Después de que 3 millones de trabajadores en Francia marcharan el martes contra los recortes de pensiones del presidente Emmanuel Macron, las huelgas se extienden por toda Europa.
Estalla la ira contra la austeridad y el alza de los precios de la energía y los alimentos, que empobrecen a los trabajadores de todo el mundo.
El mismo día de las protestas francesas, los trabajadores sanitarios belgas se manifestaron en Bruselas contra la crisis hospitalaria provocada por el COVID-19. Los trabajadores tecnológicos finlandeses y medio millón de trabajadores británicos también se declararon en huelga. Los trabajadores finlandeses del sector tecnológico y medio millón de trabajadores británicos también se declararon en huelga.
Las huelgas francesas plantean agudos interrogantes a los trabajadores a escala internacional. Es imposible hacer retroceder la ofensiva cada vez mayor contra los derechos sociales de la clase trabajadora sin construir un movimiento opuesto a la guerra de Estados Unidos y la OTAN contra Rusia en Ucrania y al creciente peligro de que se convierta en un conflicto nuclear global.
Macron no se hace ilusiones de que aumentar la edad mínima de jubilación a los 64 años para recortar el gasto total en pensiones en más de un 5 por ciento —o alrededor de €13.000 millones al año— sea popular o democrático. Las encuestas muestran que el 70 por ciento de los franceses se opone, y el 79 por ciento dice que una explosión social es “posible” en los próximos meses. Sin embargo, la primera ministra Elisabeth Borne ha declarado que los recortes son “innegociables” y está movilizando a decenas de miles de policías antidisturbios para agredir a los trabajadores y jóvenes que protestan contra los recortes.
Para justificar sus políticas autoritarias, Macron está enviando temerariamente tanques a Ucrania para combatir Rusia y aumentando el gasto militar francés en casi €100 mil millones, hasta €413 mil millones en 2024-2030. Luego afirmó cínicamente que el recorte de las pensiones es “indispensable” para “salvar el sistema” de una bancarrota del Estado. Ha culpado de ello al presidente ruso, Vladimir Putin: “No hay más dividendos de paz como resultado de la agresión de Rusia contra Ucrania”.
Macron está cumpliendo las demandas de las clases dominantes en todos los países imperialistas. En su editorial del martes, “Por qué Francia necesita una reforma de las pensiones”, el Wall Street Journal se hizo eco de los argumentos de las burguesías imperialistas en el estallido de las dos guerras mundiales del siglo pasado: una guerra entre grandes potencias exige recortar drásticamente el nivel de vida de los trabajadores.
Escribió: “El gasto para hacer frente a las amenazas no será posible sin reformas que hagan más sostenibles las pensiones y los derechos. Se trata de un debate que debe llevarse a cabo en toda Europa y en Estados Unidos. El final de la guerra fría creó la ilusión de que los Estados del bienestar podían seguir ofreciendo prestaciones cada vez más generosas. Pero no pueden hacerlo si las democracias quieren defenderse de las amenazas autoritarias”.
Estos argumentos son una sarta de mentiras. El recorte de las pensiones no tiene su origen en la reaccionaria decisión de Putin el año pasado de invadir Ucrania, sino en los intereses materiales de una minúscula y atrincherada oligarquía financiera que saquea a la sociedad.
El informe de Oxfam del mes pasado sobre la desigualdad mundial mostraba que el 1 por ciento más rico de la sociedad se embolsó el 63 por ciento de toda la riqueza creada, o más de $26 billones, en 2020-2021. Francia, cuyo índice bursátil CAC-40 volvió a alcanzar ganancias récord de €172.000 millones el año pasado, alberga actualmente al hombre más rico del mundo, Bernard Arnault. Impulsado por los rescates bancarios multimillonarios de la Unión Europea (UE), el patrimonio bursátil de Arnault pasó de €85.700 millones en 2020 a €213.000 millones en 2023.
Los €13.000 millones que Macron quiere recortar del gasto total anual en pensiones son menos de un tercio del incremento anual de la riqueza personal de Arnault (€42.000 millones) desde que comenzó la pandemia del COVID-19.
La embestida social contra los trabajadores no tiene su origen en la planificación militar rusa, sino en los profundos cambios que se han producido en la política mundial desde la disolución estalinista de la Unión Soviética en 1991. En el extranjero, las potencias de la OTAN, lideradas por Washington, se embarcaron en un desenfreno neocolonial que se cobró millones de vidas, incluyendo las guerras en Irak, Yugoslavia, Afganistán, Mali, Siria y más allá. En casa, la UE trató de recortar los derechos sociales básicos que la clase dominante se había visto obligada a conceder en Europa occidental tras la derrota soviética de la Alemania nazi en la Segunda Guerra Mundial.
