Estamos publicando aquí el reporte inicial del Mitin Internacional En Línea del Primero de Mayo de 2022, pronunciado por David North, el presidente del Consejo Editorial Internacional del World Socialist Web Site y el presidente nacional del Partido Socialista por la Igualdad de EE.UU.
El Primero de Mayo de este año se celebra en circunstancias extraordinarias. El mundo está al borde de una guerra mundial nuclear que amenaza con la extinción de la vida en este planeta. El reto del Primero de Mayo de 2022 es hacer que la celebración de hoy de la unidad internacional de la clase obrera sea el comienzo de un movimiento global de la amplia masa de la población mundial para detener la criminal y temeraria escalada de la guerra entre la OTAN y Rusia hacia un conflicto nuclear y forzar su fin.
La organización, el desarrollo y la victoria de este movimiento requieren una clara comprensión de las causas de la guerra y los intereses a los que sirve.
El Comité Internacional de la Cuarta Internacional, el Partido Mundial de la Revolución Socialista, denuncia inequívocamente al imperialismo estadounidense y europeo por instigar el conflicto con Rusia. Esta no es una guerra en defensa de la democracia en Ucrania ni en cualquier otra parte del mundo.
Es una guerra cuyo objetivo es el reparto del mundo, es decir, una nueva asignación de los recursos materiales del planeta. Rusia se ha convertido en un blanco del imperialismo estadounidense, no por el carácter autocrático del régimen de Putin, sino porque, en primer lugar, su defensa de los intereses de los capitalistas rusos choca con el afán de hegemonía mundial de Estados Unidos, que se centra en sus preparativos para la guerra con China; y, en segundo lugar, el gran territorio ruso es la fuente de materias primas inmensamente valiosas y estratégicamente críticas, incluyendo metales y minerales como el oro, platino, paladio, zinc, bauxita, níquel, mercurio, manganeso, cromo, uranio, mineral de hierro, cobalto, e iridio, por nombrar solo algunos, que EE.UU. está decidido a tomar bajo su control.
Las otras grandes potencias imperialistas aliadas con Estados Unidos también persiguen sus propios intereses reaccionarios económicos y geoestratégicos. El conflicto en Ucrania ha proporcionado al imperialismo alemán, que emprendió una guerra de exterminio contra la Unión Soviética entre 1941 y 1945, con la oportunidad de emprender la campaña de rearme más masiva desde la caída del régimen nazi. Como siempre, el imperialismo británico está ansioso de participar en una guerra dirigida por Estados Unidos, esperando que su “relación especial” con Estados Unidos le permita una tajada favorable del botín de guerra. Los imperialistas franceses esperan que, al respaldar, si bien a regañadientes, la guerra estadounidense contra Rusia, Estados Unidos no interferirá en las operaciones francesas en África. Incluso las potencias menores de la alianza de la OTAN esperan que se les pague por su apoyo a la guerra dirigida por Estados Unidos. Polonia, por ejemplo, no ha olvidado que Lviv fue en su día la ciudad polaca de Lwów.
En cuanto a la invocación de Estados Unidos del sagrado derecho de Ucrania, como nación soberana, a ingresar en la OTAN si así lo desea, Washington no reconoce la extensión de ese derecho a cualquier país cuya defensa nacional es vista como una amenaza para la seguridad estadounidense. Incluso mientras se desarrolla la crisis en Ucrania, Estados Unidos amenaza con recurrir a acciones militares para prevenir que Islas Salomón, a 6.000 millas (9.700 km) de la costa oeste americana, entre en una relación defensiva con China.
Las afirmaciones de que la OTAN está reaccionando a una invasión “no provocada” de una Ucrania políticamente inocente por parte de una Rusia agresiva, la cual pretende restaurar el perdido “imperio soviético”, son una sarta de mentiras. Un estudio objetivo de los antecedentes de la guerra demuestra claramente que la invasión rusa del 24 de febrero de 2022 fue una respuesta desesperada a la implacable expansión de la OTAN. Como lo ha demostrado claramente el desarrollo de la guerra en los últimos dos meses, Estados Unidos y la OTAN armaron y entrenaron a las fuerzas ucranianas, colaborando estrechamente con los elementos neonazis asociados con el Batallón Azov, para librar una guerra por delegación contra Rusia.
