Las campañas de propaganda ideológica que se han librado para justificar las guerras imperialistas del pasado han dependido sin falta de distorsiones, inventos y mentiras. Como señaló el escritor Stefan Zweig en sus memorias sobre el estallido de la Primera Guerra Mundial, “Todas las naciones en guerra ya se encontraban en un estado de sobreestimulación y el peor rumor era transformado inmediatamente en la verdad y la calumnia más absurda era creída”.
De este modo, durante la semana transcurrida desde la invasión de Ucrania por parte de Putin, la histérica campaña antirrusa encabezada por los medios de comunicación corporativos y sectores de la clase media con el objetivo de legitimar la campaña bélica de Estados Unidos y la OTAN ha adquirido proporciones espeluznantes. Varios cantantes, artistas, directores de orquesta, artículos en tiendas e incluso gatos están siendo excluidos o desterrados únicamente por su nacionalidad u origen ruso.
El martes, el alcalde de Múnich, Dieter Reiter, anunció el despido inmediato del director de orquesta ruso Valeri Guérguiev de su puesto como director principal de la Filarmónica de Múnich. Reiter, un socialdemócrata, dio un ultimátum a Guérguiev poco después de la invasión de Ucrania por parte de Putin: o criticaba públicamente al Gobierno ruso, o sería despedido. Después de que Guérguiev no respondiera, Reiter canceló todos los contratos con el mundialmente famoso director de orquesta con efecto inmediato.
La soprano estrella Anna Netrebko sufrió una suerte similar en la Ópera Metropolitana de Nueva York. Después de una campaña sostenida por el New York Times sobre los “vínculos con Putin” de Netrebko, es decir, su nacionalidad rusa, Netrebko se retiró de sus próximos compromisos en el Met y la Staatsoper de Berlín. En un comunicado en el que declaraba su oposición a la guerra, Netrebko dijo: “No es justo obligar a los artistas, o a cualquier otra personalidad, a expresar sus opiniones políticas en público y denunciar a su patria”.
Los cineastas rusos, a quienes se les ha prohibido efectivamente participar en festivales internacionales de cine, y los atletas rusos, a quienes se les ha prohibido competir en los Juegos Paralímpicos, la Copa del Mundo de fútbol y otras competiciones deportivas, han sido objeto de un trato igual de brutal. Las tiendas de Norteamérica y Europa han retirado los productos rusos de sus estanterías. Una universidad italiana llegó a intentar prohibir un curso de literatura basado en las novelas de Fiódor Dostoievski, novelista ruso que murió en 1881 tras escribir obras emblemáticas de la literatura mundial como Crimen y castigo y Los hermanos Karamazov. La Universidad de Milán Bicocca sólo cedió tras una protesta pública.
Esta campaña chauvinista está dirigida por un sector de la alta burguesía infectado por la fiebre de la guerra. Los medios de comunicación, los académicos y los científicos, que deberían tener más juicio, se han dejado llevar por la propaganda de guerra del imperialismo estadounidense y las otras potencias de la OTAN, según la cual el mundo era un paraíso pacífico hasta que el villano Vladímir Putin envió las tropas rusas a Ucrania el 24 de febrero de 2022. Han aplaudido las sanciones impuestas a Rusia, que equivalen a una guerra económica y devastarán a la población, y han aplaudido la masiva acumulación de fuerzas militares de las potencias de la OTAN en toda Europa del este.
Parece que a ninguno de ellos se le ha ocurrido que existe una línea de principios de izquierda sobre la cual oponerse a la invasión reaccionaria de Ucrania por parte de Putin, quien la justificó invocando el chauvinismo ruso de derecha.
Esta oposición, enraizada en la lucha por unificar a los trabajadores de Ucrania, Rusia y a nivel internacional en un movimiento global contra la guerra, no requiere que uno se adapte a los intereses depredadores de las potencias imperialistas o encubra el papel del fascismo en Ucrania. No obliga a mantener un vergonzoso silencio sobre el hecho de que entre los aliados de las potencias de la OTAN en su batalla por una “Ucrania democrática e independiente” hay nacionalistas de extrema derecha y fascistas cuyos antepasados políticos colaboraron con los nazis durante la Segunda Guerra Mundial.
Entre estas capas complacientes de la clase media, no se permite ningún examen crítico de estas cuestiones históricas y políticas planteadas por la guerra entre Ucrania y Rusia. Como señaló ayer el World Socialist Web Site, “al informar sobre el conflicto, se ha borrado la distinción entre periodismo y propaganda. Todo se presenta en blanco y negro, y los medios de comunicación no dejan espacio para que el cerebro haga su trabajo. Según el relato universal, Rusia invadió Ucrania porque hay un monstruo llamado Putin, al igual que había monstruos llamados Sadam Huseín, Osama Bin Laden y Slobodan Milošević.
“Los académicos eruditos –incluso los que han lidiado durante décadas con el complejo problema de la causalidad histórica— están en un estado de colapso intelectual y se contentan con dejar que CNN, MSNBC y, por supuesto, el New York Times, piensen por ellos”.
