Del 6 al 8 de mayo, se celebró una conferencia en La Habana, Cuba, intitulada “Encuentro Académico Internacional León Trotski”.
La realización de una conferencia en Cuba sobre este tema tiene un significado innegable, dado que el gobernante Partido Comunista de Cuba, el instrumento del Gobierno nacionalista burgués largamente encabezado por Fidel Castro y su hermano Raúl había suprimido el trotskismo y justificado los crímenes de la burocracia estalinista contra el colíder de la Revolución Rusa y fundador de la Cuarta Internacional.
Los trotskistas cubanos fueron despiadadamente reprimidos por la dirección castrista; sus miembros fueron encarcelados y su prensa aplastada.
No bien fue librado de una cárcel mexicana en 1960, el asesino de Trotsky y agente de la GPU, la policía secreta soviética, Ramón Mercader, fue recibido en el aeropuerto de La Habana por Che Guevara y cálidamente acogido por Fidel Castro. Viajó regularmente entre Moscú y La Habana, donde murió en 1978.
En los años sesenta, su madre, Caridad Mercader, quien protagonizó la organización del asesinato de Trotsky, trabajaba para el Gobierno cubano como directora de relaciones públicas en su embajada en París.
En 1966, ante el Congreso Tricontinental en La Habana, Fidel Castro atacó viciosamente el trotskismo, describiéndolo como una “cosa repugnante y nauseabunda” y “un vulgar instrumento del imperialismo y de la reacción”, haciendo eco del lenguaje de los Juicios de Moscú.
A pesar de, o más posiblemente a causa de, esta campaña oficial por parte del régimen de Castro contra el trotskismo, existe un gran interés entre el público cubano en la vida y el legado de León Trotsky. Esto fue evidente en la popularidad de la novela El hombre que amaba a los perros, escrita por el autor cubano Leonardo Padura, publicada en 2009 y centrada en torno al asesinato de Trotsky. Padura se inspiró a escribir la novela después de visitar el museo Trotsky en Ciudad de México y ver el cuarto donde Trotsky fue asesinado. Ha descrito cómo regresó a Cuba y encontró un total de dos libros en la biblioteca sobre el líder revolucionario, Trotsky el renegado y Trotsky el traidor.
Esclarecer el registro sobre el papel de Trotsky y el trotskismo en sostener la continuidad histórica de la lucha por el internacionalismo socialista indudablemente tiene un significado político inmenso en Cuba. La clase obrera cubana se enfrenta a una crisis social y económica cada vez más profunda, creada por la presión intransigente del imperialismo sobre la isla, así como a un aumento en la desigualdad social generado por los intentos del Gobierno cubano de apuntalar su dominio por medio de acuerdos con el capital extranjero.
Sin embargo, este no fue el propósito de la conferencia en La Habana. Con sus temáticas y lista de invitados filtradas por las autoridades cubanas, el propósito del encuentro fue exactamente lo opuesto a un esclarecimiento político. Sirvió los intereses del Gobierno de proveerle una cubierta académica izquierdista inofensiva según el estrato gobernante gira cada vez hacia la derecha.
El carácter de la conferencia se determinó por medio de quién estaba invitado a participar y a quién se lo prohibieron.
El grupo de pseudoizquierdistas y revisionistas pablistas llevados a La Habana para dar presentaciones tenía una misión fundamental: suprimir el contenido revolucionario del trotskismo y crear un retrato del papel de Trotsky en la historia que se acomodara a los intereses de la élite gobernante cubana.
Presentándose como académicos, citando sus puestos en facultades o llamándose investigadores independientes, prácticamente todos los que atendieron cuentan con pedigríes políticos que se remontan a quienes se separaron del movimiento trotskista en 1963 para capitular ante el nacionalismo pequeñoburgués y al estalinismo, mientras emprendían su campaña para liquidar la Cuarta Internacional en todo el mundo.
El Comité Internacional de la Cuarta Internacional proscrito
Por motivos espurios, estuvo prohibida la participación del Comité Internacional de la Cuarta Internacional (CICI), el cual encabezó la lucha contra el liquidacionismo pablista. Le comunicaron que no podía dar una presentación ni atender el evento, ya que su presencia disminuiría “la capacidad de participación del público cubano, a quien se dirige el evento”.
