La siguiente declaración fue elaborada en marzo de 1987 por el Comité Socialista, una organización trotskista en Ecuador que estuvo en solidaridad con el Comité Internacional de la Cuarta Internacional (CICI) y se disolvió pocos años después de esta declaración. Fue publicada originalmente en la revista Fourth International (Vol. 14, No. 2) del CICI en junio de 1987.
Analiza la crisis económica y política en Ecuador y Latinoamérica de los ochenta y las traiciones de las organizaciones pablistas, revisionistas y estalinistas en el periodo anterior. Finalmente, presenta las tareas del movimiento trotskista en la región.
La crisis económica y política en Latinoamérica
La clase obrera en toda Latinoamérica afronta crisis revolucionarias derivadas de las contradicciones irresolubles del imperialismo yanqui y la burguesía nacional servil.
Ninguno de los planes ni las políticas del imperialismo y la burguesía nacional han podido resolver esta crisis.
El Plan Cruzado del régimen de Sarney en Brasil, que se presenta como una supuesta alternativa a las políticas de austeridad del Fondo Monetario Internacional (FMI) basado en estimular artificialmente las tasas de interés, acabó agotando las reservas internacionales del país, provocando hiperinflación y amenazando con una nueva depresión y bancarrota ante la deuda extranjera de $108 mil millones del país.
Apenas cinco años después de que fuera refinanciada la deuda mexicana, que era una bomba de tiempo, la economía del país está más cerca de una quiebra y los banqueros internacionales advierten de “un Irán en las propias puertas de EE.UU.”.
El llamado “Plan Baker” de la Administración de Reagan no representa nada más que un caballo de Troya para el intento de imperialismo estadounidense de afianzar su control semicolonial sobre la economía de la región. Su fondo absurdamente pequeño de $30 mil millones solo está disponible para aquellos regímenes que acuerden eliminar todas las barreras a las importaciones e inversiones estadounidenses y destruir los últimos vestigios de las políticas de bienestar social.
La experiencia de Ecuador en las últimas dos décadas confirma decisivamente la incapacidad del capitalismo de desarrollar las economías de los países semicoloniales de América Latina. El “mini-boom” a partir de 1972, impulsado por la exportación y el alza del precio del petróleo en la década de 1970 y la invasión de créditos que reciclaron los petrodólares, permitió altas tasas anuales de crecimiento que alcanzaron 9 por ciento y hasta 14 por ciento. Pero no tardó en dar paso a una catastrófica depresión que comenzó con el vencimiento de la deuda en 1981 y se intensificó con la fuerte caída del precio del petróleo a partir de 1982, la crisis comercial internacional y el cierre de los mercados en EE.UU. y otros países.
Gracias a su privatización del sistema monetario y destrucción de todas las medidas proteccionistas estatales, el Gobierno de León Febres-Cordero en Ecuador se ha convertido en el modelo del Plan Baker y el FMI. Recibió nuevos créditos de los bancos internacionales y fue declarado líder del pago de la deuda en Latinoamérica. Pero estas políticas han sumido la economía en su crisis más profunda, culminando en el impago de los intereses de la deuda extranjera.
La acumulación de la deuda extranjera latinoamericana de $400 mil millones no refleja meramente una crisis coyuntural o cíclica, sino que es el producto de las contradicciones históricas del capitalismo internacional y el dominio imperialista del continente.
La crisis de la deuda deriva del fin del auge económico de la posguerra desde que se quebraron los Acuerdos de Bretton Woods en 1971, finalizando el patrón oro con el dólar y desatando una inflación descontrolada. Esto desembocó en que se cuadruplicaran los precios del petróleo a inicios de los años setenta. El capital financiero internacional buscó sobrevivir a estas perturbaciones de su sistema “reciclando” los petrodólares, en la forma de créditos fáciles y masivos a las naciones latinoamericanas, que se enfrentaban al aumento en el precio del petróleo y de otras importaciones vitales.
Ahora, la proliferación de las deudas nacionales ha estado acompañada por la caída del precio del petróleo y otras materias primas sobre las cuales se basaban los ingresos de exportación latinoamericanos y un aumento del proteccionismo en los países capitalistas avanzados, volviendo inviable el pago de la deuda.
El sistema de Bretton Woods en sí fue creado tras la Segunda Guerra Mundial como un intento del capitalismo mundial de restablecer su dominio y repeler el peligro de revoluciones internacionalmente al controlar la inflación por medio del patrón oro.
Sin embargo, el sistema dependía de la abrumadora superioridad del imperialismo estadounidense frente a sus principales rivales imperialistas al final de la guerra. Esta posición fue constantemente erosionada tanto por el impacto de las derrotas asestadas por las revoluciones mundiales, particularmente en Vietnam, como por la resistencia de la clase obrera estadounidense a la destrucción de sus niveles de vida y derechos básicos. El colapso de este sistema se debió al drástico deterioro de las bases económicas del dominio del imperialismo estadounidense a escala global.
El estallido de la crisis de deuda extranjera latinoamericana socavó las bases de las dictaduras militares impuestas por la CIA. Demostraron ser incapaces de enfrentar y derrotar las luchas de las masas obreras desencadenadas por la crisis. Esto condujo a la caída de la junta argentina tras la derrota en las Malvinas, la inestable transición a Gobiernos civiles en Ecuador, Perú, Bolivia, Uruguay y Brasil y los levantamientos masivos continuos contra Pinochet en Chile.
Estos regímenes de carácter cuasi bonapartista padecieron una inestabilidad crónica, mientras los ejércitos esperaban al margen, y fueron impuestos en el poder con la participación directa de la CIA y en pro del imperialismo estadounidense. La defensa de los intereses del imperialismo y la burguesía nacional exigió la instalación de políticos viejos y desacreditados como Alfonsín, Sarney, Sanguinetti y Belaúnde, y la colaboración a través de ellos de las direcciones estalinistas en la clase obrera, precisamente porque los regímenes corruptos y ensangrentados ya no podían contener las luchas revolucionarias de las masas. Su propósito principal ha sido utilizar el cretinismo parlamentario para imponer el tipo de medidas de austeridad del FMI que los militares ya no eran capaces de implementar por medios dictatoriales.
Estos regímenes no han representado más que una nueva prueba de la incapacidad del capitalismo de resolver la crisis económica. El ejército regresó temporalmente a sus cuarteles pero han seguido ejerciendo el poder controlando los instrumentos de terror estatal capitalista. Esto lo demuestran definitivamente las leyes de “Punto final” en Argentina y Uruguay, donde los Gobiernos de Alfonsín y Sanguinetti están encubriendo a los criminales a cargo de la tortura y asesinatos masivos. Asimismo, el Gobierno del APRA bajo Alan García en Perú ha sido meramente un títere de la guerra sucia librada por las fuerzas armadas contra las guerrillas de Sendero Luminoso.
En Ecuador, el proceso de transición al Gobierno civil fue llevado a cabo con una “Constitución” dictada por el ejército y aprobada mediante un “referéndum” con el apoyo de Izquierda Democrática, Democracia Popular, los estalinistas del Partido Comunista-FADI, el Partido Comunista Marxista Leninista-MPD y toda clase de revisionistas y centristas.
La “nueva Constitución” asignó a las Fuerzas Armadas, por medio de la ley de seguridad nacional implementada según las imposiciones del Pentágono, el papel de un Estado sobre otro Estado. Esta pseudodemocracia bajo la bota del ejército ha pasado de la impunidad por la corrupción, la represión, los crímenes de las dictaduras en los setenta, el asesinato del presidente Jaime Roldos y el secuestro reciente del presidente León Febres-Cordero, a un aplastamiento sangriento de las huelgas de la clase obrera y el exterminio asesino del movimiento Alfaro Vive Carajo.
Esta misma línea se ha seguido en toda América Latina. En Brasil, el Gobierno civil de Sarney, un viejo siervo del ejército, fue establecido después de la muerte repentina del presidente electo Tancredo Neves. En Bolivia, tras el sangriento golpe de julio de 1980, el ejército permitió que los presidentes Hernán Siles Suazo y Víctor Paz Estenssoro ejercieran el poder bajo su control. Actualmente, la CIA opera en Chile como guardaespaldas de Pinochet, mientras intenta paralizar la insurrección revolucionaria de la clase obrera detrás de la fachada de una transición negociada a un régimen civil, gracias a la complicidad de la Democracia Cristiana y el estalinista Partido Comunista de Chile. En Haití, la CIA busca contener el levantamiento de las masas que tumbó el régimen del “presidente vitalicio” Duvalier, imponiendo una junta “militar-civil” que promete implementar los mismos trapos “democráticos”.
