Estados Unidos y sus aliados europeos, utilizando Ucrania como pretexto, están intensificando deliberada y temerariamente su confrontación con Rusia. Todo lo que están diciendo y haciendo conduce a la conclusión de que su objetivo es una guerra, declarada o no.
Toda la retórica de una guerra inminente proviene de Washington, las capitales europeas y la repugnante prensa imperialista en ambos lados del Atlántico. Las afirmaciones de que Rusia está apunto de invadir vienen acompañadas de graves advertencias, para las cuales no presentan absolutamente ninguna evidencia, de que Moscú está planeando una operación “de bandera falsa” para justificar una invasión.
En las circunstancias actuales, es obvio que la afirmación está siendo fabricada como una cubierta precisamente para tal operación, pero de parte de las fuerzas especiales ucranianas, entrenadas por asesores militares estadounidenses que operan dentro del país.
Como EE.UU. lo ha hecho en todas las guerras que ha lanzado en las últimas tres décadas, la prensa está presentando acusaciones inverificables y mentiras transparentes como si fueran hechos establecidos. Nuevamente, el New York Times y el Washington Post están liderando la campaña de desinformación, cuyo propósito es desorientar y corromper la opinión pública.
Así como divulgaron mentiras en 2003 sobre los “tubos de aluminio” y las armas de destrucción masiva de Sadam Huseín, el Times y el Post hablan de “evidencia” satelital y de video publicada inicialmente en las redes sociales de TikTok y Twitter por parte de individuos desconocidos en Rusia, que supuestamente muestran el transporte de material militar desde el extremo oriente del país hacia el oeste.
Otras “pruebas” de una inminente invasión rusa incluyen imágenes de 1) huellas de vehículos en la nieve presuntamente causada por el peso de vehículos militares siendo cargados cerca del lago Baikal; 2) “vehículos de lanzamiento de misiles Islander-M cubiertos por carpas en una ubicación no especificada”; y 3) un tren presuntamente estacionado cerca de una estación en Primorskiy Krai “completamente lleno de lo que parecen ser vehículos militares”. Nada de esto significa algo.
Poniendo la realidad de cabeza, el Washington Post declara en un editorial publicado ayer (16 de enero): “Esta crisis entera ha sido manufacturada por el Sr. Putin… No tiene nada que ver con la expansión de la OTAN, cuyo tratado fundador solo autoriza acciones militares defensivas”.
Incluso si fuera cierto que Rusia está a punto de invadir Ucrania, ¿cómo pueden decir seriamente que tal acción militar no tiene “nada que ver con la expansión de la OTAN”, cuyas fronteras se han extendido 1.300 km hacia el este desde la disolución de la Unión Soviética en 1991? ¿Cómo podría no estar preocupada Rusia de la intensión obvia de la OTAN de integrar Ucrania en la alianza militar? Y, si el tema de Ucrania es meramente un pretexto utilizado por Putin para ocultar su megalomanía, ¿por qué insisten EE.UU. y la OTAN en que no descartarán la futura incorporación de Ucrania?
En cuanto a la garantía piadosa del Post de que el tratado fundador de la OTAN “solo autoriza acciones militares defensivas”, sus escritores editoriales parecen olvidarse de que la OTAN ha estado en el centro de operaciones agresivas imperialistas por los últimos 30 años. Estas incluyen la participación en la invasión de 1990-91 de Irak, la intervención en Bosnia en 1992, el bombardeo de 1999 en Serbia, la guerra de 2001 contra Afganistán, la operación Ocean Shield en Somalia en 2009, y el derrocamiento del Gobierno libio en 2011.
La lista anterior es solo un registro parcial de las sangrientas violaciones por parte de EE.UU. y la OTAN de la soberanía nacional de otros países. No obstante, el Post declara hipócritamente: “La postura de Rusia hacia Ucrania constituye una conducta prohibida en virtud del Artículo 2 de la Carta de la Naciones Unidas, que específicamente prohíbe la ‘amenaza o el uso de fuerza contra la integridad territorial o la independencia política de cualquier Estado”.
La Carta de las Naciones Unidas también prohíbe intervenciones de grandes potencias en guerras civiles de países soberanos, así como el derrocamiento de sus Gobiernos—restricciones que los Gobiernos estadounidense y europeos han ignorado incontables veces en los últimos 75 años. De hecho, el Gobierno actual en Kiev es en sí el producto de un golpe de Estado financiado y organizado por EE.UU. y Alemania.
En una entrevista con el vocero del Kremlin, Dmitri Peskov, el domingo, Fareed Zakaria de CNN resaltó varios tuits recientes del antiguo embajador estadounidenses en Rusia, Michael McFaul. Este último, quien también trabajo bajo el Gobierno de Obama, declaró que, si Putin desea resolver el conflicto actual, deberá acatar las “demandas” de EE.UU.
Estas incluyen, según McFaul, el retiro de todas las tropas rusas de los territorios disputados de Abkhazia y Osetia del sur, así como —asombrosamente— Kaliningrado. Este último es un territorio soberano ruso internacionalmente reconocido. La demanda de EE.UU. y la OTAN de que decidirá dónde Rusia puede estacionar tropas dentro de sus propias fronteras significa que Rusia debe aceptar la pérdida de su soberanía. Es el tipo de demanda impuesta a un país conquistado.
En este contexto, la postura agresiva de Alemania debe ser particularmente irritante para Rusia, que no ha olvidado la invasión alemana de 1941 que le costó a la Unión Soviética aproximadamente 30 millones de vidas. Der Spiegel, la revista noticiosa de mayor circulación en Alemania, declaró en su último número: “La OTAN debería por fin entregar armas letales a Ucrania”.
