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Las elecciones presidenciales de Irán se dirigen a una segunda vuelta en medio de la guerra en Oriente Próximo

Las elecciones presidenciales de Irán se decidirán en una segunda vuelta el próximo viernes entre el denominado candidato de “reforma”, el Dr. Masoud Pezeshkian, y Saeed Jalili, un líder de la facción Principalista o “conservadora” de la élite política burgués-clerical de la República Islámica.

Pezeshkian favorece la renovación de los esfuerzos para buscar un acercamiento con Washington y las potencias imperialistas europeas, como se intentó durante la administración de Hassan Rouhani, presidente de Irán desde 2013 hasta 2021. Combina llamados a relajar el control clerical sobre aspectos de la vida diaria y denuncias de la corrupción gubernamental generalizada con la promoción de una agenda neoliberal, pro-mercado, dirigida a aumentar las ganancias y la inversión a expensas de la clase trabajadora.

El candidato a la presidencia Saeed Jalili, tercero desde la izquierda, un antiguo negociador nuclear iraní, se sienta en una reunión con un grupo de sus seguidores durante su campaña en un polideportivo en Teherán, Irán, el domingo, 30 de junio de 2024 [AP Photo/Vahid Salemi]

Jalili, el principal negociador nuclear de Irán entre 2007 y 2013, fue uno de los opositores más vocales al acuerdo nuclear de Irán de 2015, el cual el presidente de los Estados Unidos, Donald Trump, repudió en 2018 para iniciar una nueva ofensiva de EE.UU. para subyugar a Irán mediante presión militar y desmantelamiento de su economía. Él aboga por la política de “resistencia económica” actualmente favorecida por el líder supremo de la República Islámica, el ayatolá Jamenei. Entre los Principalistas, quienes están divididos en múltiples facciones competidoras, Jalili es considerado uno de los más estridentes en su promoción de costumbres islámicas reaccionarias y del rol dominante del clero chiita en la vida política.

En la primera ronda de las elecciones presidenciales celebradas el pasado viernes, Pezeshkian superó por poco a Jalili, obteniendo 10,41 millones de votos (42,5% de los votos emitidos) frente a los 9,47 millones de Jalili (38,6%)

Bagher Ghalibaf, exalcalde de Teherán y comandante de la fuerza aérea del Cuerpo de la Guardia Revolucionaria Islámica, y actual presidente del Majlis (parlamento iraní), obtuvo 3,38 millones de votos (13,5 %).

Una vez conocidos los resultados, Ghalibaf inmediatamente declaró su apoyo a Jalili en la segunda vuelta—constitucionalmente necesaria ya que ninguno de los candidatos obtuvo la mayoría de los votos. Los otros tres candidatos autorizados para participar en las elecciones bajo un proceso de selección altamente antidemocrático supervisado por el Consejo de Guardianes también han mostrado su apoyo a Jalili. Dos de ellos se retiraron el jueves pasado antes de que se emitieran los votos. El tercero, Mostafa Pourmohammadi, obtuvo solo 206.397 votos.

En una indicación llamativa y altamente significativa del debilitamiento del apoyo popular al régimen nacionalista burgués de Irán, la participación total de votantes cayó bruscamente a pesar de una campaña pública muy visible del gobierno para alentar a la gente a cumplir con su “deber cívico” votando. El propio líder supremo participó activamente en esta campaña.

De los más de 61 millones de iraníes elegibles para votar, menos del 40 por ciento decidió emitir su voto el viernes, una caída de 9 puntos porcentuales respecto a las elecciones presidenciales de 2021. Esa elección fue ganada por el clérigo Principalista Ebrahim Raisi, cuya muerte junto con otros altos funcionarios en un accidente de helicóptero el 19 de mayo desencadenó la elección actual.

Antes de las elecciones de 2021, la participación en unas elecciones presidenciales iraníes nunca había caído por debajo del 50 por ciento, y en las tres elecciones anteriores en 2009, 2013 y 2017, siempre superó el 70 por ciento.

La fuerte caída en la participación es una indicación de la desaprobación masiva hacia todas las facciones del establisment político—tanto conservadora como de “reforma”—y de la creciente ira social. Desde principios de 2018, Irán ha sido convulsionado tres veces por movimientos de protesta nacionales masivos alimentados por la ira por la desigualdad social, la inflación descontrolada, el agravamiento de la pobreza y el gobierno corrupto y represivo de la República Islámica capitalista.

