Hace ochenta años, el 22 de junio de 1941, el ejército alemán invadió la Unión Soviética. Esto dio inicio a una guerra como nunca antes. La barbarie de la Edad Media fue combinada con la tecnología más moderna del siglo veinte.
La humanidad ya había sido testigo de guerras horrendas con millones de víctimas. Los cañones de la Primera Guerra Mundial se habían silenciado apenas 23 años antes. Los escenarios ensangrentados de Verdún y Marne, donde las ametralladoras abatió a los jóvenes de Alemania, Francia y Reino Unido, eran considerados monumentos de la barbarie humana.
Pero el ataque contra la Unión Soviética fue mucho más lejos. Desde el comienzo, fue planificado como una guerra de exterminio. No solo se trataba de una guerra por territorio, materias primas y mercados, sino una guerra impulsada por racismo y una ideología. La destrucción del bolchevismo, el exterminio de los judíos y la creación de un espacio vital al este, proclamas de Hitler desde veinte años antes, ahora se ponían en práctica.
“Contrario a la creencia de muchos en Occidente, Hitler no desacertó al emprender la guerra hacia el este”, escribió el historiador Stephen Ritz en su obra más conocida Ostkrieg: la guerra de exterminio de Hitler al este. “Para él, la guerra ‘correcta’ siempre era contra la Unión Soviética, ya que el destino de Alemania desde su perspectiva dependía de obtener Lebensraum y resolver la ‘cuestión judía’. Ambas cuestiones, a su vez, dependían de destruir la Unión Soviética. ¿Cuál de estos objetivos era el más importante? Dadas las opiniones de Hitler, sería artificial intentar ponerlas en orden de prioridad o separarlas del todo. Para él, la guerra contra el ‘judeo-bolchevismo’ y aquella en busca de Lebensraum eran partes integrales de una totalidad”.
Cundo 3 millones de soldados alemanes, 600.000 vehículos, 3.500 tanques, 7.000 piezas de artillería y 3.900 aviones invadieron a Unión Soviética a las 3 a.m., llevaban órdenes y planes detallados para exterminar físicamente a millones de personas. La invasión iba acompañada de cuatro einsatzgruppen (unidades tácticas) cuyos miembros habían sido cuidadosamente seleccionados y entrenados por Reinhard Heydrich, cabecilla de la Agencia de Seguridad del Reich. La tarea de estas unidades, cada una compuesta por 3.000 “tropas de asalto genocidas” (Ian Kershaw), era asesinar inmediatamente a cualquier comunista, partisano, judío y sinti que capturaran.
“Las cuatro einsatzgruppen y sus asistentes asesinaron a mucho más que 500.000 judíos soviéticos en los primeros seis meses de Barbarroja, además de decenas de miles de partisanos y prisioneros de guerra soviéticos, lo cual nunca habría sido posible sin la participación dispuesta y activa de la Wehrmacht”, escribió Fritz.
Si bien fue negada en Alemania por varias décadas e incluso, tan tarde como 1999, fue censurada la exhibición “Guerra de exterminio. Crímenes de la Wehrmacht”, la complicidad activa de la Wehrmacht en los asesinatos masivos ha sido indisputablemente documentada. Ya para enero de 1941, Hitler ordenó a un grupo seleccionado de líderes de las SS [ Schutzstaffel, literalmente “Escuadras de Protección”] que la población eslava del este debía reducirse en un 30 por ciento. Mandos militares completos y teóricos racistas tradujeron subsecuentemente “la voluntad del Führer” en órdenes precisas de quién debía ser acribillado y exterminado.
Los generales aprobaron estos planes y garantizaron su ejecución. Durante la guerra, “los oficiales del ejército incluso lanzaron un intercambio de ideas y experiencias entre el ejército y los oficiales de las SS”, según Frtiz. “Como lo demostraron los acontecimientos en el terreno, las órdenes criminales desde arriba y los impulsos vengativos desde abajo crearon un ambiente de violencia que habría eliminado cualquier inhibición en cuanto a los asesinatos”.