Escuchando los sermones de los gerentes de las compañías de ópera, directivos deportivos y académicos que intentan justificar el destierro de todo lo ruso, uno nunca sabría que el imperialismo estadounidense y sus aliados de la OTAN han estado librando guerras de manera ininterrumpida durante las últimas tres décadas. Ninguna de estas personas o instituciones pidió a los músicos o artistas estadounidenses que respondieran por los horribles crímenes de guerra de las Administraciones de Clinton, Bush u Obama, incluyendo el salvaje bombardeo de Serbia, la invasión de Irak, los programas de tortura en prisiones clandestinas, los asesinatos selectivos de los “martes del terror” y la masacre de civiles en Afganistán, Libia, Siria y otros lugares.
Ningún artista que haya aceptado un premio del gobierno estadounidense, que se haya presentado en la Casa Blanca o que haya servido como asesor académico o científico del Gobierno fue sometido a amenazas de destierro y efectivamente el fin de sus carreras profesionales debido a las guerras de saqueo del imperialismo estadounidense, que según las estimaciones conservadoras condujeron a la muerte de cuatro millones de personas.
Muchos de los mismos individuos dedicados a azuzar la histeria antirrusa no han sido menos vociferantes en sus denuncias de las prohibiciones contra los académicos israelíes en protesta por la brutal opresión del régimen sionista sobre los palestinos. En la Franja de Gaza, la empobrecida población se enfrenta a la violencia indiscriminada del ejército israelí en condiciones que las organizaciones de ayuda han comparado con una prisión al aire libre. Sin embargo, cuando los partidarios de la campaña de Boicot, Desinversión y Sanciones (BDS) piden la suspensión de los vínculos con los académicos israelíes y la prohibición de los productos israelíes, son vilipendiados rutinariamente como “antisemitas.” En 2019, 27 estados de Estados Unidos habían aprobado leyes que prohibían a las agencias gubernamentales y a los empleados hacer negocios con cualquiera que apoyara el boicot a Israel.
Los sectores proguerra de la clase media-alta no ven nada malo en tal duplicidad de criterios, porque hace mucho tiempo hicieron su paz con el imperialismo estadounidense y europeo. Durante la guerra aérea de la OTAN contra Serbia en 1999, que incluyó la primera participación de la fuerza aérea alemana en una guerra desde la Segunda Guerra Mundial, no faltaron intelectuales y políticos exrradicales dispuestos a justificar la matanza de hombres, mujeres y niños serbios con la hipócrita palabrería de que los aviones de guerra de la OTAN protegían los “derechos humanos”.
Explicando las raíces materiales de este fenómeno, el presidente del Consejo Editorial del WSWS International, David North, escribió en 1999:
La estructura social y las relaciones de clase de todos los principales países capitalistas se han visto profundamente afectadas por el boom bursátil que comenzó a principios de la década de 1980. El aumento constante de los precios de las acciones, especialmente su salto explosivo desde 1995, ha dado a una parte importante de la clase media –especialmente entre la élite profesional— acceso a un grado de riqueza que no podían imaginar al principio de sus carreras. Los que realmente se han enriquecido constituyen un porcentaje relativamente pequeño de la población. Pero en términos numéricos, los “nuevos ricos” representan un estrato social sustancial y políticamente poderoso. [“Después de la matanza: las lecciones políticas de la guerra de los Balcanes”, incluido en Un cuarto de siglo de guerra: La ofensiva de Estados Unidos por la hegemonía mundial – 1990-2016].
Este estrato está ahora decidido a proporcionar la justificación ideológica para una guerra catastrófica entre la Alianza Atlántica dirigida por el imperialismo estadounidense y Rusia, un conflicto que se libraría con armas nucleares. De hecho, el salvajismo de la campaña antirrusa solo puede compararse con la demonización de las naciones enemigas durante un estado de guerra.
Incluso el periódico canadiense de derechas National Post, un firme partidario de la campaña bélica de la OTAN contra Rusia, escribió el viernes con cierto nerviosismo: “Todo se está pareciendo un poco a los primeros meses de la Primera Guerra Mundial, cuando Canadá, y el Imperio Británico en general, cambiaron febrilmente el nombre de todo lo que tuviera siquiera un tufillo de asociación a Alemania. Berlín, Ontario, pasó a llamarse Kitchener. Las comunidades de Bingen, Carlstadt y Dusseldorf, en Alberta, recibieron nombres más patrióticos. Y la Familia Real incluso cambió su nombre de la Casa de Sajonia-Coburgo y Gotha a la extremadamente británica Casa de Windsor”.
Pero mientras la fiebre de la guerra tiene un firme control sobre las capas privilegiadas de la clase media, la crisis actual es vista de manera muy diferente por el grueso de la población: la clase trabajadora. Después de treinta años de guerras interminables y de un declive constante de su nivel de vida, los trabajadores no tienen ganas de dejarse llevar por una conflagración mundial desastrosa. Y después de más de dos años de una pandemia en la que los trabajadores se han visto obligados por los Gobiernos de todo el mundo a sacrificar su salud y sus vidas para proteger las ganancias empresariales, tratan con escepticismo o directamente con desprecio las afirmaciones de la élite política y de sus allegados de la clase media-alta de estar luchando por la “democracia” y en nombre del “mundo libre”.
La tarea crítica ahora es transformar esta oposición latente a la guerra en la clase obrera internacional en una lucha política consciente por el socialismo.
(Publicado originalmente en inglés el 5 de marzo de 2022)