Como se vio obligado a admitir el propio organizador del evento al final de la conferencia, apenas un puñado de cubanos atendió, incluyendo vigilantes del Gobierno para asegurarse de que la discusión no se adentrara en áreas prohibidas.
El Gobierno cubano sabía muy bien a quién invitaría y a quién excluiría. Estaba muy consciente de que, de permitir la participación de representantes del CICI, habrían planteado las cuestiones fundamentales suscitadas por la escisión dentro del movimiento trotskista en 1963 y las fuertes discrepancias sobre las implicancias de la revolución cubana.
Un papel central en la organización del evento fue desempeñado por el “Centro de Estudios Socialistas Carlos Marx”, un frente de la Corriente Marxista Internacional encabezada por Alan Woods. El organizador cubano rindió especial homenaje al “Centro” y Woods pronunció una declaración de cierre ante la conferencia, por medio de video desde Londres.
En su reporte a la conferencia, la CMI incluye el siguiente pasaje revelador: “Las ideas de León Trotsky brilla con luz propia, pero no podemos decir lo mismo de muchos de los que se declaran trotskistas que son en realidad grupos con una mentalidad estrecha y sectaria… Había un peligro serio de que el seminario se saliera de control, afortunadamente los organizadores lo fueron resolviendo de forma correcta”.
Claramente, el principal obstáculo fue excluir de la conferencia al Comité Internacional de la Cuarta Internacional, el cual representa la continuidad de la lucha de Trotsky. Esta fue una decisión tomada de forma deliberada, deshonesta y en mala fe. Solo aquellos asociados con la capitulación revisionista pablista ante el castrismo y el estalinismo tenían permitido atender.
La propia presentación en vídeo de Woods hizo hincapié en el aislamiento de Trotsky en los años previos a su asesinato. Se refirió a él como “un hombre contra el mundo”. Declaró que las “grandes ideas de León Trotsky viven en nuestras mentes, nuestros corazones y nuestras almas”. El hecho de que Trotsky fundó la Cuarta Internacional como el partido revolucionario mundial en su lucha contra el estalinismo sigue siendo un libro cerrado.
Las otras presentaciones se adhirieron en gran medida a esta perspectiva. Susan Weissman, una expablista que entró en los Socialistas Democráticos de Estados Unidos (DSA, por sus siglas en inglés), habló sobre Victor Serge, comparándolo favorablemente a Trotsky, a quien retrató como alguien desesperadamente aislado y separado del “intelecto general” del bolchevismo durante su lucha por construir la Cuarta Internacional.
Otros avanzaron el argumento de que Trotsky había cometido un error político al no unirse con la oposición de derechas de Bujarin en contra de Stalin, una tendencia nacionalista que reflejaba la influencia del campesinado y la amenaza de la restauración capitalista en la Unión Soviética.
El papel de Ernest Tate
Una presentación particularmente odiosa y reaccionaria fue la de Ernest Tate, un veterano pablista canadiense, conocido ante todo por una provocación contra el Comité Internacional en 1966 y Gerry Healy, el líder de la sección británica en ese entonces, la Socialist Labour League (SLL, Liga Obrera Socialista).
Actuando como un agente del Secretariado Unificado pablista y el Socialist Workers Party (SWP, Partido Socialista de los Trabajadores), Tate escenificó deliberadamente un altercado fuera de una reunión del SLL sobre el décimo aniversario de la revolución de Hungría, cuando él y otros estaban vendiendo literatura política fuera del lugar y les pidieron que no bloquearan la entrada. Mientras que el resto se corrió a un lado, Tate se rehusó e inició una confrontación física con los encargados del SLL.
Inmediatamente, Tate fue a la prensa de la izquierda pequeñoburguesa en Inglaterra con una versión falsa del incidente, denunciando a la SLL como “violenta”, comparando a Healy con el fascista inglés, Oswald Mosley, y afirmando que él y la SLL estaban suprimiendo la libre expresión.
La provocación entera fue emprendida en cooperación estrecha con el SWP y el Secretariado pablista a fin de envilecer al CICI y la SLL y prevenir cualquier discusión de las diferencias sobre Cuba y el liquidacionismo pablista.
Aquellos que publicaron las calumnias de Tate se vieron obligados subsecuentemente, bajo amenaza de una acción legal, a publicar retractaciones y disculpas por sugerir que Healy y la SLL “emplean violencia y buscan limitar la libertad de expresión”.