Los crímenes de las dictaduras militares de toda América Latina se llevaron a cabo en defensa de los intereses de clase de los imperialistas y la servil burguesía nacional. Mientras estas clases sigan en el poder a través de su monopolio del aparato de terror estatal—el ejército y la policía—las Madres de Plaza de Mayo de todo el continente no podrán ajustar cuentas con los asesinos de sus hijos e hijas. Para ello hay que aplastar el Estado capitalista, disolviendo las fuerzas armadas y la policía y esto solo lo puede llevar a cabo la dictadura del proletariado.
La intervención de Washington contra Nicaragua y su guerra civil contra las masas salvadoreñas son la evidencia más clara del declive histórico del imperialismo yanqui y su inhabilidad para contener tales luchas. Al mismo tiempo, el ataque contra estos países empobrecidos busca sentar el ejemplo como amenaza a los trabajadores y las masas oprimidas de todo el continente.
La crisis económica y política conjunta, que ha conllevado condiciones intolerables de desempleo masivo, la destrucción de los niveles de vida y la destrucción de los servicios sociales más básicos, está impulsando las luchas revolucionarias de los trabajadores y oprimidos: desde las 11 huelgas generales en Ecuador a los levantamientos masivos contra la dictadura de Pinochet en Chile, la intransigente resistencia de la clase obrera argentina a las políticas de austeridad del FMI bajo Alfonsín y a sus intentos de proteger a los torturadores de la dictadura, y los levantamientos heroicos de los mineros bolivianos.
El Comité Socialista declara que la crisis histórica que estremece Ecuador y todo el continente hasta sus cimientos suscita la tarea de llevar a cabo la revolución democrática a través del establecimiento de la dictadura del proletariado y la construcción de una economía planificada socialista con la creación de los Estados Unidos Socialistas de América Central y del Sur.
La escisión en el CICI
En cada país latinoamericano, la cuestión más urgente es la crisis de dirección revolucionaria de la clase obrera. En este contexto, las lecciones de la escisión dentro del Comité Internacional de la Cuarta Internacional (CICI) hace un año son absolutamente decisivas para la construcción de la vanguardia revolucionaria del proletariado en Ecuador y el resto de Latinoamérica, y para elaborar la hoja de ruta para la revolución socialista en el continente.
El Comité Socialista apoya completamente la lucha principista librada por el CICI contra la degeneración del Workers Revolutionary Party (WRP, Partido Revolucionario de los Trabajadores) de Reino Unido y contra la subsecuente deserción y traición de la estrategia de la revolución mundial por parte de Healy, Banda, Slaughter y sus seguidores internacionales.
Esta lucha desenmascaró y derrotó políticamente a esta tendencia y constituye una victoria del internacionalismo proletario frente al nacionalismo pequeñoburgués. Ha permitido rearmar y unificar a los cuadros trotskistas internacionalmente con base en el programa trotskista de la revolución permanente, la independencia de la clase obrera y su papel de líder en la revolución social. Representa un avance decisivo en la lucha por construir el partido mundial de la revolución socialista y la resolución de la crisis de la dirección proletaria.
En 1982, la Workers League (Liga Obrera; el movimiento trotskista estadounidense, el cual tiene prohibido ser miembro por la anticomunista Ley Voorhis) inició una oposición dentro del CICI a la línea oportunista de la conducción del WRP. A pesar del intento conjunto de los líderes del WRP—Gerry Healy, Mike Banda y Cliff Slaughter—para suprimir esta oposición por medio de amenazas de expulsión, los documentos presentados por la Workers League en 1982-84 revelan las diferencias esenciales en las cuestiones fundamentales de método, programa político y orientación estratégica de clase.
Esta lucha pone al descubierto la distorsión idealista y subjetiva del materialismo dialéctico que se volvió en la tapadera teórica para la adaptación oportunista del WRP ante las direcciones nacionalistas de Oriente Próximo, así como las burocracias sindicales y laboristas en Reino Unido.
Lo que emergió en esta lucha fueron dos tendencias de clase fundamentalmente opuestas. La dirección del WRP ha abandonado la lucha histórica de la Cuarta Internacional por resolver la crisis de dirección revolucionaria de la clase obrera a través de la construcción de partidos marxistas independientes que lideren a la clase obrera en la lucha por el poder. Abandonó la lucha por la dictadura del proletariado en Reino Unido y, a escondidas del Comité Internacional, estableció varias relaciones carentes de principios y mercenarias con los líderes burgueses y pequeñoburgueses árabes, dotando a Gadafi en Libia y Jomeini en Irán de un papel excepcional y revolucionario.
Esta degeneración se originó en el abandono por parte de la camarilla de Healy-Banda- Slaughter de la lucha histórica del CICI contra el revisionismo pablista. Esta batalla fue lanzada con la fundación del Comité Internacional basada en “La carta abierta” de 1953. Este documento denunció el intento de Pablo de liquidar a los cuadros trotskistas internacionalmente disolviéndolos en el estalinismo y el nacionalismo burgués y reafirmó los principios sobre los cuales se fundó la Cuarta Internacional en 1938. Esta batalla fue continuada y profundizada en la lucha contra la liquidación del Socialist Workers Party (SWP, Partido de los Trabajadores Socialistas) de EE.UU. y su reunificación sin principios con los pablistas en 1963.
A su vez, la Cuarta Internacional fue fundada en 1938 dando continuidad a la lucha de la Oposición de Izquierda contra la degeneración burocrática del Estado soviético y la Internacional Comunista. Esta degeneración, reflejada en las teorías estalinistas del “socialismo en un solo país” y la “revolución en dos etapas” que rechazaban completamente el programa del internacionalismo y de la revolución socialista mundial, desembocó en derrotas catastróficas para la clase trabajadora en China, Alemania, España y otras partes. Esto desenmascaró el estalinismo como la fuerza más contrarrevolucionaria en la clase obrera. La Cuarta Internacional fue fundada para resolver esta crisis de dirección revolucionaria en el proletariado y preparar la conquista obrera del poder a fin de expropiar a la burguesía internacionalmente.
En 1953, James P. Cannon, dirigente del SWP (en EE.UU.) emitió “La carta abierta” al movimiento trotskista mundial demostrando que el revisionismo de Michel Pablo, Ernest Mandel y sus partidarios representaba un intento de desintegrar dentro del estalinismo y el nacionalismo burgués los cuadros que la Cuarta Internacional había forjado históricamente. El impacto catastrófico de esta perspectiva fue puesto en evidencia cuando los pablistas desarmaron a la clase obrera francesa en la huelga general de 1953. Lo mismo ocurrió en Latinoamérica, donde los pablistas exigieron que se subordinaran ante los movimientos nacionalistas burgueses, lo que resultó en la traición de la revolución boliviana de 1952.
En 1963, los trotskistas británicos asumieron el liderazgo de y profundizaron esta lucha contra el SWP, que abandonó su defensa del trotskismo y se reunificó con los pablistas tras una degeneración prolongada. Esta reunificación se basó en su adaptación mutua a la dirección pequeñoburguesa del castrismo en Cuba, que presentaron como un reemplazo a la construcción de partidos marxistas conscientes en la clase obrera —el requisito indispensable para la victoria de la lucha por la dictadura del proletariado—.
La defensa de las bases históricas del trotskismo por parte de los trotskistas británicos ante la reunificación pablista ofreció el impulso aglutinar a los trotskistas auténticos dentro del SWP y sentar las bases así para fundar la Workers League y preservar la continuidad de la lucha por la dictadura del proletariado en el país capitalista más grande del mundo.
En Sri Lanka, esta lucha armó a los cuadros trotskistas para que combatieran la capitulación del LSSP. A partir de la perspectiva antiproletaria del pablismo, manifestada en la falsa caracterización de Cuba como un Estado obrera, el LSSP se unió la coalición del Gobierno burgués de Sirimavo Bandaranaike. La defensa de la perspectiva de la revolución permanente contra esta histórica traición sentó las bases para la fundación de la sección esrilanquesa del CICI, la Revolutionary Communist League (RCL; Liga Comunista Revolucionaria).
Estos jóvenes movimientos trotskistas, fundados con base en la lucha contra el revisionismo pablista, desempeñarían el papel decisivo en la batalla contra la degeneración del WRP.
