El tiroteo masivo que mató a 19 niños y dos maestras y dejó a 17 heridos en la escuela primaria Robb en Uvalde, Texas el martes fue un evento genuinamente horrendo. Los estudiantes asesinados tenían 9, 10 y 11 años y asistían al segundo, tercer y cuarto grado. El perpetrador se atrincheró en un aula y abrió fuego con un rifle semiautomático liviano que obtuvo un día después de su cumpleaños 18, una semana antes.
En el sentido más inmediato y directo, cientos si no miles de personas nunca se recuperarán del daño causado por este único incidente.
La élite gobernante estadounidense, sus políticos y sus medios de comunicación no tienen nada inteligente ni útil que decir sobre esta última calamidad. Dependiendo de su afiliación político y nivel de ignorancia individual, abogan a favor de un mayor control sobre la posesión de armas, más represión policial o un regreso a la devoción en Dios.
Parecía que incluso el presidente Joe Biden reconoció que la usual lista de perogrulladas tan solo enojaría a la población y que era mejor si se mantenía callado. Biden se refirió brevemente al hecho de que “este tipo de tiroteos masivos ocurren muy escasamente en el resto del mundo”. Las personas en los otros países, dijo, “tienen problemas de salud mental. Tienen disputas domésticas en otros países. Tienen a gente que ha perdido el rumbo”, pero tales asesinatos “nunca ocurren con tal frecuencia como en EE.UU. ¿Por qué?”. Por supuesto, no pudo responder a su propia pregunta, excepto a referirse al “lobby de las armas”, algo que no explica nada.
Uvalde es una ciudad de 15.000 personas, 80 por ciento de las cuales son hispanas o latinas y muchas son pobres. Se ubica a 130 km de San Antonio y 90 km de la frontera con México. Pero no hay ningún “factor predictivo” en el país, ni en términos de tamaño, ubicación, economía ni etnicidad.
Los tiroteos masivos y otras formas de violencia antisocial son endémicas en la sociedad estadounidense.
La evidencia estadística es contundente y pasmosa. El Gun Violence Archive ha registrado 214 tiroteos masivos en los primeros cinco meses de 2022, incluyendo nueve en la última semana en nueve estados diferentes. En total, más de 17.000 personas han muerto en incidentes involucrando violencia con armas de fuego este año, aproximadamente en 7.600 homicidios y 9.600 suicidios.
Por el otro lado, el Mass Shooting Tracker —¡Compadezcan al país que necesita tal medida!— ha registrado 253 tiroteos masivos en 2022 o 1,73 por día, que han resultado en 303 fallecidos y 1.029 heridos.
Según la misma fuente, la semana pasada en Pell City, Alabama, un atacante “mató a tiros a su esposa y dos hijas, de 13 y 16 años” y “falleció tras dispararse”. En otro incidente en Goshen, Indiana, el 21 de mayo, un “atacante le disparó a cuatro hermanos, matando a un niño de 17 años e hiriendo al menos a dos otros menores”. El perpetrador luego fue “abatido”.
Cabe citar otras cifras relacionadas. La tasa de suicidios en el país aumentó entre 1999 y 2019 en 33 por ciento. “Hubo casi 46.000 muertes por suicidio en 2020, volviéndola la doceava mayor causa de muertes en EE.UU. Según la Administración de Servicios sobre el Abuso de Sustancias y Salud Mental (SAMHSA, por sus siglas en inglés), el mismo año, 12,2 millones de adultos pensaron seriamente sobre suicidarse, 3,2 millones formularon un plan y 1,2 millones intentaron suicidarse en el último año” (Rankings de Salud de EE.UU.).
La violencia autoinfligida y contra otros está aumentando en todos los ámbitos. Aproximadamente 108.000 personas murieron en EE.UU. de una sobredosis en 2021, que también significó un salto importante. La Administración Nacional de Seguridad del Tráfico en las Carreteras (NHTSA, por sus siglas en inglés) estima que 43.000 personas murieron en un accidente de tráfico en 2021, un aumento de 10,5 por ciento comparado al 2020. La pandemia de COVID-19, como resultado de la política asesina del Gobierno, ha conducido a la muerte de más de 1 millón de hombres, mujeres y niños en EE.UU. desde inicios de 2020.
