La protesta masiva del sábado en Tel Aviv representa un giro importante en la vida política de Israel, Oriente Próximo y todo el mundo.
Apenas dos semanas después de la elección del Gobierno de coalición más derechista en la historia de la nación —uno repleto de racistas y fascistas abiertos— se concentraron alrededor de 100.000 personas en la plaza Habima para protestar los planes del nuevo régimen para arrogarse el control político directo del poder judicial. Miles más se manifestaron en Jerusalén frente a la residencia del primer ministro Benjamín Netanyahu, así como en Haifa y Rosh Piná.
La legislación anunciada por el ministro de Justicia, Yariv Levin, procura impedir que la Corte Suprema pueda vetar leyes y permitir que el Parlamento pueda anular tales fallos judiciales. El Gobierno también se haría de la facultad de nombrar jueces y eliminaría el cargo de fiscal general. Esto habilitaría a Netanyahu a nombrar su propio fiscal del Estado, ayudándole a eludir su procesamiento por cargos de corrupción. Lo que es más importante, facilitaría los planes de acelerar la construcción de asentamientos en preparación para anexar gran parte de Cisjordania.
Sin embargo, la oposición al nuevo gobierno va mucho más allá de esta cuestión. La coalición de Netanyahu incluye a su propio partido, el Likud, los partidos fascistas y racistas Sionismo Religioso, Poder Judío y Noam, y los partidos religiosos de derechas Shas y Judaísmo Unido de la Torá. Defiende la supremacía judía y el régimen de apartheid; la toma permanente de los territorios palestinos; rezos judíos en la mezquita de al-Aqsa; el retroceso de las medidas contra la discriminación mediante cambios radicales en el sistema jurídico de Israel; y el aumento de la represión policial y militar contra los palestinos y los trabajadores, judíos y palestinos, dentro del propio Israel.
El nuevo ministro de Finanzas, Bezalel Smotrich, de Sionismo Religioso, fue grabado declarando: “Soy un homófobo fascista”. Uno de sus primeros actos fue confiscar 40 millones de dólares en ingresos fiscales que Israel había recaudado en nombre de la Autoridad Palestina. Mientras tanto, el nuevo ministro de Seguridad Nacional, Itamar Ben-Gvir, de Poder Judío, realizó inmediatamente una visita deliberadamente provocadora al lugar religioso más sensible de Jerusalén, el complejo de Al Aqsa.
La llegada al poder de estos criminales políticos y provocadores ha despertado la ira de las masas. Los manifestantes portaban pancartas caseras advirtiendo contra el “fascismo”, un “golpe de Estado”, un “Gobierno criminal” y “el fin de la democracia”. Los judíos se unieron a los árabes israelíes portando banderas palestinas, desafiando el llamamiento de Ben-Gvir a la policía para que reprimiera la protesta.
Esto apunta a la posible aparición de un nuevo eje de lucha, que atraviesa las divisiones cuidadosamente fomentadas entre los trabajadores árabes y judíos.
Los informes de los medios de comunicación buscaron cierto consuelo al identificar la protesta como una movilización de la clase media laica israelí que estuvo liderada por los partidos de la oposición. Pero esto solo cuenta la mitad de la historia.
El nuevo Gobierno está arrastrando a Israel a las formas más horrendas de reacción política, incluida la guerra contra los palestinos. Lo hace en unas condiciones en las que Israel es un polvorín social y político y todo Oriente Próximo se ha desestabilizado por el agravamiento de la crisis económica mundial, la pandemia y los planes liderados por Estados Unidos de ampliar la guerra contra Rusia en Ucrania por medio de hostilidades abiertas contra el aliado regional de Rusia, Irán. Israel sirve como el principal perro de presa de EE.UU.
En la concentración de Tel Aviv intervinieron personalidades como el exministro de Defensa Benny Ganz, la presidente retirada de la Corte Suprema, Ayala Procaccia, la exministra de Justicia Tzipi Livni, la presidenta del Partido Laborista Merav Michaeli y el líder del partido árabe Ra'am Mansour Abbas. Pero estas figuras, asociadas al anterior “Gobierno del cambio”, están todas masivamente desacreditadas por la ejecución por parte de dicho Gobierno de una agenda derechista de austeridad y guerra. Esto llevó al columnista de Haaretz, Anshel Pfeffer, a advertir que “esta protesta todavía no tiene líder... La ira contra el nuevo Gobierno todavía tiene que crecer, pero se oía mucho rencor en la plaza por parte de los líderes y activistas de los grupos de izquierda...”.
