El Vigésimo Congreso del Partido Comunista Chino (PCCh) concluyó la semana pasada con la instalación de Xi Jinping para un tercer término como secretario general del partido; un Comité Permanente del Politburó, el máximo cuerpo del partido con siete miembros, compuesto por simpatizantes de Xi; y la incorporación de “El pensamiento de Xi Jinping sobre el socialismo con características chinas para una nueva era” en la Constitución del partido.
Todo este evento ritualista y coreografiado para aclamar a Xi como el “núcleo” del partido, con el enorme aparato burocrático unido detrás suyo, deja ver la enorme crisis que enfrenta el régimen del PCCh en todos los frentes. La incesante promoción de Xi como un gran líder no es una señal de fuerza, sino de debilidad.
Xi ha asumido el carácter de un líder bonapartista que se tambalea intentando balancear las facciones subyacentes dentro del partido, en medio de una economía china que se ralentiza, profundas tensiones sociales y una campaña acelerada de Washington hacia una guerra con Beijing.
Xi inició el Congreso con un prolongado reporte de dos horas que se refirió a muchos de los problemas profundos que enfrenta su régimen y para los cuales no tiene solución. Comenzó con la declaración de que “el tema de este Congreso es levantar alto la bandera del socialismo con características chinas, implementando plenamente el pensamiento sobre el socialismo con características chinas”.
Repitiendo su mantra del “socialismo con características chinas”, Xi presentó su concepción de un desarrollo nacional, realmente del capitalismo chino, escindido de la economía, de la cual es completamente dependiente.
El nacionalismo de Xi está arraigado en la teoría estalinista del “socialismo en un solo país”. León Trotsky, quien defendió la perspectiva de la revolución socialista mundial sobre la cual se basó la Revolución rusa de 1917, advirtió repetidamente que “el socialismo en solo país” era una utopía nacionalista.
En 1925, analizando el futuro que le deparaba a la Unión Soviética, escribió en su panfleto ¿Hacia el socialismo o el capitalismo?: “Académicamente, se entiende que es posible construir dentro de los límites de la URSS una economía socialista cerrada e internamente equilibrada; pero el largo camino histórico de este ideal ‘nacional’ conduciría a gigantes giros económicos, convulsiones sociales y crisis…”.
“La imposibilidad de construir una economía socialista autosuficiente en un solo país revive las contradicciones básicas de la construcción socialista en cada nueva etapa, de forma cada vez más extensa y a mayor profundidad. En este sentido, la dictadura del proletariado en la URSS inevitablemente sería destruida si el régimen capitalista en el resto del mundo demuestra ser capaz de sobrevivir por otra larga época histórica”.
El perspicaz pronóstico de Trotsky fue confirmado. La burocracia estalinista soviética disolvió la Unión Soviética en 1991 y la puso a disposición del saqueo capitalista. El Estado deformado que apareció en China después de la Revolución de 1949 demostró ser incluso más débil y vulnerable, abriendo la puerta a las fuerzas del mercado capitalista y a inversiones de las empresas globales a partir de 1978.
En su discurso, Xi apuntó a los importantes avances en China, incluyendo el impactante crecimiento de la economía china en las últimas tres décadas. No obstante, lejos de ser un desarrollo económico puramente nacional, ha sido el producto de los enormes avances de la Revolución china de 1949, que a su vez fue el resultado de los procesos internacionales que condujeron a la Revolución rusa y a los movimientos revolucionarios obreros posteriores a la Segunda Guerra Mundial.
El hecho de que Xi se vea obligado a cubrir sus políticas capitalistas con la manta del socialismo pone de manifiesto la alta estima que amplias capas de la clase obrera en China tienen hacia la Revolución china. No obstante, la naturaleza capitalista de China se reduce en la actualidad a un anexo, ¡una pequeña mancha en un socialismo de lo contrario saludable!
En su discurso, Xi pudo señalar a los considerables logros del Gobierno en la supresión de varias olas de la pandemia de COVID-19, salvando millones de vidas. Su política de cero-COVID, que es en sí una respuesta a las expectativas de la clase trabajadora de que se protegerá su bienestar, demuestra que el virus puede ser eliminado, pero solo si se organiza el esfuerzo internacionalmente.
Sin embargo, el auge económico chino tan solo ha acumulado los problemas para los cuales el régimen no halla solución dentro de los límites nacionales. El crecimiento económico ha conducido a una enorme intensificación de las tensiones sociales, alimentadas por la creciente brecha social entre ricos y pobres y la implacable explotación de la clase trabajadora.