La pretensión de que la movilización masiva de la OTAN contra Rusia ha sido una respuesta imprevista, no planificada e improvisada a la invasión es un cuento de hadas para los políticamente ingenuos. Esta es una guerra que Estados Unidos y la OTAN querían, calcularon, prepararon e instigaron. Desde la “Revolución naranja” de 2005 y, especialmente, el golpe de Estado del Maidán que fue organizado por la Administración de Obama para derribar el Gobierno prorruso de Yanukóvich en 2014, Estados Unidos ha estado encaminado hacia la guerra con Rusia.
La cínica afirmación de que Estados Unidos y la OTAN no planificaron ni instigaron la guerra fue desmentida de la manera más convincente por las reiteradas advertencias del Comité Internacional. En el primer Mitin En Línea del Primero de Mayo organizado por el Comité Internacional y el World Socialist Web Site en 2014, advertimos, pocos meses después del golpe de Estado del Maidán, que “la crisis ucraniana fue instigada deliberadamente por Estados Unidos y Alemania mediante la orquestación de un golpe de Estado en Kiev. El propósito de este golpe era instaurar un régimen que pondría a Ucrania bajo el control directo del imperialismo estadounidense y el alemán. Los conspiradores en Washington y Berlín entendieron que este golpe llevaría a un enfrentamiento con Rusia. De hecho, lejos de buscar evitar una confrontación, tanto Alemania como Estados Unidos creen que se requiere un choque con Rusia para la realización de sus intereses geopolíticos de largo alcance”.
Hace exactamente seis años, en el Mitin del Primero de Mayo de 2016, advertimos que la ofensiva de Estados Unidos por la hegemonía global lo encaminó hacia la guerra con Rusia y China. Declaramos:
Una parte importante de los estrategas del Pentágono y de la CIA cree que el aislamiento estratégico de China no solo exige el control estadounidense de las regiones de Asia-Pacífico y el océano Índico. Estados Unidos también debe dominar Eurasia, la cual es caracterizada en los libros de texto sobre geopolítica internacional como la “isla mundial”. Este es el objetivo estratégico en el que se basa el creciente conflicto entre Estados Unidos y Rusia.
Las relaciones internacionales han alcanzado un nivel de tensión que iguala, si no lo ha superado ya, al que existía a finales de los años 30, en vísperas de la Segunda Guerra Mundial. Todas las grandes potencias imperialistas, incluidas Alemania y Japón, están aumentando sus compromisos militares. El hecho de que un conflicto entre Estados Unidos, China y Rusia podría involucrar el uso de armas nucleares ya está siendo reconocido. Sería el más grave de los errores suponer que ni los dirigentes políticos y militares de las potencias imperialistas ni sus asustados adversarios en Beijing y Moscú se arriesgarían a las devastadoras consecuencias de una guerra nuclear.
Un año después, en el Mitin del Primero de Mayo de 2017, llamamos la atención sobre los debates entre los estrategas estadounidenses sobre la viabilidad del uso de armas nucleares en un futuro conflicto militar. Citamos varias estrategias que implicaban el uso de armas nucleares, que incluían: 1) el uso de armas nucleares contra un oponente no nuclear; 2) un primer ataque destinado a eliminar la capacidad de represalia de un país adversario; 3) amenazar con el uso de armas nucleares para obligar a un oponente a retroceder; y 4) el lanzamiento de una guerra nuclear limitada.
