El presidente estadounidense Joe Biden pronunció un discurso la noche del jueves sin precedente en la historia del país. Si le restamos sus evasiones y rodeos, esencialmente reconoció que EE.UU.—supuestamente el pilar global de la democracia—alberga un movimiento fascista de masas que está a punto de tumbar la Constitución y tomar el poder.
“No cabe duda de que el Partido Republicano en la actualidad está dominado e intimidado por republicanos MAGA [seguidores de Trump] y eso representa una amenaza para este país”, dijo Biden. “Trump y los republicanos MAGA”, añadió, promueven “un extremismo que amenaza los propios cimientos de nuestra República”. “No respectan la Constitución, no reconocen la voluntad del pueblo ni aceptan los resultados de una elección libre”. Están “actualmente dedicados… a entregarle el poder a sus partisanos y compinches para que decidan las elecciones estadounidenses, empoderando a los negacionistas en materia electoral para socavar la democracia misma”. Consideran el golpe de Estado fallido del 6 de enero “como un preparativo para las elecciones de 2022 y 2024”.
Consideren por un momento el significado de esto. Donald Trump no es un individuo descabellado que anda por su propia cuenta. Estados Unidos es gobernado por un sistema bipartidista controlado por los capitalistas. Trump está en la cúspide de uno de los dos partidos aprobados por el Estado, el Partido Republicano, el cual ya ejerce un enorme poder institucional.
Los gobernadores de 28 de los 50 estados son republicanos y controlan las asambleas legislativas estatales en 30 de ellos. Controlan 50 de los 100 escaños del Senado y 211 de los 435 en la Cámara de Representantes.
Tanto al nivel estatal como federal, los republicanos controlan una gran cantidad de cargos judiciales, incluyendo una mayoría en las Cortes de Apelaciones federales. Y, famosamente, controlan la Corte Suprema.
Más allá de su inmensa presencia en las ramas judiciales y legislativas, los republicanos se encuentran profundamente enquistados en el ejército, que está plagado de generales y oficiales de menor rango de tendencia fascista. Todas las agencias de seguridad y policiales—el Departamento de Seguridad Nacional (DHS, siglas en inglés), la Oficina Federal de Investigaciones (FBI), el Servicio de Control de Inmigración y Aduanas (ICE), entre otras—están repletas con cientos de miles de republicanos que apoyan fervientemente a Trump. Casi todos los recintos policiales locales del país presentan tales infestaciones fascistizantes.
El Partido Republicano también controla secciones importantes de la prensa corporativa, que constituye una institución auxiliar del Estado y sus partidos políticos.
El hecho de que uno de los pilares gemelos de la política capitalista en EE.UU. sea liderado por un fascista, respaldara su rechazo a los resultados de las elecciones presidenciales de 2020 y apoyara tanto clandestina como abiertamente la intentona golpista violenta del 6 de enero de 2021 significa que un sector importante de la burguesía apoya el derrocamiento de la Constitución y un giro veloz y violento hacia una dictadura.
Tras echarle flores por 19 meses a sus “amigos” republicanos, celebrar las virtudes del “bipartidismo” e incluso proclamar su apoyo a un Partido Republicano “fuerte”, el hecho de que Biden aparezca en televisión nacional para hacer una advertencia pública sin precedentes demuestra el alcance del peligro fascistizante. Pero el presidente no intentó explicar cómo es que EE.UU. llegó a este punto. Su discurso no se refirió ni a la historia, ni a la economía, ni siquiera a la política.
En cambio, Biden no ofreció nada más que un llamado moralista que culpa implícitamente a los votantes de Trump por el peligro de una dictadura. Los acusó de verse atizados por el “miedo”, la “división” y la “oscuridad” y de haber rechazado “la luz de la verdad” a favor de “la sombra de las mentiras”. De algún modo “Trump y los republicanos MAGA” brotaron de esta “sombra” y se replegarán ante la oratoria semiinfantil de Biden y, por supuesto, si se vota por los demócratas en las próximas elecciones.
Biden no pudo dar ninguna explicación de por qué 74 millones de personas, incluyendo un gran porcentaje de la clase trabajadora, votaron por Trump en 2020. Al hacer caso omiso a los intereses económicos y divisiones de clases, ni hablar del dominio empresarial y financiero del sistema bipartidista, Biden ni siquiera intentó poner en evidencia la clara contradicción entre la burda demagogia derechista de Trump “contra el establishment ” y su defensa inflexible de los intereses de la burguesía.
