El World Socialist Web Site condena inequívocamente la masacre unilateral llevada a cabo por las Fuerzas de Defensa de Israel (FDI) contra Gaza. Por 10 días, los aviones de guerra y la artillería israelíes han hecho llover misiles, bombas y cohetes contra una población de dos millones de palestinos atrapados por la ocupación y el bloqueo brutales y constantes de Israel en el estrecho y empobrecido enclave costero.
Al menos 217 palestinos han muerto, casi la mitad de ellos mujeres y niños, mientras miles más han quedado heridos. Aproximadamente 41.000 gazatíes se han visto obligados a dejar sus hogares e ir a alberges improvisados en escuelas administradas por la ONU, mientras que las tácticas israelíes, incluyendo la demolición de edificios altos con “bombas inteligentes”, aterrorizan a toda la población.
El sistema de salud de Gaza está colapsado según se agotan las camas y los suministros médicos. Los hospitales que ya estaban saturados por la pandemia de COVID-19 están ahora desbordados con heridos, muchos de ellos con heridas graves. Una enfermera le informó a Al Jazeera que los brazos y piernas desprendidos se están apilando en una cama de hospital.
Se espera que los daños de infraestructura y el corte de combustible al territorio sumerjan a toda Gaza en un apagón, cortando la electricidad a los hogares, así como a los hospitales y clínicas, su sistema de alcantarillado y su planta de desalinización. Los muertos por las bombas y los proyectiles israelíes solo serán una parte del número de víctimas, ya que la destrucción e inhabilitación de las instalaciones sanitarias y las infraestructuras básicas elevarán la tasa de mortalidad durante mucho tiempo.
No solo Israel es culpable de crímenes de guerra, sino también lo es su principal facilitador, el imperialismo estadounidense. En medio del bombardeo, se informó de que la Administración demócrata del presidente Joe Biden notificó formalmente al Congreso estadounidense, el 5 de mayo, sobre un paquete de armas de 735 millones de dólares para Israel que incluye municiones de ataque directo conjunto (JDAM, por sus siglas en inglés), las mismas armas utilizadas para convertir en escombros los edificios más altos de Gaza. La aprobación de esta porción de los casi $4.000 millones de ayuda que Washington proporciona anualmente a Israel pone en evidencia la complicidad directa de toda la dirección del Partido Demócrata en los crímenes en Gaza.
Mientras tanto, Washington ha ejercido su poder de veto tres veces en el transcurso de una semana para impedir que el Consejo de Seguridad de la ONU emita cualquier declaración criticando las acciones de Israel.
La respuesta de la Casa Blanca de Biden a la masacre que se está produciendo en Gaza proporciona una prueba incontrovertible de su continuidad con la Administración de Trump, pero también con sus predecesores, Barack Obama y George W. Bush, que de manera similar ayudaron e instigaron las guerras de Israel llevadas a cabo en 2008-2009, 2012 y 2014, que en total mataron al menos a 3.500 gazatíes, la inmensa mayoría de ellos civiles.
Millones de trabajadores y jóvenes de todo el mundo están justificadamente indignados tanto por los crímenes de guerra de Israel como por su hipócrita justificación por parte de personas como Biden y el secretario de Estado de Estados Unidos, Antony Blinken, que pronuncian incesantemente la frase “Israel tiene derecho a defenderse.” En la práctica, esto significa que una potencia ocupante con una de las máquinas de guerra más avanzadas del mundo tiene el “derecho” de infligir muerte y violencia ilimitadas a una población bajo ocupación y prácticamente indefensa de refugiados atrapados en un enorme gueto creado por el propio Israel. El lunes, Biden adicionó al estribillo una expresión sin sentido, anunciada por un portavoz, de su apoyo platónico a un alto el fuego sin fecha cierta.