Tate ostensiblemente se pronunció en Cuba sobre la Teoría de la Revolución Permanente de Trotsky. Sin embargo, logró transformar la teoría de Trotsky, la cual plantea ante todo la movilización revolucionaria independiente de la clase obrera bajo la dirección de un partido marxista internacional, en un manual para realizar campañas de solidaridad a instancias de los movimientos nacionalistas burgueses, primordialmente, del castrismo en Cuba.
Tate citó “La agonía mortal del capitalismo y las tareas de la clase obrera” de Trotsky, también conocido como “El programa transicional”, como un ejemplo del supuesto foco de la Teoría de la Revolución Permanente en la “solidaridad” con las luchas de liberación en el mundo colonial.
Cita de “El programa transicional”: “Pero no todos los países del mundo son países imperialistas. Por el contrario, la mayoría son víctimas del imperialismo. Algunos de los países coloniales o semicoloniales sin duda intentarán liberarse del yugo de esclavitud. Su guerra no será imperialista, sino liberadora. Será el deber del proletariado internacional asistir a los países oprimidos en guerra contra los opresores”.
Sin embargo, Tate ignora deliberadamente que lo que sigue estipula, “en apoyar al país colonial… en una guerra, el proletariado no se solidariza en lo mínimo… con el Gobierno burgués del país colonial… Asistiendo en una guerra justa y progresista, el proletariado revolucionario se gana la simpatía de los trabajadores en las colonias… fortalece ahí la autoridad e influencia de la Cuarta Internacional e incrementa su habilidad para ayudar a derrocar el Gobierno burgués en el país colonial”.
La presentación de Tate procede a mentir sobre el significado de la revolución cubana dentro de la Cuarta Internacional, celebrando el papel, en particular, de Joseph Hansen, el agente e informante del FBI, en convertir la defensa de Cuba frente al imperialismo estadounidense la “prioridad política central” del Socialist Workers Party, en ese entonces el partido trotskista en Estados Unidos.
También mencionó la participación del SWP en el Fair Play for Cuba Committee (Comité por el Trato Justo de Cuba), un notorio frente de la CIA, aplaudiéndolo por estar “enteramente fiel al espíritu de la Teoría de la Revolución Permanente de Trotsky” y “la fórmula en las décadas de 1960 y 1970 para organizar el apoyo para los pueblos del tercer mundo...”.
Esta presentación estuvo diseñada para ocultar calculadamente de toda la audiencia cubana el conflicto dentro de la Cuarta Internacional en torno a la revolución cubana. La llegada al poder de Fidel Castro como resultado de una guerra de guerrilla librada por un movimiento nacionalista pequeñoburgués fue aprovechada por la dirección del SWP bajo Hansen como la justificación para reunirse con los pablistas con quien había roto una década antes.
El objetivo de esta reunificación era disolver la Cuarta Internacional en el pantano de la política de la izquierda de clase media. Sería abandonado todo esfuerzo para construir un movimiento internacional socialista de la clase obrera, basado en la teoría marxista y guiado políticamente por la herencia de la lucha de Trotsky contra la traición de la Revolución de Octubre. El futuro de la revolución socialista se le encargaría a un conjunto de nacionalistas burgueses y organizaciones radicales pequeñoburguesas aliadas o dependientes de una u otra forma de la burocracia soviética.
Los pablistas proclamaron que la llegada al poder de Castro al frente de un movimiento guerrillero nacionalista había creado un nuevo camino hacia el socialismo, uno que no requería la construcción de partidos revolucionarios marxistas, ni hablar de la intervención consciente e independiente de la clase obrera.
Mientras libraba una defensa de principios de Cuba contra la agresión imperialista, el CICI enraizó su análisis del castrismo en una evaluación más amplia sobre el papel del nacionalismo burgués en la época del imperialismo.
Cuba y la Teoría de la Revolución Permanente
Cuba, al igual que muchos otros países oprimidos en el periodo posterior a la Segunda Guerra Mundial, ofreció una confirmación de la Revolución Permanente, pero en lo negativo. Es decir, bajo condiciones en que la clase obrera carecía de un partido revolucionario, y consecuentemente era incapaz de proveer una dirección a las masas oprimidas, los representantes nacionales de la burguesía y pequeña burguesía pudieron intervenir e imponer su propia solución. Nasser, Nehru, Perón, Ben Bella, Sukharno, los baazistas y, en un periodo tardío, los fundamentalistas islámicos en Irán y los sandinistas en Nicaragua, todos fueron ejemplos de este proceso.