Preguntamos:
¿Quiénes son los maníacos que han ideado esta estrategia? La voluntad de considerar cualquiera de estas estrategias es, en sí, un síntoma de locura. El uso de armas nucleares tendría consecuencias incalculables. ¿Disuadirá este hecho a las clases dominantes de recurrir a la guerra? Toda la historia del siglo veinte, por no hablar de la experiencia de solo los primeros 17 años del siglo veintiuno, demuestra que no se puede hacer una suposición tan optimista. La estrategia política de la clase obrera debe basarse en la realidad, no en autoengaño.
Solo una cita más: en el Mitin del Primero de Mayo de 2019, el telón de fondo era la crisis política cada vez más profunda en los Estados Unidos. Dijimos:
La violación de las normas constitucionales en la conducción de la política interior y el recurso a métodos mafiosos en política exterior tienen su origen, en última instancia, en la crisis del sistema capitalista. Los esfuerzos desesperados de los Estados Unidos para mantener su posición de dominio mundial, frente a los desafíos geopolíticos y económicos de sus rivales en Europa y Asia, requieren un estado de guerra permanente y cada vez más intenso.
Esta política imprudente prevalecerá con o sin Trump. De hecho, la histeria antirrusa que se ha apoderado del Partido Demócrata hace que sea razonable sospechar que, si recupera la Casa Blanca, el peligro de una guerra mundial será aún mayor.
Los acontecimientos han confirmado nuestras advertencias. Nada puede detener que se lleve a cabo la terrible lógica de la guerra imperialista y sus consecuencias, excepto el movimiento revolucionario de la clase obrera contra el capitalismo. Esta perspectiva no solo subyace a nuestra denuncia del imperialismo de EE.UU. y la OTAN, sino también a nuestra actitud ante la invasión rusa de Ucrania.
El carácter imperialista de la guerra que libra la OTAN no justifica, desde el punto de vista de la clase obrera internacional, la decisión del Gobierno ruso de invadir Ucrania. El Comité Internacional condena la invasión como un acto políticamente reaccionario. La decisión del Gobierno de Putin de invadir ha matado y herido a miles de ucranianos inocentes que no son en absoluto responsables por las políticas del Gobierno corrupto de Kiev. Ha dividido a la clase obrera rusa y ucraniana, y favorecido los planes de los estrategas imperialistas en Washington, D.C. y Langley, Virginia (la sede de la CIA). Ha proporcionado al imperialismo alemán con la oportunidad de rearmarse masivamente.
Los peligros a los que se enfrenta Rusia son, en el análisis final, la consecuencia de la disolución de la Unión Soviética en 1991 por parte de la burocracia estalinista y la restauración del capitalismo. La destrucción de la Unión Soviética, que resultó del repudio estalinista a los principios del internacionalismo socialista que guiaron la Revolución de Octubre de 1917, se basó en tres concepciones catastróficamente falsas que la burocracia soviética había adoptado fervientemente.
La primera fue que la restauración del capitalismo daría lugar a un rápido enriquecimiento de Rusia. La segunda fue que la disolución del régimen burocrático daría lugar al florecimiento de la democracia burguesa. La tercera fue que el repudio de la Rusia capitalista de su legado revolucionario se traduciría en su integración pacífica en una feliz hermandad de naciones capitalistas. Estas expectativas ilusorias fueron destrozadas por la realidad.
Las advertencias de León Trotsky, brillantemente elaboradas en su tratado de 1936, La revolución traicionada, han sido confirmadas. La restauración capitalista ha provocado el empobrecimiento de grandes sectores de la población rusa, la sustitución del régimen burocrático con un Gobierno oligárquico y dictatorial y la amenaza inminente de la desintegración de Rusia en pequeños Estados semicoloniales controlados por las potencias imperialistas.
El hecho de que el régimen de Putin no pudiera encontrar otra respuesta a los peligros que enfrenta Rusia fuera de invadir Ucrania, y que ahora amenaza con una respuesta nuclear a las provocaciones de la OTAN, atestigua la inviabilidad política del régimen de la restauración capitalista. La oligarquía capitalista rusa, cuya riqueza proviene del saqueo sistemático de la propiedad nacionalizada del Estado obrero, repudió todo lo que era progresista en los fundamentos sociales y políticos de la Unión Soviética.
