Los oficiales sanitarios y doctores en EE. UU. han advertido que miles morirán infectados del virus COVID-19 esta semana. “Este va a ser nuestro momento como Pearl Harbor, nuestro momento como el 11 de septiembre, solo que no va a ser localizado”, le dio el cirujano general Jerome Adams el domingo a Fox News. Donald Trump añadió el sábado, “Habrá mucha muerte”.
En Europa, casi 3.000 personas murieron el sábado según la enfermedad siguió propagándose en Italia, Francia y España. En países menos desarrollados de Asia, Oriente Próximo, África y América Latina, donde gran parte de la población vive en la pobreza extrema, la cifra de muertos ciertamente llegará a los cientos de miles.
Estados Unidos se ha convertido en el centro global de la pandemia. El total de muertes se acerca a 10.000, con 1.331 muertes solo el sábado. Sin embargo, esta cifra, según un artículo del New York Times el domingo, subestima el número real de víctimas.
“En muchas áreas rurales”, reporta el Times, “los forenses dicen que no tienen las pruebas para detectar la enfermedad. Los doctores ahora creen que algunas muertes en febrero y principios de marzo, antes de que el coronavirus llegara a los niveles de epidemia en EE UU., probablemente fueron identificados incorrectamente como influenza o descritos como neumonía”.
El director del Instituto Nacional de Alergias y Enfermedades Infecciosas, Anthony Fauci, por su parte, dejó en claro que sería una “declaración falsa” decir que EE. UU. tiene el COVID-19 “bajo control”.
Francamente, ese es un eufemismo. La falta de incluso una estimación precisa del número de muertos es solo un ejemplo grotesco más de un espectáculo de desorganización y caos indescriptible.
Estados Unidos todavía no tiene una política de realizar pruebas y aislar casos sospechosos, como lo recomendó la Organización Mundial de la Salud. A más del 90 por ciento de las ciudades de todo el país les hacen falta provisiones básicas como mascarillas para los paramédicos y otro personal médico. El 92 por ciento no tiene suficientes pruebas y el 85 por ciento no tiene suficientes respiradores.
Mientras tanto, los Gobiernos estatales y locales siguen advirtiendo que se enfrentan a una escasez inminente de respiradores. El gobernador de Luisiana, John Bel Edwards, ha dicho que su estado estima que agotará los respiradores disponibles el lunes, mientras que el alcalde Bill De Blasio advirtió que la ciudad de Nueva York se quedará sin suficientes de estos aparatos vitales el martes o miércoles.
La combinación de incompetencia e indiferencia por parte del Gobierno está encarnada en el propio Trump, quien no puede siquiera hallar la forma de expresar empatía por las víctimas de la pandemia en sus ruedas de prensa.
En la medida en que haya algún aspecto de la catástrofe que verdaderamente moleste a Trump es el impacto de la pandemia en las ganancias. Fauci ha dicho que la propagación del COVID-19 puede ser ralentizada significativamente o incluso detenida cerrando todas las empresas no esenciales y manteniendo una cuarentena nacional social que debería durar probablemente varios meses.
Pero Trump, en medio de declaraciones huecas sobre las advertencias de Fauci y la comunidad científica, declara cada vez con más convicción, como lo hizo en la rueda de prensa el sábado, que los estadounidenses “necesitan volver al trabajo”.
“Piénsenlo”, dio. “Estamos pagándole a la gente para que no vaya a trabajar. ¿Qué pasa con eso? ¿Cómo funciona eso?”.
Sería un error ver la indiferencia de Trump hacia la vida humana meramente como una manifestación de su personalidad sociópata. Por más grosero que sea, Trump está expresando una postura que cuenta con mucho apoyo en la élite gobernante.
Bajo la consigna “La cura no puede ser peor que la enfermedad”, la prensa capitalista afirma que el daño económico causado por el cierre de las empresas y fábricas será, a largo plazo, más dañino a la sociedad que las muertes producidas por un retorno pronto al trabajo, incluso si la pandemia no estuviere bajo control.
Con consumado cinismo, la prensa se presenta como la defensora de los trabajadores y pobres. Por ejemplo, la junta editorial del Wall Street Journal, que nunca se ha quejado cuando las empresas recortan empleos y salarios para aumentar las ganancias corporativas, ahora dice preocuparse, según una declaración editorial el viernes, por los cierres y “los estragos psicológicos para los estadounidenses que menos pueden costearlo”.
Mirando la economía prepandémica a través de colores rosa, el Journal indica, “La tragedia [de los cierres] es aún peor porque las principales víctimas son los trabajadores poco cualificados y de cuello azul que ganaron más de los últimos dos años”.
¡Ganando más! ¿Comparado a quiénes? Quizás los directores y otros ejecutivos corporativos cuyos salarios anuales promedio, para no mencionar sus bonos y rendimientos de inversiones, son cientos de veces más grandes que los del trabajador promedio.
Y pese a la preocupación por los cierres prolongados en centros laborales inseguros, el Wall Street Journal —propiedad del reaccionario multimillonario Rupert Murdoch— no se identifica con el sector que probablemente sufrirá las mayores tasas de mortalidad de un retorno prematuro al trabajo.
Quitándole la ofuscación deliberada, la demanda de un “equilibrio” entre salvar vidas y “la economía” no significa más que sacrificar vidas humanas por el lucro de los capitalistas.