El abandono de esta lucha principista por parte de la cúpula del WRP resultó en una política derechista y nacionalista, que esencialmente no era distinta a la de los propios pablistas. Fue un ataque sistemático dirigido a las bases políticas, teóricas y organizacionales del partido internacional.
La expulsión de Healy en octubre de 1985 y la subsecuente desintegración del WRP fueron las consecuencias directas de su repudio del programa de la revolución permanente y su degeneración en el oportunismo pablista.
Las secciones del CICI en Grecia y España rechazaron tanto la expulsión de Healy como la autoridad del CICI para encubrir su misma degeneración en el oportunismo y su abandono de la revolución permanente.
Cuando Banda y Slaughter buscaron ocultar los orígenes políticos de la crisis, empleando una cruzada fraudulenta en nombre de la “moral revolucionaria”, la gran mayoría de las secciones del Comité Internacional se opusieron. En cambio, se alinearon detrás del programa trotskista avanzado por la Workers League en su lucha contra la degeneración del WRP.
El Comité Internacional estableció que dicha crisis se originó por la perspectiva nacionalista de la dirección británica, que rechazó la construcción del partido mundial y antepuso sus intereses empíricos y estrechos en Reino Unido a sus relaciones con el Comité Internacional.
Cuando Banda y Slaughter se dieron cuenta de que el Comité Internacional no toleraría la continuación de estos métodos en su dirección, lanzaron una campaña histérica contra el Comité Internacional, atacando todos los principios básicos del movimiento, rechazando la disciplina de la Internacional y provocando una escisión. Utilizaron el infame documento de Banda “27 razones por las que hay que enterrar al Comité Internacional”, que ataca toda la historia del movimiento trotskista, para justificar esta escisión.
El 8 de febrero de 1986, la camarilla en torno a Slaughter llamó a la policía para impedir que los miembros del WRP que defendían el trotskismo y el Comité Internacional participaran en el Octavo Congreso del partido, consumando así su escisión definitiva con el CICI y demostrando su postración ante el Estado capitalista británico. Los miembros leales al CICI, dirigidos por Dave Hyland y apoyados por la mayoría del movimiento juvenil del WRP, los Jóvenes Socialistas, y los mejores elementos proletarios del partido, establecieron el Partido Comunista Internacional para continuar la lucha por el trotskismo como la sección británica del Comité Internacional.
En el año transcurrido desde la escisión, la naturaleza de clase de esta tendencia ha quedado categóricamente demostrada por la orientación de Healy y sus seguidores en Grecia hacia un acuerdo político con el partido burgués gobernante, el PASOK, la orientación de Slaughter hacia una pronta reunificación con todo tipo de centristas y renegados del trotskismo a nivel internacional y, la muestra más clara de todas, la evolución de Banda, quien hoy se declara abiertamente a favor del estalinismo y tilda a Trotsky de contrarrevolucionario.
Los renegados de la Liga Comunista
La Liga Comunista de Perú desertó del Comité Internacional tras la ruptura con el WRP, apoyando el antiinternacionalismo de Slaughter, las calumnias de Banda contra la historia de la Cuarta Internacional y el uso de la policía en el Octavo Congreso del WRP contra la minoría partidaria del Comité Internacional.
Al llevar a cabo esta deserción, atacaron todos los fundamentos históricos del CICI, abandonando explícitamente la lucha contra el pablismo, declarando “La carta abierta” de 1953 como un “fraude” y rechazando la lucha del CICI contra la reunificación sin principios del SWP con los pablistas en 1963.
Los renegados peruanos atacaron específicamente a la Workers League de Estados Unidos, denunciándola como “socialimperialista” por haber luchado contra la invasión yanqui de Granada con base en la perspectiva de la movilización independiente de la clase obrera contra el imperialismo. En cambio, se solidarizaron con la condena que Slaughter hizo en 1983 de los trotskistas estadounidenses donde criticó su “excesivo énfasis en la 'independencia política de la clase obrera'” y exigió que se disolvieran en el movimiento de protesta pequeñoburgués.
La evolución de la Liga Comunista peruana ofrece una ilustración grotesca de la traición histórica llevada a cabo por la camarilla de Healy-Banda-Slaughter al abandonar la lucha contra el revisionismo y por construir el partido mundial.
El partido peruano tuvo sus orígenes en el grupo nacionalista radical pequeñoburgués peruano Vanguardia Revolucionaria. Primero gravitó hacia la Organisation communiste internationaliste (OCI), la sección francesa del CICI en ese momento, cuando estaba sufriendo una profunda degeneración centrista. Cuando se produjo la ruptura entre el CICI y la OCI por la complicidad de esta última en la traición de la revolución boliviana de 1971 por parte del POR centrista de Guillermo Lora, la mayoría del grupo peruano rompió con la OCI y se unió al CICI, basándose en su correcta crítica al papel de Lora en el desarme de la clase obrera boliviana ante el frentepopulismo y el inminente golpe militar.
Pero Healy, Banda y Slaughter abandonaron poco después esta lucha contra el centrismo, adoptando abiertamente una dirección centrista. Temían que una lucha seria contra las cuestiones políticas y programáticas presentadas por la traición de la OCI hiciera estallar su propio partido. Slaughter avanzó la teoría antimarxista de que la escisión con la OCI se debió al tema del método dialéctico y que las cuestiones de programa no tuvieron importancia.
Las consecuencias de esta retirada política tuvieron un papel sumamente destructivo en América Latina, donde permitieron que la OCI se disfrazara de defensora “ortodoxa” del trotskismo, mientras buscaba unir a toda clase de centristas —Lora de Bolivia, Moreno en Argentina, Napurí en Perú— con base en una interpretación completamente oportunista y antimarxista del Programa de Transición.
Debido a este cobarde rechazo a dar batalla, nunca se discutieron a fondo los orígenes de la Liga Comunista ni se integró realmente en el CICI con base en una historia y principios comunes. Siguió siendo una fuerza política ajena en un contexto en que sacaba provecho de la distorsión idealista del materialismo dialéctico por parte de Healy para encubrir sus diferencias políticas profundas. El arresto y la deportación de Sergio Barrio en julio de 1975 removió a su miembro más experimentado y debilitó la organización.
Consecuentemente, no bien ocurrió la escisión, la dirección de la Liga Comunista, si bien afirmó inicialmente que no tenía ninguna diferencia política, atacó inmediatamente todos los aspectos del programa y la perspectiva de la Cuarta Internacional. Retomó las posturas miopes del nacionalismo pequeñoburgués peruviano con las que supuestamente había roto hace 15 años.
En vez del trotskismo y el programa de la revolución socialista mundial, se unieron a todos los centristas pequeñoburgueses opuestos a la movilización independiente de la clase obrera peruana bajo la bandera de la Cuarta Internacional y se declararon adeptos al “mariateguismo”. Esta etiqueta ha estado vinculada desde hace mucho con la adaptación de ciertas frases marxistas al servicio de la burguesía nacional.
Rechazando la concepción marxista de las clases sociales, caracterizó el Gobierno del Partido Aprista Peruano de Alan García como “el resultado de la confluencia transitoria de las tres principales clases sociales en Perú: la burguesía, el proletariado y el campesinado”. Esta concepción, elaborada con las citas apropiadas de Mao Zedong, representó un claro rechazo al programa de la revolución permanente y la independencia de la clase obrera. Su única función fue desorientar a la clase trabajadora peruana en vísperas de una matanza de los prisioneros políticos en las prisiones de Lurigancho y El Frontón ordenada por el propio Gobierno aprista.
Posteriormente, se aliaron con los seguidores peruanos del padrino del centrismo latinoamericano para participar en las elecciones municipales. El programa de esta fórmula electoral centrista no consistía en la independencia política de la clase obrera, sino en la defensa de la democracia burguesa por medio de un frente popular contra el fascismo.
Siguiendo la política de zigzags erráticos propia del centrismo, los renegados peruanos terminaron liquidando su organización e ingresando en el autoproclamado Comité de Unificación Socialista dominado por el PRT pablista y llamaron a todas las tendencias centristas peruanas a unirse, se hagan llamar trotskistas o no.
Lo que caracteriza la liquidación de la Liga Comunista es su rabiosa oposición a la revolución permanente, reflejada en su intento de encontrar cualquier sustituto de la clase obrera en la conducción de la revolución democrática. Fueron desde unirse a los morenistas siguiendo las ilusiones más infantiles en las elecciones municipales hasta adaptarse al guerrillerismo campesino de Sendero Luminoso. Como Banda, aclamaron la capacidad revolucionaria del estalinismo, el maoísmo y el titoísmo.
