El World Socialist Web Site estará realizando un evento en línea para celebrar el 150 aniversario del nacimiento de Rosa Luxemburgo el domingo, 7 de marzo a la 1 pm, hora del este de EE.UU. Regístrate aquí.
Hace 150 años, el 5 de marzo de 1871, Rosa Luxemburgo nació en el pequeño pueblo polaco de Zamość. A pesar de su muerte prematura y violenta a los 47 años, fue junto a Lenin y Trotsky uno de los líderes marxistas revolucionarios más importantes del siglo veinte. En condiciones de profunda crisis capitalista, sus obras contienen lecciones vitales para la actualidad.
Luxemburgo reunía valor personal, un espíritu de lucha inquebrantable y principios inconmovibles con un intelecto sobresaliente y una extraordinaria capacidad teórica y retórica. Era muy culta, hablaba con fluidez el alemán, el polaco, el ruso y el francés, y entendía otros idiomas. Era capaz de despertar una enorme pasión y poseía una personalidad fascinante que atraía tanto a los trabajadores como a los intelectuales.
Le encantaba la literatura y estaba familiarizada con ella. A los seis años comenzó a escribir para un periódico infantil, poco después empezó a traducir poesía rusa al polaco y escribió sus propios poemas. Podía recitar de memoria páginas del poeta nacional polaco, Adam Mickiewicz, así como de poetas alemanes como Goethe y Mörike. Su amor por la naturaleza queda patente en las páginas de sus cartas. En un principio estudió biología, antes de pasarse al derecho y a la economía. Obtuvo un doctorado “summa cum laude” a los 26 años.
Como todas las grandes figuras progresistas de la historia mundial, Luxemburgo fue perseguida y calumniada por sus adversarios, o arropada y falsificada por falsos amigos. Se ha intentado rebautizarla como feminista, presentarla como defensora de una vía no revolucionaria hacia el socialismo y utilizarla indebidamente como testigo clave contra el bolchevismo. El partido La Izquierda de Alemania, que encarna exactamente lo contrario de Luxemburgo en todos los aspectos de su actividad práctica y en todas las líneas de su programa, incluso nombró la fundación de su partido con el nombre de la gran revolucionaria.
Todos estos intentos quedan al descubierto como fraudes en cuanto se estudia la biografía de Luxemburgo y se leen sus escritos. Ella se comprometió incondicionalmente con la revolución socialista y defendió sin ambages el internacionalismo. Su lucha contra el revisionismo de Bernstein y el conservadurismo de los sindicatos, su implacable oposición a la Primera Guerra Mundial y su papel líder en la fundación del Partido Comunista Alemán la colocan en la primera fila del marxismo revolucionario.
Luxemburgo estaba firmemente convencida de que solo el derrocamiento del capitalismo por parte de la clase obrera podía resolver los grandes problemas de la humanidad -la explotación, la opresión y la guerra- y de que esto requería una lucha por la conciencia socialista en la clase obrera. La condescendencia que suelen adoptar los intelectuales de izquierdas para congraciarse con los trabajadores le era totalmente ajena. Consideraba que su tarea era elevar la conciencia de los trabajadores, saciar su sed de conocimiento y comprensión, explicar la dinámica social y política, y extraer las tareas políticas. Esto la volvió increíblemente popular entre los trabajadores. Cuando hablaba en los mítines electorales de los socialdemócratas (SPD), el recinto estaba siempre lleno.
Luxemburgo siempre se opuso al feminismo burgués. Para ella, la emancipación de la mujer era inseparable de la liberación de la clase obrera respecto a la explotación y la opresión capitalistas. No luchó, como las feministas actuales y las practicantes de la política de identidades, por el acceso de unas pocas mujeres a los privilegios burgueses, sino por la abolición de todos los privilegios. Cuando se pronunció en 1912, en la segunda Concentración de Mujeres Socialdemócratas a favor del sufragio universal, igualitario y directo para las mujeres, lo justificó diciendo que “impulsará e intensificará inmensamente la lucha de clases proletaria”. Al “luchar por el sufragio femenino”, continuó, “también aceleraremos la llegada del momento en que la sociedad actual se derrumbe bajo los martillazos del proletariado revolucionario”.