No es casualidad que Putin, en su discurso del 21 de febrero de 2022, justificara la inminente invasión de Ucrania con una denuncia explícita y amarga de la defensa por parte del régimen bolchevique de los derechos democráticos de las nacionalidades que habían sido brutalmente reprimidas por el régimen zarista antes de su derrocamiento en 1917. Putin declaró que la creación de una Ucrania soviética fue “el resultado de la política de los bolcheviques y puede ser llamada con razón 'La Ucrania de Vladimir Lenin'. Él fue su creador y arquitecto”.
Sí, Lenin fue el creador de la Ucrania soviética. Y la defensa bolchevique de los derechos de las nacionalidades oprimidas, especialmente en Ucrania, fue un factor importante en la victoria del Ejército Rojo, dirigido por Trotsky, en la guerra civil que siguió a la Revolución de Octubre. Putin tuvo cuidado de evitar mencionar que el proceso de degeneración burocrática de la Unión Soviética se reflejó inicialmente en los esfuerzos de Stalin por socavar la defensa de Lenin de los derechos de las nacionalidades no rusas.
Estos principios fueron elaborados de forma muy elocuente en un documento redactado por Trotsky en marzo de 1920, que abordó específicamente la cuestión crítica de Ucrania. Sin hacer concesiones a los nacionalistas burgueses reaccionarios, Trotsky escribió: “Teniendo en cuenta que la cultura ucraniana ha sido reprimida durante siglos por el zarismo y las clases explotadoras de Rusia, el Comité Central del Partido Comunista Ruso hace obligatorio que todos los miembros del Partido ayuden en todo lo posible a eliminar todos los obstáculos al libre desarrollo de la lengua y la cultura ucranianas”.
Putin, enemigo acérrimo del socialismo y la herencia de la Revolución de Octubre, es incapaz de hacer cualquier llamado genuinamente democrático y progresista a la clase obrera ucraniana. En cambio, invoca el legado reaccionario del patrioterismo zarista y estalinista de la Gran Rusia.
La oposición de la Cuarta Internacional a la invasión de Ucrania por parte de Putin se basa en la defensa de los principios defendidos por Lenin y Trotsky. Pero la defensa de esos principios requiere una oposición implacable a las maquinaciones reaccionarias del imperialismo estadounidense y europeo.
El peligro inminente de una Tercera Guerra Mundial nuclear es la culminación de la ola global de reacción socioeconómica y política y de la violencia política que ha seguido a la disolución de la Unión Soviética.
Mientras caminaba por las calles de Kiev esta semana, Antonio Guterres, secretario general de las Naciones Unidas, proclamó en tono desesperado que una guerra en el siglo veintiuno es un “absurdo”. Si el Sr. Guterres llegó a esta visión filosófica solo después de visitar Ucrania, uno debe preguntarse dónde se ha escondido durante los últimos 22 años. Este todavía joven siglo no ha conocido un momento de paz. De hecho, en los últimos 30 años hemos sido testigos de el desenfreno interminable e incontrolable de la violencia imperialista, cuyos principales instigadores han sido los residentes de la Casa Blanca, en Washington D.C.
El comentario de Guterres ejemplifica la separación de la guerra en Ucrania de todo lo que la precede. Es como si las guerras estadounidenses y de la OTAN de las últimas tres décadas nunca hubieran sucedido. La violencia y la pérdida de vidas en Ucrania se presentan en los medios de comunicación como un horror sin precedentes modernos. Los crímenes cometidos por los rusos, se afirma, tienen un carácter tan extremo que solo pueden compararse con las atrocidades de los nazis. La invasión de Ucrania ha sido proclamada como un acto de genocidio, requiriendo nada menos que el establecimiento de un tribunal de crímenes de guerra y el enjuiciamiento de Vladimir Putin. Las acusaciones de genocidio han sido invocadas por el presidente Biden para justificar el llamado a deponer a Putin, es decir, a un cambio de régimen en Rusia.
