La elección el domingo pasado de la personalidad televisiva fascistizante Javier Milei como presidente de Argentina por un margen sorprendentemente amplio del 11 por ciento contra el candidato peronista y ministro de Economía actual, Sergio Massa, tiene importantes implicaciones políticas y globales para la clase trabajadora.
Todas las mayores ciudades, a excepción de algunas secciones de Buenos Aires, y 20 de las 23 provincias votaron por Milei, quien ingresó a la política oficial hace solo dos años. Milei es conocido por sus arrebatos hitlerianos contra el gasto público y los pobres, su adoración por el imperialismo estadounidense e Israel, y sus creencias oscurantistas, incluyendo afirmaciones de que recibe consejos de su perro muerto.
Los sectores dominantes de la burguesía argentina y el imperialismo se han alineado en gran medida detrás de Milei y alentado sus planes de una “terapia de shock” de austeridad social y privatizaciones, así como de acumular fuerzas represivas militares y paramilitares.
Bloomberg cita a un magnate argentino, por ejemplo: “Solo un loco puede hacer lo que se necesita para que el país avance”. El expresidente Mauricio Macri, quien ofrece su partido para ayudar a Milei a gobernar, pidió en la televisión nacional que el “núcleo revolucionario de jóvenes” de Milei reprima a los “orcos” que protestan sus políticas, en un llamamiento flagrante a la formación de bandas fascistas.
La actual vicepresidenta y líder de facto del peronismo, Cristina Kirchner, canceló un viaje a Italia e invitó a su sucesora fascista, Victoria Villarruel, a reunirse el miércoles y discutir la transición, y esta última describió el encuentro como “histórica para todos los argentinos”.
La llegada de Milei y Villarruel al poder el 10 de diciembre es realmente histórica, ya que debería poner fin a cualquier creencia de que la sociedad argentina se volvió inmune al fascismo después de la brutal dictadura militar respaldada por Estados Unidos que gobernó hace solo cuatro décadas.
Como resume el periodista Emilio Gullo: “Como un caballo de Troya pero con carteles de neón, el Partido Militar... acaba de ingresar a un gobierno de manera democrática. Además de negar la cifra simbólica de los 30.000 desaparecidos y denigrar constantemente a las Madres de Plaza de Mayo, Villarruel es hija y sobrina de militares condenados, y contó con el apoyo de los principales jerarcas torturadores que están presos por crímenes de lesa humanidad”.
El peligro del fascismo es un fenómeno global que no se puede subestimar, como lo demuestra la promoción por parte de los círculos gobernantes de figuras como Milei, Trump en los Estados Unidos y Bolsonaro en Brasil, Meloni en Italia y el recién elegido Geert Wilders en los Países Bajos, entre otros.
Sin lugar a dudas, Milei y la burguesía argentina ven el apoyo del Gobierno de Biden y las potencias europeas a la masacre de Israel en Gaza como una inspiración y una señal de apoyo futuro para desatar una violencia genocida contra la clase trabajadora empobrecida del país.
Sin embargo, el fascismo no es simplemente el uso de la represión brutal y la retórica ultranacionalista o intolerante. Es un método de gobierno capitalista que busca aniquilar a todas las organizaciones y líderes obreros, que solo pueden implementarse como resultado de la derrota histórica y desmoralizadora de una ola revolucionaria de luchas de la clase trabajadora.
Tal derrota no ha tenido lugar en Argentina. De hecho, como parte de una ola emergente de luchas obreras contra el capitalismo y la guerra a nivel mundial, los dos años anteriores a la victoria electoral de Milei en Argentina se caracterizaron por un número récord de piquetes en 2022 y una ola de huelgas salvajes contra los dictados de austeridad del FMI y la crisis del coste de vida.
Los epicentros de estas luchas, como Santa Cruz, Salta, Jujuy, Misiones y Chubut, así como las capas de trabajadores particularmente empobrecidas y más jóvenes, dependientes del sector informal y la asistencia social, que encabezaron numerosas manifestaciones masivas en Buenos Aires, votaron por amplios márgenes a Milei.
Un fenómeno sociopolítico tan contradictorio solo puede explicarse por el hecho de que el movimiento objetivo altamente progresista de la clase trabajadora argentina no puede encontrar expresión política en ninguno de los partidos existentes de la llamada “izquierda”. Por el contrario, los trabajadores están cada vez más en conflicto con todos estos partidos y el orden capitalista que representan.
Cualquier ilusión que pueda existir entre los trabajadores en las absurdas soluciones económicas “anarcocapitalistas” propuestas por Milei se disipará al calor de las luchas de masas contra los ataques draconianos que está preparando el Gobierno entrante.
A pesar de la confusión política, el voto de masas por el candidato fascistizante no representa la aprobación de los trabajadores argentinos a su programa de explotación capitalista extrema y sin restricciones. Fue, sobre todo, un voto de protesta contra el podrido establishment burgués, asociado principalmente al peronismo.
Milei no es un mero “fenómeno aberrante” como afirma la pseudoizquierda. Dijeron lo mismo sobre Trump y Bolsonaro, que siguen siendo la principal oposición política en Estados Unidos y Brasil después de haber liderado intentos de golpe fascistas en 2021 y 2023, respectivamente. Al igual que sus homólogos, Milei emerge de condiciones históricas y materiales muy definidas.