En un documento enviado por la Socialista Labour League al SWP en 1961, los trotskistas británicos criticaron agudamente los elogios de Hansen a las direcciones nacionalistas pequeñoburguesas.
En defensa de la Teoría de la Revolución Permanente de Trotsky, la SLL escribió: “No es el trabajo de los trotskistas promover el papel de tales líderes nacionalistas. Solo cuentan con el apoyo de las masas por la traición de liderazgo por parte de la Socialdemocracia y, en particular, el estalinismo, y así se convierten en un amortiguamiento entre el imperialismo y la masa de obreros y campesinos. La posibilidad de ayuda económica de la Unión Soviética les permite frecuentemente alcanzar un compromiso más favorable con los imperialistas, incluso permite que elementos más radicales entre los líderes burgueses y pequeñoburgueses ataquen las propiedades imperialistas y ganen más apoyo de las masas. Sin embargo, para nosotros, en cada caso, la cuestión vital es que la clase obrera en estos países conquiste su independencia política por medio de un partido marxista, encabezando al campesinado pobre para la construcción de soviets, y reconociendo las conexiones necesarias con la revolución socialista internacional. No hay caso alguno, en nuestra opinión, en que los trotskistas deberían sustituir esto con la esperanza de que los líderes nacionalistas se vuelvan socialistas. La emancipación de la clase obrera es la tarea de los propios trabajadores”.
En “El programa transicional”, Trotsky anticipó la posibilidad de que, “bajo la influencia de circunstancias completamente excepcionales… los partidos pequeñoburgueses, incluso los estalinistas, vayan más lejos de lo que ellos mismos quieren en el camino a romper con la burguesía”.
El documento fundacional de la Cuarta Internacional luego insiste en que la tarea de sus secciones es “asistir en las aspiraciones de los trabajadores de una política independiente, profundizar el carácter de clase de esta política, destruir las ilusiones reformistas y pacifistas, fortalecer la conexión de la vanguardia con las masas y preparar la conquista revolucionaria del poder”.
En relación a Cuba, los pablistas persiguen precisamente el curso opuesto, buscando fomentar ilusiones en la dirección nacionalista pequeñoburguesa de Castro y subordinar a los trabajadores a ella.
El CICI insistió en que el castrismo no representaba un nuevo camino hacia el socialismo, sino que era una de las variantes más radicales de nacionalismo burgués que había llegado al poder en muchos de los países excoloniales durante los años sesenta. Muchos de estos regímenes llevaron a cabo nacionalizaciones amplias.
Fue algo enteramente opuesto al marxismo proclamar a Cuba, como lo hicieron los pablistas, un “Estado obrero”, basándose en las nacionalizaciones llevadas a cabo por el Gobierno nacionalista pequeñoburgués de Castro, algo que no involucró la movilización independiente de la clase obrera ni ninguna forma de control obrero sobre las industrias nacionalizadas.
Dos décadas antes de la revolución cubana, Trotsky rechazó explícitamente la identificación superficial de las nacionalizaciones llevadas a cabo por fuerzas pequeñoburguesas con la revolución socialista. En respuesta a las expropiaciones llevadas a cabo por la burocracia estalinista del Kremlin durante su invasión de Polonia (en alianza con Hitler) en 1939, Trotsky escribió: “El criterio político primario para nosotros no es la transformación de la propiedad en esta o aquella área, independientemente de lo importante que sean por sí solas, sino el cambio en la consciencia y organización del proletariado mundial, la elevación de su capacidad para defender conquistas previas y alcanzar nuevas”.
En su batalla contra la perspectiva pablista, el Comité Internacional advirtió que su rechazo del papel central y líder de la clase obrera en la revolución socialista y de la necesidad de construir un partido trotskista para desarrollar dentro de la clase obrera la consciencia requerida para la conquista del poder político, solo podría conducir a nuevas traiciones. Si no era necesario tal partido en Cuba, como afirmaban los pablistas, ¿por qué lo iba a ser en el resto del mundo?