Los profesores alemanes maquillaron los planes asesinos con argumentos pseudocientíficos. En junio de 1942, el Generalplan Ost (Plan general este) fue publicado a partir del trabajo de varios académicos. Su plan era asesinar a millones de eslavos para crear espacio para colonos alemanes. La Sociedad Alemana de Investigación (DFG, por sus siglas en alemán), una coalición de académicos de renombre, ya estaba financiando estudios durante la República de Weimar que “afirmaban la superioridad general de la población alemana frente a la eslava” y otros que “concebían las investigaciones sobre la raza como una ciencia aplicada”.
Los planes tácticos de la Operación Barbarroja, el nombre en clave dado a la invasión de la Unión Soviética, fueron desarrollados a través de varias mesas redondas a inicios de 1941 entre la Cancillería, las SS, la Agencia de Seguridad del Reich y el Alto Mando de la Wehrmacht [ejército alemán]. El objetivo que fue formulado repetidamente era destruir a “los cabecillas y comisarios bolcheviques”, “los intelectuales judeo-bolcheviques” y “la idea socialista”.
El 2 de mayo, varios secretarios estatales y comandantes líderes de la Wehrmacht discutieron las consecuencias de la Operación Barbarroja para la economía de guerra. Según una nota breve, llegaron a la conclusión de que “no cabe duda de que decenas de millones de personas se morirán de hambre si le quitamos al país lo que necesitamos”.
El 13 de mayo, Wilhelm Keitel, titular del Alto Mando de la Wehrmacht, emitió una Orden de Autorización de la Judicatura Militar. Sentenció que los crímenes perpetrados por civiles contra la Wehrmacht ya no podían ser atendidos por las cortes y que los acusados podían ser ejecutados a tiros por orden de un oficial. También autorizaba actos violentos de castigo colectivo contra regiones enteras. Esto resultó frecuentemente en el encierro de mujeres y niños (los hombres se encontraban en el frente) en edificaciones grandes, donde les disparaban con ametralladoras antes de que el edificio fuera incendiado para que los supervivientes murieran quemados.
El 6 de junio, dos semanas antes de la invasión, el Alto Mando, bajo la dirección del teniente general Alfred Jodl, publicó la Orden de los Comisarios. Llamaba a identificar a los comisarios políticos civiles y militares y que las fuerzas invasoras “en principio, se deshagan de ellos inmediatamente con un arma”. Con base en esta sola orden, hay evidencia de al menos 140.000 ejecuciones, pero se estiman que podrían ser hasta 600.000.
Esto demuestra que, el 22 de junio, se puso en marcha una máquina para asesinatos bien preparada. Las últimas inhibiciones morales habían sido superadas en Polonia, que la Wehrmacht había invadido y sometido a una orgía de violencia dos años antes. El territorio polaco también se utilizaría posteriormente para los notorios campos de exterminio. Pero, antes de que fueran enviados varios millones de judíos de toda Europa a las cámaras de gas en Auschwitz y Majdanek, las tropas alemanas ya habían masacrado a cientos de miles de judíos en la Unión Soviética.
Una de las masacres más conocidas ocurrió el 29 y 30 de septiembre de 1941 en el barranco de Babi Yar cerca de Kiev, donde una unidad de fuerzas especiales mató a tiros a 33.771 judíos, incluyendo hombres, mujeres y niños, de la capital ucraniana en tan solo esos dos días. Durante los meses siguientes, ejecutaron a 70.000 civiles más en ese mismo barranco.
Las cifras de la guerra de exterminio son horrendas. Un total de 27 millones de civiles soviéticos fallecieron en la guerra. Una comisión organizada por el Ministerio de Defensa Soviético y la Academia Rusa de Ciencias que, entre 1987 y 1991, revisó las cifras, estimó hasta 37 millones de fallecidos. De estos, solo 8,6 millones eran soldados y entre 27 y 28 millones eran civiles, muchos de los cuales murieron de hambre o por condiciones intolerables. El asedio de 28 meses de la ciudad de Leningrado, que la Wehrmacht intentó someter con hambre, se cobró 470.000 vidas por sí solo.
