El sábado, el expresidente estadounidense George W. Bush pronunció el principal discurso para conmemorar los atentados terroristas del 11 de septiembre de 2001 en el monumento de Shanksville, Pennsylvania. Acompañado por el exvicepresidente Dick Cheney y la actual vicepresidenta Kamala Harris, Bush declaró: “En la semanas y meses que siguieron a los atentados del 11 de septiembre, lideré con orgullo a un pueblo increíble, resiliente y unificado”.
La aparición de Bush fue precedida por un artículo de opinión de la exasesora de seguridad nacional Condoleezza Rice en el Wall Street Journal intitulado “Estamos más seguros que en el 11-S”, en el cual defendió la política del Gobierno de Bush en respuesta al 11 de septiembre. Rice hizo sus rondas en los programas televisivos de entrevistas el domingo por la mañana, aclamando las invasiones de Irak y Afganistán y dando su opinión sobre la política exterior de Estados Unidos.
Bush, Rice y Cheney fueron los arquitectos de una serie de violaciones masivas de la Constitución estadounidense y el derecho internacional, así como de crímenes contra las poblaciones de Irak, Afganistán y el propio EE.UU. Abrieron el camino para la institucionalización de la tortura, los secuestros, el espionaje gubernamental sin órdenes judiciales y el lanzamiento de guerras de agresión que se han cobrado más de un millón de vidas.
Sacando partido del impacto y el horror creado por los atentados del 11-S, Bush y sus cómplices implementaron en cuestión de días una serie de planes desarrollados años antes. El espíritu criminal que se apoderó de la Casa Blanca fue expresado por Cheney, quien declaró en una entrevista en televisión nacional pocos días después de los atentados, “Tenemos que trabajar en el lado oscuro… Tendremos que pasar tiempo en las sombras”.
Y así fue. En secreto, Bush, Cheney y sus aliados alistaron calabozos en los que los soldados y agentes de inteligencia estadounidenses repetidamente sofocaron, electrocutaron, acuchillaron, vapulearon, encerraron en diminutas cajas, embarraron con excremento, sodomizaron y obligaron a masturbarse frente a cámaras a sus detenidos.
En secreto, crearon un programa indiscriminado de vigilancia llamado Stellarwind, que le permitió al Gobierno llevar a cabo la versión electrónica de redadas policiales en las casas de todas las personas del planeta, independientemente de que fueran ciudadanos estadounidenses o no. En secreto, fabricaron evidencia de que el Gobierno iraquí poseía armas de destrucción masiva, bombardeó al público estadounidense con mentiras para emprender una guerra criminal de agresión.
Pero en palabras de Harris, quien se pronunció después de Bush y repitió los mismos puntos casi exactamente, el legado de la respuesta estadounidense al 11-S fue fundamentalmente positivo.
“En los días que siguieron al 11 de septiembre de 2001, nos recordaron a todos que la unidad es posible en Estados Unidos. También nos recordaron que la unidad es una necesidad imperiosa en Estados Unidos. Es esencial para nuestra prosperidad compartida, para nuestra seguridad nacional y para nuestro lugar en el mundo… Cuando nos unimos, mirando al pasado, recordamos que la vasta mayoría de los estadounidenses se unió con propósito”.
Biden reiteró las afirmaciones de Harris en una declaración grabada por video, afirmando, “La unidad es nuestra mayor fortaleza”.
La “unidad” elogiada por Bush, Harris y Biden fue un mito. Las acciones dictatoriales del Gobierno de Bush y las guerras criminales generaron una oposición masiva. Las primeras protestas contra la guerra de Afganistán se produjeron menos de dos semanas después del 11 de septiembre. Esto fue seguido por una marcha de millones de personas en Estados Unidos y en todo el mundo contra la guerra contra Irak, las mayores protestas globales contra la guerra en la historia hasta ese momento.
Pero el verdadero contenido de ese mito de “unidad” fue la unidad del Gobierno en librar la guerra y librar un masivo asalto a los derechos democráticos. Esto llevó a la aprobación casi unánime de la Ley Patriota, que anuló secciones críticas de la Constitución y fue aprobada por 98-1 en el Senado, mientras que la Autorización para el Uso de la Fuerza Militar de 2001 fue aprobada en el Senado 98-0.
Las invocaciones del mito de “unidad nacional” han sido por mucho tiempo un tema común de las conmemoraciones del 11-S. Pero nunca han sonado tan vacías como hoy. Las odas de Bush, Biden y Harris a la “unidad” se producen ocho meses después del intento de golpe de Estado de Trump el 6 de enero de 2021, cuando una sección importante de la clase gobernante intentó instigar una insurrección fascistizante para detener la transferencia de poder, amenazando en el proceso a asesinar a miembros del Congreso e incluso al vicepresidente en ese momento Mike Pence.