Todos estos movimientos han sido social y políticamente heterogéneos, involucrando a los trabajadores y campesinos de Irán, pero también a capas más privilegiadas de la clase media, respaldadas por sectores de la burguesía, que resienten el capitalismo clientelar de la República Islámica y los privilegios políticos del clero chiita solo porque representan obstáculos para su propio enriquecimiento.

Con Raisi al igual que con Rouhani, los gobernantes de la República Islámica usaron represión sangrienta para suprimir las protestas antigubernamentales. Se informó que durante los tres meses de protestas nacionales a gran escala desencadenadas por la muerte bajo custodia policial de Mahsa Amini, una joven kurda arrestada por no usar correctamente el hiyab, cientos de personas, incluidas decenas de menores, fueron asesinadas.

El régimen burgués clerical consolidó su poder secuestrando el levantamiento revolucionario masivo que derrocó la brutal dictadura monárquica del Shah, respaldado por EE.UU., en 1979 y reprimió salvajemente a la izquierda y a todas las organizaciones independientes de la clase trabajadora. Durante décadas ha tratado de equilibrarse entre las masas oprimidas de Irán y las potencias imperialistas.

Sin embargo, la crisis del capitalismo mundial y los intentos de las potencias imperialistas, lideradas por Estados Unidos, de reafirmar su dominio global mediante una violenta redivisión del mundo y la toma de recursos, territorios estratégicos y masas laborales a explotar, hacen que este acto de equilibrio sea cada vez más precario.

En vísperas de la elección, el secretario de Estado de EE.UU., Antony Blinken, impuso nuevas sanciones a Irán en respuesta, o al menos eso afirmó, a los planes de Irán para aumentar su programa nuclear civil. Bajo condiciones en las cuales EE.UU. y las potencias europeas están librando una guerra económica contra Irán y apoyando a Israel al máximo mientras este lleva a cabo un asalto genocida contra los palestinos, Teherán ha intentado presionarlos para que regresen al acuerdo de 2015 aumentando su enriquecimiento de uranio y violando otras condiciones del acuerdo.

Blinken puntualizó su anuncio de sanciones con una amenaza de guerra, incluso un ataque nuclear contra Irán, declarando que el imperialismo estadounidense está “preparado para usar todos los elementos” de su “poder nacional para asegurar” que Irán nunca obtenga un arma nuclear.

Al día siguiente, la misión de Irán ante la ONU emitió un comunicado en X/Twitter advirtiendo que, si Israel cumplía con sus amenazas de invadir Líbano, enfrentaría una “guerra destructora” y sugirió que las milicias respaldadas por Irán en la región vendrían en defensa de Hezbollah.

La realidad es que ninguna de las facciones de la élite burguesa y del establisment político clerical de la República Islámica tiene una respuesta progresista a la ofensiva bélica del imperialismo estadounidense y el ataque rampante de su perro guardián sionista israelí.

Aunque están amargamente divididos entre sí, su respuesta uniforme a la creciente agresión imperialista es intensificar la explotación y represión de la clase trabajadora. Administraciones sucesivas, tanto “conservadoras” como de “reforma”, han desmantelado sistemáticamente las pocas concesiones sociales que se otorgaron a la clase trabajadora inmediatamente después de la Revolución de 1979, implementando privatizaciones masivas y recortes de subsidios y de gasto social.

Bajo Rouhani, con la aprobación de Jamenei, la República Islámica acordó a partir de enero de 2016 reducir drásticamente su programa nuclear civil, con el objetivo de abrir los abundantes recursos energéticos de Irán y su clase trabajadora a la explotación imperialista europea y estadounidense. Pero el “boom de inversiones” resultó ser poco más que una ilusión. Al asumir el cargo a principios de 2017, Trump rápidamente notificó que tenía la intención de sabotear el acuerdo nuclear de Irán como parte de una estrategia global América Primero aún más agresiva.

En respuesta, Rouhani cortejó agresivamente a Berlín, Londres y París. Pero una vez que Trump retiró el acuerdo con Irán, inició su campaña de “máxima presión” sobre Teherán y amenazó con usar el control de Washington sobre el sistema financiero global para sancionar a cualquier empresa extranjera que comerciara con Irán, las potencias europeas rápidamente se alinearon.