Además, la campaña de propaganda contra Rusia se ha extendido para criminalizar al pueblo ruso. Los escritores, músicos, deportistas y científicos rusos e incluso los logros históricos mundiales de la cultura rusa han sido objeto de castigos colectivos. Este despiadado ataque tiene como objetivo promover el odio ciego hacia Rusia para crear el ambiente de locura necesario para una guerra total. Se trata de una táctica de propaganda muy conocida, que en su forma moderna es producto de la Primera Guerra Mundial. Su objetivo, tal y como lo describió el historiador Robert Haswell Lutz desde 1933, es “la creación de un nuevo conjunto de deseos, hipnosis de grupo, aislamiento de la contrapropaganda, saturación del público con información seleccionada y sesgada”.
El desarrollo de estas técnicas se ha perfeccionado en Estados Unidos, y su uso más efectivo fue la afirmación de la Administración de Bush en 2002-2003, totalmente inventada, de que Irak poseía “armas de destrucción masiva”. La eficacia de esta campaña, como explicó la Columbia Journalism Review en 2003, “dependió en gran medida de una prensa complaciente que repitió acríticamente cada afirmación fraudulenta de la Administración sobre la amenaza que supone Sadam Huseín para EE.UU.”.
Incluso si todos los crímenes específicos atribuidos a los militares rusos fueran ciertos –y, hasta ahora, no ha habido ninguna prueba creíble de las acusaciones, como la atrocidad de Bucha— ni siquiera empiezan a acercarse a las dimensiones de delitos documentados que cometió Estados Unidos en el curso de las guerras que ha librado en los últimos treinta años.
Estados Unidos, desde 1991, ha bombardeado o invadido Irak, Somalia, Serbia, Afganistán, Libia, Siria y Sudán. Esta no es una lista completa, pero el número total de muertes a causa de estas invasiones y los bombardeos es de varios millones de personas.
Los medios de comunicación estadounidenses juegan con las acusaciones de “genocidio” como un medio de ocultar los objetivos del imperialismo estadounidense y, en el proceso, trivializar el verdadero significado de la palabra. Pero si hay que utilizar el término genocidio, puede aplicarse a las consecuencias de las intervenciones estadounidenses en Oriente Próximo y Asia central en solo las últimas tres décadas. Biden denuncia a Putin como un criminal de guerra que debería ser llevado ante el tribunal de La Haya. Tal vez sea así. Pero, con base en el registro documentado de crímenes cometidos por los Estados Unidos, hay muchos presidentes de EE.UU., así como altos funcionarios estatales y generales, que deberían estar en el banquillo de los acusados junto a Putin.
La afirmación de que la guerra de la OTAN contra Rusia es una respuesta a la agresión no provocada contra Ucrania no es la única ficción. En sus últimas declaraciones en la Casa Blanca el pasado jueves, Biden declaró que estaba pidiendo al Congreso que asignara otra enorme cantidad de dinero, 33.000 millones de dólares, “para apoyar a Ucrania en su lucha por la libertad”. Pero así es como el Departamento de Estado de los Estados Unidos describió el estado de la “libertad” en Ucrania en su informe de 2020:
Entre los problemas más importantes en materia de derechos humanos, se encuentran: asesinato ilegal y arbitrario; tortura y casos de trato cruel, inhumano y degradante o el castigo de los detenidos por parte del personal de las fuerzas policiales; condiciones hostiles y mortales en las prisiones y centros de detención; la detención o el encarcelamiento arbitrarios; graves problemas con la independencia del poder judicial...
El informe también señala “graves actos de corrupción; la falta de investigación y rendición de cuentas por violencia contra las mujeres; violencia o amenazas de violencia motivadas por el antisemitismo; delitos con violencia o amenazas de violencia dirigidos a personas con discapacidades, miembros de grupos étnicos minoritarios, y personas lesbianas, gays, bisexuales, transgénero o intersexuales; y la existencia de las peores formas de trabajo infantil”.
