El presidente estadounidense Joe Biden celebró su primera reunión completa con su contraparte mexicano, Andrés Manuel López Obrador (AMLO), realizada en videoconferencia el lunes. Después de breves saludos televisados, hubo discusiones a puerta cerrada y la publicación de una declaración mutua.
Más las declaraciones formales de respeto mutuo y un trato “en pie de igualdad” por parte de Biden, la reunión indica una continuación del servilismo de AMLO ante los intereses del imperialismo estadounidense que fue consolidado bajo Trump.
El presidente mexicano, que ha sido incansablemente promovido como “izquierdista” y “progresista” por las publicaciones pseudoizquierdistas como la revista Jacobin, fijó el tono de su relación con Biden al “corregir” —desde la derecha— una frase atribuida al brutal gobernante derrocado por la Revolución mexicana, Porfirio Díaz, un títere autoritario del imperialismo estadounidense y europeo y de la oligarquía terrateniente. “Pobre México, tan lejos de Dios y tan cerca de Estados Unidos”, dijo presuntamente Díaz.
AMLO proclamó: “Pero ahora podemos decir: 'Bendito México, tan cerca de Dios y no tan lejos de Estados Unidos'. Creo que nuestra vecindad nos va a permitir desarrollarnos mejor en estos tiempos”. Biden soltó una gran sonrisa y carcajadas.
Esto ocurrió a pesar de que la principal propuesta de AMLO para la reunión, la petición de que Estados Unidos compartiera sus vacunas de COVID-19 con México, ya había sido rechazada tajantemente por la secretaria de prensa de Biden, Jen Psaki, horas antes del encuentro virtual.
“No”, dijo Psaki, “el presidente ha dejado claro que está concentrado en asegurar que las vacunas estén disponibles para todos los estadounidenses. Ese es nuestro enfoque”.
Una ambigua mención a la “cooperación” en la declaración conjunta fue utilizada para encubrir el rechazo a la petición de México. Tal nacionalismo en materia de vacunas es anticientífico y solo puede socavar los esfuerzos para contener una pandemia mundial, cuando brotan nuevas variantes, las cuales podrían anular la eficacia de las vacunas, en cualquier rincón del planeta que se ceda al virus.
En cambio, ambos presidentes dejaron claro que, a diferencia de las vacunas para salvar vidas, su única prioridad es acelerar la producción y el flujo de los lucrativos bienes, servicios y dinero que constituyen el corazón en Norteamérica de la plataforma económica del imperialismo estadounidense.
En la sección sobre la respuesta a la pandemia de COVID-19, la declaración afirma: “Ambos líderes acordaron fortalecer la resiliencia y la seguridad de las cadenas de valor binacionales, por lo cual se reiniciará el Diálogo Económico de Alto Nivel para avanzar en estos objetivos”.
En mayo y junio del año pasado, solo se llevaron a cabo breves cierres nacionales después de que los trabajadores de las fábricas de Estados Unidos y el norte de México —tras medidas similares de los trabajadores europeos— llevaran a cabo huelgas salvajes exigiendo el cierre de la producción no esencial.
Con la ayuda de los sindicatos, las Administraciones de Trump y AMLO pronto reabrieron toda la manufactura. Las escuelas públicas siguen cerradas en México, pero crecen las presiones para su reapertura, la cual se encuentra muy avanzada en Estados Unidos y representa una política central para la Administración de Biden.
En México, se ordenó el cierre de restaurantes y comercios en algunos estados cuando los contagios y las hospitalizaciones superaron un umbral. Sin embargo, la falta de ayuda económica ha obligado a los pequeños negocios y a los trabajadores informales a elegir entre seguir operando o la carencia total.
Estas reaperturas criminales y la austeridad social a instancias de la oligarquía financiera y empresarial estadounidense y sus socios menores mexicanos han dado como resultado el primer y el tercer mayor número de muertes confirmadas por COVID-19 en el mundo: más de 525.000 en Estados Unidos y 185.000 en México.
En México, sin embargo, entre marzo de 2020 y el final del año, el Gobierno reportó 335.525 muertes en exceso, en comparación con el promedio de 2015-2019. Según el Financial Times, el exceso de mortalidad por millón en México fue un 52 por ciento mayor que en Estados Unidos y casi el doble que en Brasil. Estas cifras no incluyen las muertes récord de enero y febrero de 2021, cuando los hospitales de la Ciudad de México se vieron desbordados y los tanques de oxígeno escaseaban.