Esto fue de la mano del nacionalismo pequeñoburgués más burdo, rechazando el papel revolucionario de la clase obrera en los países capitalistas avanzados, así como la necesidad de unir la lucha de la clase obrera en América del Norte y Latinoamérica por medio de la construcción de un partido mundial.
El contenido fundamental que comparten todas sus posiciones contradictorias es que algún u otro sector de la burguesía nacional o la pequeña burguesía radical puede llevar a cabo la revolución, eludiendo la necesidad de construir una conducción marxista consciente en la clase obrera para que lidere la revolución socialista. Esta perspectiva fundamental siempre ha sido el sello distintivo del pablismo.
Rechazando la deserción cobarde de estos renegados al bando del revisionismo, el Comité Socialista reafirma los principios fundamentales sobre los cuales se basó la Cuarta Internacional en 1938 y que el Comité Internacional defendió contra la degeneración pablista.
La lucha contra el pablismo
Las últimas tres décadas de luchas de clases en Latinoamérica han rendido testimonio repetidamente del papel contrarrevolucionario del pablismo en alejar a la clase obrera de la lucha por el poder y subordinarla al estalinismo y el nacionalismo burgués.
Este abandono de la independencia de clase del proletariado se volvió evidente en el Tercer Congreso de la Cuarta Internacional en 1951, cuando la dirección pablista exigió al partido trotskista en Bolivia, el Partido Obrero Revolucionario (POR), que se subordinara al Movimiento Nacionalista Revolucionario (MNR), un partido burgués.
Refiriéndose al MNR, el documento del Tercer Congreso, abogó a favor de una política de colaboración de clases y subordinación a la creación de un Gobierno capitalista: “nuestra sección debería apoyar el movimiento con toda su fuerza, no abstenerse. Al contrario, debería intervenir enérgicamente dentro de éste a fin de presionarlo lo más posible hasta que el MNR tome el poder con base en un programa progresista del frente único antiimperialista”.
De una u otra forma, esta ha sido la política esencial de las traiciones de clase de los pablistas en Latinoamérica a lo largo del cuarto de siglo siguiente.
Las consecuencias trágicas de esta perspectiva no tardaron en llegar. Durante la revolución boliviana de 1952, el POR encabezado por Guillermo Lora abandonó la toma del poder por parte de los mineros armados y se lo entregó al líder del MNR, Víctor Paz Estenssoro.
La misma perspectiva fue impuesta a los partidos trotskistas de toda la región. En Perú, les dijeron a los trotskistas que se subordinaran al APRA, en Venezuela a Acción Democrática, en Argentina al peronismo y en Brasil al movimiento corporativista fundado por Getúlio Vargas.
Esta perspectiva de la dirección pablista rechazaba completamente la estrategia y las tácticas avanzadas por Lenin y Trotsky en la Revolución de Octubre de 1917, la lucha por la independencia de la clase obrera y la construcción de partidos revolucionarios proletarios sobre la cual se basó la Cuarta Internacional. También representaba su rechazo en la práctica de la teoría de la revolución permanente y su postulado central de que solo la clase obrera puede llevar a cabo las tareas de la revolución democrática por medio de la dictadura del proletariado, como parte de la revolución socialista mundial.
Trotsky definió claramente estos principios fundamentales en relación con América Latina y su burguesía nacional en las tesis fundacionales de la Cuarta Internacional:
América Central y del Sur solo podrán librarse de su atraso y esclavitud uniendo todos sus Estados en una poderosa federación. Pero no será la atrasada burguesía sudamericana—una agencia completamente corrupta del imperialismo extranjero—la que deberá resolver esta tarea, sino el joven proletariado sudamericano, el líder elegido de las masas oprimidas. Consecuentemente, la consigna en la lucha contra la violencia y las intrigas del imperialismo mundial y contra el trabajo sangriento de las camarillas de la burguesía nacional compradora es la siguiente: los Estados Unidos Soviéticos de América Central y del Sur…
El proletariado de las colonias y semicoloniales solo es capaz de forjar una colaboración invencible con el proletariado de los centros metropolitanos y con la clase obrera mundial en su conjunto bajo su propia dirección revolucionaria. A su vez, solo esta colaboración puede conducir a los pueblos oprimidos a su emancipación plena y final a través del derrocamiento del imperialismo en todo el mundo…
La perspectiva de la revolución permanente no significa para nada que los países atrasados deben esperar la señal de los países avanzados ni que los pueblos oprimidos deberían aguardar pacientemente a que el proletariado de los países metropolitanos los libere. La ayuda le llega al que se ayuda por cuenta propia. Los trabajadores deben avanzar la lucha revolucionaria en todos los países, tanto coloniales como imperialistas, donde se hayan establecido las condiciones propicias y sentar el ejemplo por medio de esa lucha para los trabajadores de los otros países.
La perspectiva de la revolución permanente ha sido confirmada en un sentido negativo por todos los acontecimientos subsecuentes en Latinoamérica. En la actualidad, 50 años desde que Trotsky escribió estas líneas, las tareas de la revolución democrática en la región siguen incompletas. Esto no indica del todo que la burguesía nacional tenga un papel progresista, como lo alegan los estalinistas, los centristas y los renegados como la Liga Comunista peruana.
Por el contrario, demuestra su incapacidad orgánica para desempeñar un papel independiente respecto al imperialismo y poner fin a las relaciones de producción precapitalistas. Ni los regímenes militares-populistas como los de Perón en Argentina, Vargas en Brasil o Velasco Alvarado en Perú, ni los regímenes democráticos nacionalistas como el del MNR bajo Paz Estenssoro en Bolivia, los Gobiernos de Acción Democrática en Venezuela y el actual régimen aprista de Alan García en Perú han podido llevar a cabo estas tareas democráticas.
“La carta abierta” de 1953, escrita por el SWP de EE.UU. fundó el Comité Internacional y fue absolutamente decisiva para preservar y defender el legado revolucionario del trotskismo contra el liquidacionismo pablista. Rechazó la perspectiva pablista insistiendo en que la construcción de partidos proletarios revolucionarios capaces de combatir el imperialismo y todas sus agencias, incluyendo a los nacionalistas burgueses y las burocracias estalinistas, socialdemócratas y sindicales en el movimiento obrero.
Los elementos centristas en Latinoamérica como Nahuel Moreno nunca asimilaron las lecciones de la lucha contra el pablismo. El talón de Aquiles de estos revisionistas fue que subordinaron sus perspectivas internacionales a sus relaciones oportunistas con sus burguesías respectivas. En Argentina, esto tuvo consecuencias desastrosas para la clase obrera. Moreno llevó a cabo una política completamente sumisa ante la conducción burguesa de Perón, luego se postró ante el castrismo y empleó el electoralismo legal marxista más tosco posible en vísperas del sangriento golpe militar de 1976. El último grupo centrista que fundó, el Movimiento al Socialismo (MAS), se dedica actualmente a crear una trampa frentepopulista para la clase trabajadora, en alianza con los estalinistas y pablistas argentinos.
El otro aspecto fundamental del centrismo de Moreno en Argentina, Lora en Bolivia, Vitale en Chile y sus seguidores de la Liga Comunista en Perú es que se les ha hecho imposible diferenciar entre las demandas democráticas de la pequeña burguesía radical y la perspectiva de la revolución socialista proletaria. Esta es una de las bases del revisionismo pablista y refleja precisamente su oposición a la revolución permanente, lo que los ha llevado a someterse al servicio de los representantes nacionalistas de la burguesía como el general Perón, Paz Estenssoro, Fidel Castro, Maurice Bishop y Daniel Ortega.
La adaptación del SWP al castrismo
Tan solo diez años tras emprender su lucha contra el pablismo, el propio SWP la abandonó y llevó a cabo una reunificación carente de principios con los pablistas, cuyos resultados fueron catastróficos para las luchas de la clase obrera en todo el mundo, particularmente en Latinoamérica.
El Comité Socialista arraiga sus políticas en la lucha principista llevada a cabo por el CICI contra la adaptación oportunista del SWP a la Revolución cubana. Se opone a todas las fuerzas centristas y revisionistas que alegan que se puede alcanzar el socialismo sin una lucha por una dirección revolucionaria consciente en la clase obrera.
El SWP argumentó que una dirección no proletaria basada en la pequeña burguesía agraria había establecido un Estado obrero en Cuba por medio de la guerra de guerrillas. Esta posición, además de ser una flagrante falsificación de la realidad, rechazaba que el socialismo científico tuviera un papel decisivo, que consistía en la necesidad de construir partidos revolucionarios como instrumentos conscientes de la revolución proletaria.
