El evento celebrado por el candidato presidencial republicano Donald Trump en el Madison Square Garden de la ciudad de Nueva York el domingo por la noche mostró el verdadero rosto de un movimiento político que está asumiendo un carácter cada vez más abiertamente fascista.
Los comentaristas han utilizado apropiadamente el término fascismo para describir el movimiento que Trump está construyendo. Pero lo identifican con ciertos rasgos del fascismo, incluyendo la subversión de los métodos electorales tradicionales mediante la violencia, intimidación, el nacionalismo extremo y la xenofobia, excluyendo su contenido más fundamental: la contrarrevolución capitalista.
Algunos comentaristas señalaron que posiblemente pierda votos por el mitin en el Madison Square Garden. No cabe duda de que el espectáculo en Nueva York repugnará a amplios sectores de la población, y no solo a aquellos siendo directamente atacados por la inmundicia fascistizante de Trump.
No obstante, el plan de Trump para tomar el poder no se basa en procedimientos electorales formales, sino en los métodos de una guerra civil. Trump y los republicanos están utilizando un libro de jugadas fascista.
Lo manifestado el domingo por la noche es prueba de ello. En la ciudad de Nueva York, la capital mediática del mundo, los oradores republicanos arrojaron comentarios racistas y antiinmigrantes con abandono. Un orador se refirió a Puerto Rico, el hogar ancestral de unos 6 millones de estadounidenses, incluido 1 millón de neoyorquinos, como una “isla flotante de basura”. El asesor de Trump, Stephen Miller, gritó que “Estados Unidos es solo para los estadounidenses y los estadounidenses”, una consigna que es una traducción directa del mantra nazi, “Deutschland ist nur für Deutsche”, que se utilizó para justificar el asesinato masivo de judíos en el Holocausto.
Trump, por su parte, proclamó que su victoria “terminará la invasión migratoria de nuestro país y comenzará la restauración de nuestro país” y que la jornada electoral será “el día de la liberación”. Los tropos de un “renacimiento nacional” que acabará con la “contaminación extranjera” han sido durante mucho tiempo un elemento básico de los movimientos fascistas. La plataforma republicana incluye el compromiso de detener y deportar a 11 millones de hombres, mujeres y niños, una hazaña que solo podría lograrse a través de un Estado policial. En el Madison Square Garden se describe una estrategia de represión violenta a escala industrial. Lo que Trump promete ha de conducir en última instancia a un asesinato en masa.
La violencia primero se dirigirá contra los opositores políticos, lo que Trump llama “el enemigo interno”. Frente a los líderes republicanos en el Congreso como espectadores, Trump y sus aliados volvieron a jurar una venganza sangrienta contra sus enemigos. Dado que hace poco menos de cuatro años sus partidarios estuvieron a pocos metros de ejecutar públicamente al vicepresidente Mike Pence y a la presidenta de la Cámara de Representantes Nancy Pelosi, estas amenazas deben verse como algo real y mortal. Los oradores se refirieron a la candidata presidencial demócrata, Kamala Harris, como “el Anticristo” y “el diablo”. Otro se refirió a todos los demócratas como “un grupo de degenerados, escoria y odiadores de los judíos”.
Trump repitió su retórica llamando a sus oponentes “enemigos internos”, añadiendo que “son inteligentes y viciosos, y tenemos que derrotarlos”. Concluyó que, “le han hecho cosas muy malas a este país. De hecho, son el enemigo interno”.
Esta estrategia no se verá alterada por la votación del próximo martes. Trump y los republicanos se están preparando para utilizar métodos ilegales e inconstitucionales para impugnar cualquier resultado que vaya en su contra, utilizando su control de los Gobiernos estatales y las fuerzas policiales para anular los resultados electorales, como lo hicieron hace cuatro años. El día posterior al evento, hubo incendios provocados contra urnas electorales en Washington y Oregón, una pequeña indicación de lo que está por venir.
Trump cuenta con el apoyo de sectores sustanciales de la oligarquía corporativo-financiera, que entienden que el máximo “enemigo interno” es la clase trabajadora. Elon Musk, la persona más rica del mundo, apareció en el Madison Square Garden vestido de negro, el uniforme tradicional del movimiento creado por Mussolini. Musk ha donado 118 millones de dólares a la campaña de Trump.
Otros multimillonarios y directores ejecutivos, en palabras de un artículo del Washington Post publicado el lunes, están “distribuyendo sus apuestas”. Esto incluye a Jeff Bezos, la segunda persona más rica del mundo y el propietario del Washington Post, que impidió que el periódico respaldara a Harris. Los oligarcas que han declarado su neutralidad en las elecciones incluyen al director ejecutivo de Berkshire Hathaway, Warren Buffett; Larry Ellison, fundador de Oracle; Mark Zuckerberg de Meta; y Sundar Pichai de Google.
