La revista Time nombró al presidente electo Donald Trump como su “Persona del Año” de 2024 el jueves, escribiendo que lo había elegido “por movilizar un regreso de proporciones históricas, por impulsar un realineamiento político único en una generación, por reconfigurar la presidencia estadounidense y alterar el papel de Estados Unidos en el mundo…”. Después del artículo adulador inicial, aparece una entrevista extensa y servil por parte de cuatro redactores y editores de la revista, incluyendo el editor en jefe Sam Jacobs, llevada a cabo en la propiedad Mar-a-Lago de Trump.
El día en que apareció el artículo de portada de Time, Trump hizo una reverencia ante su público más importante –Wall Street— tocando la campana de apertura en la Bolsa de Nueva York el jueves, mientras los miembros de su familia y los nominados de su gabinete aplaudían, y los ejecutivos y operadores de bolsa reunidos coreaban “¡USA!”. Junto a Trump se encontraba Jessica Sibley, directora ejecutiva de Time.
Si bien fueron nauseabundos, los elogios fueron totalmente predecibles. Trump también fue la “Persona del Año” de Time en 2016, y la mayoría de los ganadores de las elecciones presidenciales han sido glorificados de manera similar. Este es un ritual necesario para la clase dominante estadounidense, ya que trata de mantener una hoja de parra de legitimidad popular para el hombre que ha seleccionado como su “comandante en jefe”.
Pero hay algo particularmente enfermo y deshonesto en los homenajes que se rinden a Trump. La adulación a Trump por parte de la revista Time forma parte de una “normalización” general del presidente fascistizante en los medios de comunicación. La “amenaza existencial” de ayer, un reaccionario fascista corrupto en visible declive físico y mental, se presenta ahora como un líder histórico mundial.
Las palabras “fascismo” y “dictadura” no aparecen en el artículo de portada de 5.000 palabras de la revista ni en la transcripción de casi 12.000 palabras de la entrevista con Trump. Dos comentarios de los entrevistadores captan el carácter de los artículos y la grotesca distorsión de la realidad política en la que se basan. “Ha realineado ambos partidos políticos, ha cambiado América”, declara uno. “Tiene que haber algo que entiendas sobre ganar votos o sobre el pueblo estadounidense que tus oponentes quizá no te reconocen”. Otro entrevistador le dice a Trump más tarde: “Has impulsado un movimiento social y político que ha transformado este país”.
La verdad es que la demagogia fascista de Trump no ha “impulsado” un movimiento de masas desde abajo. No debe su “regreso” político al apoyo popular de masas ni a su genio político, sino a la debilidad y la bancarrota de la oposición nominal. El Partido Demócrata se negó a dar una respuesta políticamente seria al intento de golpe de Estado del 6 de enero de 2021, cuando, por primera vez en la historia de Estados Unidos, un presidente derrotado en las urnas intentó aferrarse al poder por la fuerza.
El presidente Joe Biden declaró en respuesta al golpe fallido que su objetivo era mantener un “Partido Republicano fuerte”. Su Departamento de Justicia limitó los enjuiciamientos por el 6 de enero a los matones fascistas que atacaron directamente el Capitolio. Mientras tanto, sus organizadores e instigadores, en el entorno de Trump, el Partido Republicano y el aparato militar y de inteligencia, eran libres de tramar el regreso de Trump al poder.
Los líderes del Partido Demócrata dejaron claro que continuar e intensificar su política exterior imperialista agresiva dirigida contra Rusia y China requería salvaguardar el sistema bipartidista en casa, dando a la oligarquía financiera un monopolio político y sofocando la oposición de la clase obrera. Incluso en sus últimas semanas en el cargo, la guerra de EE.UU. y la OTAN contra Rusia en Ucrania, y los crímenes del Estado israelí en Oriente Próximo siguen siendo la principal prioridad de la Administración de Biden-Harris.
La principal prioridad de Trump, por el contrario, es prepararse para una guerra mundial imperialista apuntalando primero el frente interno, ampliando drásticamente la infraestructura del Estado policial dentro de los propios EE.UU. Inicialmente, esto tomará la forma de un ataque colosal contra los trabajadores inmigrantes, deteniendo y deportando a millones. Pero la movilización policial-militar necesaria para lograrlo se dirigirá contra los trabajadores en su conjunto, sea cual sea su lugar de nacimiento.
