El Gobierno indio del Partido Bharatiya Janata (BJP, por sus siglas en inglés) coreografió un enorme espectáculo el lunes para inaugurar un nuevo templo hindú en el sitio donde su ubicaba la famosa mezquita de Babur (Babri Masjid) hace casi 500 años. La mezquita fue invadida y demolida por fanáticos fundamentalistas hindúes organizados por el BJP y sus aliados fascistizantes en 1992.
El evento, que fue presidido por el primer ministro Narendra Modi, fue tanto la celebración de un crimen histórico como un importante paso hacia un crimen mucho mayor: la transformación de India en un Estado supremacista hindú donde los musulmanes, cristianos y otras minorías tendrán un estatus precario, y solo en la medida en que reconozcan que India es ante todo una “nación hindú”.
La destrucción de Babri Masjid el 6 de diciembre de 1992 fue una atrocidad que desató la mayor ola de violencia entre comunidades en India desde que el subcontinente que dividido en 1947 en un Pakistán explícitamente musulmán y una India predominantemente hindú. Miles fueron asesinados y las víctimas fueron en su mayoría musulmanes pobres.
Tres décadas después, el ultraderechista BJP se ha vuelto en el partido preferente para gobernar de la burguesía india. Si los milmillonarios indios han respaldado a Modi y a los matones que conforman la cúpula del BJP es precisamente por su voluntad a atropellar los derechos democráticos y las garantías constitucionales en búsqueda de políticas favorables a inversores y de las ambiciones de Nueva Delhi de convertirse en una gran potencia.
El evento del lunes fue planeado hasta el último detalle, a fin de menospreciar las disposiciones seculares en la Constitución india, incitar el chauvinismo hindú, promover el atraso religioso y la irracionalidad y darle al caudillo hindú de Modi un aura divina.
Modi encabezó la ceremonia en el santuario interior del templo ostentando “dar vida” a un ídolo del bebé Rama —en realidad, un muñeco grande— a través de una serie elaborada de conjuros y rituales hindúes.
En un discurso posterior televisado a nivel nacional ante miles de dignatarios, Modi declaró que la consagración del templo representaba el “renacimiento” de la “nación hindú”, tras siglos de “esclavitud” a manos de los “musulmanes” y del Imperio Británico, y afirmó que la nación hindú y la India son una sola.
Las declaraciones de unidad nacional hindú son, por supuesto, un fraude colosal. India está desgarrada por el conflicto de clases, con el 1 por ciento más rico atiborrándose del 22 por ciento de todos los ingresos, mientras cientos de millones sobreviven con menos de 3 dólares al día. Cuando Modi proclama el “renacimiento” de una mítica nación hindú, lo que en realidad celebra es la preeminencia política del BJP y sus aliados de extrema derecha.
“Esto no es solo un templo divino”, afirmó Modi. “Es un templo de la visión, la filosofía y la dirección de la India... Rama es el pensamiento de la India, la ley de la India... el prestigio de la India, el poder de la India”.
Para bendecir esta orgía de reacción política no solo estaba el jefe de la milicia fascista RSS, que acompañó a Modi durante gran parte del acto, sino también varios milmillonarios indios. Encabezados por Mukesh Amabani y Gautam Adani, el más rico y el segundo más rico de Asia respectivamente, acudieron en grandes números para participar en los festejos y dar más brillo a lo que fue el lanzamiento oficioso de la campaña de Modi y el BJP para ganar un tercer mandato consecutivo de cinco años cuando India acuda a las urnas esta primavera. “Es un privilegio ser testigo de la nueva era de la India”, declaró Ambani.
Algunos medios de comunicación occidentales, como The Guardian, Financial Times, New York Times y Japan Times, han expresado su preocupación por la “muerte de la India laica”. Estas preocupaciones están motivadas, ante todo, por el temor a que Modi pueda cosechar un torbellino que ponga en peligro las inversiones del capital mundial, y a que su implacable incitación de conflicto intercomunal ponga al descubierto sus fraudulentos intentos de promover India como la antípoda “democrática” de la China “totalitaria”.