La reunión del lunes sigue a una llamada anterior en enero entre ambos presidentes que se enfocó en renovar su compromiso de reprimir a los migrantes que escapan de los países centroamericanos asolados por la explotación neocolonial, la violencia estatal y de las maras y los huracanes devastadores. Esta política se presentó en la nueva declaración conjunta bajo eufemismos sobre el desarrollo de “vías legales para la migración”.
Los medios de comunicación mexicanos informaron de que hubo cierta controversia en relación con una “reforma eléctrica” que se está tramitando en el Congreso mexicano, controlado por el partido gobernante, Morena. El proyecto de ley daría a la Comisión Federal de Electricidad (CFE), de propiedad estatal, un estatus prioritario en el mercado energético.
La Cámara de Comercio de Estados Unidos y varios grupos empresariales de México y Europa se han opuesto a la legislación por considerarla un desincentivo para las inversiones privadas, al tiempo que alegan cínicamente que les preocupan sus efectos sobre las emisiones de gases de efecto invernadero y el cambio climático. La declaración de Biden-AMLO confirma indirectamente que Biden argumentó en contra del proyecto de ley al incluir la preocupación por el cambio climático y “la necesidad de promover la eficiencia energética”.
Sin embargo, el proyecto de ley no pone en cuestión el mercado privatizado en sí, en el cual la agencia estatal sigue obligada a operar de forma “competitiva”, recortando los costes de infraestructura y personal. Tampoco detiene a los contratistas privados que lucran de la CFE.
Penden de un hilo las pretensiones de AMLO de defender la “soberanía” y el “desarrollo” nacionales, buscando contrastar con la sumisión de sus predecesores al imperialismo. Durante su mandato, tal empeño se ha limitado a conseguir la liberación del general retirado Salvador Cienfuegos de la custodia de EE.UU. tras ser acusado de trabajar con los cárteles de droga. AMLO también prometió una nueva refinería para la empresa estatal PEMEX, aunque no desafiar el impulso privatizador que comenzó bajo la Administración de Enrique Peña Nieto.
El Gobierno de AMLO se ha dedicado a imponer medidas devastadoras de austeridad social para cumplir con el pago de intereses a los buitres financieros de Wall Street y a los oligarcas mexicanos, a expensas de las necesidades sociales urgentes y de infraestructura.
La inversión pública ha caído del 2,9 por ciento al 2,5 por ciento del PIB desde que llegó al poder. Entre enero y octubre de 2020, la Secretaría de Hacienda informó que gastó 611.000 millones de pesos (29.600 millones de dólares) en el pago de la deuda pública y el rescate de bancos, empresas y otros gastos financieros. Esto se compara con 540 mil millones de pesos (26 mil millones de dólares) en infraestructura pública, que a su vez se utiliza para enriquecer a la burguesía local. Solo 14.500 millones de pesos (702 millones de dólares) se destinaron a la infraestructura sanitaria.
La demagogia nacionalista de AMLO refleja el temor a la creciente oposición social de la clase trabajadora contra las políticas derechistas y proimperialistas de su Administración. En la otra cara de la moneda, AMLO ha buscado afianzar el apoyo de las fuerzas armadas mediante el aumento del gasto militar, grandes concesiones en infraestructura y las promesas de inmunidad legal. Esto forma parte de un giro hacia la dictadura, demostrado sobre todo por el respaldo de AMLO al intento de golpe de Estado de Trump.
El presidente mexicano se unió al presidente brasileño fascistizante, Jair Bolsonaro, en negarse a reconocer la clara victoria electoral de Biden hasta que el Colegio Electoral la ratificó el 14 de diciembre, mucho después que todos los demás Gobiernos latinoamericanos.
Haciéndose eco de los cómplices de Trump en el Partido Republicano, López Obrador legitimó las afirmaciones completamente infundadas de Trump sobre el fraude electoral, que fueron utilizadas como cubierta para que Trump reuniera a las milicias fascistas en Washington y las incitara a invadir el Capitolio en un intento de golpe de Estado el 6 de enero.
AMLO se negó a condenar el intento de Trump de establecer una dictadura presidencial basada tanto en la agitación fascista contra los inmigrantes como en el matonismo imperialista de “EE.UU. primero”, que involucró sanciones económicas y amenazas de enviar tropas estadounidenses a México. En cambio, su respuesta fue condenar el bloqueo de las redes sociales de Trump, que estaban siendo utilizadas en la conspiración fascista.
Trump reconoció el gesto y agradeció a AMLO en su primera aparición pública después del 6 de enero, llamándolo “un gran caballero, un amigo mío, el presidente Obrador”.
(Artículo publicado originalmente en inglés el 2 de marzo de 2021)