En oposición a Lenin, quien insistía en que “no hay práctica revolucionaria sin teoría revolucionaria”, ni tampoco un partido revolucionario, el SWP atribuyó a estas direcciones pequeñoburguesas y espontáneas el papel de agencias históricas de la revolución proletaria.
En esta misma línea, rechazaron la necesidad histórica de resolver la crisis de dirección revolucionaria en la clase obrera por medio de la construcción de partidos de la Cuarta Internacional.
Al adaptarse a los líderes nacionalistas pequeñoburgueses del castrismo, abandonaron completamente la estrategia de la revolución mundial. Además, subordinaron su perspectiva a la visión miope y antimarxista del “socialismo en un solo país”.
Es más, su falso análisis se basaba en repudiar la perspectiva fundamental de la Revolución de Octubre, que fue la necesidad de que los trabajadores establecieran su poder destruyendo el Estado capitalista y creando sus propios órganos de poder estatal: los sóviets o consejos obreros.
La creación de los llamados Comités de Defensa Popular una década tras la victoria de la Revolución cubana no representó de ninguna manera el establecimiento de órganos de poder de la clase obrera. No solo son brazos del control burocrático del Estado, sino que realmente no tienen ningún poder en la práctica.
Nuestra defensa incondicional de la Revolución cubana contra las conspiraciones del imperialismo yanqui no depende de ninguna manera de una caracterización falsa de Cuba como un Estado obrero. En cambio, defiende el carácter antiimperialista y democrático de la Revolución cubana.
No obstante, la revolución democrática en Cuba sigue incompleta. La economía sigue dominada por el monocultivo del azúcar, que representa el 80 por ciento de las exportaciones cubanas y refleja la profunda dependencia de la isla en la división internacional del trabajo y el mercado mundial capitalista. El régimen se mantiene gracias a la asistencia de la Unión Soviética y los créditos de los bancos internacionales, lo que vuelve una planificación socialista científica imposible.
Al no poder resolver la tarea fundamental de la revolución democrática en Cuba —la independencia nacional respecto al imperialismo— y al afrontar la oposición irreconciliable del imperialismo yanqui contra las conquistas de la Revolución cubana, la cúpula castrista eligió el camino fácil de subordinarse incondicionalmente a la burocracia estalinista en el Kremlin.
El callejón sin salida del guerrillerismo
La construcción de los partidos revolucionarios, como secciones del Comité Internacional de la Cuarta Internacional en Ecuador y toda Latinoamérica exige la asimilación de las lecciones de la trágica experiencia de los movimientos guerrilleros en todo el continente inspirados por la Revolución cubana.
Después de 25 años de la implementación de esta perspectiva en Latinoamérica, es momento de hacer un balance de sus implicaciones de clase fundamentales.
Como lo señala el editorial de marzo de 1987 en la revista Fourth International en relación con la Revolución cubana:
En lo que respectaba a los pablistas, este acontecimiento legitimaba la separación formal de la lucha por el socialismo de los esfuerzos históricos del movimiento trotskista por resolver la crisis de dirección revolucionaria y construir el partido mundial de la revolución socialista.
Había iniciado una “nueva realidad mundial” en la que era posible derrocar el capitalismo sin la movilización independiente de la clase trabajadora ni la presencia de un partido marxista de masas. Los Estados obreros podían aparecer sin la existencia de órganos democráticos, auténticos y masivos de poder obrero. Por ende, ya no hacía falta luchar por una línea de clase definida para establecer la hegemonía de la clase obrera en las luchas revolucionarias contra el imperialismo y sus agentes nacionales. Castro “demostró”, según los pablistas, que las tareas históricas anteriormente reservadas al proletariado podían ser llevadas a cabo por un puñado de guerrillas tenaces.
El carácter nacionalista pequeñoburgués del régimen de Castro había quedado al descubierto cuando no estableció un partido internacional para extender la Revolución cubana al resto de Latinoamérica e internacionalmente. Los intentos de unir todas las tendencias radicales pequeñoburguesas en Latinoamérica bajo la égida de la Organización Latinoamericana de Solidaridad (OLAS) en los años sesenta no tenían futuro, como es obvio ahora.
Estos movimientos que seguían el modelo cubano se basaban en un rechazo de la estrategia marxista de la dictadura del proletariado y, simultáneamente, del papel de la clase trabajadora en la lucha por la revolución socialista.
La suerte en Bolivia de Che Guevara, el arquitecto de la teoría de la guerra de guerrillas, demostró la completa impotencia de estos métodos para avanzar la revolución socialista, substituyendo la lucha de clases del proletariado con aventuras armadas de fuerzas pequeñoburguesas.
Esta misma lección fue verificada en Venezuela, donde las Fuerzas Armadas de Liberación Nacional (FALN) se reconciliaron plenamente con el Estado capitalista después de que fracasaran sus intensas luchas armadas. Este es el mismo camino que siguen los tupamaros en Uruguay y las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia (FARC).
En Ecuador, la liquidación de Alfaro Vive a manos del aparato estatal capitalista y criminal ha demostrado que los métodos del terrorismo individual no representan un camino hacia la revolución. El movimiento acabó su vida política declarándose en apoyo al general Frank Vargas, quien estuvo a cargo de las fuerzas armadas cuando comenzó el exterminio de los líderes de Alfaro Vive.
La lucha avanzada por el CICI contra la reunificación sin principios del SWP con los pablistas en 1963 ha sido categóricamente confirmada por las experiencias de la lucha de clases en Latinoamérica del último cuarto de siglo. La liquidación de los cuadros del movimiento trotskista en movimientos centristas de la pequeña burguesía, como ocurrió con Luis Vitale y el POR chileno, el cual se disolvió en el Movimiento de Izquierda Revolucionaria (MIR), y la postración de Nahuel Moreno en Argentina ante el peronismo y el castrismo, desarmaron a la clase obrera en estos países en vísperas de acontecimientos revolucionarios. La falta de partidos trotskistas que prepararan a la clase trabajadora para una lucha independiente por el poder fue decisiva en abrir la puerta a frentes populares, golpes militares y derrotas sangrientas para la clase obrera chilena y argentina.
El Comité Socialista denuncia el intento de aquellos como la Liga Comunista peruana y Slaughter de desestimar el carácter decisivo de la lucha contra la reunificación de 1963. Esto demuestra su propia preparación para involucrarse en nuevas traiciones de la revolución proletaria en Latinoamérica.
Esto va de la mano de su impulso para rehabilitar y unirse a las mismas fuerzas criminalmente responsables de las derrotas anteriores. Han defendido al difunto Joseph Hansen, quien no solo fue el principal defensor de la estrategia del guerrillerismo para los partidos trotskistas en Latinoamérica, sino que fue desenmascarado por la campaña Seguridad y la Cuarta Internacional como el principal agente del FBI y la CIA dentro de la dirección del SWP.
Seguridad y la Cuarta Internacional
El Comité Socialista rechaza rotundamente el ataque de Slaughter, Banda y la Liga Comunista contra Seguridad y la Cuarta Internacional. Esta campaña esclareció por primera vez para el movimiento trotskista las circunstancias del asesinato de Trotsky y expuso la infiltración de agentes policiales tanto del estalinismo como del imperialismo en la Cuarta Internacional.
La investigación estableció, con base en documentos y testimonios jurados, que Joseph Hansen, el líder del SWP por un largo periodo, era incuestionablemente un agente del Gobierno estadounidense. Varios documentos de 1940 prueban que, inmediatamente después del asesinato de Trotsky, Hansen solicitó y recibió un contacto “confidencial” en el FBI para “transmitirle información con impunidad”. También se estableció que ningún miembro de la dirección del SWP estuvo al tanto de estas reuniones.
El caso Gelfand —una demanda presentada por Alan Gelfand, un miembro del SWP, contra la CIA, el FBI y sus agentes en la dirección del SWP— ofreció una confirmación devastadora de las acusaciones contra Hansen y la actual dirigencia del partido. Demostró que, como lo había alegado el CICI, Hansen y la dirección del SWP, habían mentido sobre y encubierto a agentes de la GPU como Sylvia Franklin y Mark Zborowski, quienes formaban parte de la red de agentes que llevó a cabo el asesinato de Trotsky.
