Con solo un poco más de una semana antes de la segunda ronda de las elecciones presidenciales de Brasil, el candidato Jair Bolsonaro, quien apenas se quedó corto de ganar una mayoría completa en la primera ronda, ha mantenido una ventaja amplia sobre el candidato del Partido de los Trabajadores (PT), Fernando Haddad. Las encuestas los muestran con 49 por ciento y 36 por ciento de los votos respectivamente.
La llegada al poder de Bolsonaro representa una auténtica amenaza para la clase obrera brasileña y latinoamericana. El excapitán del ejército ha prometido poner fin a toda forma de “activismo” en Brasil para imponer los ataques exigidos por el capital internacional y brasileño a los niveles de vida y derechos básicos de la clase obrera. En un país gobernado por una dictadura militar por dos décadas en los años sesenta y ochenta, este no es un peligro descartable.
El ascenso político de Bolsonaro refleja el estado terminal y de descomposición del orden político establecido en Brasil tras la dictadura. Esto se ha manifestado primordialmente en las traiciones, la corrupción generalizada y los ataques continuos contra la clase obrera brasileña por parte del PT a lo largo de los 13 años en el poder sirviendo como el instrumento preferido de gobierno de la clase dominante capitalista en el país. Las políticas perseguidas por el PT durante los términos de Luiz Inácio Lula da Silva y la sucesora que escogió personalmente, Dilma Rousseff, le trajeron al partido el odio y rechazo de las masas obreras que afirmaba representar. Esto dejó todo listo para que un fascista como Bolsonaro, quien era aliado del PT en el Congreso, se presentara como una oposición populista de derecha.
La elección fue desde cualquier ángulo un referéndum sobre el PT y su papel en colocar todo el peso de la peor crisis económica en la historia del país sobre los hombros de la clase trabajadora. Los resultados figuraron un rechazo contundente al partido, con Bolsonaro ganando por un amplio margen en el cinturón industrial ABC, donde el PT fue fundado en 1980, al igual que en prácticamente todos los centros de clase obrera del país. Enormes cantidades de trabajadores decidieron no votar por nadie, casi una tercera parte del electorado o aproximadamente el mismo número que voto por Bolsonaro.
Bajo estas condiciones, el círculo entero de organizaciones pseudoizquierdistas que orbitan el PT se ha unido, bajo el pretexto de combatir la amenaza del fascismo, para buscar acorralar nuevamente a los trabajadores y encauzarlos detrás de este partido capitalista profundamente desacreditado. Esto lo pretenden lograr con el llamamiento a votar por Haddad.
Todos están repitiendo el mismo refrán: mientras que llaman a votar por Haddad, no le ofrecen ni a él ni a su partido apoyo político.
De esta manera, el PSTU, la mayor organización morenista en Brasil declaró que “sin dar ninguna confianza o apoyo político al PT, debemos votar 13 (Haddad) en el segundo turno”.
El MRT, el afiliado brasileño del principal grupo morenista argentino, el PTS, declaró que “lanzamos el voto crítico a Haddad. Pero no apoyamos políticamente al PT…”.
Esto es completamente insensato. Votar por un candidato y un partido y agitar para que otros lo hagan es proveer apoyo político.
Más allá, si la elección de Haddad fuera necesaria para enfrentar el peligro del fascismo en Brasil, entonces la defensa de su Gobierno contra aquellos en la derecha y en el ejército que buscarían derrocarlo, sería igual de necesaria.
Este, por supuesto, fue el mismo camino andado por los predecesores de estas mismas organizaciones pseudosocialistas y extrotskistas en los años sesenta y setenta con respecto a los Gobiernos de Goulart en Brasil, Perón en Argentina y Allende —quien invitó a Pinochet a unirse a su gabinete— en Chile. Todos ellos suprimieron las luchas obreras y allanaron el paso para que tomaran el poder dictaduras militares sanguinarias que asesinaron, torturaron y encarcelaron a cientos de miles en estos países. Estos supuestos grupos izquierdistas son incapaces de aprender cualquier lección de esta trágica historia.
Una de las coartadas más absurdas en apoyo a Haddad y el PT viene de Jorge Altamira, el dirigente del Partido Obrero (PO) argentino, quien reconoce que el PT ha servido como el “instrumento preferente de la burguesía” a partir del 2002 y lo describe como una “camarilla en descomposición. No obstante, llama a votar por su candidato por motivo de que servirá como “un puente con las masas que buscan, a pesar del PT, un camino de combate contra el fascismo”.
¿De cuáles masas está hablando Altamira? Los trabajadores han desertado el PT; no está construyendo un puente hacia ellos, sino que está generando una mayor desorientación política. El apoyo al PT no es un camino de lucha, sino uno de subordinación a un partido capitalista.