Este no es el lenguaje utilizado durante un intento para aliviar una crisis. El Washington Post procede a insinuar que la posibilidad de una resolución negociada de las diferencias con Rusia se extinguió.
Escribe: “Ahora que el invierno está convirtiendo el terreno llano de Ucrania en una pista rápida congelada para los tanques rusos, la ventana de oportunidad para una solución diplomática se está cerrando rápidamente, si es que alguna vez estuvo realmente abierta”.
La afirmación de que el tiempo para las negociaciones está llegando a su fin es una estratagema utilizada por los que están planeando lanzar una guerra, no por los que buscan evitarla.
El hecho de que, más de 75 años después de la conclusión de la Segunda Guerra Mundial, la población de la antigua Unión Soviética se enfrente de nuevo a una catástrofe se debe trágicamente a la liquidación de la URSS hace 30 años, que fue orquestada por la nomenklatura del Partido Comunista afirmando, de manera tan trágicamente falsa, que el imperialismo era una especie de mito y la reintegración de Rusia en la economía capitalista mundial daría paso a una nueva era de paz y seguridad.
Rusia se enfrenta ahora a una situación en la que las tropas y la maquinaria de guerra de la OTAN están estacionadas en sus mismas fronteras y la OTAN realiza regularmente ejercicios militares masivos a lo largo de su flanco occidental.
La interrogante es por qué sigue Estados Unidos, el principal instigador del enfrentamiento con Rusia —y, hay que añadir, con China—, una política increíblemente imprudente que solo puede conducir al desastre.
La respuesta puede encontrarse únicamente en el contexto de la crisis del imperialismo estadounidense y mundial. Desde la disolución de la Unión Soviética en 1991, Estados Unidos ha recurrido repetidamente a la guerra para compensar el prolongado declive de su predominio económico mundial. Pero todas las intervenciones militares han producido resultados absolutamente opuestos a los que Estados Unidos pretendía. Desde la operación Desert Storm hasta la Guerra contra el Terrorismo, el historial de sus operaciones militares ha sido una brutal, sangrienta y patética saga de desastres.
Pero Estados Unidos no puede “aprender de sus errores”. Treinta años después de que la primera Administración Bush proclamara un “momento unipolar” y el inicio de un Nuevo Siglo Estadounidense, se enfrenta a un conjunto intrincado de contradicciones económicas, políticas y sociales, tanto internacionales como internas, para las que no tiene absolutamente ninguna solución racional, y mucho menos progresista.
Todo el sistema económico descansa precariamente sobre una montaña insostenible de deuda, que ha crecido exponencialmente en los últimos 14 años, especialmente desde el rescate de Wall Street tras el derrumbe financiero de 2008.
Alimentada por el parasitismo financiero, la desigualdad social ha alcanzado niveles asombrosos. El sistema político disfuncional es el producto de tensiones sociales cada vez mayores e incontrolables.
La pandemia, ahora en su tercer año, ha llevado las tensiones dentro de la sociedad estadounidense a un punto de quiebre.
La implacable propaganda de los medios de comunicación estadounidenses a favor de la guerra está impulsada por la delirante creencia de que un gran conflicto militar en el extranjero distraerá la atención del público de la enorme crisis social, económica y política interna. “Aquel a quien los dioses quieren destruir, primero lo vuelven loco”.
Sin embargo, la crisis estadounidense no es única. Es el epicentro de una crisis global de todo el sistema capitalista.
La política exterior asesina que llevan a cabo Washington y sus aliados es la otra cara de su política interior homicida. Ochocientos cincuenta mil estadounidenses han muerto hasta ahora a causa del COVID-19. Pronto serán más de un millón. A ese recuento de cadáveres pueden añadirse 152.000 ciudadanos británicos, 124.000 franceses y 116.000 alemanes. La respuesta de la Administración de Biden a la variante ómicron es prometer a los hogares estadounidenses que en dos semanas podrán pedir algunos kits de pruebas caseras de COVID en un sitio web del Gobierno.
Las escuelas, los hospitales, las infraestructuras esenciales, la producción... todo ello se desmorona bajo el peso del programa de contagios masivos que persiguen estos Gobiernos. Sin embargo, los mercados siguen su racha alcista y para ello encadenan a los trabajadores a sus puestos de trabajo para poder bombear el valor necesario para sostener la burbuja bursátil.
La indignación social va en aumento, y una ola de huelgas de dimensiones mundiales está cobrando fuerza. Ha habido paros de profesores, trabajadores de la industria automotriz, personal sanitario, mineros y otros sectores de la clase trabajadora en todo el mundo. Pero en los centros del capitalismo global, las instituciones políticas que se han dedicado a contener la oposición popular están en un estado de avanzada decadencia. Los fascistas están saliendo de debajo de cada piedra. En Estados Unidos, se suben a las paredes del edificio del Capitolio. En Alemania, se sientan en los pasillos del poder.
Al ser incapaz de contener las presiones que se acumulan en el seno de la sociedad capitalista, la clase gobernante recurre a la guerra en un intento de desviar la ira social en una dirección que cree, o espera desesperadamente, que la rescate de sí misma. Pero quizá el mayor engaño de todos sea creer que esta política cuenta con el apoyo de amplios sectores de la población.
La clase obrera estadounidense e internacional no puede permitir que se lleven a cabo los planes de guerra de largo alcance del imperialismo estadounidense. La lucha contra la política de muerte de la clase gobernante en casa exige una lucha contra su política de muerte en el exterior. La carrera encabezada por EE.UU. y Alemania para instigar un conflicto sangriento con Rusia solo puede ser detenida por medio de un movimiento internacional de la clase obrera, unida con base en un programa anticapitalista y socialista.
(Artículo publicado originalmente en inglés el 16 de enero de 2022)