Cabe notar que varias veces durante la entrevista con Time, Trump describió la presencia de migrantes en Estados Unidos, tanto si cruzaron la frontera entre Estados Unidos y México sin papeles como si entraron legalmente bajo programas como el Estatus de Protección Temporal, como una “invasión.” No se trata solo de una frase retórica, sino que pretender ser una justificación legal y constitucional de todas y cada una de las acciones represivas emprendidas por la nueva Administración.
Cuando le preguntaron sobre la prohibición del uso de tropas federales para tareas policiales en el país, en virtud de la prohibición legal conocida como “ posse comitatus ”, Trump respondió: “Bueno, no lo hace, no prohíbe a los militares si se trata de una invasión de nuestro país, y yo lo considero una invasión de nuestro país. Solo haré lo que la ley permita, pero llegaré hasta el nivel máximo de lo que la ley permita”.
Trump repitió sus mentiras, refutadas desde hace tiempo, de que los países vierten sus manicomios y cárceles para enviar presos y reclusos a Estados Unidos, e incluso afirmó que el rechazo popular a los supuestos inmigrantes criminales fue un factor aún más importante en su victoria electoral que la angustia económica por la inflación. Los precios de los alimentos fueron importantes, dijo, pero “lo que fue un factor aún mayor, creo, fue la frontera”.
No existe la menor prueba de que esto sea cierto. Los esfuerzos de Trump por demonizar a los inmigrantes haitianos en Springfield (Ohio) y Charleroi (Pensilvania) le estallaron en la cara, ya que incluso los funcionarios republicanos locales rechazaron sus afirmaciones de que los inmigrantes se estaban comiendo a las mascotas o cometiendo delitos. Las encuestas de opinión sugieren un apoyo generalizado, por una mayoría considerable, a un trato más humano de los inmigrantes, en lugar de la represión salvaje defendida por los acólitos fascistas de Trump como Stephen Miller y Tom Homan.
La revista Time no formuló ninguna respuesta, aceptando la declaración de Trump de que no sería necesario crear campos de detención masivos para inmigrantes porque serían deportados de Estados Unidos muy rápidamente. Los periodistas no hicieron ninguna pregunta a Trump sobre el impacto de las redadas masivas en barrios obreros para detener a “ilegales” ni sobre las implicaciones del despliegue del ejército estadounidense para tales fines.
Tampoco respondió a las afirmaciones de Trump de que cuenta con tal mandato popular que debería permitirle gobernar sin ningún control significativo. “El mandato fue masivo”, declaró. “Tuve la mejor victoria electoral que mucha gente dice que hemos tenido en cientos de años”.
De hecho, Trump obtuvo algo menos del 50 por ciento del voto popular, con un margen que se sitúa en la mitad inferior de los vencedores presidenciales de EE.UU. históricamente. Quedó muy por detrás del margen de Biden en 2020 o de Obama en 2008 y 2012, e incluso de George W. Bush en 2004. Su partido controla el Congreso por un estrechísimo margen, 53-47 en el Senado y 220-215 en la Cámara de Representantes. En los cinco estados disputados en el Senado, los republicanos perdieron cuatro, a pesar de que Trump ganó las elecciones presidenciales.
Ninguno de estos hechos y cifras impedirá que los medios corporativos aclamen el “capital político” de Trump ni que los demócratas se acobarden ante su apoyo popular supuestamente invencible. Pero las políticas esbozadas por Trump en su entrevista con Time, de menores, impuestos para los ricos, desregulación para las empresas estadounidenses, indultos totales para los que atacaron el Capitolio el 6 de enero, persecución de sus enemigos políticos, por no hablar de la guerra contra los inmigrantes, se encontrarán con una poderosa resistencia desde abajo, por parte de la clase trabajadora.
Trump ya lo presagió al admitir, tanto en su entrevista con la NBC, emitida el pasado domingo, como en su entrevista con Time, que no puede asegurar ninguna reducción de la inflación, en particular de los precios de los comestibles.
Hablando en la bolsa, Trump dijo a CNBC que entregaría “una economía como nadie ha visto antes”. Y así será: Trump impulsará las fortunas de la industria de los combustibles fósiles, los especuladores de criptomonedas y el capital financiero en su conjunto, a expensas de la clase trabajadora. El resultado será una intensificación explosiva de la lucha de clases a una escala no vista en generaciones.
(Artículo publicado originalmente en inglés el 12 de diciembre de 2024)