Para justificar su posición, afirma que el PO no está urgiendo a votar por Haddad basándose en la política del PT, sino en “la política que esboza el movimiento femenino”, según se expresa en las manifestaciones de #elenao (#élno) organizadas en vísperas de las elecciones.
Estas manifestaciones han atraído a cientos de miles de personas a pesar, no a causa, de su dirección feminista pequeñoburguesa, la cual ha buscado unir a todas las mujeres —incluidas las candidatas de partidos burgueses de derecha— contra Bolsonaro. Esta es la verdadera orientación del partido de Altamira y los otros similares. Se oponen al desarrollo de un movimiento izquierdista de la clase obrera contra el capitalismo y, en cambio, persiguen apuntalar movimientos derechistas de la clase media basados en una u otra forma de política de identidades.
Dicha orientación, en el caso del PO, va de la mano con su alianza con partidos nacionalistas de derecha en Rusia.
El descarado oportunismo de la postura de Altamira parece que ha provocado cierta disensión en las filas del PO. El historiador y simpatizante desde hace mucho del PO, Daniel Gaido, publicó en Facebook su resumen de un intercambio con el dirigente del partido, en el que Gaido afirma que “el PT es responsable de este ascenso de la derecha [y] que paraliza a las masas”. Lugo, indica que, según el planteo de seguir la línea de las feministas, también se debió haber llamado a votar por Hillary Clinton contra Donald Trump —y cabe añadir, alinearse detrás de la peronista Cristina Fernández de Kirchner—.
Sin embargo, tanteando argumentos para apoyar la línea del PO, Gaido declara que “habría que chequearlo con los escritos de Trotsky”. El bueno profesor puede buscar en todos los libros que quiera y no encontrará justificación alguna de Trotsky para llamar a las masas a votar por un candidato capitalista derechista como medio para derrotar el fascismo.
En el caso de todas estas organizaciones, la avalancha para apoyar a Haddad es un caso, como Marx lo puso, de justificar las porquerías de hoy con las porquerías de ayer.
En 1980, el propio Altamira, en exilio en Brasil, se unió a los seguidores del OCI francés de Pierre Lambert, a la tendencia argentina encabezada por Nahuel Moreno y al Secretariado Unificado pablista de Ernest Mandel para desempeñar un papel político crucial en la fundación del PT. Todas estas tendencias entraron en el PT y lo promovieron como un nuevo y único camino parlamentario hacia el socialismo en Brasil. Ensalzaron a Lula, un oficial sindical derechista que consolidó rápidamente los lazos más estrechos con la patronal y el imperialismo. Todos cargan con una responsabilidad decisiva de la ausencia de una alternativa izquierdista a la política capitalista del PT y del ascenso resultante del populismo derechista y la figura repulsiva de Bolsonaro.
El revisionismo pablista en sus diversas formas rompió con el movimiento trotskista organizado en el Comité Internacional de la Cuarta Internacional por motivo de rechazar la lucha por construir partidos revolucionarios en la clase obrera y luchar por desarrollar la consciencia socialista de la clase obrera. Antes del PT, habían visto en el castrismo y las teorías retrógradas del guerrillerismo un substituto al papel revolucionario de la clase obrera. La promoción de esta orientación produjo derrotas catastróficas por toda América Latina.
En el último periodo, estas mismas tendencias aclamaron a Hugo Chávez y un Gobierno venezolano arraigado en el ejército y el capital financiero, retratando el llamado “socialismo bolivariano” como otra nueva alternativa revolucionaria —una “marea rosada” o un “giro a la izquierda” que se propagaría por toda la región—.
La crisis capitalista mundial que estalló en 2008 y asoló subsecuentemente las llamadas economías de mercado emergentes no ha dejó piedra sobre piedra respecto a este supuesto movimiento. La clase obrera se ha enfrentado a ataques devastadores en Venezuela, Brasil, Argentina y los países con Gobiernos supuestamente de “izquierda”, lo que llevó al fortalecimiento de las fuerzas derechistas.
Lejos de revertirse, esta tendencia se intensificará con el regreso del PT al poder en Brasil. Haddad ya está avanzando la campaña más derechista en la historia del partido, apelando al ejército, al empresariado y a la Iglesia Católica en busca de apoyo.
La clase obrera se encuentra totalmente excluida del proceso político; ningún candidato expresa en lo mínimo los intereses de los trabajadores brasileños.
Se avecinan enormes luchas. La burguesía brasileña no podrá imponer el fascismo o una dictadura militar por medio de las urnas.
La cuestión decisiva en responder al peligro del fascismo es la lucha por desarrollar la consciencia política de los trabajadores, asimilar las amargas lecciones de la experiencia del PT y, con base en esto, construir un partido nuevo, independiente, revolucionario e internacionalista de la clase obrera. Esto significa construir una sección brasileña del Comité Internacional de la Cuarta Internacional.
(Publicado originalmente en inglés el 20 de octubre de 2018)