El sucesor de Rouhani, Raisi, estaba dispuesto a explorar la posibilidad de revivir el acuerdo nuclear, algo que Biden afirmó favorecer durante la campaña electoral de EE.UU. de 2020. Pero para contrarrestar las actuales brutales sanciones económicas de EE.UU. y Europa, que entre otras cosas agravaron enormemente el impacto de la pandemia del COVID-19, Teherán continuó al mismo tiempo ampliando sus lazos económicos y estratégicos con Rusia y China.

Washington respondió con una creciente obstinación y en agosto de 2022, unos seis meses después del estallido de la guerra instigada por EE.UU. y la OTAN en Ucrania, las negociaciones nucleares intermitentes comenzaron a desmoronarse completamente.

EE.UU. ha acogido con satisfacción la guerra de ocho meses de Israel contra Gaza como un medio para perseguir las planes largamente desarrollados para reorganizar el Medio Oriente bajo un dominio desenfrenado de EE.UU. degradando gradualmente la posición de Irán y sus aliados y, en última instancia, librando una guerra total contra ellos. Blinken y Biden han atado repetidamente la expansión de la guerra en el Medio Oriente y la necesidad del imperialismo estadounidense de reducir la influencia iraní a la guerra de la OTAN contra Rusia y la ofensiva estratégica económica y militar integral de Estados Unidos contra China, admitiendo, de hecho, que Estados Unidos y sus aliados están comprometidos en una guerra mundial por la hegemonía imperialista.

Cuando Israel, como parte de una serie de provocaciones en escalada, mató a personal principal del Cuerpo de la Guardia Revolucionaria Islámica al atacar la misión diplomática de Irán en Siria, Teherán se sintió obligado a responder. Pero señaló su primer ataque militar directo a Israel el 13 de abril con suficiente antelación y lo calibró cuidadosamente con la esperanza de evitar una guerra más amplia.

En los cinco debates televisados celebrados en la víspera de la primera ronda de las elecciones presidenciales, el candidato de “reforma” Pezeshkian afirmó repetidamente que podría resolver la crisis económica aguda de Irán buscando relaciones amistosas con “nuestros vecinos” y reviviendo el acuerdo nuclear. Sus oponentes Principalistas, afirmó, “no dejaron que el JCPOA [el nombre oficial del acuerdo] tuviera éxito”, prefiriendo, como Trump y el primer ministro israelí Netanyahu, “incendiarlo”. Por supuesto, no ofreció una explicación de cómo Irán podría lograr ese acercamiento cuando Estados Unidos y sus aliados europeos han dejado claro que su objetivo es subyugar a Irán y restablecer el tipo de régimen neocolonial que existía bajo el Shah.

Mientras aboga por la conciliación con las potencias imperialistas, Pezeshkian se presenta como el representante de “propietarios” y “gerentes de empresas […] sedientos de la estabilidad de un entorno empresarial adecuado” libre “de interferencias gubernamentales,” y “inversores bursátiles” enfadados por la depreciación de sus acciones.

Mientras tanto, Jalili, quien cuenta con el respaldo no tan sutil del líder supremo Jamenei, afirmó que pondría a Irán en el camino de un crecimiento anual del 8 por ciento, pero nuevamente, sin ofrecer un camino viable sobre cómo podría lograrse esto.

En los últimos años, los trabajadores de Irán han mostrado gran militancia, llevando a cabo numerosas huelgas y protestas. Sin embargo, aún no han encontrado su voz política independiente. Eso requiere la construcción de un partido trotskista revolucionario que luche por infundir el creciente movimiento de la clase trabajadora con el programa de la Revolución Permanente. La clase trabajadora debe reunir a todos los trabajadores oprimidos detrás de ellos en la lucha por una república de trabajadores y unos Estados Unidos Socialistas del Medio Oriente contra el imperialismo y todas las facciones de la burguesía iraní. Solo la unificación revolucionaria de los trabajadores de la región—árabes, turcos, kurdos, iraníes e israelíes—a través de todas las divisiones religiosas y étnicas, barriendo el reaccionario sistema de estados-nación impuesto por las potencias imperialistas en la región, puede poner fin a la opresión y guerra imperialista, y abrir la puerta a la erradicación de la desigualdad social y al cumplimiento de las aspiraciones sociales y democráticas de todos los trabajadores.

(Artículo publicado originalmente en inglés el 31 de junio de 2024)

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