Las cinco personas más ricas de Estados Unidos controlan un total combinado de 1 billón de dólares. Todos han respaldado a Trump o han expresado indiferencia. Los capitalistas estadounidenses están tan dispuestos a llegar a un acuerdo con Trump en 2024 como sus homólogos alemanes con Hitler en 1933.
El Partido Demócrata no es un obstáculo para los complots de Trump, sino que actúan como cómplices. El Partido Demócrata representa los intereses de la misma élite financiera, así como de los sectores más ricos de la clase media y ha estado “ganando” la batalla de conseguir más dinero de donantes ricos.
Si uno creyera sus declaraciones públicas, los demócratas, como querubines inocentes, de repente se dieron cuenta del fascismo de Trump la semana pasada, tras las declaraciones de los generales retirados Mark Milley y John Kelly. De alguna manera, nunca se habían dado cuenta de esta tendencia, a pesar del intento de golpe de Estado el 6 de enero de 2021.
De hecho, el silencio del Partido Demócrata sobre la evolución fascista cada vez más abierta de Trump y su movimiento MAGA se debió a su compromiso con defender el régimen político bipartidista del sistema capitalista contra la clase trabajadora. Por eso Biden respondió al golpe del 6 de enero con una declaración de apoyo a “un Partido Republicano fuerte”. A lo largo de sus intentos de investigar el golpe del 6 de enero, los demócratas buscaron evitar implicar al Partido Republicano y a sus aliados de la Corte Suprema en la conspiración fascista
Incluso ahora, el objetivo central de la campaña de Harris ha sido “acercarse al otro lado del pasillo”, es decir a los republicanos supuestamente razonables. En la medida en que se refieren al peligro representado por Trump, lo presentan simplemente como un individuo que busca el poder, no como el líder de uno de los dos partidos de la élite gobernante capitalista con un respaldo sustancial de la élite gobernante capitalista.
Las mismas condiciones que han fortalecido el fascismo (guerras interminables en el extranjero, niveles malignos de desigualdad social y represión de Estado policial) son alimentadas por el Partido Demócrata.
El fascismo no es una política que han elegido equivocadamente uno u otro partido capitalista, ni mucho menos un individuo. Como explicó Trotsky en una serie de escritos brillantes en respuesta al surgimiento del nazismo, el fascismo es una manifestación del colapso de la democracia burguesa bajo el peso de las contradicciones del capitalismo.
Al impulsar un movimiento de masas basado en los sectores más reaccionarios de la clase media y sectores atrasados y desmoralizados de trabajadores, el fascismo es la máxima destilación del capitalismo: la dominación descaradamente violenta de la clase trabajadora en el país y en el extranjero en defensa de las ganancias.
La experiencia estadounidense lo confirma. Ha habido otras formaciones políticas fascistas durante el último siglo, por ejemplo, el Ku Klux Klan, las camisas plateadas, el Bund germano-estadounidense, el America First Committee y la John Birch Society. Ha habido varios políticos fascistas prominentes, incluidos Huey Long, el padre Coughlin, Charles Lindbergh, Joe McCarthy y George Wallace. Y ha habido muchos capitalistas de tinte fascista, entre ellos Henry Ford, Howard Hughes y William Randolph Hearst.
El surgimiento del fascismo en Estados Unidos le debe algo a estos notorios pioneros de la derecha y a la tóxica política antisemita, antiinmigrante y racista que propugnaban. Pero le debe tanto o más al liberalismo estadounidense y a la burocracia sindical. Todos se unieron en el siglo XX para transformar el anticomunismo en una religión estatal en todo menos en el nombre. El resultado fue el destierro de la política y la cultura oficiales estadounidenses de cualquier comprensión del predominio de las clases sociales en determinar la realidad social. La extrema derecha siempre fue bienvenida en este mundo, incluso si la burguesía no sentía la necesidad de entregarle el poder.
Pero en la medida en que el capitalismo estadounidense mantenía la resiliencia suficiente para contener las contradicciones de clase dentro del marco de los procedimientos democráticos tradicionales, sin recurrir a métodos de guerra civil, la clase dominante mantuvo a raya a su ala fascista. Eso ya no es posible.
Durante los últimos 30 años, el sistema capitalista ha enfrentado una serie de grandes conmociones económicas. La crisis financiera de 2008 llevó al capitalismo estadounidense al borde del colapso. Esto solo se previno gracias al rescate masivo de los bancos y las corporaciones organizado por el Gobierno de Obama. La pandemia, que desencadenó otro colapso de Wall Street, exigió aumentar la transfusión de dinero gratis a las arcas de sus bancos y corporaciones. Durante los últimos 15 años, la deuda nacional se ha incrementado masivamente a aproximadamente $35 billones.