Lo que escribió Trotsky sobre la Unión Soviética de que requiere acceso a los recursos y la tecnología del mundo también es cierto para China. Su extraordinario crecimiento económico ha estado completamente vinculado a su transformación en una plataforma de mano de obra barata para las corporaciones globales. Siempre ha sido y sigue siendo dependiente del acceso al mercado mundial para vender sus bienes y requiere al mismo tiempo acceso al capital internacional y a las tecnologías avanzadas.
No obstante, las fuentes internacionales de sustento para la economía china están bajo amenaza. Su crecimiento en sí ha generado enormes tensiones con el imperialismo estadounidense, que la considera como la amenaza principal para su hegemonía global. Como señaló Xi, sin referirse nunca directamente a EE.UU., “hay cambios drásticos en el terreno internacional, especialmente los intentos externos de chantajear, contener, imponer un bloqueo y ejercer una presión máxima sobre China”.
El capitalismo con características chinas ahora se enfrenta al imperialismo con características estadounidenses. EE.UU. está movilizando aliados y recursos económicos y militares para socavar y subyugar China. El Gobierno de Biden ha mantenido los masivos aranceles impuestos conta China por Trump y ha incluido en las prohibiciones de intercambio tecnológico todos los semiconductores avanzados y los equipos para producirlos. EE.UU. y sus aliados, que ya están en guerra con Rusia en Ucrania, están intentando provocar a China para que lleve a cabo acciones militares para reunificar Taiwán, que está siendo armado hasta los dientes.
Xi y el régimen del PCCh saben muy bien que la guerra de EE.UU. y la OTAN en Ucrania es la antesala de la guerra con China, pero no tienen ninguna respuesta progresista a la agresión estadounidense. En respuesta a os embargos y la acumulación militar de EE.UU., el PCCh está buscando desesperadamente recuperar terreno tecnológico y militar. Pero la lógica de esta carrera armamentista conduce rápidamente a una guerra entre potencias nucleares que significa la aniquilación de la humanidad.
El propio régimen está en crisis. En su informe, Xi pintó un cuadro devastador del aparato burocrático y esclerótico que lo instaló como líder máximo. Se trata de un partido plagado de “una falta de entendimiento claro y de acción efectiva, así como el deslizamiento hacia una conducción y una práctica del partido débiles, huecas y diluidas... A pesar de las repetidas advertencias, persisten las formalidades inútiles, el burocratismo, el hedonismo y la extravagancia... Algunos problemas profundamente arraigados e instituciones y barreras construidas por intereses particulares se hacían cada vez más evidentes. ... los patrones de pensamiento erróneos, como el culto al dinero, el hedonismo, el egocentrismo y el nihilismo histórico eran comunes, y el discurso en línea estaba plagado de desorden. Todo esto tuvo un grave impacto en el pensamiento de la gente, y en el ámbito de la opinión pública”.
Cuando Xi habla de corrupción, siempre suele reducirla a indivudos malos y a sus intenciones, pero nunca al orden social del capitalismo. Además, se trata de un régimen en el que todo el poder está en manos de la burocracia en un país de 1.400 millones de habitantes. En la “democracia consultiva socialista avanzada” de Xi, el aparato decide si se consulta a alguien sobre las decisiones que afectan a su vida y cuándo.
La respuesta nacionalista del PCCh a la crisis global del sistema capitalista la comparten de una u otra forma EE.UU. y todas las potencias imperialistas, así como el régimen ruso. Es un camino que conduce inexorablemente a la escalada del conflicto militar y a una guerra mundial entre potencias con armas nucleares, ya que el choque de los intereses nacionales de estos Estados no puede resolverse por medios pacíficos.
Las mismas cuestiones planteadas por Trotsky en oposición al socialismo en un solo país y al nacionalismo económico mantienen una extraordinaria relevancia y son la clave para entender las contradicciones fundamentales a las que se enfrenta el régimen chino. La única alternativa viable al nacionalismo económico es la perspectiva de la revolución socialista mundial que animó la Revolución rusa de 1917 y la fundación de partidos comunistas en todo el mundo, incluida China. Es ese programa el que los trabajadores de China y de todo el mundo deben adoptar en la lucha por acabar con las plagas de la enfermedad, la pobreza y la guerra engendradas por el capitalismo.
(Artículo publicado originalmente en inglés el 24 de octubre de 2022.)
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