Además, estableció que este encubrimiento se mantuvo precisamente porque el mismo informante del FBI que había nombrado a Franklin y otros agentes estalinistas al Gobierno estadounidense también había identificado a Hansen como parte del aparato estalinista que mató a Trotsky. Pero mientras que los cargos contra Franklin y otros se hicieron públicos, aquellos contra Hansen se mantuvieron en silencio por la simple razón de que había sido reclutado por el FBI y la CIA y estaba a cargo de una toma gubernamental de este partido revisionista.
Casi todos los sucesores que reclutó a la dirección del SWP eran exestudiantes de una pequeña universidad donde no hay registro de actividades políticas del partido, Carleton College. El primer miembro de este grupo es el actual secretario del SWP, Jack Barnes, cuya supuesta conversión al socialismo siguió a un viaje a Cuba financiado por la Fundación Ford. Al menos 11 personas más fueron conducidas directamente de Carleton a la cúpula del SWP, cubriendo todos los cargos importantes. La aparición de una conducción como esta nunca había ocurrido en un partido fundado inicialmente sobre las luchas de la clase obrera estadounidense y las perspectivas internacionales del trotskismo.
En EE.UU., esta dirigencia se ha dedicado conscientemente a desviar cualquier movimiento de la clase obrera de vuelta a los brazos del Partido Demócrata, la burocracia sindical y el movimiento de protestas de la clase media y a atacar todas las bases históricas del movimiento trotskista en EE.UU.
A nivel internacional, la política de esta camarilla de Carleton ha correspondido nítidamente con las necesidades del imperialismo estadounidense y las actividades de la CIA. Apandilló a una red de agentes internacionales infiltrados en los movimientos obreros y de liberación nacional en muchos países detrás del disfraz de “periodistas socialistas”, a fin de llevar a cabo actividades de espionaje y perturbación.
Entre los más infames fue Fausto Amador, un agente de la dictadura de Somoza en Nicaragua condenado a muerte por el Frente Sandinista por sus actividades contrarrevolucionarias. El SWP lo presentó como un “trotskista centroamericano” y luego lo utilizó para denunciar a los sandinistas en los últimos meses de la revolución que derrocaría a Somoza. Después de la victoria del FSLN, el SWP cambió su posición sobre los sandinistas 180 grados, aclamándolos como los nuevos sustitutos de la revolución proletaria. Luego envió a docenas de sus agentes a Managua disfrazados de “periodistas socialistas” para asistir en la preparación de provocaciones imperialistas contra Nicaragua.
Durante la guerra civil de Angola, el SWP se distinguió por defender los ejércitos contrarrevolucionarios organizados por la CIA, presentándolos como “tendencias nacionalistas legítimas” y oponiéndose a la victoria del movimiento genuino de liberación nacional, el Movimiento Popular de Liberación de Angola (MPLA).
En los últimos meses, el SWP apoyó el juicio escenificado por un tribunal organizado por la CIA que sentenció a los exlíderes del Movimiento New Jewel en Granada a morir en la horca. Además, avanzó una campaña que insistía que el régimen que saliera de una revolución en Sudáfrica debía ser capitalista y atacó cualquier lucha por el socialismo.
No es posible atribuir tales posiciones meramente a los desvíos ideológicos propios del revisionismo. No representan nada más ni menos que los intereses directos del imperialismo estadounidense de la boca de sus agentes.
No es una coincidencia que los que iniciaron el rechazo de la campaña Seguridad y la Cuarta Internacional fueran Banda y Good, quienes ahora declaran su acuerdo con los asesinos estalinistas de Trotsky.
Para Slaughter y la Liga Comunista, oponerse a Seguridad y la Cuarta Internacional les ha servido de pasaporte para entrar en alianzas políticas con los grupos revisionistas que han defendido y dado una cubierta a los agentes que controlan el SWP en EE.UU.
El ataque a Seguridad y la Cuarta Internacional de estos renegados del trotskismo no tiene nada que ver con los hechos del caso, sino con su propia degeneración política y posición de clase pequeñoburguesa. Para aquellos como Slaughter que cambiaron su postura sobre esta campaña de un día a otro, no se debe a la veracidad de la evidencia, sino que su política ya no le conviene la exposición del papel contrarrevolucionario del imperialismo y el estalinismo. Se unieron a esos elementos centristas de la clase media cuya función es apuntalar precisamente a estas fuerzas en oposición a la lucha independiente del proletariado.
Esta lucha por desenmascarar y expulsar del movimiento obrero a todos los agentes del estalinismo y el imperialismo es un componente integral de la lucha por la independencia de la clase obrera y, consecuentemente, una tarea fundamental en la lucha por la construcción del partido revolucionario.
El estalinismo
El estéril debate sobre las dos supuestas vías hacia la revolución en América Latina —la guerra de guerrillas castristas o la vía pacífica y parlamentaria ejemplificada por Allende— siempre se estuvo basado en la concepción estalinista de la “revolución de dos etapas”, que dotaba a la burguesía nacional de un papel progresista y rechazaba directamente la lucha de la clase obrera por el poder, la destrucción del Estado capitalista y el establecimiento de la dictadura del proletariado. A diferencia de lo planteado por Lenin, la tarea no era aplastar el Estado capitalista, sino su apropiación en manos de la pequeña burguesía “socialista”.
Este debate nunca ha sido más que una distracción de la principal tarea que enfrenta la clase obrera en la región: la construcción de una dirección revolucionaria marxista a través de una lucha despiadada contra los Partidos Comunistas estalinistas que han conformado el principal obstáculo de la revolución socialista y la principal agencia contrarrevolucionaria del imperialismo y la burguesía nacional dentro de la clase obrera.
La sangrienta derrota de la clase obrera chilena en septiembre de 1973 fue preparada directamente por el estalinismo a través de la política traicionera del frentepopulismo, que sirvió para atar a la clase obrera a la burguesía. Esta política elaborada por Moscú y el Partido Comunista de Chile impuso a la clase obrera la perspectiva de que la propiedad privada era inviolable y que debía doblegarse ante las fuerzas armadas del Estado capitalista.
La traición estalinista en Chile contó con el apoyo directo de Fidel Castro, quien saltó sin dar explicación de la teoría de la guerra de guerrillas a aplaudir la vía pacífica al socialismo y sermonear a los trabajadores chilenos que no debían avanzar ninguna lucha independiente contra la burguesía chilena.
En Ecuador, las traiciones de los estalinistas contra la clase obrera no han sido menos criminales. En la revolución de 1944, les exigieron a los trabajadores que se subordinaran al frente popular con el Partido Liberal burgués y apoyaron la formación del Gobierno de Velasco Ibarra y desarmaron a los trabajadores, campesinos y estudiantes que llevaron a cabo la insurrección del 28 de mayo.
En 1963, aplaudieron la instalación de una junta militar por parte de la CIA. Si bien se vieron golpeados por la represión del régimen, pronto alcanzaron un acuerdo para la liberación del líder estalinista Pedro Saad a cambio de su llamado a la clase obrera a abandonar la resistencia a la dictadura.
En la década de los años setenta, apoyaron el establecimiento de otra dictadura patrocinada por la CIA y encabezada por el general Guillermo Rodríguez Lara, atribuyéndole la capacidad de completar la revolución democrática burguesa. Cuando su régimen colapsó ante un levantamiento de la clase trabajadora encarnado en la huelga general de 1975, los estalinistas se opusieron a un retorno a un régimen civil, clasificándolo como “la democracia burguesa sucia”.
Su motivo no era rechazar el parlamentarismo burgués, sino defender los privilegios que obtuvieron sirviendo al ejército, incluyendo una oficina en el palacio presidencial. Un año más tarde, después de que un triunvirato militar sucediera a Rodríguez Lara, la dictadura asesinó a 124 trabajadores del ingenio azucarero Aztra.
Posteriormente, el Partido Comunista de Ecuador (PCE) se puso a disposición del restablecimiento de la democracia burguesa bajo el presidente Jaime Roldos. Durante este periodo, el PCE se caracterizó por dar el apoyo más ferviente a la reaccionaria guerra “Paquisha” con Perú en 1981, subordinando a la clase obrera a la burguesía nacional y abriendo la puerta menos de un mes después al primer paquete de austeridad inspirado por el FMI y dirigido contra los trabajadores.
Después del asesinato de Roldos a manos de la CIA, el PCE se postró ante el Gobierno de Osvaldo Hurtado, un confidente íntimo de Robert McNamara, el arquitecto de la guerra de Vietnam y se dedicó a contener los levantamientos de la clase obrera que protestaban las políticas recesivas del FMI. Repetidamente, se opusieron a las huelgas generales y llamaron a los trabajadores a negociar un acuerdo con Hurtado.