Por su parte, Trump celebró el aniversario del 11-S escabulléndose en la ciudad de Nueva York y dando un discurso frente a oficiales policiales en el cual repitió su acusación de que las elecciones de 2020 fueron robadas. Con una dosis de ironía, el exalcalde de Nueva York, Rudy Giuliani, quien fue aclamado en la prensa como el “alcalde de Estados Unidos” y la personificación de la “unidad” tras los atentados del 11-S, recibió el aniversario con una desquiciada diatriba fascista contra sus oponentes dentro del aparato estatal.
Lo que es aún más fundamental, en sus llamados de unidad, los representantes de la clase gobernante están viendo nerviosos al latente malestar social en EE.UU. Esperan poder juntar las piezas de alguna manera de un marco político para continuar el proyecto de dominio global del imperialismo estadounidense y la represión de la oposición interna.
A fin de ello, todas las facciones de la prensa estadounidense se han unido para defender el legado de la “guerra contra el terrorismo”. “Las narrativas que presentan los últimos 20 años de intervención como una serie interminable de fracasos carecen de equilibro y perspectiva”, declaró en un editorial el Washington Post, alineado con los demócratas. Defendiendo a Bush y sus cómplices, el Post declaró: “Muchos de los errores atribuidos hoy día a la soberbia y duplicidad de los líderes estadounidenses son atribuibles al menos en parte a la naturaleza de la batalla en sí”.
El Post no solo está defendiendo al Gobierno de Bush, sino a la propia cúpula mediática. Después de todo, los mismos periódicos, televisoras y columnistas que defendieron y justificaron los crímenes del Gobierno de Bush y sus mentiras sobre “armas de destrucción masiva” siguen en el negocio. Algunos de ellos, como el exreportero Michael R. Gordon del New York Times, pasaron directamente de mentir sobre las armas de destrucción masiva iraquíes a avanzar la teoría conspirativa de que la pandemia del COVID-19 fue liberada de un laboratorio de Wuhan, China.
Estados Unidos puede que esté finalizando la guerra en Afganistán, pero los cambios llevados a cabo dentro del marco de la “guerra contra el terrorismo” han entrado permanentemente en las venas de la política estadounidense. La defensa de los crímenes del Gobierno de Bush por parte de la prensa estadounidense no solo tiene el pasado en mente, sino también el futuro.
Como de costumbre, el Wall Street Journal fue el más explícito: “La gracia redentora del 11-S fue la muestra de valentía y resiliencia por parte de EE.UU…. Pero el país también se unió por un tiempo con un propósito político… Si viniera otro atentado, quizás con armas biológicas que matan como el COVID-19, ¿podríamos tener la misma resolución y resiliencia? La historia demuestra que descubriremos la respuesta”.
En otras palabras, llegará el momento de otro incidente turbio y sin explicación que podría ser utilizado para alterar radicalmente la configuración de la política estadounidense. Las herramientas para las guerras de agresión y las violaciones dictatoriales de los derechos constitucionales implementadas como parte de la “guerra contra el terrorismo” les serán útiles al capitalismo estadounidense en el futuro.
La retórica interminable sobre “unidad” aparece cuando Estados Unidos está más dividido a lo largo de clases que en cualquier momento en la historia de la posguerra. La oligarquía financiera ha utilizado la pandemia de COVID-19 para enriquecerse enormemente, mientras que los trabajadores se han visto obligados a trabajar en condiciones inseguras, siendo sometidos a muertes masivas y dificultades económicas. Sintiéndose asediada por la oposición política, la clase gobernante estadounidense busca la “unidad” prohibiendo las críticas o cualquier examen sin importar cuán mínimo sea sobre sus crímenes pasados.
Pero independientemente de cómo intente la prensa y la élite política estadounidenses forjar unidad, los crímenes perpetrados en nombre de la “guerra contra el terrorismo” tendrán consecuencias masivas. Le arrancaron la máscara a la democracia y al capitalismo estadounidenses, exponiéndolos como una dictadura despiadada de la oligarquía financiera.
En la medida en que la clase obrera comienza a emprender luchas sociales, verán cada vez más que su lucha no solo se dirige en contra de este o aquel patrón, sino en contra de todo el orden social que creó los horrores de Guantánamo, Abu Ghraib y Faluya.
(Publicado originalmente en inglés el 12 de septiembre de 2021)