Uno de los tantos crímenes de guerra de la Wehrmacht fue el asesinato de 3 millones de prisioneros de guerra soviéticos. El 8 de septiembre, el Alto Mando emitió una orden que privaba a los soldados del Ejército Rojo de las protecciones bajo el derecho internacional: “El soldado bolchevique ha perdido cualquier derecho a ser tratado como un soldado digno en virtud del Convenio de Ginebra… El uso de armas contra los prisioneros de guerra soviéticos es legítimo en general”.
Aproximadamente el 60 por ciento de los prisioneros de guerra perdieron su vida. Si no fueron asesinados o matados de hambre, fueron llevados a campos de concentración, donde fueron sometidos a trabajo forzado en condiciones inhumanas para la campaña de guerra alemana.
El curso de la guerra
Durante las primeras semanas de la guerra, la Wehrmacht se adentró rápido en territorio soviético. Sus éxitos iniciales se debieron ante todo a las políticas criminales de Stalin y la burocracia privilegiada, cuyo dominio encarnaba. Habían desangrado a la Unión Soviética y la habían dejado sin preparación alguna.
A lo largo del Gran Terror, que asesinó a casi todos los líderes de la Revolución de Octubre y cientos de miles de comunistas e intelectuales leales, Stalin también decapitó el Ejército Rojo. De 178.000 efectivos dirigentes en el Ejército Rojo, 35.000 fueron arrestados y algunos fueron ejecutados. Fallecieron dos veces más generales que durante la Segunda Guerra Mundial, incluyendo comandantes destacados como Tukhachevski, Yakir, Gamarnik y Uborivitch, quienes se volvieron líderes del Ejército Rojo bajo la dirección de Trotsky durante la guerra civil.
Esta fue la generación que recibió un bautismo en el caldero de la guerra civil, que “salió a la superficie repentinamente sobre las masas, demostrando talento en organización y capacidad en conducción militar”, “afinaron su temple en una lucha a gran escala” y subsecuentemente recibieron un entrenamiento militar más a fondo, como lo señaló Trotsky en 1934. “La teoría militar les permitió disciplinar sus mentes, pero sin matar la audacia forjada en las maniobras impetuosas de la guerra civil”. Fueron reemplazados por oficiales con menos experiencia, caracterizados ante todo por su subordinación ante Stalin.
Por su parte, Stalin fue completamente tomado por sorpresa por la invasión alemana, a pesar de que sus propias agencias de inteligencia en occidente se lo habían advertido. El espía comunista Richard Sorge incluso proporcionó el plan entero de ataque desde Japón, incluyendo un cronograma. Pero Stalin ignoró todas las advertencias y confió en el pacto de no agresión que había acordado con Hitler en agosto de 1939. Estaba convencido de que Alemania, que ya se encontraba en una guerra con Reino Unido, no arriesgaría abrir un segundo frente. Después de la invasión, Stalin desapareció del escenario público por varios días, dejando a la Unión Soviética prácticamente sin líder.
Pero la Revolución de Octubre se mantenía viva en la clase obrera soviética. Stalin pudo asesinar a sus líderes, pero no destruyó sus logros: el control estatal de los medios de producción y la economía planificada, que demostraron ser tremendas ventajas. La Wehrmacht pronto se dio cuenta que esta vez no combatían contra el ejército zarista compuesto por campesinos reclutados a la fuerza y que vivían parcialmente en servidumbre, sino contra el ejército motivado de un Estado obrero que, a pesar del terror, no se doblegó. En cambio, desarrolló una energía y voluntad de sacrificio impresionantes.
Trotsky, quien construyó el Ejército Rojo, también predijo esto en 1934. El guerrero rojo es sumamente distinto al soldado zarista, escribió: “El culto a la pasividad y a la capitulación servil ante los obstáculos ha sido reemplazada por el culto a la audacia política y social y al americanismo tecnológico… Si la Revolución rusa, que por treinta años —desde 1905— ha oscilado entre flujo y reflujo, se viera obligada a dirigir su cauce hacia la guerra, desatará una fuerza tremenda y contundente”.