En marzo de 1983, una huelga general declarada por la federación sindical Frente Unitario de los Trabajadores (FUT) efectivamente derribó el Gobierno de Hurtado. El secretario general del PCE, René Maugé negoció el levantamiento de la huelga, actuando como puente entre la burocracia sindical y Hurtado.
Ante la llegada al poder de León Febres-Cordero, el PCE fue el arquitecto del nuevo frente popular, llamado el Bloque Parlamentario Progresista e integrado por una alianza con Izquierda Democrática (que representaba la izquierda de la burguesía) y Democracia Popular, el partido demócrata cristiano de Hurtado. Los estalinistas han intentado utilizar este instrumento para subordinar las luchas de la clase obrera al parlamentarismo burgués, oponiéndose a cualquier lucha independiente de los trabajadores contra este títere de Reagan.
Hoy, estos traidores estalinistas intentan resucitar esta misma política desacreditada con su adaptación oportunista al general Frank Vargas Pazzos.
Mientras que muchos trabajadores latinoamericanos todavía identifican a los Partidos Comunistas con la Revolución de Octubre de 1917, en realidad no son más que las agencias del sepulturero del bolchevismo: la burocracia estalinista contrarrevolucionaria. La política de estos partidos, que se basa en la colaboración de clases, la subordinación del proletariado a la burguesía nacional y la teoría de la revolución en “dos etapas”, está determinada por los intentos de la burocracia de establecer una “coexistencia pacífica” con el imperialismo estadounidense.
Las actuales “reformas” de Gorbachov ponen de manifiesto la profunda crisis en el seno de la burocracia estalinista soviética, cuyo origen fundamental es la política del estalinismo del “socialismo en un solo país”, su rechazo a la revolución mundial y, en consecuencia, el aislamiento nacionalista de su economía planificada y su creciente dependencia del mercado capitalista mundial.
Mientras que una parte de la burocracia, dirigida por Gorbachov, tiene pánico ante la posibilidad de una revolución política de la clase obrera y se ha convencido de que la burocracia no puede seguir gobernando con los viejos métodos de corrupción masiva combinados con la represión policial, es orgánicamente incapaz de romper con la política fundamental del estalinismo: el socialismo en un solo país y la coexistencia pacífica con el imperialismo.
Esta crisis de la burocracia soviética solo puede intensificar la crisis de los Partidos Comunistas estalinistas en América Latina y profundizar su orientación derechista y su política de colaboración de clase con su propia burguesía.
La posición del Comité Socialista en relación con la Unión Soviética se basa en la perspectiva de Trotsky de preservar y ampliar las conquistas de la Revolución de Octubre de 1917. Esto significa, en primer lugar, la defensa incondicional de la Unión Soviética contra los ataques imperialistas y la lucha por la revolución política contra la burocracia estalinista, reestableciendo el poder soviético en manos de la clase obrera, como parte fundamental de la estrategia de la revolución socialista mundial.
La construcción de una dirección revolucionaria en Ecuador y en toda América Latina exige una lucha implacable por la destrucción política del estalinismo. Solo la Cuarta Internacional, basándose en la lucha de Trotsky contra la degeneración estalinista del Estado soviético y la Internacional Comunista, puede abrir el camino a la construcción de partidos revolucionarios capaces de dirigir las luchas de la clase obrera por el poder.
El sandinismo y la revolución centroamericana
El Comité Socialista defiende incondicionalmente la Revolución sandinista en Nicaragua contra las conspiraciones del imperialismo yanqui y lucha por movilizar a la clase obrera latinoamericana en defensa de Nicaragua desde su propia perspectiva de clase. Esta defensa de la Revolución sandinista se basa en el principio leninista del derecho de las naciones a la autodeterminación y la distinción entre naciones oprimidas y opresoras.
Sin embargo, insistimos en el principio fundamental de la independencia de la clase obrera y en la necesidad de que ésta base su lucha contra el imperialismo en sus propios métodos, es decir, la revolución socialista. La caracterización que hacen los revisionistas del Gobierno nicaragüense como un “Estado obrero” o un “Gobierno obrero y campesino” es falsa de principio a fin y representa un obstáculo para que la clase obrera nicaragüense lleve adelante la revolución socialista.
El surgimiento del Frente Sandinista de Liberación Nacional, una formación nacionalista pequeñoburguesa, a la cabeza de las masas oprimidas de Nicaragua fue una consecuencia directa de la crisis de dirección revolucionaria de la clase obrera, definida sobre todo por la completa postración de los estalinistas nicaragüenses ante el régimen títere de los Somoza.
La incapacidad de esta dirección para completar la revolución democrática en Nicaragua se evidencia más claramente—casi ocho años después de su llegada al poder— en el mantenimiento de la propiedad privada capitalista en más del 60 por ciento de la economía nacional, proporcionando una base social firme a los contrarrevolucionarios apoyados por EE.UU.
Aunque el régimen sandinista se ve obligado a prepararse para una guerra defensiva contra el imperialismo estadounidense, su posición objetiva, como la de todos los regímenes burgueses de los países semicoloniales, consiste en mantener el equilibrio entre el imperialismo, por un lado, y las masas oprimidas, por el otro. Esto lo demuestra directamente su intento de alcanzar un “acuerdo de paz” con el imperialismo y sus títeres centroamericanos.
Los revisionistas pablistas han aprovechado la Revolución sandinista como un pretexto más para negar la necesidad de construir partidos revolucionarios independientes de la clase obrera y para defender su adaptación a las direcciones nacionalistas pequeñoburguesas, no solo en Nicaragua y Centroamérica, sino en todo el continente.
En Granada, esta forma de adaptación revisionista al nacionalismo pequeñoburgués del Movimiento New Jewel de Maurice Bishop allanó el camino a una catástrofe. Al proclamar al MNJ como una dirección “marxista” y “proletaria”, estos revisionistas encubrieron la crisis y la desintegración de este movimiento pequeñoburgués que, al final, desarmó a la clase obrera granadina y abrió las puertas a una invasión directa del imperialismo yanqui.
En El Salvador, el Comité Socialista defiende incondicionalmente al Frente Farabundo Martí de Liberación Nacional en su guerra civil contra el régimen títere del imperialismo norteamericano bajo el presidente José Napoleón Duarte. Sin embargo, insiste en la independencia política de la clase obrera salvadoreña en la lucha por su propio programa socialista y advierte contra la traición de los elementos nacionalistas burgueses y estalinistas de la dirección del Frente Democrático Revolucionario (FDR).
La perspectiva de esta dirección es transformar la lucha revolucionaria de los obreros y campesinos salvadoreños en un instrumento para la transferencia, o incluso el reparto, del poder, entre la burguesía fascista y los demócratas burgueses. En última instancia, los frentes populares armados conducen a la subordinación de la clase obrera a los intereses de la burguesía con la misma seguridad que los frentes populares por vía parlamentaria.
Toda la experiencia de la última década de sangrientas luchas de clases en Centroamérica ha demostrado ante todo la necesidad de construir partidos revolucionarios de la clase obrera basados en el socialismo científico. Esta es la tarea más urgente para abrir el camino a la victoria revolucionaria contra el imperialismo y la burguesía nacional. Estos partidos deben construirse como secciones del Comité Internacional de la Cuarta Internacional.
La revolución permanente y el campesinado
El Comité Socialista defiende la concepción de la revolución permanente desarrollada por León Trotsky, involucrando la alianza entre la clase obrera y el campesinado en la lucha revolucionaria.
El campesinado en Latinoamérica, al igual que en la Rusia de Trotsky, no puede desempeñar ningún papel independiente en la revolución. El papel objetivo de las relaciones de producción solo le permite seguir a la burguesía o al proletariado.
Los intentos del Che Guevara en Bolivia, de Luis de la Puente en Perú, de las FALN en Venezuela y todas las ilusiones maoístas en revoluciones que se desarrollan del “campo a la ciudad” han terminado en tragedias sangrientas o en la más abierta capitulación ante el Estado capitalista, como la que ahora llevan a cabo las FARC en Colombia.
La liberación del campesinado en Latinoamérica solo es posible a través de la toma insurreccional de poder de la clase obrera apoyada por las masas oprimidas del campo. Solo la dictadura del proletariado puede expropiar efectivamente toda la tierra y entregársela al campesinado para su uso productivo, introduciendo al mismo tiempo un proceso agroindustrial audaz objetivamente arraigado en la planificación socialista del campo.