Yaakov Katz, escribiendo en el Jerusalem Post, advirtió a la oposición de los peligros de provocar una guerra civil. Escribió: “Hablar de una guerra civil es peligroso. Israel está en vísperas de su 75 aniversario y la idea de que este último experimento de soberanía judía en miles de años esté en peligro a causa de una discordia interna debería sacudirnos a todos hasta lo más profundo”.
“Sí, las cuestiones que se están planteando son importantes, y las consecuencias son potencialmente nefastas. Pero no debemos dar por sentado este Estado. Debemos protegerlo, y sí, también debemos luchar por él”.
Dada la gravedad de la situación, los comentaristas proimperialistas han apelado a algún tipo de intervención de las potencias estadounidenses y europeas para frenar a Netanyahu. Thomas L. Friedman, en el New York Times del 17 de enero, suplica al presidente Biden: “Quizá sea usted el único capaz de impedir que el primer ministro Benjamin Netanyahu y su coalición extremista conviertan Israel en un bastión antiliberal de fanatismo”, y añade: “Me temo que Israel se aproxima a un grave conflicto civil interno”.
Esto, dice, “tiene implicaciones directas para los intereses de seguridad nacional de Estados Unidos. No me hago ilusiones de que Biden pueda invertir las tendencias más extremas que surgen hoy en Israel, pero puede empujar las cosas hacia una senda más saludable, y tal vez prevenir lo peor, con un poco de amor firme de una manera que ningún otro observador externo puede”.
Simon Tisdall, escribiendo con fines similares en The Guardian, advierte: “Al poner en peligro el apoyo de la opinión pública occidental al Estado de Israel, socavar su democracia y confundir sus alianzas, Netanyahu y sus compinches incitadores al odio demuestran ser los peores enemigos de su propio país”. Pero se ve obligado a reconocer la realidad de que Netanyahu solo puede seguir adelante con su ofensiva porque “la respuesta de los aliados occidentales de Israel a este alarmante y desestabilizador acontecimiento ha sido extrañamente silenciosa...”.
Señala que “hasta ahora, Estados Unidos ha evitado las críticas abiertas”, un “enfoque vergonzosamente pasivo” que también han seguido la Unión Europea y Reino Unido. A esto se añade el giro de los regímenes árabes autoritarios de la región hacia unas relaciones abiertamente amistosas con Israel.
Los imperialistas y las potencias regionales de Oriente Próximo se oponen a desafiar al Gobierno israelí debido a sus propias crisis. Todos necesitan suprimir la creciente oposición social y política a su agenda compartida de enriquecer grotescamente a la oligarquía financiera a expensas directas de los trabajadores y las masas oprimidas, así como seguir impulsando las guerras imperialistas de conquista y hegemonía mundial contra Rusia, China y regímenes más pequeños como los de Irán y Siria.
El estallido de la oposición de masas en Israel, por ejemplo, coincide con la aprobación por parte del régimen de El Sisi en Egipto de 38 cadenas perpetuas contra los implicados en las protestas antigubernamentales de 2019. Esto se produce ante un casi colapso de la economía y un descontento social cada vez mayor. Además, sigue al estallido de las protestas antigubernamentales que han continuado por meses en Irán.
Las protestas masivas en Israel cambiarán el clima político en todo el mundo, al igual que ocurrió con los levantamientos frustrados de la Primavera Árabe en 2011.
Las denuncias contra Netanyahu y sus aliados fascistas por parte de decenas de miles de manifestantes israelíes han dado al traste con la campaña mundial de difamación y la cacería de brujas que tacha de antisemitas a quienes se oponen a la represión de los palestinos por parte de Israel, una sucia mentira que ha provocado la expulsión de miles de personas del Partido Laborista británico y la victimización de numerosos académicos, artistas y activistas políticos en Estados Unidos y Europa. Si son “antisemitas”, también lo son cientos de miles de ciudadanos israelíes.
Por el contrario, las protestas refutan contundentemente el principio rector de la Campaña de Boicot, Desinversiones y Sanciones (BDS), que trata a todos los israelíes como si fueran culpables de los crímenes de su Gobierno.
El proyecto sionista de establecer un Estado judío mediante el despojo violento de la población árabe ha conducido inexorablemente a la creación de un régimen de tipo apartheid basado en la represión masiva.
Los acontecimientos de Tel Aviv presagian un nuevo levantamiento de la clase obrera, no solo contra este Estado, sino contra todos los Estados de la región e internacionalmente. Confirma la perspectiva por la que ha luchado históricamente la Cuarta Internacional, que dirige hoy el Comité Internacional, de unir a los trabajadores judíos y árabes en una lucha común para derrocar el Estado sionista y los regímenes burgueses árabes mediante la construcción de los Estados Unidos Socialistas de Oriente Próximo.
(Publicado originalmente en inglés el 19 de enero de 2023)