La crisis económica subyacente ha ido de la mano del prolongado declive en la posición global de los Estados Unidos. Las fantasías de que EE.UU. establecería una dominación ilimitada e indiscutible en un “nuevo orden mundial” tras la disolución de la Unión Soviética en 1991 se han visto destrozadas por la aparición de grandes desafíos a la hegemonía estadounidense, sobre todo de China.
La clase dominante estadounidense da por sentado que el conflicto militar con China es inevitable. Las referencias a una “guerra total” se están convirtiendo en algo común en las revistas políticas y en las declaraciones de los dirigentes políticos. En este sentido, los demócratas han sido incluso más agresivos que los republicanos.
El Partido Demócrata no ofrece nada más que austeridad y guerra. De hecho, patrocina y arma a los fascistas de todo el mundo que sirven como la garra ensangrentada del imperialismo estadounidense, como el Batallón Azov en Ucrania y las fuerzas israelíes llevando a cabo la “solución final” de los palestinos en Gaza y Cisjordania.
La combinación fatal de la crisis financiera y económica y los imperativos globales del imperialismo estadounidense empujan a la clase dominante a la guerra contra la clase trabajadora. La clase dominante, que ha adquirido el carácter de una oligarquía, se ve obligada a intensificar su asalto a los niveles de vida de la clase trabajadora.
La principal preocupación de los demócratas con respecto a Trump es que su victoria podría interferir con planes muy avanzados de guerra con Rusia. Temen que el marco bipartidista del Estado capitalista esté siendo socavado. Y les preocupa que el peligro representado por Trump inspire un movimiento de masas desde abajo. De hecho, en respuesta al mitin de Trump en Nueva York, el Partido Demócrata, incluida la falsa socialista de Nueva York, la diputada Alexandria Ocasio-Cortez, se rehusó a movilizar una protesta en su contra.
Hablar de un “mal menor” en esta situación no tiene sentido político. Esto confirma el análisis que el World Socialist Web Site ha hecho desde el año 2000, cuando protestas violentas detuvieron el conteo de votos en Florida, dejando el resultado de las reñidas elecciones entre Bush y Gore en manos de la mayoría derechista de la Corte Suprema, que entregó la victoria a los republicanos. Esa decisión, como advertimos, demostró la ausencia de una verdadera base social a favor de la democracia en la clase dominante. Ahora, después de casi un cuarto de siglo, incluso las formas democráticas de gobierno se están dejando de lado.
En medio de estas convulsiones políticas, hay que destacar un hecho esencial. El movimiento de las élites gobernantes hacia la dictadura se opone cada vez más diametralmente al movimiento de la clase trabajadora. El año pasado se produjeron protestas masivas de jóvenes y trabajadores contra el genocidio en Gaza, frente a la brutal represión y las calumnias. Existe una creciente oposición en la clase trabajadora a la austeridad, la explotación, la pobreza y la desigualdad social, que solo se refleja parcialmente en la serie de huelgas en todo el país, incluida la huelga en curso en Boeing, donde los trabajadores han rechazado dos contratos presentados por el sindicato.
Existe una poderosa base objetiva para construir un movimiento contra las conspiraciones de los oligarcas capitalistas.
La tarea es dotar a ese movimiento de un programa anticapitalista y socialista que articule sus intereses. El veneno del chovinismo nacional, el racismo y la histeria antiinmigrante debe ser contrarrestado con una lucha por la unidad internacional de la clase trabajadora. La clase obrera estadounidense debe reconocer que la defensa de sus derechos democráticos e intereses sociales solo es posible en alianza con sus hermanos y hermanas de clase en todo el mundo.
A lo largo de este proceso electoral, que ha puesto al descubierto la degradación de todo el sistema político estadounidense, el World Socialist Web Site y el Partido Socialista por la Igualdad han tratado de alertar a la clase trabajadora, la juventud y todos los sectores progresistas de la población sobre la magnitud de la crisis. Cualquiera que sea el resultado inmediato de las elecciones del próximo martes, la crisis del sistema político se intensificará. Después del mitin del Madison Square Garden, es imposible negar el peligro que representa el crecimiento de un movimiento fascista estadounidense y la creación de una dictadura militar-policial capitalista. Las alternativas que enfrenta la clase trabajadora son la conquista del poder y el establecimiento del socialismo o la barbarie fascista y la guerra mundial.
Todos aquellos que reconocen este peligro deben sacar la conclusión política necesaria: unirse al Partido Socialista por la Igualdad y construir el movimiento revolucionario de la clase obrera.
(Artículo publicado originalmente en inglés el 28 de octubre de 2024)