La abrumadora ira popular por los crímenes de guerra en Gaza ha encontrado su expresión en cientos de protestas que han tenido lugar en todos los continentes, excepto en la Antártida. A pesar del apoyo a la agresión israelí por parte de Estados Unidos y las demás potencias imperialistas, para millones de personas en todo el mundo, Israel es considerado un Estado paria, que ha perdido toda legitimidad moral y política.
Los intentos de tachar estas protestas de antisemitas se ven como lo que son, un intento torpe por parte de Israel y sus patrocinadores imperialistas de acallar cualquier oposición a sus crímenes y una calumnia contra millones de judíos de todo el mundo que están conmocionados y repugnados por las acciones del Estado sionista.
Sin embargo, la ira y las protestas no son suficientes. Lo que se necesita es una perspectiva política sobre las causas de estos crímenes y la manera de detenerlos.
La violencia contra Gaza es impulsada por la inmensa crisis y las contradicciones de la propia sociedad israelí. La decisión de Tel Aviv de ir a la guerra fue, en primer lugar, un intento de contener una crisis política recrudecida, reflejada tanto en la incapacidad de formar un Gobierno viable tras cuatro elecciones en dos años como en su primer ministro, Benjamín Netanyahu, quien debe permanecer en el poder para evitar ser encarcelado por cargos de corrupción.
Bajo esta crisis política subyacen contradicciones sociales insolubles. Israel sigue siendo, junto con Estados Unidos, uno de los países más desiguales de la OCDE. Según el informe anual sobre la pobreza de la agencia de ayuda israelí Latet, la tasa de pobreza de Israel pasó del 20,1 por ciento al 29,3 por ciento en 2020, mientras que, con la mayor concentración de milmillonarios del mundo, sus 20 individuos más ricos han acumulado una riqueza combinada de más de $61.000 millones.
La insostenibilidad de tal brecha social ha quedado al descubierto con la revuelta de los ciudadanos palestinos de Israel, desencadenada inicialmente por el violento asalto policial a la mezquita de Al Aqsa y los actos cada vez más agresivos de “limpieza étnica” en Jerusalén Este. Los palestinos israelíes, que constituyen el 20 por ciento de la población del país, se unieron el martes a la huelga general de los palestinos de los territorios ocupados para protestar contra el asalto a Gaza y contra las “leyes raciales” propias de un régimen de apartheid de Israel, que los condenan a ser ciudadanos de segunda clase. Los trabajadores cerraron tiendas, escuelas y obras de construcción y no acudieron a sus puestos de trabajo en todo el país.
Mientras la camarilla gobernante de Israel, que representa los intereses de su clase dirigente de milmillonarios, busca una base de apoyo mediante la promoción del militarismo y el odio antiárabe, desatando bandas fascistas-sionistas en las calles, existe una amplia hostilidad hacia el Gobierno y sus crímenes en la clase obrera, así como apoyo por los palestinos. Esto se puso de manifiesto el domingo en una manifestación de trabajadores de salud judíos y palestinos israelíes fuera del hospital Rambam de Haifa, llamando a la unidad. De forma incipiente, esto refleja el impulso de la clase obrera para unirse en una lucha contra su opresor común.
Setenta y tres años tras la fundación del Estado de Israel y 55 años de la guerra expansionista de los Seis Días, la clase gobernante israelí y su vasto aparato militar no han podido aplastar la resistencia palestina, la cual está vinculada inseparablemente con las inmensas contradicciones internas de la sociedad israelí en su conjunto. En respuesta, el Gobierno se comporta como si perdió la cabeza, con violencia desenfrenada que solo puede profundizar su crisis.
Israel se encuentra al final de su camino. Todo el proyecto sionista —una perspectiva reaccionaria de crear un Estado capitalista judío sectario en Oriente Próximo mediante la desposesión del pueblo palestino — ha fracasado manifiestamente. Mientras la ideología sionista justificaba este Estado como un refugio seguro para los judíos tras el Holocausto, el Gobierno israelí instituye leyes raciales y lleva a cabo crímenes violentos que se parecen cada vez más a los de los nazis.