En cualquier caso, una cosa es lo que dicen los escribas de la clase dominante y otra las políticas de sus Gobiernos. Durante una década, Modi tuvo prohibida la entrada en Estados Unidos por su papel, cuando era gobernador de Guyarat, de incitar y gestionar el pogromo antimusulmán de Guyarat en 2002. En él murieron unos 2.000 musulmanes y cientos de miles se quedaron sin hogar. Pero desde que el BJP llegó al poder en 2014, Washington, Londres, Berlín, París y Tokio han estado cortejando y ensalzando agresivamente a Modi, incluso cuando su Gobierno ha presidido una interminable lista de atropellos intercomunales, incluyendo alentar ataques de vigilantes contra comerciantes musulmanes de vacas y aprobar una Ley Nacional de Ciudadanía para allanar el camino a la deportación masiva de inmigrantes musulmanes.
Lo han hecho porque India es fundamental para sus planes de cercar estratégicamente y librar una guerra contra China.
El apoyo de las potencias imperialistas a Modi es consistente con su pleno apoyo al primer ministro israelí Benjamín Netanyahu y su Gobierno ultraderechista, que están llevando a cabo un genocidio en Gaza, y a los discípulos fascistas de Stepan Bandera que están librando la guerra contra Rusia en Ucrania
Como en todo el mundo, en India existe una oposición masiva al programa de la extrema derecha. En los últimos años se ha producido una ola de luchas obreras combativas y protestas campesinas que han traspasado las divisiones comunales, de casta y étnicas incitadas por los representantes políticos de la clase dominante, demostrando así la unidad objetiva de la clase obrera.
Pero en el país, como en todo el mundo, la clase obrera se enfrenta al problema de que los partidos políticos y los sindicatos que dicen representarla defienden el orden capitalista y estrangulan sistemáticamente sus luchas, abriendo así la puerta a la extrema derecha para saque partido de la creciente ira y frustración sociales. Durante décadas, los partidos parlamentarios estalinistas gemelos, el Partido Comunista de la India (Marxista) o CPM y el Partido Comunista de la India, su Frente de Izquierda y los sindicatos afiliados han atado a la clase obrera al Partido del Congreso, el partido oficialista tradicional de la burguesía india, y una constelación de partidos castitas y etnocomunales de derechas en nombre de la lucha contra el “fascista” BJP.
Hoy, señalan los crímenes del BJP pero no para acusar a la burguesía india y movilizar a los trabajadores, sino para intentar arrearlos tras la alianza electoral INDIA, dirigida por el Partido del Congreso, que no está menos comprometido que el BJP de Modi con las políticas “proinversores” y la “asociación estratégica global” indo-estadounidense. Entre los miembros de esta supuesta “alianza laica y democrática” destacan los partidos que fueron aliados del BJP durante mucho tiempo e incluso defensores del supremacismo hindú como el Shiv Sena.
Los obreros y explotados de la India no pueden combatir la reacción comunal aferrándose a los partidos de derechas de la clase dirigente capitalista y a las putrefactas instituciones “democráticas” de la República India. Estos partidos e instituciones, en primer lugar el propio Partido del Congreso, se han confabulado con la derecha hindú y se han adaptado a ella, incluso en la partición de India, que consagró el conflicto comunal en las estructuras estatales del sureste asiático.
La Corte Suprema, que Modi aplaudió en su discurso el lunes, ha emitido un fallo tras otro facilitando los ataques del BJP a los derechos democráticos, incluso favoreciendo en 2019 la construcción del templo a Rama sobre las ruinas de Babri Masjid.
Para derrotar el supremacismo hindú y la reacción comunal, los trabajadores indios deben basar sus luchas en la lucha por el socialismo y por el programa trotskista de la revolución permanente. Deben unir todas sus luchas contra las privatizaciones, el empleo precario, la austeridad, las provocaciones intercomunales y otros ataques a los derechos democráticos, emprendiendo una ofensiva política de las masas obreras. Tal ofensiva debe orientarse y vincularse a la ola de luchas de la clase obrera internacional y debe movilizar a todos los oprimidos en oposición a la burguesía y a sus representantes políticos, en una lucha por el poder obrero y la reorganización socialista de la vida socioeconómica.
(Artículo publicado originalmente en inglés el 22 de enero de 2024)
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