El Gobierno de Ucrania, según denunció el informe, “no tomó las medidas adecuadas para imputar ni castigar a la mayoría de los funcionarios que cometieron abusos, lo que ha dado lugar a un clima de impunidad. Los grupos de derechos humanos y las Naciones Unidas señalaron deficiencias significativas en las investigaciones sobre presuntas violaciones de los derechos humanos cometidos por las fuerzas de seguridad del Gobierno”.
El Gobierno ucraniano ha prohibido el Partido Comunista y muchas otras organizaciones políticas, y también ha aprobado leyes destinadas a suprimir el uso de la lengua rusa, que es la lengua de millones de ucranianos.
Los medios de comunicación ya no informan de estas “deficiencias”, y ahora glorifican la “incipiente democracia” de Ucrania y a su presidente Volodímir Zelenski. Pero solo recientemente, el Fondo Monetario Internacional y los bancos occidentales, mientras imponen un drástico régimen de austeridad financiera a Ucrania, denunciaron amargamente a Zelenski como líder de un Gobierno sumido en corrupción. Biden, que no tiene reparos en denunciar a los oligarcas rusos, mantiene un respetuoso silencio sobre sus homólogos en Ucrania, aunque es un hecho conocido que un puñado de multimillonarios controla la economía del empobrecido país.
Pero de todas las mentiras y falsas narrativas empleadas para legitimar el uso de Ucrania por parte de la OTAN como fuerza patrocinada en la guerra contra Rusia, las más insidiosas y políticamente reveladoras son las que encubren la sórdida historia del nacionalismo fascista en Ucrania, que llevó a cabo el asesinato en masa de polacos y judíos durante la Segunda Guerra Mundial.
Los medios de comunicación guardan silencio sobre la elevación de Stepán Bandera, el asesino de masas que dirigió la Organización de Nacionalistas Ucranianos (OUN) durante la Segunda Guerra Mundial, a la condición de figura de culto. La glorificación de Bandera y los miembros de la OUN y su brazo armado, el Ejército Insurgente Ucraniano como héroes nacionales comenzó con la llegada de Víktor Yushchenko a la presidencia tras la Revolución naranja. Después de 2014, se convirtió en un delito denigrar a estos fascistas y héroes rabiosamente antisemitas del nacionalismo genocida.
Esta falsificación de la historia ha servido de base ideológica esencial para la legitimación de unidades fascistas armadas en el actual ejército ucraniano, de las cuales el Batallón Azov es el elemento más notorio. El Batallón Azov ha desempeñado un papel fundamental en la sangrienta guerra civil del este de Ucrania que se ha cobrado desde 2014 más de 14.000 vidas. Su influencia no se limita a Ucrania. Como explica un experto que ha estudiado las actividades de Azov, “Es un movimiento que ha servido y seguirá sirviendo de modelo e inspiración para otros movimientos de extrema derecha en todo el mundo. Sus dos frentes al abrazar la violencia y querer formar parte de una extrema derecha transnacional cada vez más poderosa lo convierten en una amenaza más allá de las fronteras de Ucrania”.
En alianza con tales fuerzas reaccionarias, el imperialismo estadounidense y sus aliados de la OTAN están llevando al mundo al borde de una catástrofe nuclear. La Administración de Biden está actuando con un nivel de imprudencia que roza con un comportamiento criminalmente desquiciado. A lo largo de la Guerra Fría se aceptó como una verdad indiscutible que un conflicto armado entre los Estados Unidos y la Unión Soviética tenía el potencial de convertirse en un conflicto nuclear devastador y, por lo tanto, había que evitarlo. Durante la crisis de los misiles en Cuba de 1962, el temor primordial del presidente Kennedy era que una mala interpretación de las intenciones del adversario por parte de los líderes de Washington y Moscú pudiera llevar a una guerra nuclear. La Administración de Biden, por no hablar de sus homólogos en Londres y Berlín, parecen totalmente indiferentes a ese peligro.