En Francia, las negociaciones entre el Estado y las burocracias sindicales sobre las “reformas” para recortar las pensiones o los servicios sociales críticos se convirtieron en eventos casi anuales, desde que los recortes de pensiones del primer ministro Alain Juppé provocaron una huelga salvaje masiva de los ferroviarios en noviembre-diciembre de 1995.
Macron no recorta las pensiones porque sea la única forma de financiar una respuesta a una amenaza repentina de Rusia, que tradicionalmente mantiene estrechos lazos diplomáticos con Francia. Más bien, está arriesgando una guerra mundial con el fin de continuar la embestida social en casa.
En 2019, Macron concedió una extensa entrevista a The Economist, criticando las amenazas de la OTAN contra las fuerzas rusas en Oriente Próximo. Dijo que la OTAN padecía una “muerte cerebral” y la llamó a “reconsiderar nuestra posición hacia Rusia.” Y añadió: “Cuando Estados Unidos es muy duro con Rusia, es una forma de histeria gubernamental, política e histórica”. Dijo que Francia buscaba “construir relaciones para evitar que el mundo se vea sumido en una conflagración”.
Si bien Macron se alineó con la OTAN en Ucrania el año pasado, inicialmente se negó a enviar tanques a Ucrania, diciendo que podría provocar la Tercera Guerra Mundial. “No queremos una guerra mundial. Ayudamos a Ucrania a resistir en su territorio, nunca a atacar a Rusia”, tuiteó el pasado octubre. En diciembre, dijo que una “línea roja” que no iba a cruzar era cualquier paso que convirtiera a Francia en “cobeligerante”.
Sin embargo, en Año Nuevo, mientras Macron zanjaba un debate sobre la política de pensiones a favor de imponer un recorte masivamente impopular, también se decidió a perseguir la guerra contra Rusia. El 4 de enero, se comprometió a enviar tanques AMX-10 a Ucrania. Para justificar el recorte de las pensiones y la expansión de la policía y el ejército, decidió convertir a Francia en un cobeligerante y arriesgar una guerra global, como el propio Macron había advertido.
Ochenta y cinco años después de que León Trotsky fundó la Cuarta Internacional —advirtiendo en el Programa de Transición en 1938, en vísperas de la Segunda Guerra Mundial, que el capitalismo se enfrentaba a su agonía—, el capitalismo se enfrenta de nuevo a una crisis mortal.
Unir a los trabajadores de América, Europa, Ucrania, Rusia y más allá en una lucha internacional por detener la guerra es una tarea urgente e indisolublemente ligada a la lucha contra la austeridad social.
Una diferencia clave separa la situación actual de las guerras mundiales del siglo veinte. En la Primera Guerra Mundial, la clase obrera tardó casi tres años en lanzar la primera ofensiva contra la guerra: La revolución de 1917 en Rusia que llevó al poder a Lenin, Trotsky y los bolcheviques. Hoy, sin embargo, mientras intenta arrastrar al mundo a la Tercera Guerra Mundial, la burguesía se enfrenta a una oposición explosiva y a huelgas masivas a nivel internacional.
Para detener la guerra y los ataques sociales, hay que arrebatar la lucha de las manos de las federaciones sindicales nacionales, como la burocracia estalinista de la Confederación General del Trabajo (CGT) francesa. Estas burocracias dividen a la clase obrera según líneas nacionales, negocian recortes con los Gobiernos capitalistas y bloquean la oposición a la guerra. El año pasado, la burocracia de la CGT y su aliado político, el Nuevo Partido Anticapitalista (NPA) pablista, publicaron declaraciones respaldando los argumentos de la OTAN a favor de la guerra contra Rusia.
Es necesario construir comités de base en los lugares de trabajo y las escuelas, independientes de las burocracias sindicales. Al vincularse a la Alianza Internacional Obrera de Comités de Base, pueden unir las crecientes luchas de los trabajadores y la juventud en un poderoso movimiento internacional que luche por detener la guerra y derrocar a los Gobiernos reaccionarios como el de Macron.
La perspectiva marxista-internacionalista que impulsará tal movimiento solo puede venir del Comité Internacional de la Cuarta Internacional (CICI), el movimiento trotskista mundial. Han pasado 70 años desde que los ancestros políticos pablistas del NPA francés se separaron del CICI, argumentando que las burocracias estalinistas proporcionarían una dirección revolucionaria a los trabajadores. El apoyo de la CGT y el NPA a la OTAN en la guerra actual constituye objetivamente una refutación devastadora de esta posición.
La alternativa política que hay que construir es el CICI y su sección francesa, el Parti de l'égalité socialiste, luchando por la perspectiva de la revolución socialista mundial.
(Publicado originalmente en inglés el 2 de febrero de 2023)