La experiencia de los campesinos en Cuba y Nicaragua bajo los regímenes nacionalistas burgueses ha demostrado que ni el castrismo ni el sandinismo son capaces de una revolución agraria auténtica. Sus reformas agrarias coexisten precariamente con la propiedad privada de la tierra y su continua expansión, lo que amenaza permanentemente sus conquistas iniciales.
¡Qué avance la revolución en Ecuador!
La tarea fundamental del Comité Socialista es la resolución de la crisis de dirección revolucionaria en la clase obrera. Esta es la condición esencial para la victoria de la revolución socialista, que a su vez representa la única vía para garantizar la liberación nacional frente al imperialismo, la abolición de los remanentes feudales y la habilitación del desarrollo de las fuerzas productivas a través de la expropiación de la burguesía por parte del proletariado.
Definitivamente esta no es una tarea meramente nacional. Está vinculada de lleno a la lucha por la revolución proletaria latinoamericana y el establecimiento de los Estados Unidos Socialistas de América Central y del Sur y forma una parte esencial de la revolución socialista mundial.
A diferencia de todas las políticas falsas del estalinismo, el revisionismo pablista y el centrismo que subordinaron al proletariado revolucionario a la burguesía nacional, el Comité Socialista se basa en la concepción marxista de la dictadura del proletariado, que no puede establecerse de manera espontánea y necesita la construcción de una dirección consciente en la clase trabajadora y basada en el socialismo científico.
Esto presenta como tarea más urgente la construcción del Comité Socialista como sección ecuatoriana del Comité Internacional de la Cuarta Internacional, el partido mundial de la revolución socialista, y la construcción del CICI en toda América Latina. El CICI representa el legado teórico del marxismo, el leninismo y el trotskismo, la experiencia y la perspectiva histórica de la lucha del proletariado mundial por la revolución socialista.
En la escalada de la lucha de clases en los últimos seis años, la clase obrera ecuatoriana ha demostrado de forma decisiva que representa la principal fuerza revolucionaria. A la vanguardia de todas las masas oprimidas, ha sido la única clase que ha hecho frente a las brutales políticas del FMI.
La burguesía nacional, que los estalinistas y pablistas atribuyen el papel líder en la revolución democrática, ha sido incapaz de actuar como algo más que un agente del imperialismo yanqui y el capital financiero internacional.
La política del Comité Socialista se basa en la estrategia de la revolución permanente, que ha establecido categóricamente que la revolución democrática en los países semicoloniales solo puede ser establecida bajo la dictadura del proletariado.
La revolución burguesa de inicios del siglo fue completamente incapaz de garantizar su independencia respecto al imperialismo ni liquidar las formas precapitalistas de producción. El asesinato de Eloy Alfaro y sus siete generales, luego el asesinato del general Julio Andrade y la destrucción de los últimos vestigios de la revolución liberal durante la guerra civil de 1912-1916 sellaron la alianza definitiva entre los latifundistas y la burguesía como clase gobernante y agente del imperialismo yanqui.
Las tareas de la revolución democrática, que la burguesía no ha completado, dependen enteramente del rumbo revolucionario del proletariado. Estas tareas incluyen: la liquidación de las formas precapitalistas de producción en el campo, a la que está indisolublemente unida la eliminación de todo vestigio de opresión de la población indígena; la liberación nacional de la opresión imperialista, que se refleja en la dependencia en el capital financiero internacional, la acumulación de la gigantesca deuda externa de 9,5 millones de dólares y el yugo de la monoproducción impuesto por el mercado capitalista mundial.
La toma obrera del poder con el apoyo de los millones de campesinos e indios oprimidos bajo el programa de la revolución permanente, la realización de la revolución democrática y el establecimiento de una economía planificada socialista están indisolublemente ligados a la necesidad histórica de unir a las masas oprimidas de América Latina bajo la dirección de la clase obrera en la lucha definitiva por la derrota del imperialismo yanqui y por la victoria de la revolución socialista mundial. Este es el contenido esencial del internacionalismo proletario del Comité Socialista y de su lucha principista por la resolución de la crisis de dirección revolucionaria en la clase obrera latinoamericana a través de la construcción de partidos de tipo bolchevique, en calidad de secciones del CICI.
La lucha por una perspectiva internacionalista genuina implica librar una batalla implacable contra todas las formas de nacionalismo pequeñoburgués, así como contra las políticas traicioneras del estalinismo, el revisionismo pablista y el centrismo.
La independencia política de la clase obrera frente a todos los organismos de la burguesía solo puede conquistarse con los métodos de la revolución permanente. La repugnante subordinación del Partido Comunista-FADI, el Partido Comunista Marxista Leninista-MPD y el Partido Socialista y sus aliados del Movimiento Revolucionario de los Trabajadores (MRT) pablista al Bloque Parlamentario Progresista expresa su impotencia para llevar adelante la lucha contra el Gobierno reaccionario de Febres-Cordero desde una perspectiva de clase proletaria y su postración oportunista y sin principios ante el ala izquierda de la burguesía. Esta política solo ha servido para desmoralizar e inmovilizar al proletariado frente a la brutal guerra de clases desatada por el débil Gobierno de Febres-Cordero, que ha podido seguir gobernando únicamente por la ausencia de una dirección revolucionaria en la clase obrera.
El carácter contrarrevolucionario de esta política, derivada de la teoría estalinista de la “revolución por etapas” y del “frente popular”, ha quedado crudamente al descubierto por su apoyo oportunista al general Frank Vargas y sus elogios ilimitados a las fuerzas armadas. Han defendido la ley de seguridad nacional impuesta por la CIA y el Pentágono al final de la última dictadura militar y que solo sirve al militarismo en el país.
Los levantamientos del general Vargas reflejan la profunda crisis y desintegración de la clase dominante y del Estado capitalista atrapado en las llamas de la crisis económica y la corrupción. No representan absolutamente ninguna alternativa a Febres-Cordero y su política como títere del FMI y del imperialismo yanqui, aunque los estalinistas y centristas aleguen descaradamente lo contrario.
Esta política está siendo avanzada por medio de la organización de un nuevo frente popular para las elecciones de 1988, bajo la iniciativa del MPD de una “Unidad de la Izquierda” con un programa basado en la sacrosanta inviolabilidad de la propiedad privada, en la defensa de las cadenas de la democracia burguesa y en la defensa del papel de las fuerzas armadas como Estado sobre el Estado. Esta agenda no solo es absolutamente incapaz de completar todas las imperiosas tareas de la revolución democrática, sino que está dirigida a inmovilizar al proletariado y a subordinarlo a una alianza con la burguesía.
La posición del Comité Socialista frente a este nuevo frente popular, “Unidad de la Izquierda”, se deriva de la lucha llevada a cabo por León Trotsky contra el papel contrarrevolucionario desempeñado por los frentes populares organizados por los estalinistas para frenar la revolución en la década de 1930, cuya única función fue preparar las condiciones necesarias para la victoria del fascismo. Someter a los obreros y campesinos a la dirigencia de la burguesía solo puede garantizar nuevas derrotas.
La experiencia del frente popular de Allende en Chile, aplastado sangrientamente bajo la bota del “ejército más democrático de América Latina”, como lo describió el Partido Comunista de Chile —palabras que ahora encuentran su eco en los elogios al general Vargas— subraya la importancia decisiva de la independencia política de la clase obrera.
El Comité Socialista declara que hoy en día la independencia política de la clase obrera solo puede asegurarse en una lucha implacable contra el Gobierno de Febres Cordero, el Bloque Progresista y el militarismo “populista” del general Vargas. Esto exige desenmascarar a las antiguas direcciones políticas y sindicales de la clase obrera que se han entregado a los distintos brazos del enemigo de clase. Además, suscita la tarea de construir la sección ecuatoriana del Comité Internacional de la Cuarta Internacional como nueva dirección revolucionaria del proletariado.
El programa de la victoria del proletariado es el programa de la dictadura del proletariado. Esto significa la lucha por aplastar el Estado capitalista a través de la formación de órganos de tipo sóviet, capaces de unir a los trabajadores, campesinos y soldados y establecer un Gobierno obrero y campesino que lleve a cabo la liberación nacional y la revolución democrática y que establezca una economía socialista planificada como parte de la revolución socialista mundial.
¡Qué viva el CICI!
¡Construyan el Comité Socialista como sección ecuatoriana del CICI!
¡Construyan el CICI en Latinoamérica!
¡Por la victoria de la revolución mundial socialista!