A pesar de que la guerra continuó por más de tres años y medio y el bando alemán sufrió 6 millones de bajas militares, muertos o gravemente heridos, las primeras semanas bastaron para dejar claro que la Wehrmacht no tenía ninguna posibilidad de ganar. “Mucho antes que las primeras nevadas invernales, no obstante, e incluso antes de las primeras lluvias del otoño, la mayoría de los avances se detuvieron. De hecho, tan pronto como el verano de 1941, ya era evidente que Barbarroja se había agotado y estaba condenado al fracaso”, anotó el historiador militar David Stahel.
En la producción armamentista, que fue tan decisiva en la guerra, la economía planificada soviética superó con creces a la economía alemana basada en la propiedad privada. En 1941, la industria alemana produjo 5.200 tanques, 11.776 aviones y 7.000 piezas de artillería de más de 7 milímetros. En la primera mitad de 1941, la economía soviética pudo producir tan solo 1.800 tanques, 3.900 aviones y 15.600 piezas de artillería. Pero durante la segunda mitad del año, su producción de armas incrementó, a pesar de tener que trasladar fábricas enteras al este y de toda la destrucción causada por la guerra, fabricando 4.740 tanques, 8.000 aviones y 55.500 piezas de artillería. En 1942, Alemania produjo 15.409 aviones, mientras que la Unión Soviética fabricó 25.436. Mientras que Alemania produjo 9.200 tanques, la Unión Soviética construyó 24.446.
A pesar de la degeneración estalinista, la Unión Soviética, cuyo origen fue la Revolución de Octubre, sirvió como una barrera decisiva contra la caída de la humanidad en la barbarie. Los historiadores serios no dejan ninguna duda de lo que se habría significado una victoria de Hitler.
Stahel afirmó: “La importancia de la nueva guerra de Hitler hacia oriente fue entendida por todos los bandos en ese entonces como un momento clave en el futuro de la guerra mundial cada vez más extensa. O bien Hitler se volvería casi intocable a la cabeza de un enorme imperio o bien su mayor campaña fracasaría (algo que ningún Gobierno en ese momento creía probable), resultando en el peligroso cerco aliado que Hitler buscaba eliminar para siempre. Por ende, no es una exageración decir que la invasión alemana de la Unión Soviética representa un punto de inflexión extraordinario en los asuntos globales con una importancia central para nuestro entendimiento de la Segunda Guerra Mundial y como indudablemente uno de los eventos más profundos en la historia moderna”.
Los orígenes de la guerra
Después de la derrota alemana, nadie en Alemania quería que se le atribuyera la guerra de exterminio. Eran todos víctimas y personas siguiendo órdenes, ningún perpetrador. Hitler era el culpable de todo. La Segunda Guerra Mundial era la “guerra de Hitler”.
Adolf Hitler, quien se mató de un tiro poco antes de la rendición incondicional de la Wehrmacht, contaba con poderes extraordinarios y se involucró personalmente en todas las decisiones políticas y militares importantes. No obstante, meramente estaba ofreciendo un producto exigido por la sociedad capitalista. La respuesta a la interrogante de cómo este artista austriaco fracasado y amargado veterano de guerra pudo convertirse en el “Führer” de Alemania inevitablemente lleva a la conclusión de que tenía poderosos patrocinadores en la élite de la patronal, la política, el ejército, la aristocracia, la cultura y las universidades.
Uno de sus impulsores más conocidos en los primeros años fue el general Erich Ludendorff, el segundo al mando del ejército durante la Primera Guerra Mundial, quien fue colíder junto a Hitler de la intentona golpista en Múnich de 1923. Otros incluyeron los magnates industriales Fritz Thyssen y Erich Kirndorf, el príncipe heredero Wilhelm de Prusia y la viuda Cosima Wagner del compositor. El imperio mediático del industrial nacionalista alemán Alfred Hugenberg, quien fue ministro de Economía en el primer gabinete de Hitler, cumplió un papel importante en su ascenso. En enero de 1932, una visita de Hitler al club de magnates industriales en Düsseldorf le garantizó el respaldo político y financiero de los círculos más importantes de la gran patronal.