En el arraigado sistema bipartidista de EE.UU., algunas secciones de trabajadores y la clase media respaldan el Partido Republicano por defecto, no por convicción. Cualquier base de apoyo que tenga Trump se debe a que los demócratas no ofrecen nada y los republicanos son expertos en manipular las penurias reales y el descontento.
La negativa de Biden a desenmascarar los verdaderos orígenes económicos de las políticas de Trump no se debe a que sea olvidadizo. En cambio, independientemente del conflicto partidista, ambos partidos representan, en el análisis final, a la clase gobernante capitalista y los intereses corporativos y financieros globales.
Los republicanos solo han podido conseguir un apoyo más amplio porque el Partido Demócrata rechazaron todas las medidas ligadas de alguna manera a mejorar las condiciones de la clase trabajadora. Es un partido de Wall Street y de los militares, que moviliza tras de sí a sectores de la clase media-alta basándose en políticas raciales y de género. Desde que llegó al poder, Biden ha seguido, en todo lo esencial, la misma política que los republicanos, incluso en lo referente a la pandemia.
Biden y el Partido Demócrata están nerviosos por las implicaciones políticas y sociales de lo que hacen los republicanos. Se dan cuenta de que una vez que se toman acciones tan extremas como anular la Constitución, no se pueden deshacer, que todo el sistema de gobierno de clase se está desestabilizando.
Los demócratas, sin embargo, temen mucho más el crecimiento de un movimiento social desde abajo que una dictadura. Además, la preocupación central de los demócratas en su conflicto con Trump siempre se ha centrado en la política exterior. En las declaraciones de Biden del jueves estuvo notablemente ausente cualquier referencia a la guerra que se expande entre Estados Unidos y la OTAN contra Rusia. Esto se debe a dos razones. En primer lugar, son conscientes de que la guerra es profundamente impopular. En segundo lugar, los demócratas se apoyan en el Partido Republicano, “dominado” por “extremistas”, para facilitar la ejecución de esta guerra.
Los demócratas han preparado el terreno para esta dinámica reaccionaria llamando a los trabajadores “deplorables”, denunciando a los trabajadores como racistas y socavando la conciencia democrática al denigrar la Revolución estadounidense y la guerra civil.
En consonancia con sus denuncias moralistas de quienes lideraron grandes luchas por la igualdad social, los demócratas han pasado los últimos 50 años deshaciéndose de los programas sociales y recortando los impuestos a los ricos.
El peligro de una dictadura fascista continúa. Un proceso prolongado está llegando a un punto de inflexión. La amenaza dictatorial tiene sus raíces, fundamentalmente, en 1) la crisis objetiva del capitalismo estadounidense y el declive de su supremacía mundial; 2) la intensificación de la explotación económica y, como consecuencia, el crecimiento extremo de la desigualdad social; 3) la supresión sistemática de las luchas sociales de la clase trabajadora; y 4) los 30 años de guerras ininterrumpidas, que, desde que Biden llegó al poder, se han convertido en una confrontación directa con Rusia y China. Los billones de dólares en gastos militares para preparar la Tercera Guerra Mundial no dejan nada para los programas sociales esenciales. La escalada hacia una guerra total requiere una escalada hacia la dictadura.
La respuesta al peligro de la dictadura pasa por el desarrollo de la lucha de clases. Solo en la medida en que la clase obrera rompa con las ataduras que se le han impuesto, podrán salir a la luz las verdaderas alineaciones de clase. Esto debe ir unido a un programa económico y político socialista que pueda atraer al grueso de la clase obrera. Solo de esta manera se expondrán las fuerzas que están detrás del movimiento de Trump. En la medida en que Trump cuenta con una base de masas, dos tercios de ella, si no tres cuartas partes, lo apoyan por su demagogia vacía. El desarrollo de la lucha de clases reventará ese globo.
La solución al crecimiento del fascismo no son las piedades moralistas de Biden y los demócratas, sino el desarrollo de un movimiento que una a la clase obrera estadounidense en la lucha, sobre la base de un programa socialista internacional, contra todas las formas de explotación capitalista y la guerra imperialista.
(Artículo publicado originalmente en inglés el 2 de septiembre de 2022.)