Los chilenos acudieron el domingo a las urnas en medio de una crisis política caracterizada por una fuerte polarización de clases y el cortocircuito de los mecanismos parlamentarios. Este es el significado del ascenso del candidato fascistoide José Antonio Kast, por un lado, y la posibilidad de la llegada al poder de la coalición pseudoizquierda-estalinista encabezada por Gabriel Boric, por otro.
Los partidos de centroizquierda que dominaron la transición al gobierno civil desde la dictadura militar hace tres décadas se han derrumbado prácticamente. En las elecciones parlamentarias del 22 de noviembre, que coincidieron con la primera vuelta de las elecciones presidenciales, ni la coalición de derecha ni la de izquierda parlamentaria obtuvieron la mayoría.
En la cámara baja, de 155 escaños, la coalición derechista Chile Podemos Más perdió 19 escaños. La Unión Demócrata Independiente (UDI), creada por asistentes civiles de la dictadura militar del general Augusto Pinochet, está a punto de abandonar el barco y pasarse al fascistoide Frente Social Cristiano de Kast, que obtuvo 15 escaños. El Partido de la Gente (PDG), creado recientemente por el populista de derechas Franco Parisi—que quedó tercero en las elecciones presidenciales sin pisar el país—obtuvo seis escaños.
Dentro del Nuevo Pacto Social (antigua Concertación), la Democracia Cristiana, el Partido Socialista y el Partido Radical perdieron 5, 6 y 4 diputados, respectivamente. Estos escaños fueron recogidos por Boric y su coalición Apruebo Dignidad dirigida por el Partido Comunista, que aumentaron sus escaños en 10. La cámara baja estará ahora dividida a grandes rasgos entre la derecha de la coalición (53) y la derecha fascistizante (15) y el PDG (6), por un lado, y la izquierda parlamentaria (37) y la pseudoizquierda (37), por otro, con independientes que podrían inclinarse hacia cualquier lado.
En un testimonio del odio hacia los partidos de la transición, Fabiola Campillai, una trabajadora de 36 años de una empresa de procesamiento de alimentos, obtuvo más votos que cualquier otro candidato individual que se presentara al Parlamento. Campillai se convirtió en un símbolo de la brutalidad del Estado policial después de que las fuerzas especiales le dispararan un bote de gas lacrimógeno en la cara la noche del 26 de noviembre de 2019, dándola por muerta.
La misma derrota electoral de los viejos partidos se produjo en el Senado de 50 escaños, con la misma división por el medio. En Chile, se requieren mayorías de dos tercios para promulgar reformas sustantivas, y un tribunal constitucional también delibera para frustrar cualquier cambio fundamental.
Se prevé un crecimiento económico estancado para el próximo periodo, lo que no hará sino profundizar la pobreza y la desigualdad social a nivel de recesión. Esto se combina con la continuación de las políticas criminalmente negligentes del actual gobierno ante el COVID-19 que ya han causado muertes e infecciones masivas. Un estancamiento parlamentario amenazaría con exacerbar hasta un pico de fiebre las tensiones políticas y sociales, superando las que explotaron a la superficie en las protestas masivas de finales de 2019.
Es en estas condiciones que la pseudoizquierda parlamentaria chilena, ayudada por una plétora de formaciones nacionalistas de izquierda, está realizando un inmenso esfuerzo para evitar que la clase obrera y la juventud saquen las conclusiones necesarias y rompan definitivamente con la democracia parlamentaria burguesa. Con llamamientos a la 'unidad de la izquierda' e incluso a la reunión de las 'fuerzas democráticas', han ejercido la máxima presión para asegurar los votos para Boric en la segunda vuelta del 19 de diciembre.
A la cabeza está el Partido Comunista estalinista, que en Chile ha sido históricamente la organización más conservadora que ha dominado el movimiento obrero. Fue responsable de las teorías políticas que condujeron a la derrota estratégica de la revolución chilena de 1970-73: la teoría de las dos etapas de la revolución y el concepto en bancarrota de una 'vía parlamentaria pacífica al socialismo' a través de los Frentes Populares, basada en la concepción nacional excepcionalista de que las instituciones estatales de Chile, su policía y sus fuerzas armadas, tenían un legado de adhesión a las normas democráticas y constitucionales. Esta idea estalló con el golpe fascista-militar que derrocó al gobierno de la Unidad Popular de Salvador Allende el 11 de septiembre de 1973.