Basándose en la Teoría de la Revolución Permanente, el Comité Internacional insistió en que solo era posible ganar la lucha por liberar a los países coloniales y excoloniales de la opresión imperialista bajo la dirección de la clase obrera, su conquista del poder y la expansión de la revolución internacionalmente. La tarea principal que se deriva de esta perspectiva es la construcción de partidos revolucionarios independientes de la clase obrera en una lucha intransigente por romper la influencia de todas esas tendencias que buscan subordinar a los trabajadores al nacionalismo burgués.
El castrismo como un “nuevo camino hacia el socialismo”: un balance
Las advertencias del Comité Internacional fueron trágicamente confirmadas, al ser proclamado el castrismo como el nuevo modelo para las revoluciones socialistas, algo que tuvo consecuencias catastróficas por toda América Latina. Los pablistas instruyeron a sus seguidores en la región a abandonar la lucha por la dirección revolucionaria en la clase obrera y, en cambio, a dedicarse a los “preparativos técnicos” para la “lucha armada” en el campo.
¿Cuáles fueron los resultados de esta perspectiva? Las secciones más radicalizadas de la juventud y de los trabajadores jóvenes fueron descarrilados lejos de luchar por una dirección revolucionaria en la clase obrera, ayudando a consolidar el control contrarrevolucionario de las burocracias estalinistas, socialdemócratas y nacionalistas burguesas. Estos jóvenes en sí fueron lanzados a combates suicidas con las fuerzas militares de los Estados capitalistas latinoamericanos, llevando a las muertes de miles. Las aventuras guerrilleras fracasadas fueron explotadas por los ejércitos en un país tras otro como pretexto para imponer dictaduras militares fascistas y emprender una represión generalizada contra las masas obreras.
Lo ocurrido al Che Guevara, quien se embarcó en su aventura fatal en Bolivia que acabó con su captura y ejecución en octubre de 1967, fue un preludio trágico de las consecuencias desastrosas del castrismo y el revisionismo pablista.
El Gobierno de Castro, lejos de proveer un nuevo camino hacia el socialismo, se mantuvo a flote como un cliente del bloque soviético, mientras forjaba lazos pragmáticos con los mismos Gobiernos burgueses en América Latina que aquellos que adoptaron la doctrina guerrillera de Guevara buscaban derrocar. En Chile, Castro aclamó el “camino parlamentario hacia el socialismo”, diciéndoles a los trabajadores que se subordinaran al Gobierno de Allende, incluso mientras el ejército preparaba su golpe. Apoyó los regímenes militares en Ecuador y Perú y estableció lazos estrechos con el aparato corrupto del PRI que gobernaba México, en el periodo inmediatamente posterior a la masacre de manifestantes estudiantiles en 1968.
Sin un conocimiento sobre estas experiencias estratégicas y decisivas, así como la lucha que se libró dentro de la Cuarta Internacional, es imposible entender la crisis en la actualidad, tanto en Cuba como en el resto de América Latina.
No obstante, Tate hace caso omiso a todo esto, reduciendo la cuestión de Cuba y la Cuarta Internacional a una de campañas pequeñoburguesas radicales de solidaridad.
El modelo que elige para estas operaciones —Hansen y el Fair Play for Cuba Committee— es en sí sumamente revelador.
La investigación de las circunstancias en torno al asesinato de León Trotsky en 1940 realizada por el Comité Internacional de la Cuarta Internacional, bajo el título “Seguridad y la Cuarta Internacional" estableció que, por décadas, las agencias policiales del imperialismo y el estalinismo buscaron infiltrar y sabotear la Cuarta Internacional. Entre otros hallazgos, la investigación develó evidencia concluyente de que Joseph Hansen operaba como un agente del Estado dentro del movimiento trotskista.
En cuanto al Fair Play for Cuba Committee (FPCC), Tate ignora el papel siniestro que desempeñó en la trayectoria política del SWP. El cofundador del comité era Alan Sagner, una figura de la élite política que se convertiría en miembro directivo del Comité Nacional Demócrata, presidente de la Autoridad Portuaria de Nueva York y Nueva Jersey, presidente de la Corporation for Public Broadcasting y miembro de la junta de Ejecutivos Empresariales por la Seguridad Nacional.