Luxemburgo tenía diferencias de opinión con Lenin. Pero éstas se fundamentaban, independientemente de su intensidad temporal, en “el terreno común de la política proletaria revolucionaria”, como señaló una vez Trotsky. Lenin y Luxemburgo estaban unidos en su lucha contra los opositores revisionistas del marxismo.
La obra de Luxemburgo “¿Reforma o revolución?”, que consolidó su reputación como la voz principal del ala revolucionaria de la socialdemocracia cuando se publicó en 1899, es una de las obras polémicas más importantes de la literatura marxista. Es una crítica devastadora del revisionismo de Eduard Bernstein, quien rechazó las bases materialistas de la teoría marxista, separó el socialismo de la revolución proletaria y lo transformó en un liberalismo motivado por consideraciones éticas.
Respondiendo a la infame declaración de Bernstein de que el objetivo final no le importaba, pero el movimiento lo era todo, Luxemburgo declaró que el objetivo final del socialismo es “el factor decisivo” que hace que “todo el movimiento obrero pase de ser un esfuerzo en vano por reparar el orden capitalista a una lucha de clases contra este orden, por la supresión de este orden”. Siguió: “En cuanto a la controversia con Bernstein y sus seguidores, todos en el partido deben entender claramente que no se trata de este o aquel método de lucha, o del uso de este o aquel conjunto de tácticas, sino de la existencia misma del movimiento socialdemócrata”.
Bernstein hablaba en nombre de una capa de funcionarios partidarios, burócratas sindicales y pequeñoburgueses que asociaban su futuro personal al éxito del imperialismo alemán. El auge económico de la década de 1890, la transformación del SPD en un partido legal de masas y el crecimiento de los sindicatos provocaron una rápida expansión de esta capa.
La Revolución rusa de 1905 agudizó los conflictos en el seno del SPD. La clase obrera fue la fuerza principal de la revolución y produjo dos nuevos logros: la huelga política de masas y el sóviet (consejo obrero). Luxemburgo viajó a Varsovia, que entonces estaba bajo el dominio zarista, y participó en la revolución. Posteriormente fue detenida y solo evitó una larga condena en prisión y una posible muerte gracias a la enérgica intervención de la dirección del SPD.
Cuando promovió la huelga política de masas en Alemania tras su regreso, los dirigentes sindicales reaccionaron horrorizados. “La huelga general es una locura general”, fue su respuesta. El congreso sindical de 1905 en Colonia se celebró bajo el lema “Los sindicatos exigen ante todo la paz”. A Luxemburgo se le prohibió intervenir en los actos sindicales.
Los dirigentes sindicales no pudieron ilustrar más claramente su hostilidad a la revolución socialista. El debate sobre la huelga de masas se convirtió en el eje del conflicto entre el ala oportunista y la revolucionaria del SPD.
Con la llegada de la Primera Guerra Mundial, la dirección del SPD en torno a Karl Kautsky y August Bebel, fallecido en 1913, se desplazó cada vez más hacia la derecha. Cuando comenzó la guerra, los oportunistas prevalecieron en el SPD. Se posicionaron firmemente del lado del imperialismo alemán. El 4 de agosto de 1914, los diputados del SPD en el Parlamento votaron a favor de los créditos de guerra. Rosa Luxemburgo y Karl Liebknecht lideraron la minoría que se resistió a la ola de chovinismo.
La lucha de Rosa Luxemburgo contra la guerra, predominantemente entre las rejas, fue uno de los periodos más heroicos de su vida. Denunció incansablemente la traición del SPD, denunció los crímenes de guerra imperialistas y trató de despertar a las masas. En la noche del 4 de agosto de 1914, formó el Grupo Internacional, que publicó La Internacional y difundió ilegalmente las Cartas Espartaquistas, lo que hizo que el grupo se llamara Liga Espartaquista.
El primer artículo destacado de Luxemburgo en La Internacional comenzaba con las siguientes palabras: “El 4 de agosto de 1914, la socialdemocracia alemana abdicó políticamente, y al mismo tiempo la Internacional Socialista se derrumbó. Todos los intentos de negar u ocultar este hecho, independientemente de los motivos en los que se basen, tienden objetivamente a perpetuar, y a justificar, el desastroso autoengaño de los partidos socialistas, el malestar interno del movimiento que condujo al colapso, y a la larga a hacer de la Internacional Socialista una ficción, una hipocresía”.