Los comentarios de Biden están marcados por evidentes contradicciones. Hace solo unas semanas Biden declaró que una confrontación militar entre Estados Unidos y Rusia podría llevar a la Tercera Guerra Mundial. Pero ahora está vertiendo armas en Ucrania y multiplicando la probabilidad de un conflicto directo. No es difícil imaginar un escenario en el que Putin se sienta obligado, basándose en consideraciones políticas y militares, a atacar directamente a los países que están suministrando armas letales a Ucrania para ser usadas contra los soldados rusos. ¿Cómo responderá la Administración de Biden si Rusia toma represalias contra un país de la OTAN y, como bien podría ocurrir, ataca y mata a fuerzas estadounidenses en el proceso?
Por un lado, Biden desestima las amenazas de Putin de utilizar armas nucleares como meras expresiones de desesperación. Pero es precisamente la desesperación la que aumenta el peligro de que se recurra a las armas nucleares. Sin embargo, esto no parece preocupar a Biden. Cuando se le preguntó directamente si le preocupaba que Putin pudiera actuar creyendo que está en guerra con EE.UU., Biden se encogió de hombros ante la pregunta y respondió: “Estamos preparados para cualquier cosa que hagan”.
Esto solo puede significar que Estados Unidos reconoce de hecho que la guerra entre la OTAN y Rusia tiene el potencial de escalar a una guerra nuclear. Pero ni Biden ni ningún otro líder de los países de la OTAN han reconocido claramente este peligro ni han declarado públicamente cuáles serían las consecuencias de una guerra nuclear.
Ocultar deliberadamente la potencial catástrofe de una guerra de EE.UU. y la OTAN contra Rusia es un crimen de proporciones históricamente monumentales.
Existe una tendencia generalizada a subestimar, si no descartar, el peligro de la guerra. La mayoría tiende a hacerlo porque las consecuencias de una guerra nuclear son tan horribles que solo los locos permitirían que ocurriera. “La razón”, se supone, debe prevalecer al final.
Pero toda la historia del siglo veinte y de las dos primeras décadas del siglo veintiuno demuestran que no se puede tener esa autocomplacencia. Las primeras dos guerras mundiales, con sus decenas de millones de víctimas, sucedieron. El estallido de la guerra no es producto de la locura de los individuos sino de las contradicciones letales del capitalismo.
El secretario general de la ONU, Guterres, dice que la guerra en el siglo veintiuno es un absurdo. Pero este “absurdo” está indisolublemente ligado a una serie de otros “absurdos”: el absurdo de la sociedad de clases, el absurdo de la propiedad privada de los medios de producción, el absurdo de la concentración de una riqueza incomprensible en un porcentaje infinitesimal de la población mundial mientras miles de millones de personas viven en la pobreza absoluta y se enfrentan a la inanición, el absurdo de la destrucción sistemática de la ecología del planeta, y el mayor absurdo de todos: la división tribal de la humanidad en Estados nación que fomentan conflictos interminables e innecesarios que solo sirven a los intereses de la oligarquía corporativo-financiera que gobierna la sociedad.
¿No es “absurdo” que los gobiernos más poderosos del mundo se han negado a tomar medidas de salud pública bien conocidas y necesarias para erradicar el virus SARS-CoV-2, que se ha cobrado aproximadamente 20 millones de vidas, y que crean que la solución a la pandemia consiste simplemente en ignorarla?
Pero los mismos líderes que han presidido la desastrosa respuesta a la pandemia están tomando ahora las decisiones que están llevando a la Tercera Guerra Mundial.
En sus conversaciones privadas, el presidente Biden, el primer ministro Johnson, el presidente Macron, el canciller Scholz y, para ese caso, el presidente Putin reconocen entre ellos que una guerra mundial llevaría a una catástrofe social. Pero en el siglo veinte, los que llevaron a sus países a la Primera y Segunda Guerra Mundial también temían las consecuencias del conflicto mundial. Incluso Hitler comprendió que sus acciones conducirían al desastre. Pero eso no los detuvo. Al final, llegaron a la conclusión de que la guerra ofrecía la única salida de un complejo de crisis políticas y socioeconómicas insolubles.