Desde el punto de vista de la clase gobernante, el proceso de explotación de clases por medio de la producción debe continuar. Y aquellos que mueran pueden ser reemplazados. La única preocupación es impulsar y hacer crecer la bolsa de valores para el enriquecimiento de la oligarquía financiera.
En otro artículo el viernes, Político declaró, “Sí, necesitamos medir las vidas frente al dinero”.
En el otro lado del océano Atlántico, resuena el mismo argumento.
El Economist británico argumenta, “El COVID-19 presenta opciones claras entre la vida, la muerte y la economía”. El semanario escribe, “Suena indolente pero una cifra en dólares para la vida o al menos una forma de pensar sistemáticamente es precisamente lo que los líderes necesitarán si quieren ver su camino en los terribles meses venideros. Como en las salas hospitalarias, los intercambios son inevitables”.
El Economist continúa: “Cuando hay un niño atrapado en un pozo, el deseo de ayudar sin límites prevalecerá, y debería. Pero en una guerra o una pandemia, los líderes no pueden escapar el hecho de que todo curso de acción impondrá enormes costos sociales y económicos. Para ser responsables, tienes que comparar unos con otros”.
¿Y en qué consiste esta “comparación”? En la fila A está la cifra global, país por país, de los que probablemente morirán si se realiza un regreso rápido al trabajo mientras continúa la pandemia. En la fila B, hay otra cifra de los miles de millones de ganancias, banco por banco y empresa por empresa, que se perderán.
La opción, según el Economist, es clara. Las consecuencias de un régimen prolongado de cierres de fábrica y distanciamiento social son, desde un punto de vista empresarial sobrio, demasiado terribles para contemplar. “Los mercados caerían y las inversiones se atrasarían. La capacidad de la economía se vería afectada según la innovación se estanca y las aptitudes decaen. Eventualmente, incluso si mucha gente muriera, el costo de l distanciamiento podría superar los beneficios [nuestro subrayado]”.
El corazón indolente del economista capitalista del siglo diecinueve y aborrecedor de la humanidad, Thomas Malthus, sigue latiendo en la clase gobernante británica.
Der Spiegel, en nombre de la clase gobernante alemana que le dio Adolf Hitler al mundo, declaró que es “una idea peligrosa” creer que el país “puede tolerar un cierre de varios meses sin sufrir ninguna consecuencia grave”. Inicialmente, “fue correcto seguir los consejos de los virólogos y frenar el país para prevenir una propagación descontrolada del virus… Pero en las próximas semanas y meses, tendremos que reevaluarlo constantemente. En ese punto, tendrán que hacerse decisiones serias sobre los riesgos que estamos dispuestos a tomar para que la economía vuelva a encaminarse”.
El “riesgo” que los Gobiernos capitalistas se preparan para asumir se trata de las vidas de la clase obrera.
La demanda de un retorno al trabajo de parte de grandes sectores de la élite política se ha convertido en una clara división social entre la clase obrera y la oligarquía financiera.
Los cálculos de la clase gobernante y sus apologistas asumen que todas las decisiones sociales y económicas deben basarse en las necesidades e intereses del sistema de lucro capitalista. Cualquier política o acción que socave ese sistema o amenace la riqueza de la clase gobernante se considera ilegítimo.
Pero la clase obrera, como una fuerza social objetivamente progresista y revolucionaria, tiene un conjunto de prioridades e intereses completamente distintos y que son fundamentalmente incompatibles con aquellos de los capitalistas.
El mes pasado, las empresas automotrices basadas en Detroit se vieron obligadas a detener la producción ante una ola de paros por parte de los trabajadores. Los empleados de Amazon, Instacart y Whole Foods hicieron huelga la semana pasada para exigir condiciones laborales seguras y el cierre de toda la producción no esencial. Y los enfermeros y otros trabajadores sanitarios realizaron protestas para exigir el equipo vital de seguridad que se les ha negado.
Solo puede haber una prioridad en esta pandemia: salvar vidas. Toda la producción no esencial necesita detenerse hasta que se implementen los protocolos de pruebas adecuados y rastreo de contactos y hasta que sea contenida la enfermedad. Todos los trabajadores esenciales, incluyendo aquellos en el sector médico, transporte y servicios de comida, necesitan a garantía de tener el equipo de protección y condiciones de trabajo seguras.
Sí, las dificultades económicas son una problemática importante que necesita ser abordada. Mientras la pandemia haga imposible que los trabajadores regresen a sus puestos de manera segura, tienen que ser compensados plenamente. Los recursos económicos deben venir de la eliminación del rescate multibillonario a las corporaciones y la reasignación de los fondos para apoyar a la población trabajadora.
La lucha por estas demandas se debe desarrollar como parte de una lucha más amplia para poner fin al control privado capitalista de la vida económica, transformar las corporaciones y bancos grandes en utilidades públicas controlados democráticamente por la clase obrera y el establecimiento de una economía socialista que no esté basada en el afán de lucro privado, sino en el avance d ellos intereses de la humanidad a una escala global.
Como escribió el World Socialist Web Site la semana pasada, “las alternativas se presentan como el sistema de lucro capitalista y la muerte o el socialismo y la vida”.
(Publicado originalmente en inglés el 6 de abril de 2020)