Hoy, el Partido Comunista se postula como el guardián de la democracia burguesa, con Guillermo Teillier afirmando que Boric 'es el único que hoy puede aglutinar un amplio movimiento que dirija al pueblo de Chile para impedir que el neofascismo encabezado por el señor Kast llegue al poder, y aquí le decimos: Señor Kast, usted no va a cambiar nuestro proceso democrático, usted representa lo contrario de lo que quiere nuestro pueblo, por lo tanto, no señor Kast, usted no pasará'.
Otro partidario servil del frentepopulismo es Manuel Cabieses Donoso. Cabieses, de 85 años, es cofundador de Punto Final, una revista que jugó un importante papel en la desorientación de las masas de jóvenes radicalizados desde 1965 hasta el 11 de septiembre de 1973, cuando fue clausurada y su dirección perseguida por la Junta Militar. Como todos los centristas latinoamericanos, Cabieses promovió la unión de la llamada 'izquierda'. Durante ocho años, su revista utilizó una fraseología revolucionaria y marxista para promover la política reaccionaria no proletaria de las variedades castrista, guerrillera, maoísta, nacionalista pequeñoburguesa, burguesa y pablista.
Sin aprender ni olvidar nada, Cabieses promueve hoy la misma perspectiva política frentepopulista: 'Las candidaturas presidenciales democráticas... deben levantar un frente antifascista y sellar el compromiso de unirse en la segunda vuelta', escribió en octubre, llamando a Boric, a la demócrata cristiana Yasna Provoste y a Marco Enríquez-Ominami, del Partido Progresista, a formar 'un bloque único para cerrar el paso al fascismo' y a proteger la convención constitucional burguesa como 'la conquista democrática más importante de este siglo'.
Los otros defensores de esta perniciosa perspectiva son los grupos revisionistas pablistas y morenistas de Chile, que se subordinan servilmente a la burocracia sindical y a los estalinistas y al pseudoizquierdista Frente Amplio que la controlan.
Independientemente de sus pretensiones de ser trotskistas, todos rechazan los principios trotskistas básicos, habiendo roto decisivamente con la Cuarta Internacional en los años 50 y 60 sobre la base de las concepciones avanzadas por Michel Pablo y su discípulo argentino Nahuel Moreno de que las fuerzas de clase no proletarias podrían dirigir la revolución socialista sin la construcción previa de partidos de tipo bolchevique. Los estalinistas, los socialdemócratas y los nacionalistas pequeñoburgueses y burgueses, afirmaban, podían convertirse en 'marxistas naturales' en respuesta a la presión de los acontecimientos objetivos, obviando así la necesidad de desarrollar y educar cuadros marxistas en la dirección de la clase obrera.
En sus 70 años de existencia, el pablismo/morenismo ha sembrado ilusiones en caudillos nacionalistas burgueses como Juan Domingo Perón o a reformistas burgueses tipo Salvador Allende. Ha pasado de apoyar al guerrillerismo pequeñoburgués castrista a entrar en coaliciones al estilo del Frente Popular con los estalinistas, todo ello con resultados desastrosos.
El principal objetivo de este movimiento profundamente pesimista era mantener a la clase obrera subordinada al nacionalismo burgués y al Estado capitalista en América Latina. En los años sesenta y setenta, lo hizo empujando a estudiantes y jóvenes obreros radicalizados hacia conjuntos guerrilleros que resultaron en la liquidación devastadora de miles de valientes y abnegados hombres y mujeres revolucionarios y condujeron a sangrientas derrotas una y otra vez.
Hoy en día hay no menos de cinco organizaciones pablistas/morenistas que operan en Chile dispuestas a empujar a la juventud radicalizada a otro callejón sin salida político. Esto incluye el Movimiento Internacional de los Trabajadores (MIT), la sección chilena de la Liga Internacional de Trabajadores Morenistas-Cuarta Internacional (LIT-CI); el Partido de Trabajadores Revolucionarios (PTR), que pertenece a la llamada Fracción Trotskista-Cuarta Internacional (FT-CI) dirigida por el Partido de los Trabajadores Socialistas de Argentina; el Movimiento Socialista de las y los Trabajadores (MST), sección chilena de la Unidad Internacional de los Trabajadores-Cuarta Internacional; la Corriente Obrera Revolucionaria (COR), sección chilena de la Tendencia por la Reconstrucción de la Cuarta Internacional; y el Socialismo Revolucionario, sección chilena del Comité por una Internacional de los Trabajadores (CIT).