Esta es la situación actual. El sistema capitalista mundial se ve afectado por un complejo de contradicciones sociales, económicas y políticas para las que no existen soluciones pacíficas. Estados Unidos, el epicentro explosivo de la vorágine capitalista mundial, se enfrenta simultáneamente a la pérdida de su posición global hegemónica, el deterioro inexorable de su economía, y el colapso más avanzado de sus instituciones políticas internas y su equilibrio social. Atemorizados por el peligro inminente de una crisis económica y aterrorizado por las señales de la radicalización social de la clase obrera, la clase dominante ve la guerra como un medio para proyectar las tensiones internas hacia el exterior, de “unificar” artificialmente un país profundamente dividido lanzándolo a la guerra.
Pero el recurso a la guerra intensificará la crisis en los Estados Unidos y en todo el mundo. Los efectos de la guerra ya se hacen sentir en la inflación y la escasez mortal de alimentos y otras necesidades vitales. Estas condiciones han provocado huelgas y manifestaciones masivas.
Las contradicciones que amenazan la guerra mundial también crean las condiciones para la revolución socialista mundial. El reto al que se enfrenta la clase trabajadora es éste: reforzar y acelerar las tendencias objetivas que conducen a la revolución, mientras socava y debilita las que conducen a la guerra mundial.
La base de la lucha contra la guerra es el movimiento de la clase obrera. Esa es la gran fuerza social que tiene el poder para detener la guerra, poner fin al capitalismo, derribar las fronteras nacionales, y construir una sociedad socialista mundial.
El Comité Internacional de la Cuarta Internacional y sus Partidos Socialistas por la Igualdad y grupos afiliados rechazan todos los llamamientos chovinistas a la defensa del Estado nación capitalista. Defendemos los principios internacionalistas de León Trotsky, que escribió en 1934:
Un “socialista” que predica la defensa nacional es un reaccionario pequeñoburgués al servicio del capitalismo en decadencia. No vincularse al Estado nacional en tiempo de guerra, no seguir el mapa de la guerra sino el mapa de la lucha de clases, solo es posible para el partido que haya declarado una guerra irreconciliable al Estado nacional en tiempos de paz.
La vanguardia proletaria solo puede hacerse invulnerable a todo tipo de patriotismo social comprendiendo plenamente el papel objetivamente reaccionario del Estado imperialista. Esto significa que una verdadera ruptura con la ideología y la política de la “defensa nacional” solo es posible desde el punto de vista de la revolución proletaria internacional.
Por lo tanto, la tarea central es la movilización de la clase obrera internacional contra el impulso imperialista hacia la guerra. Hay que detener la temeraria escalada. Hay que movilizar la fuerza de la clase obrera para lograr el fin de la guerra en Ucrania.
El Comité Internacional hace hoy un llamamiento especial a los trabajadores valientes y con conciencia de clase de Rusia y Ucrania. Repudien las políticas reaccionarias de sus gobiernos capitalistas. Rechacen todo el proyecto de restauración capitalista, que ha llevado a esta terrible guerra.
Vuelvan a las tradiciones del marxismo y del bolchevismo que una vez inspiraron a los trabajadores de sus países. Sabemos que esas tradiciones aún viven en la conciencia de las masas y estamos seguros de que resurgirán en el accionar colectivo.
La clase obrera internacional debe declarar la guerra a la guerra imperialista. La más crítica de todas las tareas políticas, por lo tanto, es la construcción de la Cuarta Internacional como Partido Mundial de la Revolución Socialista. Hacemos un llamamiento a todos los que estén de acuerdo con esta perspectiva y estén dispuestos a emprender esta lucha a unirse a nuestras filas.
(Publicado originalmente en inglés el 1 de mayo de 2022)
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