La lucha de Rosa Luxemburgo contra la guerra se basaba en un internacionalismo irreconciliable que mantuvo durante toda su vida.
Cuando era una estudiante de 22 años, intervino en el congreso de la Internacional Socialista de Zúrich para atacar el socialpatriotismo del Partido Socialista Polaco (PPS). El PPS abogaba por el restablecimiento del Estado nacional polaco, que en ese momento estaba dividido entre el dominio ruso, alemán y austriaco. Luxemburgo rechazó esta reivindicación y abogó por una lucha conjunta de la clase obrera de la Polonia rusa y de Rusia para derribar el zarismo. Advirtió que la defensa de la independencia polaca fomentaría las tendencias nacionalistas en la Segunda Internacional, plantearía cuestiones nacionales paralelas en otros países y permitiría “la desintegración de la lucha unida de todos los proletarios en cada Estado en una serie de luchas nacionales infructuosas”.
Su negativa a aceptar el “derecho a la autodeterminación de las naciones” en el programa de la socialdemocracia rusa puso a Luxemburgo en conflicto con Lenin, quien defendía este derecho. Pero la diferencia en este caso era menos aguda de lo que se afirmaría más tarde. Para Lenin, la preocupación principal era la lucha contra el chovinismo de la Gran Rusia. Para Luxemburgo, era la lucha contra el nacionalismo polaco. Lenin también antepuso la lucha de clases a las reivindicaciones nacionales. No hizo una campaña activa a favor del separatismo nacional, sino que se limitó “a la reivindicación negativa, por así decirlo, del reconocimiento del derecho de autodeterminación”.
Independientemente de las diferencias con Lenin, la hostilidad de Luxemburgo hacia el nacionalismo demostró ser extremadamente previsora. Con respecto a Polonia, Józef Piłsudski, líder del PPS, comandó las tropas de la reconstituida Polonia independiente para atacar al Ejército Rojo tras la Revolución de Octubre. Entre 1926 y 1935, estableció una dictadura autoritaria. Hoy, la derecha nacionalista polaca lo aclama como su héroe.
La capitulación ante el nacionalismo fue también la razón del colapso de la Segunda y la Tercera Internacional, que se tradujo en terribles derrotas para la clase obrera. La Segunda Internacional apoyó la Primera Guerra Mundial en nombre de la “defensa de la patria”, mientras que la Tercera Internacional se degeneró bajo la perspectiva estalinista del “socialismo en un solo país”.
Los estalinistas, que pisotearon la política de nacionalidades de Lenin y volvieron a las peores prácticas del chovinismo de la Gran Rusia, nunca perdonaron a Luxemburgo por su internacionalismo. Bajo el Gobierno de Stalin, la acusación de “luxemburguismo” tuvo durante un tiempo consecuencias no menos fatales que la de “trotskismo”. Incluso después de la muerte de Stalin, Georg Lukacs acusó a la gran revolucionaria Luxemburgo de haber representado el “nihilismo nacional”.
A más tardar en la década de 1990, la reivindicación del derecho de las naciones a la autodeterminación perdió todo significado progresista y democrático. La globalización de la economía y el surgimiento de una clase obrera en todos los rincones del mundo no dejaron espacio ni siquiera para Estados nacionales semidemocráticos. El imperialismo utilizó el lema de la autodeterminación para destruir y subordinar a los Estados existentes. En estos Estados, esta demanda les permitió a las camarillas burguesas rivales dividir a la clase obrera y servir al imperialismo. Así lo demostró la tragedia de Yugoslavia. En nombre de la autodeterminación nacional, el país y sus partes constituyentes fueron empujados a una guerra fratricida asesina que resultó en el establecimiento de siete Estados económicamente inviables gobernados por camarillas criminales.
Luxemburgo y la Liga Espartaquista no solo combatieron contra la dirección derechista del SPD, sino también contra su “Centro Marxista” y su líder teórico, Karl Kautsky, a quien Luxemburgo calificó de “teórico del pantano”. El Centro hacía concesiones de palabra al estado de ánimo radical de los trabajadores, pero se oponía a cualquier acción revolucionaria en la práctica, y apoyaba el rumbo belicista de los dirigentes del SPD. Después de que el Centro fuera expulsado del SPD en 1917 y formara los Socialdemócratas Independientes (USPD), Luxemburgo endureció sus críticas.