Ningún testigo honesto, dando cuenta de estas cifras y la enorme tragedia humana que reflejan, podría concluir que el incidente de Uvalde u otros similares son episodios aislados ni individuales. En cambio, revelan una enfermedad social de gran alcance y sumamente avanzada.
“El sospechoso [en Uvalde] asistía a la secundaria local y vivía con sus abuelos”, reportó CNN insulsamente, como es usual. “No tenía amigos y tampoco tenía un historial criminal ni afiliación a una pandilla… Trabajaba un turno diurno en el [restaurante de comida rápida] Wendy’s local y en gran medida no tenía contacto con otras personas, como lo confirmó un gerente el restaurante”. No hubo ninguna señal de advertencia hasta que ya era demasiado tarde.
En abril, en la ciudad de Nueva York, un hombre disparó docenas de municiones en un vagón del metro, hiriendo a 10 personas. En enero, una mujer fue empujada a los rieles en Nueva York, provocando su muerte. El domingo pasado, un hombre mató a tiros a un empleado del banco Goldman Sachs de 48 años “sin provocación” mientras “iba en el metro de Manhattan a un brunch [desayuno tardío]”, según la policía. “Fue completamente al azar”, añadieron.
Hay miles de incidentes “al azar” como estos cada año. ¿Cómo es posible que alguien empuje a un completo desconocido del andén del metro en una sociedad moderna?
Pero, una sociedad en guerra consigo misma, una sociedad enfadada, con un alto nivel de odio despersonalizado…
Las condiciones sociales, incluyendo la desigualdad y la concentración inmensa de la riqueza en pocas manos, las guerras interminables, la brutalidad y asesinatos policiales, la indiferencia de la respuesta oficial a la pandemia, todo esto representa el contexto general.
Sin embargo, es necesario ser concreto tanto histórica como socialmente. Los niveles y las variedades de animosidad y resentimiento no se desarrollaron espontáneamente a partir de la crisis social ni incluso de la erupción de violencia oficial. La evolución específica de la sociedad estadounidense durante las últimas décadas debe ser considerada.
En primer lugar, la élite política estadounidense, como parte de sus intentos de autopreservación, se especializa en agitar antagonismos raciales, étnicos, religiosos, políticos y demás. El Gobierno y sus cómplices en la prensa siempre están trabajando en estas líneas, buscando chivos expiatorios, envenenando el aire. Los “japoneses”, “comunistas”, “extranjeros ilegales”, “pedófilos”, “terroristas árabes”, y la lista sigue y sigue.
Por supuesto, ahora todos los problemas estadounidenses son culpa de “los rusos”. Si tan solo libráramos los escenarios, estadios, radio y televisión y cantantes de ópera, músicos, cantantes de pop y atletas rusos, la vida regresaría a su estado natural e idílico. Se intenta continuamente condicionar a la población para que vea los acontecimientos y los problemas en términos de enemigos personales. ¡Cada persona es realmente una isla!
James G. Stavridis, un almirante retirado de la Armada de EE.UU., actual vicepresidente y director ejecutivo de Asuntos Globales de la poderosa firma global de inversiones Carlyle Group, y presidente del Consejo Directivo de la Fundación Rockefeller y promotor de las agresiones militares contra Rusia y China, tuiteó el jueves: “Si tienes tan solo 18 años y estás desesperado por sostener un rifle de asalto en tus manos, inscríbete al @USMC [Cuerpo de Marines de EE.UU.]. Si puedes ser admitido, te enseñaran cómo utilizarlo para proteger tu país, no amenazar a sus niños”.
El fomento y manipulación criminales de resentimiento hacia supuestos enemigos externos e internos confluye peligrosamente con un grado intenso de enajenación social.
Esto ha empeorado en las últimas décadas, pero no es un fenómeno nuevo. Desde el lanzamiento del WSWS en 1998, que coincidió con una de las primeras olas de tiroteos escolares en EE.UU., incluso antes de la masacre de Columbine en abril de 1999, hemos estado señalando y advirtiendo sobre esta tendencia. A fines de mayo de 1998, después de un tiroteo masivo en Springfield, Oregón, y una serie de episodios similares, el WSWS argumentó en “ Enajenación, adolescencia y violencia ”, que no es posible acercarse a la verdad sobre estas tragedias fuera de entenderlas “como el resultado de una interacción compleja entre la vida social y la psicología individual'.
