelado expresidente del PT, Luiz Inácio Lula da Silva, inició su carrera como líder del sindicato metalúrgico, le dieron a Bolsonaro un 50 por ciento de los votos, comparado con 20 por ciento para Haddad del PT.
Asimismo, Bolsonaro recibió 45 por ciento de los votos contra 20 por ciento para Haddad en Rio Grande do Sul, un bastión del PT en el periodo previo a la elección de Lula en 2002 y el luchar elegido para la fundación del Foro Social Mundial en 2001.
En el estado de Rio de Janeiro, Bolsonaro ganó en todas las ciudades, incluida la capital, con su larga historia de activismo derechista, y Volta Redonda, un centro de la industria siderúrgica y el escenario de feroces luchas sindicales.
Incluso en el noreste, la región más pobre del país y la más beneficiada por la mayor parte de los programas mínimos de asistencia social instituidos bajo Lula, una región considerada como un bastión político del PT, 23 de las 26 capitales estatales favorecieron a Bolsonaro.
Fue igual de impresionante el resultado en el Congreso. El Partido Social Liberal (PSL) de Bolsonaro pasó de un escaño a 52, apenas cuatro menos que los 56 (de 68) retenidos por el PT. Los partidos centroderechistas que han controlado la Presidencia y un gran poder en la legislatura, el PSDB y el MDB, ambos vieron sus delegaciones legislativas recortarse casi a la mitad.
Fue igual de significativo el nivel récord de abstencionismo y votos en blanco, que sumaron una tercera parte del electorado, aproximadamente igual al número de personas que votó por Bolsonaro. Además, todas las encuestas indicaban que existía más oposición que apoyo a cada uno de los candidatos.
¿Quién es el responsable del voto sin precedentes por un candidato de la extrema derecha en Brasil? En primera instancia, está el Partido de los Trabajadores, el cual gobernó Brasil por trece años, desde la primera elección de Lula a la destitución por juicio político de su sucesora, Dilma Rousseff, en 2016.
Los comicios del domingo constituyeron un referéndum popular sobre la devastadora crisis social y económica enfrentada por la mayoría de la población brasileña como resultado del derrumbe financiero que sufrió el país en 2013 y las políticas del Gobierno del PT para colocar el peso completo de esta crisis en las espaldas de los trabajadores. Esto condenó a 14 millones de trabajadores al desempleo, mientras que los salarios reales se redujeron para los que retuvieron sus empleos, y mientras se disparaba la desigualdad social.
La votación también expresó la ira popular hacia la corrupción sistemática expuesta por la investigación Lava Jato, que develó el pago de sobornos en el conglomerado energético estatal de Petrobras. El caso implicó a políticos y partidarios empresariales en un estimado de $4 mil millones que fueron transferidos del tesoro público a sus bolsillos, mientras millones caían en el desempleo y una pobreza más profunda. Lula, quien fue sentenciado con base en evidencias extremadamente endebles involucrando un apartamento con vista al mar, se encontraba en el núcleo de esta intriga.
Haddad y el PT se mostraron incapaces de apelar a la clase obrera o presentar cualquier programa que atrajera apoyo popular en contra del demagogo fascistizante de Bolsonaro, cuyo surgimiento político fue impulsado por el mismo PT, el cual se alió con él en el Congreso.
Todavía queda por verse si la hostilidad de la mayoría de la población hacia Bolsonaro —así como hacia Haddad y el resto de la élite política— resultará en la derrota del neofascista el 28 de octubre. Sin embargo, no cabe duda de que saldrá de la segunda ronda el Gobierno más derechista en Brasil desde la caída de la dictadura militar.
Los satélites pseudoizquierdistas del Partido de los Trabajadores ya están hablando en términos de un “frente unido nacional contra el fascismo”. Si es posible, este frente incluirá los partidos tradicionales de la derecha al igual que una amplia gama de medios de comunicación reaccionarios como O Globo y la revista Veja, los cuales han sido críticos de Bolsonaro.
El PT está apelando a la burguesía brasileña y al capital internacional con base en los argumentos de que podrán suprimir más efectivamente la resistencia de la clase obrera por medio de sus lazos con la confederación sindical burocratizada, la CUT, y que es más probable que Bolsonaro provoque una explosión social.