El rasgo más llamativo de su línea es su complacencia ante la extrema crisis del dominio burgués y la ausencia de una dirección revolucionaria en la clase obrera, lo que está alimentando el ascenso de las fuerzas fascistoides. Insisten en que Kast no representa la amenaza del fascismo, sino simplemente una reacción autoritaria del 'viejo régimen' y una defensa de la constitución pinochetista.
El PTR afirma que Kast es un 'Piñera recargado' e insisten en que no es un fenómeno fascista 'pues no estamos hablando del despliegue –aún– de destacamentos de combate de sectores fachos para aplastar un ascenso obrero y de la izquierda revolucionaria'. El MIT afirma que 'hoy incluso Kast está tratando de dar un paso hacia el centro, moderando parte de su discurso para disputar el voto de los sectores ‘democráticos’ de la sociedad'.
El World Socialist Web Site señaló a principios de año que esta tendencia política pretende anestesiar y desarmar políticamente a los trabajadores que se enfrentan a una amenaza internacional de dictaduras fascistizantes.
Los morenistas argentinos minimizaron el intento de golpe de Estado del 6 de enero por parte de Trump, haciendo la extraordinaria afirmación de que 'el establishment, desde los republicanos y demócratas hasta el ejército, está unido contra Trump y la extrema derecha', implicando que estos criminales de guerra contrarrevolucionarios podrían de alguna manera jugar un papel progresista.
Los morenistas afirman que la coalición Apruebo Dignidad también vuelve al pasado. 'Boric representa hoy otro tipo de restauración, que es la de la reconstrucción de una vía de centroizquierda y socialdemócrata para asegurar la gobernabilidad', escribe el PTR.
El MST hace el llamado aún más crudo 'a los trabajadores, al pueblo, a las mujeres, a los disidentes, a los territorios y a los pueblos indígenas a votar masivamente por Boric para derrotar a Kast en la segunda vuelta como un paso urgente y necesario', afirmando falsamente que 'la derrota de Kast es un paso obligado para terminar con la Constitución y el modelo pinochetista, por la libertad de los presos políticos, la desmilitarización del país, el fin de la represión y la disolución de los carabineros y la autodeterminación del pueblo mapuche'.
El MIT llega a promover el supuesto 'programa de reformas de Apruebo Dignidad con varios puntos progresistas que provienen del movimiento social y popular: el fin de las AFP, el aumento de las pensiones, la reducción de la jornada laboral, el derecho al aborto', aunque lamenta su 'negociación con el gran capital y el respeto a la institucionalidad vigente'. No obstante, el MIT concluye que 'una victoria de Boric podría generar un mayor movimiento social para presionar al gobierno a cumplir sus promesas y conseguir más conquistas para la clase trabajadora, a pesar de la estrategia del PC y el FA'.
El llamado de los morenistas a la unidad y movilización de 'trabajadores, sindicatos, coordinadoras y movimientos sociales, mujeres y disidentes, organizaciones sociales y territoriales, familiares y organizaciones de presos y de Derechos Humanos', etc., es un intento de resucitar la época en que dominaba la política de protesta de la clase media, cuando hace tiempo que está muerta y enterrada.
Los morenistas no se limitan a elaborar una evaluación errónea del período actual, sino que buscan conscientemente adormecer a la clase obrera con una falsa sensación de seguridad. Su objetivo es mantener la camisa de fuerza del Estado capitalista y la democracia parlamentaria sembrando ilusiones en Apruebo Dignidad. Estas organizaciones, al igual que los viejos aparatos burocráticos en los que orbitan, están orgánicamente ligadas al moribundo sistema del Estado nacional capitalista y no tienen conexión alguna con la lucha por el socialismo.
En Chile, y a nivel internacional, la crisis actual plantea una amenaza real de fascismo y dictadura, así como de conflagración militar, catástrofe climática y pandemias, junto con la profundización de la desigualdad social y la polarización de clases. El capital global, que domina todos los rincones del planeta, no puede ser reformado, sino que debe ser derrocado. El Comité Internacional de la Cuarta Internacional está sentando las bases para construir secciones de su movimiento revolucionario en todos los países y continentes, confiando en que los trabajadores con mayor conciencia de clase y la juventud radicalizada se sentirán atraídos por su lucha de principios de décadas para delinear los intereses de clase independientes de la clase obrera y ayudarla a emanciparse.
(Artículo publicado originalmente en inglés el 19 de diciembre de 2021)