El viernes, el Gobierno de Biden anunció el envío de bombas en racimo a Ucrania. Son municiones que dispersan bombas pequeñas sin estallar, asesinando y mutilando a civiles por décadas.
Ante el fracaso de la ofensiva militar de Kiev, Estados Unidos está recurriendo desesperadamente al suministro de armas cada vez más destructivas e indiscriminadas para revertir sus reveses en el campo de batalla.
De manera crítica, el anuncio precede a la cumbre la próxima semana de la OTAN en Vilna, donde Estados Unidos y la OTAN están planeando una expansión masiva de su participación en la guerra. Arrinconados por sus cálculos erróneos, el Gobierno de Biden se ve obligado a tomar medidas cada vez más drásticas.
El objetivo de la decisión de emplear bombas en racimo, sin importar su impacto de largo plazo para los civiles, es asesinar a la mayor cantidad de soldados rusos posible. Se sigue el mismo razonamiento que condujo al uso del Agente Naranja y el napalm y que se utilizará para autorizar el uso de armas tácticas nucleares.
En vísperas del encuentro en Vilna, Estados Unidos está enviando claramente un mensaje al presidente ruso Vladímir Putin. Nada detendrá a la OTAN.
En la rueda de prensa del anuncio el viernes, el asesor de seguridad nacional Jake Sullivan justificó la decisión de enviar bombas en racimo a Ucrania como una medida para prevenir un desastre militar.
“También existe un riesgo masivo de daño a los civiles si las tropas y los tanques rusos superan las posiciones ucranianas y toman más territorio ucraniano y subyugan a más civiles porque Ucrania no cuenta con suficiente artillería”.
Sullivan hizo esta declaración poco más de un mes tras el inicio de la ofensiva de primavera ucraniana, que la prensa estadounidense había presentado como “la operación final para Ucrania” que resultaría en “importantes avances”, en palabras del general David Patraeus.
En cambio, la ofensiva ha resultado en una debacle sangrienta. Lejos de infligir una derrota aplastante a Rusia, el Gobierno de Biden se ve empujado a emprender una escalada tras otra para apuntalar al ejército ucraniano.
“Reconocemos que las bombas en racimo crean riesgos de daños a civiles por municiones sin estallar”, dijo Sullivan. “Pero tuvimos que balancear eso con el riesgo” de que Ucrania se quede “sin suficientes municiones de artillería”.
En otras palabras, el Gobierno de Biden equiparó el coste de asesinar y mutilar a generaciones de civiles ucranianos con los beneficios de asesinar más tropas rusas. Decidió que las muertes de niños ucranianos al toparse con artefactos sin estallar son un sacrificio que la oligarquía estadounidense estaba dispuesta a hacer.
Eclipsando su propia indolencia, Sullivan añadió que Ucrania, “de todos modos, será objeto de una remoción de minas”.
Todas las líneas empleadas por la Casa Blanca para justificar el envío de armas terribles a Ucrania podrían utilizarse para justificar el despliegue o incluso el empleo de armas nucleares tácticas en el conflicto. La Casa Blanca podría argumentar que, efectivamente, la lluvia nuclear presenta un riesgo a los civiles, pero ese riesgo debe “balancearse” con el riesgo de avances militares rusos.
La colocación de armas nucleares tácticas estadounidenses en Ucrania ya ha sido planteada directamente por un centro de pensamiento estadounidense. Además, el despliegue y el posible uso de armas nucleares en el conflicto sin duda está en la agenda de la próxima reunión en Vilna.
Todas las declaraciones oficiales de Estados Unidos sobre su participación en la guerra se justifican alegando que, una vez más, está “salvando” un país por medio de la violencia militar. Esta vez se trata de Ucrania. Pero al enviar bombas en racimo y municiones de uranio empobrecido a Ucrania, Estados Unidos ha dejado en claro que eso no es más que un pretexto vacío para perseguir su objetivo de imponerse ante Rusia y China en la “competición de grandes potencias”.
El mismo vocabulario utilizado por Estados Unidos y sus aliados para condenar el presunto uso de bombas de racimo por parte de Rusia en Ucrania ahora aplica en su totalidad para condenar la decisión estadounidense de enviar estas armas a Ucrania.
En febrero de 2022, la enviada estadounidense a la ONU, Linda Thomas-Greenfield, acusó a Rusia de utilizar “bombas en racimo” en Ucrania, “que están prohibidas en virtud de la Convención de Ginebra” y “no tienen cabida en el campo de batalla”.
En marzo de 2022, el secretario general de la OTAN, Jens Stoltenberg, dijo, “Hemos presenciado el uso de bombas de racimo… que sería en violación del derecho internacional”. Añadió, “Debemos asegurarnos de que la Corte Penal Internacional verdaderamente investigue esto”.
En realidad, todas estas denuncias de las acciones rusas de parte de Estados Unidos y la OTAN no eran más que pretextos hipócritas para incrementar la participación estadounidense en la guerra.