El FPCC estaba inundado y manipulado por agentes e informantes del FMI. Sirvió como un conducto para infiltrar el SWP para un grupo de 12 estudiantes del Carleton College, una universidad pequeña de artes liberales en Minnesota, donde el SWP no había realizado ningún trabajo del todo. Encabezada por Jack Barnes (un republicano que había viajado a Cuba con una beca de la Fundación Ford), esta camarilla se adueñó de la dirigencia del partido —conformando la mayoría de su comité político— y expulsó a cientos de miembros veteranos del SWP.
Al presentar esta historia de traiciones por parte del revisionismo pablista como la realización de la Teoría de la Revolución Permanente, Tate buscó prevenir el acceso de cualquier audiencia cubana al legado revolucionario de Trotsky y su continuidad en la lucha de la Cuarta Internacional.
Tate no se molestó en explicarle a su audiencia qué ocurrió con el International Marxist Group (IMG, Grupo Marxista Internacional) con el cual estaba afiliado y cuya política en Reino Unido elogió en su reporte. Tras escenificar una provocación policial tras otra, se disolvió en 1981, buscando entrar en un Partido Laborista que se trasladaba hacia la derecha.
También cabe notar la presencia de un representante del Devrimci İşçi Partisi (DIP, Partido de los Trabajadores Revolucionarios) de Turquía, quien mostró su deleite en su presentación de estar en un “Estado obrero” y aclamó al Che Guevara por ser el máximo representante de la Teoría de la Revolución Permanente de Trotsky.
El DIP, junto con el Partido Obrero (PO) argentino de Jorge Altamira, y el EEK griego de Savas Michael, forma parte de la Coordinadora por la Refundación de la Cuarta Internacional (CRCI), la cual ha buscado “refundar” la Cuarta Internacional en alianza con el estalinismo. Parecería que este plan reaccionario se extiende ahora al Gobierno castrista en Cuba.
Ninguna de estas tendencias ni sus representantes que fueron a La Habana a realizar presentaciones denigrantes del legado histórico del colíder de la Revolución Rusa y fundador de la Cuarta Internacional y que están enterrando la lucha del movimiento trotskista se molestó en hacer un balance de la revolución cubana, ni hablar de su propio historial en proclamar a Castro un “marxista natural”, a Cuba un “Estado obrero” y el guerrillerismo pequeñoburgués un nuevo camino hacia el socialismo.
La crítica del Comité Internacional de la Cuarta Internacional a estas formas de adaptación al castrismo se ha visto completamente confirmada.
Lejos de proveer un nuevo camino hacia el socialismo, el movimiento castrista probó ser incapaz de resolver los problemas históricos fundamentales de la sociedad cubana. Seis décadas después de que Castro llegara al poder, la economía de la isla se ha vuelto cada vez más dependiente del turismo y las remesas de los emigrados. El fin de los subsidios soviéticos tras la disolución de la URSS por parte de la burocracia estalinista en 1991 y la fuerte caída en las importaciones baratas de petróleo de una Venezuela sumida en crisis han expuesto el rezago y la dependencia de la economía de la isla, mientras condena a millones de trabajadores cubanos a la pobreza.
Sesenta años después del auge de Castro, no existe ninguna organización independiente de la clase obrera cubana, ni mucho menos órganos obreros de gobierno. Pese a que Fidel Castro murió en 2016, su hermano Raúl de 88 años permanece como titular del partido gobernante del país.
No cabe duda de que crecerá el interés popular en León Trotsky en Cuba, según las masas obreras se enfrentan a la amenaza de guerra, junto a los ataques cada vez más intensos contra sus niveles de vida y el aumento en la desigualdad social, mientras los estratos gobernantes buscan salvar sus privilegios por medio de lazos cada vez más cercanos al capital extranjero. Los intentos de los pablistas de retratar a Cuba como un “Estado obrero” han quedado plenamente expuestos como una farsa ahora que se vuelve más claro que nunca el dominio del capitalismo sobre la economía del país.
Los trabajadores cubanos solo hallarán un camino hacia entender auténticamente la lucha de Trotsky estudiando su continuidad en la lucha librada por el Comité Internacional por la Cuarta Internacional en defensa del programa y la perspectiva del internacionalismo socialista revolucionario contra todos sus oponentes revisionistas.
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[7 enero 1998]
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[10 noviembre 2015]
(Artículo publicado originalmente en inglés el 13 de junio de 2019)