Los eventos turbulentos de esta semana en Francia han arrancado el disfraz “democrático” del Estado capitalista, poniendo al descubierto la dictadura de la oligarquía financiera.
El presidente Emmanuel Macron comenzó el lunes atropellando la voluntad de la gran mayoría del pueblo francés al imponer sus recortes a las pensiones sin siquiera un voto en el Parlamento. Ha habido manifestaciones todas las noches en las mayores ciudades de Francia y Macron ha respondido declarando llanamente que nadie puede desafiar la legitimidad de su Gobierno. El jueves, la policía atacó marchas de millones de trabajadores y comenzó a requisar a los propios trabajadores para romper las huelgas en las refinerías y la recolección de basura.
Está en marcha un poderoso movimiento de masas, pero se encuentra en un impasse desde su arranque. Todas las acciones a medias propuestas por los rivales de Macron dentro del sistema político para detenerlo han fracasado. El Parlamento no aprobó las mociones de censura para deponer a Macron por imponer los recortes sin un voto. El colapso de Macron en las encuestas y las muestras cada vez mayores de temor desde los círculos gobernantes por las protestas masivas no convencieron a Macron a dar marcha atrás. Tampoco lo lograron las jornadas de huelga de las burocracias sindicales.
La lucha de clases apunta inequívocamente en una dirección: Macron debe irse y la Presidencia Ejecutiva de Francia, cuyas facultades son enormemente antidemocráticas, debe ser abolida. Además, al tiempo que lucha por tumbar a Macron, la clase obrera debe luchar por construir comités de acción de base para forjar el entramado de lo que reemplazará su régimen.
Macron se está convirtiendo en la personificación directa del dominio del capital financiero y el foco de todas las conspiraciones de la élite gobernante conta la clase trabajadora. “L’Etat, c’est moi” (“El Estado soy yo”), como afirmó el rey Luis XIV, el fundador de la monarquía absoluta francesa en el siglo diecisiete. Casi 400 años después, Macron ha impuesto su dictado a Francia reafirmando que los mercados financieros no hubieran tolerado un fracaso en aplicar los recortes.
Su capacidad para imponer los recortes a las pensiones sin una votación se debe a los poderes semidictatoriales exigidos por Charles de Gaulle en 1958 durante la guerra francesa contra el movimiento independista argelino y ante un golpe de Estado encabezado por las fuerzas procoloniales en el Ejército francés. De Gaulle logró arrogarse facultades enormes para la Presidencia que fueron consagradas en la Constitución de la Quinta República, incluyendo para imponer leyes, coordinar operaciones policiales y controlar el Ejército. El cargo se convirtió en la cabina de mando de una dictadura de los bancos contra el pueblo.
Pero los trabajadores no pueden dejar las riendas de la lucha para derribar a Macron en las manos de la burocracia sindical y sus aliados pequeñoburgueses, como los partidos Francia Insumisa (LFI) de Jean-Luc Mélenchon, el Nuevo Partido Anticapitalista (NPA) de Olivier Besancenot o Lucha Obrera (LO) de Nathalie Arthaud. Los candidatos de LFI, NPA y LO, que la prensa capitalista ha promovido como la “izquierda”, han recibido millones de votos. Pero se encuentran mucho más cerca de Macron que de los trabajadores. No le están ofreciendo ninguna otra perspectiva al movimiento fuera de disiparse gradualmente.
Cabe notar que hace décadas, Mélenchon planteaba frecuentemente la demanda de una Sexta República, buscando desviar la oposición de la clase trabajadora contra la Quinta República hacia el callejón sin salida de una reforma constitucional del Estado capitalista francés. Pero, en la actualidad, cuando se plantea tan claramente la cuestión de derrocar a Macron y toda la estructura dictatorial de la Quinta República, Mélenchon abandonó esta cuestión.
Si Mélenchon y sus aliados se rehúsan a librar una ofensiva política contra Macron, es porque no quieren que la clase trabajadora descubra su poder. De hecho, si un movimiento de la clase trabajadora derribara a este presidente francés tan impopular, suscitaría inevitablemente demandas para cambios mucho más profundos de la estructura política y económica de la sociedad.
De hecho, Mélenchon está reaccionando a los recortes de Macron fomentando ilusiones en que las protestas aún pueden hacer que Macron cambie de parecer y retire la legislación. Mélenchon declaró: “Dado que las mociones de censura parlamentaria no funcionaron, ha llegado el momento de la censura popular. Quiero que esta censura se manifieste de forma masiva, en todos los lugares y bajo todas las circunstancias, y que nos permita forzar el retiro de la ley”.
Detrás de la retórica ambigua de Mélenchon sobre una “censura popular” contra Macron, hay una perspectiva: los trabajadores se limitarán a emprender acciones de protesta periódicas de un día que serán atacadas por los policías y no defenderán las huelgas en marcha contra los ataques policiales. Esta perspectiva consiste en agotar la energía de los trabajadores privándolos de un camino claro hacia adelante, difuminando así la explosiva crisis política en ciernes.
Mélenchon sabe lo que hace. Su carrera comenzó con la huelga general francesa de mayo de 1968, la cual fue traicionada por el estalinista Partido Comunista Francés (PCF). Al bloquear una toma de poder de los trabajadores después de que la policía y el Gobierno de De Gaulle colapsaran, la burocracia del PCF cedió la iniciativa política a la derecha. El 30 de mayo, una protesta gaullista reunió a cientos de miles, dando paso a una ofensiva por parte de De Gaulle para estabilizar el régimen capitalista.
En última instancia, De Gaulle disolvió el Parlamento y celebró elecciones legislativas del 23 al 30 de junio de 1968. En medio de la enorme desilusión de la clase trabajadora ante la traición de la huelga por parte del PCF, la elección resultó en una gran victoria para los partidos derechistas.
Pese a todas las diferencias entre 1968 y 2023, Mélenchon, quien hoy forma parte de una alianza parlamentaria con el PCF, está intentando repetir el mismo tipo de desmovilización política de los trabajadores. Las fuerzas que se beneficiarían de tal traición política no solo incluyen al derechista de Macron, sino también su rival neofascista, Marine Le Pen.
Debido a que la clase trabajadora no puede apoyarse en los partidos establecidos ni en las burocracias sindicales para combatir a Macron y su Presidencia Ejecutiva, necesitan construir nuevas organizaciones de lucha: comités de base, independientes respecto a las burocracias sindicales y su “diálogo social” con Macron. Dichos comités podrán organizar huelgas y protestas, movilizar apoyo en defensa de los trabajadores amenazados por la policía y oponerse a la influencia desmovilizadora de los partidos de la élite política.
Unidos internacionalmente a través de la Alianza Internacional Obrera de Comités de Base, permitirán a los trabajadores movilizar apoyo fuera de Francia, donde las luchas de clases también se intensifican. Esto se vuelve decisivo ante las huelgas contra la inflación y en defensa de los salarios en Alemania y Reino Unido, las huelgas ferroviarias en Bélgica, Holanda e Italia, las huelgas de docentes en Europa y el resto de Europa. Estas luchas están uniendo objetivamente a los trabajadores en una lucha común contra la inflación y la austeridad, los ruinosos gastos militares en medio de la guerra de la OTAN contra Rusia y los regímenes de Estado policial.
(Publicado originalmente el 24 de marzo de 2023)