Cualquiera que crea que Bolsonaro es meramente una aberración nociva y que su derrota a manos del PT producirá un florecer de la democracia en Brasil está viviendo en las nubes.
El giro de la élite brasileña en su conjunto hacia la derecha se vio claramente reflejado en un discurso pronunciado apenas una semana antes de los comicios por el presidente del Supremo Tribunal Federal de Brasil, Dias Toffoli, en el que declaró que ya no quería seguir refiriéndose en términos de golpe de Estado o dictadura a la toma de poder respaldada por la CIA por parte de las fuerzas armadas brasileñas y el derrocamiento del Gobierno electo de Joao Goulart en 1964. En vez, utilizaría “movimiento de 1964”, sugiriendo así que el golpe de Estado militar fue legítimo y fue causado por “errores” de los partidos políticos.
El discurso de Toffoli se produjo pocas semanas después de que seleccionara a un general de reserva del Ejército, quien fue a su vez candidateado por el comandante del Ejército brasileño, el general Eduardo Villas Boas, como asesor principal del máximo tribunal del país. El general nombrado fue uno de los altos oficiales militares que ayudo a Bolsonaro a formular su programa de campaña.
Cabe mencionar que el juez Toffoli alcanzó su actual puesto judicial como una figura lealista del PT, sirviendo como representante legal de las campañas de Lula en 1998, 2002 y 2006.
La elevación de los militares en cada ámbito de la vida política brasileña fue promovida por el PT, el cual presidió el despliegue del Ejército en las favelas de Rio, después de haber ensayado sus tropas en la ocupación patrocinada por la ONU en Haití. Bolsonaro ha intentado explotar el crecimiento del poder del Ejército, indicando que su derrota en las elecciones sería ilegítima y justificaría una intervención del ejército a instancias suyas.
El PT les ha abierto el paso a los peligros que la clase obrera brasileña enfrenta, compartiendo la responsabilidad con las distintas organizaciones pseudoizquierdistas que asumieron un papel protagónico en la fundación y la promoción del PT.
Entre ellos está la alianza morenista-pablista del Partido Socialismo y Libertad (PSOL), cuyos votos cayeron el domingo a solo 0,6 por ciento —comparado con 7 por ciento cuando postuló candidatos por primera vez en 2006—. Ha declarado su apoyo al PT y Haddad en la segunda ronda.
Desde un principio, el papel principal en la formación del PT fue desempeñado por organizaciones que se habían escindido del movimiento trotskista, el Comité Internacional de la Cuarta Internacional en los años sesenta, algunos de ellos promoviendo la teoría de que el castrismo y las guerrillas habían reemplazado la necesidad de construir partidos marxistas dentro de la clase obrera. Esta orientación política contribuyó a derrotas catastróficas de la clase obrera y el surgimiento de dictaduras militares por toda América Latina.
Bajo condiciones de huelgas de masas y luchas militantes de estudiantes contra el régimen militar brasileño, estos mismos elementos se unieron con secciones de la cúpula sindical, la Iglesia Católica y académicos izquierdistas en fundar el PT. De la misma forma, el PT suplantaría la construcción de un partido revolucionario y la lucha por la consciencia socialista en la clase obrera. El PT supuestamente ofrecía un camino parlamentario único en Brasil hacia el socialismo. El fin de este callejón sin salida —marcado por el surgimiento del demagogo fascista de Bolsonaro— fue claramente alcanzado.
La clase obrera brasileña no puede defenderse como parte de un “frente unido” con el PT y sus apelaciones de apoyo a la burguesía brasileña. El único camino hacia adelante es unir las luchas de los trabajadores brasileños con aquellos de la clase obrera latinoamericana en su conjunto, al igual que los trabajadores en América del Norte, contra un enemigo común: el capital financiero y las corporaciones transnacionales.
Esta lucha exige un rompimiento decisivo político con el PT y todos sus satélites pseudoizquierdistas. La cuestión más urgente es la construcción de una nueva dirección revolucionaria en la clase obrera, basada en la asimilación de la larga historia del trotskismo encarnada en el Comité Internacional de la Cuarta Internacional.
(Publicado originalmente en inglés el 10 de octubre de 2018)