Hitler no tuvo que tomar el poder violentamente; se lo sirvieron en una bandeja de plata. Cuando Hitler llegó al poder, los nazis se encontraban en una crisis política y financiera grave. En la elección al Reichstag [Parlamento] de noviembre de 1932, el partido recibió tan solo 33 por ciento del voto —4 por ciento menos que en julio y 4 por ciento menos que los dos mayores partidos obreros combinados— el Partido Socialdemócrata (SPD, siglas en alemán) y el Partido Comunista (KPD). Hitler incluso consideró el suicidio.
La decisión de nombrar a Hitler como canciller en enero de 1933 fue, en última instancia, tomada por un pequeño círculo de conspiradores que representaban los intereses del Estado y la patronal y que giraban en torno al viejo estadista y presidente Paul von Hindenburg. Dos meses después, el Partido Comunista ya había sido prohibido y los campos de concentración se comenzaban a llenar, y todos los partidos burgueses votaron a favor de la Ley Habilitante que convirtió a Hitler en dictador.
Durante la guerra, Hitler encontró a miles de deseosos asistentes en el cuerpo de oficiales que cumplieron sus órdenes asesinas, entre los funcionarios estatales que aterrorizaron a la población y sometieron a los judíos al exterminio, entre los industriales que aumentaron sus ganancias a través de la producción bélica y el trabajo forzado, entre los profesores que maquillaron la teoría racial y la justicia arbitraria de ciencia, y muchos más.
La guerra de exterminio no fue producto de “la voluntad del Führer” que sin duda quería la guerra. Las élites gobernantes promovieron a Hitler y lo colocaron al frente del Estado porque querían y necesitaban la guerra. Tiene causas objetivas profundas en las contradicciones irresolubles del sistema capitalista.
León Trotsky, quien entendía el peligro del fascismo y la guerra más que nadie y movilizó a la clase obrera en oposición a ambos, escribió un año antes de la invasión de la Unión Soviética, “El único aspecto del fascismo que no es falso es su deseo de poder, subyugación y saqueo. El fascismo es una destilación química pura de la cultura del imperialismo… Este epiléptico alemán con una calculadora dentro de su cráneo y un poder ilimitado en sus manos no cayó del cielo ni emergió del infierno: no es más que la personificación de todas las fuerzas destructivas del imperialismo. Así como Genghis Khan y Tamerlán eran vistos por los pueblos pastores más débiles como plagas destructoras de Dios pero en realidad no manifestaban más que la necesidad de las tribus de pastores de más tierra de pastoreo y de saquear las áreas con poblaciones sedentarias, Hitler, sacudiendo a las viejas potencias coloniales hasta sus bases, no hace más que dar un reflejo más acabado de la ambición imperialista de poder. A través de Hitler, el capitalismo mundial, desesperado por su propio impasse, está presionando un afilado cuchillo en su propio vientre”.
Durante la Primera Guerra Mundial, el imperialismo alemán buscó subordinar Europa a sus propios intereses y fracasó. Ahora intentaba hacerlo por segunda vez.
La Primera Guerra Mundial fue una guerra imperialista, por medio de la cual todas las principales potencias se disputaron el reparto del mundo y la hegemonía sobre la economía mundial. El imperialismo alemán asumió un papel particularmente agresivo porque el capitalismo se desarrolló ahí de forma tardía debido a una tardía revolución burguesa, pero gracias a la tecnología moderna contaba con un tremendo dinamismo. Confinada al centro de Europa, enfrentada a las potencias coloniales de Reino Unido y Francia e incluso al rival más poderoso de EE.UU., únicamente podía convertirse en la potencia dominante de Europa y garantizar su acceso a materias primas y mercados a través de medios violentos.
Alemania perdió la guerra. Debilitada, profundamente endeudada debido al Tratado de Versalles y sacudida por la lucha de clases, todos los problemas que condujeron al imperialismo alemán hacia la Primera Guerra Mundial se volvieron a presentar, con fuerza redoblada. Además, hacia el este, la principal área para la expansión imperialista de Alemania, existía ahora un Estado obrero que ofrecía una inspiración revolucionaria a los trabajadores en Alemania.