Señalamos que una campaña ideológica concertada fue iniciada contra el concepto de que el ambiente tiene un papel importante en formar al individuo, incluyendo al criminal y a la persona emocionalmente afectada. “En cambio, se promueve el modelo”, como escribió el WSWS, “de un individuo aislado que debe avanzar sin ninguna ayuda en el mundo y cuyo valor de ser humano depende del grado de éxito que tenga en vender sus habilidades al mejor postor del mercado”.
El WSWS señaló hace casi exactamente 24 años que la enajenación en las relaciones sociales ha “alcanzado nuevas alturas. ¿Qué significa esto concretamente? Los individuos se sienten cada vez más separados de las otras personas e incluso se sienten hostiles a ellos. ¿Qué hace falta para matar a otra persona o grupo de personas, como ocurrió en Oregón? El joven [en Springfield] presuntamente disparó cuatro veces contra el cuerpo de un compañero escolar que yacía tendido frente a sus pies. Esto debe significar que ya no reconocía a la víctima como una persona como él, como alguien de su propio tipo. Por supuesto, sin intentarlo conscientemente, la sociedad oficial ha fomentado este estado mental”.
Se ha intentado hacer todo lo posible, continuó el artículo, “para cultivar una sociedad desalmada y regida completamente por el dinero y el afán de lucro, para erradicar la preocupación básica que siente un ser humano por otro. La vida intelectual, la cultura y la búsqueda del conocimiento en pro de la humanidad en su conjunto son vistas bajo una luz negativa. El individualismo, la codicia y la brutalidad son veneradas. Esto ha tenido un impacto material en la calidad de las relaciones humanas”.
No hay nada que se deba retractar de este comentario. Por el contrario, todas las tendencias retrógradas se han profundizado y agravado en las décadas desde entonces. Un vacío político, moral y cultural cada vez mayor ocupa el seno de la política estadounidense. La población se enfrenta a condiciones sociales desesperadas sin una mano solidaria. De hecho, la oligarquía ha convertido su indiferencia social en una plataforma provocadora, haciendo todo a su alcance de forma constante y pública para socavar la empatía.
Durante la pandemia de COVID-19, las políticas oficiales han carcomido la preocupación de las personas de contraer o que otros contraigan la enfermedad. En algunos, se cierne un fatalismo alarmante. Muchos simplemente no están equipados para lidiar con los complejos dilemas médicos y psicológicos presentados por la pandemia.
¡Y la clase gobernante estadounidense se atreve a decirle al resto del mundo cómo deben vivir!
El capitalismo estadounidense se agotó; está terminalmente enfermo y no hay ningún doctor dentro o en torno de la élite política. Se está desarrollando una sensación, impulsada por acontecimientos como el desastre en Uvalde, de que las cosas no pueden seguir así. La idea puede que aún no sea política o socialmente elocuente, pero masas enteras de personas están concibiendo que, “Esto ha llegado demasiado lejos. Esto no puede continuar”.
Y, sin embargo, pueden pensar al mismo tiempo que “no parece haber ninguna salida”. Pero la vida, las condiciones objetivas están cambiado, girando y madurando.
¿Qué cambiará las cosas? Ante todo, la aparición de un movimiento social decididamente opuesto a la élite política y al capitalismo. Dicho movimiento ofrece una salida progresista y sana al enojo colectivo. No se trata solo de una cuestión de argumentación, sino que un movimiento emerge de la experiencia de amplias capas de la población.
La lucha de clases, el conflicto de millones de trabajadores contra las circunstancias de sus vidas, ya está transformando la situación. El movimiento socialista de la clase trabajadora, basado en un entendimiento de la vida social y sus leyes, así como de su potencial, hace que toda la desesperación se esfume e inspira esperanza. Se está fraguando un estallido revolucionario.
(Publicado originalmente en inglés el 26 de mayo de 2022)