El USPD “siempre ha ido a la zaga de los acontecimientos y desarrollos; nunca ha tomado la iniciativa”, escribió. “Nunca ha sido capaz de trazar una línea fundamental entre ellos y los dependientes. Cualquier ambigüedad notoria que confundiera a las masas: la paz del entendimiento, la Sociedad de las Naciones, el desarme, el culto a Wilson, todas las frases de la demagogia burguesa que extendían los velos, que oscurecían los hechos desnudos y descarnados de la alternativa revolucionaria durante la guerra, encontraron su ávido apoyo. Toda la actitud del partido giraba irremediablemente en torno a la contradicción cardinal de que, por un lado, trataba de seguir presentando a los Gobiernos burgueses como las potencias designadas proclives a la paz, mientras que, por otro lado, utilizaba el lenguaje de la acción de masas del proletariado. Un espejo fiel de la práctica contradictoria es la teoría ecléctica: una mezcolanza de fórmulas radicales con el abandono irremediable del espíritu socialista”.
Luxemburgo fue condenada a menudo por su “teoría de la espontaneidad”: por confiar en el levantamiento independiente de las masas contra los aparatos osificados, por criticar el concepto de partido de Lenin y por retrasar su ruptura organizativa con el SPD. León Trotsky, quien libró una lucha contra las tendencias centristas que se basaban falsamente en Luxemburgo antes de la formación de la Cuarta Internacional, planteó los puntos más fundamentales sobre esta cuestión en 1935.
Los “flancos débiles e inadecuados” no fueron “en lo absoluto decisivos en Rosa”, escribió. La contraposición de Luxemburgo de “la espontaneidad de las acciones de masas” a la política conservadora del SPD “tenía un carácter completamente revolucionario y progresista”. Trotsky continuó: “En una fecha mucho más temprana que Lenin, Rosa Luxemburgo comprendió el carácter rezagante del osificado aparato partidario y sindical y comenzó una lucha contra él”.
“La propia Rosa nunca se limitó a la mera teoría del espontaneísmo”, sino que “se esforzó por educar por adelantado al ala revolucionaria del proletariado y por agruparla organizativamente en la medida de lo posible. En Polonia, construyó una organización independiente muy rigurosa. Lo más que puede decirse es que en su evaluación histórico-filosófica del movimiento obrero, la selección preparatoria de la vanguardia, en comparación con las acciones de masas que debían esperarse, se quedó demasiado corta con Rosa; mientras que Lenin –sin reconfortarse con los milagros de acciones futuras— tomó a los obreros avanzados y los soldó constante e incansablemente en núcleos firmes, de manera ilegal o legal, en las organizaciones de masas o en la clandestinidad, por medio de un programa claramente definido”.
Cuando los bolcheviques tomaron el poder en Rusia en octubre de 1917, se encontraron con el apoyo entusiasta de Luxemburgo. Su texto “Sobre la Revolución rusa”, que escribió aislada en la cárcel y que solo se publicó tres años después de su muerte, ha sido a menudo interpretado como una profunda crítica del bolchevismo. Pero eso es incorrecto. Luxemburgo defendió incondicionalmente la Revolución de Octubre y señaló que los “errores” planteados en sus críticas fueron el producto de las condiciones imposibles que enfrentaban los bolcheviques debido a la traición de la Segunda Internacional y la socialdemocracia alemana.
“Los bolcheviques”, escribió, “han demostrado que son capaces de todo lo que un partido revolucionario auténtico puede contribuir dentro de los límites de las posibilidades históricas… Lo necesario es distinguir lo esencial de lo no esencial, la semilla de los productos accidentales en la política de los bolcheviques. En el periodo actual, en el que enfrentamos luchas finales y decisivas en todo el mundo, el problema más importante del socialismo era y es la cuestión candente de nuestros tiempos. No se trata de esta o aquella cuestión secundaria sobre táctica, sino de la capacidad de acción del proletariado, la fuerza de entrar en acción, la voluntad del poder del socialismo en sí. En esto, Lenin y Trotsky y sus amigos fueron los primeros, aquellos que procedieron como un ejemplo para el proletariado del mundo; son los únicos hasta ahora que pueden clamar con Hutten: ‘¡Yo osé!’”.