La decisión de Estados Unidos de enviar bombas de racimo a Ucrania pone en evidencia como apologistas desvergonzados de los crímenes de guerra del ejército estadounidense a todos los defensores pseudoizquierdistas de la participación de Estados Unidos en la guerra en Ucrania, incluyendo a aquellos en los Socialistas Democráticos de Estados Unidos (DSA, por sus siglas en inglés) que condenan “la hostilidad antes del hecho hacia el imperialismo estadounidense”.
De hecho, la guerra liderada por Estados Unidos contra Rusia en Ucrania es una guerra por la hegemonía global estadounidense, en la que los ucranianos son mera carne de cañón. Esto concuerda totalmente con la serie de guerras criminales de agresión emprendidas por Estados Unidos durante el último medio siglo.
Durante la guerra de Vietnam, Estados Unidos lanzó aproximadamente 413.130 toneladas de bombas de racimo en Camboya, Laos y Vietnam. Muchas de estas submuniciones no explotaron al momento de impacto y siguen constituyendo una importante amenaza para la población civil, provocando innumerables heridos y muertos décadas después del final de la guerra.
Durante la invasión de Irak dirigida por Estados Unidos en 2003, este país utilizó regularmente municiones de racimo para atacar zonas civiles, en lo que Amnistía Internacional calificó de “un ataque indiscriminado y una grave violación del derecho internacional humanitario”.
En Irak, la devastación de las bombas de racimo se vio agravada por el uso de municiones de uranio empobrecido, que, según un estudio, hizo que la población de Faluya experimentara tasas de cáncer, leucemia, mortalidad infantil y mutaciones sexuales superiores a las registradas entre los supervivientes de Hiroshima y Nagasaki en los años posteriores a que esas ciudades japonesas fueran incineradas por las bombas atómicas estadounidenses en 1945.
Durante la invasión de Afganistán en 2001, las bombas de racimo mataron e hirieron a cientos de civiles y sembraron el campo de mortíferas municiones sin explotar. Estados Unidos se ha visto implicado en el uso de municiones de racimo al apoyar a las fuerzas lideradas por Arabia Saudita en el conflicto de Yemen.
Más de 110 países han ratificado la Convención sobre Municiones en Racimo, que prohíbe el uso, la transferencia y el almacenamiento de bombas en racimo. Estados Unidos, que ha matado a más personas con municiones de racimo que ningún otro país, no es signatario.
Un informe de 2008 de las Naciones Unidas explica el devastador impacto que tienen las municiones de racimo en las poblaciones donde son utilizadas por Estados Unidos y sus aliados:
Más de tres décadas después de su uso en Laos y Vietnam, las municiones de racimo siguen causando muertos y heridos, perturbando las actividades económicas de la población y obstaculizando la ejecución de proyectos de desarrollo. Ni siquiera los rápidos esfuerzos de limpieza a gran escala, como los que se han llevado a cabo en Kosovo y Líbano, pueden evitar que la contaminación por municiones de racimo tenga repercusiones. En Kosovo se siguen registrando víctimas civiles a causa de las municiones de racimo, y en Líbano, a pesar de que la limpieza comenzó inmediatamente después del conflicto de 2006, no pudo evitar que se produjeran víctimas entre la población al regresar a sus hogares y medios de subsistencia.
El informe prosigue:
Las submuniciones pueden impedir o dificultar el regreso seguro de los refugiados y desplazados internos y obstaculizar los esfuerzos humanitarios, de consolidación de la paz y de desarrollo. Las municiones de racimo sin explotar también suponen una amenaza física para los trabajadores humanitarios y las fuerzas de mantenimiento de la paz.
La Casa Blanca afirma haber discutido y deliberado la medida con el máximo cuidado. Los responsables de la toma de decisiones habrían sido plenamente informados de estas consecuencias conocidas de las bombas de racimo, y habrían procedido a pesar de todo.
En su informe de la decisión de Biden de enviar estas armas, el New York Times escribió: “El Sr. Biden se ha visto sometido a constantes presiones por parte del presidente ucraniano Volodímir Zelenski, que sostiene que las municiones, que dispersan diminutas y mortíferas bombas pequeñas, son la mejor manera de matar a los rusos que están enquistados en trincheras y bloqueando la contraofensiva ucraniana para recuperar territorio”.
El papel de Zelenski en la promoción de la decisión de enviar armas que mutilarán a niños ucranianos durante generaciones resume el papel de su Gobierno, que sirve de instrumento para imponer la voluntad de las potencias de la OTAN sobre la población ucraniana.
Esta última escalada de Estados Unidos debe verse como una advertencia. Washington no se detendrá ante nada para impedir que sus fuerzas patrocinadas en Kiev sufran nuevos reveses militares y para lograr su objetivo militar de una derrota estratégica rusa. La misma lógica homicida que justifica el despliegue de municiones de uranio empobrecido y bombas de racimo se utilizará para justificar crímenes aún mayores y más temerarios, desde la intervención directa de la OTAN en la guerra hasta el despliegue y uso de armas nucleares.
(Publicado originalmente en inglés el 7 de julio de 2023)