En primer lugar, no queda nada de la lealtad de las masas al peronismo, que fue el movimiento insignia del nacionalismo burgués en América Latina. Desde su ascenso al poder en 1946, el movimiento político encabezado por Juan Domingo Perón cultivó su asociación con los derechos laborales, la universalización de la salud y la educación, y más tarde el fenómeno Evita y su pretensión de que los intereses de los pobres y oprimidos eran el objeto de la política gubernamental. Hoy, en lo que respecta a los trabajadores, el aparato peronista es una sarta de funcionarios corruptos y burócratas sindicales matones que conspiran para hacer cumplir los dictados de las corporaciones y los bancos.
Lo que está impulsando fundamentalmente estos tumultuosos eventos políticos es el descenso de la tercera economía más grande de la región a una de sus peores crisis de la historia. La casi hiperinflación que está diezmando el nivel de vida de millones de argentinos es producto de la profundización de la crisis del capitalismo marcada por la guerra, la pandemia de COVID-19, las tasas de interés más altas y otros shocks a los mercados mundiales que afectan todos los países.
El cambio continuo en la situación objetiva global no está dejando “una piedra sobre otra” en cuanto a todos los movimientos nacionalistas burgueses, socialdemócratas y otros movimientos nacional-reformistas en los que el imperialismo ha dependido para atenuar los antagonismos de clase. Este es también el futuro inevitable de todos los Gobiernos y partidos de la supuesta “marea rosa” que surgieron en América Latina durante el último cuarto de siglo.
Con su colapso político, el peronismo arrastra consigo a todas las organizaciones de la pseudoizquierda argentina. Sin sus nefastos servicios, el peronismo no podría haber seguido dominando la vida política en Argentina después de abandonar efectivamente cualquier reforma social sustancial desde principios de la década de 1970 y traicionar repetidamente a los trabajadores.
Numerosas fuerzas que dicen ser socialistas han proporcionado una cubierta de izquierda para el aparato peronista. Después del Partido Comunista estalinista, la más destacada de estas tendencias fue la establecida por el difunto Nahuel Moreno, quien dirigió la disolución de varias organizaciones trotskistas en América Latina al romper con el Comité Internacional de la Cuarta Internacional (CICI) en 1963.
A partir de la década de 1950, la tendencia morenista mostró una orientación reaccionaria hacia el oportunismo nacionalista que tomó la forma de una subordinación no disimulada al peronismo en los sindicatos y en el Gobierno que siguió hasta el golpe militar de 1976. Después de bloquear una lucha revolucionaria de la clase obrera contra el régimen burgués peronista, Moreno aceptó pasivamente la dictadura respaldada por la CIA, a la que llamó “la más democrática de América Latina”. Mientras huía al extranjero, Moreno les dijo a los miembros de su Partido Socialista de los Trabajadores (PST) que no se preocuparan y que continuaran con su trabajo abierto. Unos 100 militantes del PST fueron “desaparecidos” y cientos de otros arrestados y torturados.
Hoy, los sucesores de Moreno y sus socios en la coalición llamada Frente de Izquierda y Trabajadores - Unidad (FIT-U) están recorriendo el mismo camino.
La explosión de la crisis capitalista y el colapso del peronismo abren el camino para realizar la tarea histórica de construir una genuina dirección revolucionaria en la clase trabajadora. Este proceso requiere el establecimiento de comités de base, de acción y defensa, independientes y opuestos al aparato sindical y político peronista para contrarrestar los ataques de Milei y preparar una lucha por el poder en coordinación política con los trabajadores de base en toda América Latina, en los centros imperialistas y más allá.
Esta tarea histórica solo puede desarrollarse en oposición irreconciliable a los enemigos morenistas y pablistas del trotskismo, que se están uniendo cada vez más abiertamente en una alianza contrarrevolucionaria con la burguesía nacional y el imperialismo.
De manera similar a cómo han apoyado la guerra entre Estados Unidos y la OTAN contra Rusia en Ucrania, los grupos del FIT-U se alinearon detrás del candidato peronista Sergio Massa, quien fue descrito por los propios morenistas como el “candidato de la Embajada de Estados Unidos” y como un firme partidario del genocidio sionista en Gaza.
Ahora los partidos del FIT-U intentan poner a dormir a la clase trabajadora minimizando el peligro de una dictadura, diciéndose que éste no será diferente a los Gobiernos anteriores y depositando sus esperanzas en el cadáver descompuesto de la burocracia sindical peronista.
El trotskismo es totalmente contrario a esta perspectiva. La Teoría de la Revolución Permanente desarrollada por León Trotsky y que animó la Revolución Rusa en 1917 ha sido plenamente confirmada por la bancarrota del peronismo y de todos los demás movimientos nacionalistas burgueses. Esta perspectiva, defendida por el Comité Internacional de la Cuarta Internacional (CICI) contra los intentos revisionistas pablistas de liquidar el movimiento trotskista dentro del estalinismo, el castrismo y otras formas de nacionalismo burgués, estableció que, en un país atrasado, la lucha por la emancipación con respecto al imperialismo y otras tareas democráticas solo puede ser llevada a cabo por el proletariado como parte de la revolución socialista mundial.
Solo surgirá una vanguardia revolucionaria en la clase trabajadora a raíz de una cuidadosa asimilación y estudio de la historia, las tradiciones y el programa del CICI, como un paso primordial hacia el establecimiento de secciones de este partido mundial de la revolución socialista en Argentina e internacionalmente. No hay tiempo que perder.
(Artículo publicado originalmente en inglés el 24 de noviembre de 2023)