La única salida de este callejón sin salida para el imperialismo alemán era utilizar métodos más brutales y barbáricos que todos los anteriores. La “destrucción del bolchevismo”, el control sobre un “espacio vital” en oriente y el establecimiento de la hegemonía alemana sobre Europa exigían la concentración del poder estatal en manos de un solo individuo, la subordinación de todos los recursos del país a la producción militar, la destrucción del movimiento obrero organizado y una guerra que no solo buscara la capitulación del enemigo, sino su exterminio.
Los nazis ofrecían más que nadie para cumplir con esta demanda de la sociedad. Los líderes del Estado, la patronal y el ejército no apoyaron a Hitler por los deslumbró ideológicamente, sino porque lo necesitaban para cumplir sus objetivos.
Solo tuvieron éxito gracias a la traición y el fracaso abismales de los dirigentes de los obreros. El SPD se rehusó firmemente a movilizar a sus miembros en oposición a los nazis. Confiaban en el Estado y apoyaron todos los pasos dictatoriales —desde los decretos de emergencia de Brüning hasta la elección de Hindenburg como presidente— que prepararon el camino de Hitler al poder. La dirección del KPD, bajo la influencia de Stalin, ocultó su pasividad y cobardía detrás de frases radicales de izquierda. Se rehusó firmemente a luchar por un frente único antifascista con el SPD, como lo exigían León Trotsky y la Oposición de Izquierda, y tildó a los trabajadores del SPD de “socialfascistas” indistinguibles de los nazis.
Estados Unidos, Reino Unido y los otros oponentes capitalistas de Alemania en la Segunda Guerra Mundial también luchaban por sus propios intereses imperialistas y no “contra el fascismo” ni “por la democracia”. Solo la Unión Soviética luchaba por su propia supervivencia. Una victoria alemana habría significado la destrucción del Estado obrero y su transformación en una colonia esclava.
En la medida en que el régimen de Hitler se dirigiera principalmente en contra de la clase obrera alemana y la Unión Soviética, tenía un apoyo internacional considerable. Los admiradores de Hitler incluían al industrial estadounidense Henry Ford, el rey británico Eduardo VIII y su esposa estadounidense Wallis Simpson. Después de la abdicación de Eduardo, la pareja visitó a Hitler en su residencia Berghof. Durante el Gobierno del Frente Popular de 1936, la burguesía francesa incluso avanzó la consigna “Mejor Hitler que Blum” (León Blum era el primer ministro del Frente Popular). La rápida victoria alemana contra Francia fue más el resultado del derrotismo de los generales franceses que cualquier superioridad técnica de la Wehrmacht. El régimen de Vichy bajo el mariscal Pétain alcanzó un acuerdo inmediato con Hitler.
El imperialismo estadounidense y el británico no podían simplemente quedarse mirando como Alemania dominaba desde el Atlántico a los Urales. En una alianza con Japón, habría sido un mortal oponente del imperialismo estadounidense. Esto instó la intervención de EE.UU. en la guerra contra Hitler, algo que no ocurrió hasta que Alemania ya estaba en la defensiva en la batalla de Stalingrado.
El peligro de una tercera guerra mundial
Las lecciones de la guerra de exterminio contra la Unión Soviética tienen una importancia contemporánea. Las mismas contradicciones del capitalismo mundial —la relación irreconciliable del Estado nación capitalista y la propiedad privada de los medios de producción con el carácter social e internacional de la producción moderna— amenazan con sumir el mundo en el infierno de una tercera guerra mundial.
El centro de los preparativos para una guerra es Estados Unidos, que gastará $753 mil millones en su ejército según el próximo presupuesto anual. Esto es más que los próximos diez Estados juntos. Aproximadamente $25 mil millones fueron asignados para armas nucleares y $112 mil millones para la investigación y el desarrollo de nuevos sistemas armamentísticos.
Estados Unidos fue el verdadero ganador de la Segunda Guerra Mundial y su poderío económico —junto con la supresión de las luchas revolucionarias por parte de la burocracia estalinista y los partidos socialdemócratas— le permitió estabilizar temporalmente el capitalismo europeo.