El surgimiento de una oposición masiva entre los árabes israelíes y la clase obrera judía a los crímenes del Estado israelí subraya aún más la absoluta inviabilidad del proyecto sionista. A medida que los esfuerzos realizados durante décadas para abrir una brecha entre los trabajadores palestinos y los judíos se desmoronan, suscitando la perspectiva de una revuelta de la clase obrera, Israel es incapaz de sobrevivir si no es en una dictadura totalitaria.
La crisis de Israel está ligada al desmoronamiento de todo el sistema de Estados-nación de Oriente Próximo creado mediante la formación de Estados nominalmente independientes basados en las fronteras trazadas por las antiguas potencias coloniales. La corrupta burguesía árabe ha abandonado su farsa de apoyar a los palestinos y su promoción de la quimera de una “solución de dos Estados”, según busca acercarse a Israel y al imperialismo para defender sus propios regímenes. Una década después de la sangrienta supresión de la revolución egipcia, todos los Estados fronterizos con Israel —Líbano, Jordania, Siria y el propio Egipto— están asolados por conflictos internos, mientras que Oriente Próximo en general ha sido devastado por las guerras estadounidenses.
Hamás, la fuerza política dominante en Gaza, es igualmente incapaz de ofrecer una alternativa progresista. Al igual que la Organización para la Liberación de Palestina (OLP), se aferra a la llamada solución de dos Estados, que mantendría a Gaza y Cisjordania como guetos palestinos bajo el pulgar del Estado sionista. En unas condiciones en las que se está desarrollando una rebelión dentro del propio Israel, Hamás es incapaz de hacer un llamado alguno a la población árabe israelí, y mucho menos a la clase trabajadora judía.
El general Mark Milley, jefe del Estado Mayor Conjunto de EE.UU., advirtió el lunes que podría producirse una “desestabilización más amplia” y “toda una serie de consecuencias negativas si continúan los combates” en Gaza. El temor, evidentemente, es que los acontecimientos en Israel y los territorios ocupados puedan desencadenar revoluciones en toda la región, al tiempo que suponen la amenaza de una guerra mucho más amplia, en primer lugar contra Irán.
Estas alternativas, guerra y revolución, no solo se presentan en Oriente Próxmo, sino a escala mundial. Ante una pandemia mundial que se ha cobrado 3,5 millones de vidas, las potencias imperialistas están llevando a cabo un enorme despliegue militar para preparar una guerra mundial.
La misma pandemia ha generado oposición social en la clase obrera y una intensificación mundial de la lucha de clases que está preparando el camino a la revolución social.
Ese es el camino a seguir para las masas trabajadoras de todo Oriente Próximo. La cuestión central es la de superar la crisis de perspectiva y de dirección.
El callejón sin salida del nacionalismo burgués, desde el nasserismo hasta la OLP, ha confirmado plenamente la Teoría de la Revolución Permanente de León Trotsky, de que en la época imperialista, la realización de las tareas básicas para liberar los países oprimidos de la opresión imperialista no pueden resolverse bajo la dirección de la burguesía nacional, que depende de y está completamente atada al imperialismo. En cambio, solo pueden llevarse a cabo mediante la intervención política independiente de la clase obrera sobre la base de un programa socialista e internacionalista.
El asalto militar a Gaza y la creciente revuelta dentro del propio Israel plantean con la máxima urgencia la lucha por unir a la clase obrera, árabe, judía e iraní, por encima de todas las divisiones nacionales y sectarias, en una lucha común por una Federación Socialista de Oriente Próximo como parte de la lucha por acabar con el capitalismo en todo el mundo.
La tarea vital de movilizar a la clase obrera sobre la base de este programa depende de la construcción de una nueva dirección revolucionaria, organizada como secciones del Comité Internacional de la Cuarta Internacional en cada país.
(Publicado originalmente en inglés el 18 de mayo de 2021)