“Esto es lo esencial y perdurable de la política bolchevique. En este sentido, su inmortal servicio histórico fue haber marchado a la cabeza del proletariado internacional y haber conquistado el poder político y planteado en la práctica el problema de la realización del socialismo, y haber avanzado poderosamente el ajuste de cuentas entre el capital y el trabajo en todo el mundo. En Rusia, el problema solo podía plantearse. No podía ser resuelto en Rusia. Y en este sentido, el futuro pertenece en todas partes al ‘bolchevismo’”.
En noviembre de 1918, la revolución también estalló en Alemania. Iniciada por un levantamiento de marineros en Kiel, se extendió como un incendio por todo el país. El káiser abdicó y las élites gobernantes entregaron el poder gubernamental al líder del SPD, Friedrich Ebert, quien tramó una alianza con el alto mando militar para reprimir sangrientamente a la clase obrera. El USPD también participó en el Gobierno de Ebert con tres ministros.
En medio de las luchas revolucionarias, la Liga Espartaquista formó el Partido Comunista de Alemania (KPD) en Berlín a finales de 1918. Rosa Luxemburgo redactó el programa del partido y lo presentó a los delegados. En él se formulaba explícitamente el objetivo de derrocar el régimen de la clase burguesa. La alternativa no era entre la reforma o la revolución, subrayaba el programa. Más bien, “la guerra mundial enfrenta a la sociedad con la elección entre la continuación del capitalismo, nuevas guerras y la inminente deriva hacia el caos y la anarquía, o la abolición de la explotación capitalista... En este momento, el socialismo es la única salvación para la humanidad. Las palabras del Manifiesto Comunista resplandecen fogosamente como la escritura sobre la pared en las ruinas de los bastiones de la sociedad capitalista: el socialismo o la barbarie”.
El Gobierno de Ebert estaba decidido a impedir la revolución socialista. El 15 de enero de 1919, Rosa Luxemburgo y Karl Liebknecht fueron brutalmente asesinados por orden explícita del ministro del Reichswehr, Gustav Noske (SPD). El crimen fue llevado a cabo por la “Garde-Kavallerie-Schützendivision” de los Freikorps, que había sido enviada a Berlín por Noske para reprimir militarmente el levantamiento. Los secuestraron y los llevaron a su cuartel general en el Hotel Edén, donde fueron interrogados y agredidos. A continuación, golpearon a Luxemburgo contra el suelo con las culatas de los fusiles en la entrada del hotel y la metieron en un coche, donde la fusilaron. Su cuerpo fue arrojado al canal del Landwehr, donde fue encontrado varias semanas después. Karl Liebknecht fue ejecutado con tres disparos a corta distancia en el Tiergarten de Berlín.
Los asesinatos fueron plenamente avalados por el Estado. Los oficiales directamente implicados fueron absueltos por un tribunal militar en mayo de 1919. Waldemar Pabst, que dio la orden como jefe de la división, pudo continuar su carrera bajo los nazis y en la República Federal. Murió en 1970 como un rico comerciante de armas. Ya en ese momento se había fijado el rumbo para el posterior ascenso de los nazis. Las SA de Hitler reclutarían de entre los soldados movilizados por Noske y protegidos por el poder judicial.
El asesinato de Karl Liebknecht y Rosa Luxemburgo fue un duro golpe para el movimiento obrero internacional. Con Luxemburgo al frente del KPD, la historia de Alemania e incluso del mundo habría sido probablemente diferente. Hay muchos indicios de que el KPD habría tomado el poder en octubre de 1923 si hubiera contado con una dirección experimentada. La humanidad podría haberse ahorrado a Adolfo Hitler, cuyo ascenso se produjo sobre todo gracias a la paralización de la clase obrera por la desastrosa política del KPD estalinizado, en torno al “socialfascismo”. El propio ascenso de Stalin se habría enfrentado a una amarga oposición en el seno de la Internacional Comunista.
La herencia de Rosa Luxemburgo –su internacionalismo, su orientación hacia la clase obrera, su socialismo revolucionario— ha sido defendida y desarrollada por el movimiento trotskista mundial, representado hoy por el Comité Internacional de la Cuarta Internacional. Es un arma crucial en la lucha por la revolución socialista.
(Artículo publicado originalmente en inglés el 5 de marzo de 2021)