Pero el peso de EE.UU. en la economía mundial se ha erosionado persistentemente desde entonces y Washington está intentando compensar este declive con fuerza militar. Estados Unidos ha estado librando guerras casi ininterrumpidamente por 30 años. En Irak, Afganistán, Libia y Siria, ha destruido sociedades enteras de la mano de sus aliados.
La máquina militar estadounidense tiene ahora a China en la mira, definiéndola oficialmente como un “rival sistémico”. Estados Unidos quiere prevenir a toda costa que China lo supere económicamente y se convierta en una nueva potencia global. Los estrategas estadounidenses consideran actualmente que una guerra con China es inevitable.
El imperialismo estadounidense nunca aceptó sus derrotas en ambas guerras mundiales. El Gobierno alemán está persiguiendo el objetivo oficial de expandir Europa, convirtiéndola en una potencia política y militar global capaz de enfrentar tanto a China como a EE.UU. Esto está intensificando los conflictos dentro de Europa, especialmente con Francia, el rival de Alemania en la disputa por hegemonía en la Unión Europea.
Alemania aumentó su gasto militar de €32 mil millones en 2014 a €53 mil millones y esto es solo el comienzo. Un documento de estrategia del Ministerio de Defensa, publicado el 9 de febrero, declara que Alemania tiene “un deber especial con la seguridad europea debido a su posición geográfica en el centro de Europa y su poderío económico”, y necesita contribuir proporcionalmente “en asuntos militares también”. Algo esencial para esto es tener “capacidades miliares disuasorias y defensivas creíbles, en la tierra, el mar, el espacio y el ciberespacio” y “la disposición y habilidad de que nuestros soldados tengan éxito, incluyendo en batallas”.
Un componente central del renacimiento del militarismo alemán es la trivialización y el revisionismo histórico sobre la guerra de exterminio.
El partido Alternativa para Alemania (AfD, siglas en alemán) tiene escaños en el Parlamento, describe el régimen nazi como meras “cuitas en mil años de historia alemana exitosa” y ha sido abrazada por todos los otros partidos establecidos.
El historiador en Berlín, Jörg Baberowski declaró públicamente, tan temprano como 2014, que Hitler “no era un psicópata” y “no era cruel”. Un año después, afirmó que la guerra de exterminio fue impuesta a la fuerza a la Wehrmacht. Los soldados de la Wehrmacht del frente oriental estuvieron “involucrados en una guerra asesina de los partisanos”. “No tuvieron alternativa” más que “adaptarse al estilo de combate de los partisanos”. Añadió: “La guerra asumió independencia, librándose de los objetivos originales que fueron el pretexto del conflicto”. Es posible encontrar muchas citas similares en las obras de profesor ultraderechista.
Cuando el Sozialistische Gleichheitspartei y su organización juvenil IYSSE criticaron estas y otras declaraciones, dando expresión a la gran oposición en la población hacia el regreso del fascismo y el militarismo, la prensa y la élite política defendieron al profesor de extrema derecha.
Una tercera guerra mundial significaría el fin de la civilización humana. Pero ningún partido establecido se opone a la marcha hacia la guerra. Así como ocurrió antes de la Primera y la Segunda Guerras Mundiales, están alineándose estrechamente detrás de los belicistas en la medida en que se intensifican las divisiones interimperialistas. El dizque movimiento por la paz ha colapsado totalmente. Los Verdes en Alemania, que emergieron de este movimiento hace mucho tiempo, se han vuelto en los impulsores más repugnantes de la guerra. Ochenta años después de la invasión de la Unión Soviética, están encabezando la agitación a favor de una guerra contra Rusia.
Un retorno de la barbarie solo puede ser prevenido por la clase obrera internacional, que necesita unir su lucha contra el militarismo y la guerra con la lucha contra su origen —el sistema capitalista— y asumir la lucha por un programa socialista. Esta es la perspectiva del Comité Internacional de la Cuarta Internacional y sus secciones, los Partidos Socialistas por la Igualdad.
(Artículo publicado originalmente en inglés el 21 de junio de 2021)