El 28 de marzo de 1979, los conservadores introdujeron una moción de censura que por primera vez en más de 55 años destituyó a un gobierno. Solo cuatro días antes, el WRP finalmente se había dado cuenta de lo que estaba pasando y publicó una advertencia tardía: “Fuerzas reaccionarias se están reuniendo para un ataque sin precedentes para pauperizar a la clase trabajadora, aplastando sus organizaciones y sus derechos democráticos básicos” (News Line, 24 de marzo de 1979).
Pero en la misma página y prominentemente en un anuncio en la portada de la XIX conferencia de los Young Socialists, estaba la consigna que decía: “Derroquemos al gobierno laborista”. Proclamando que “los idus de marzo están realmente aquí”, la resolución adoptada por la Conferencia y que fue elaborada por Banda, declaraba: “Todos aquellos que estuvieron a favor de retener la grotesca charada del gobierno laborista han quedado totalmente desenmascarados. La política del WRP y los YS de derrocar al gobierno laborista como parte de la lucha por el poder ha sido completamente reivindicada. Pero el hecho de que los conservadores en su forma reaccionaria y perversa hayan confirmado nuestras advertencias no nos da ninguna satisfacción” (News Line, 26 de marzo de 1979).
Ni siquiera la retórica de Banda al estilo de Churchill podía ocultar el hecho de que las políticas del WRP habían sido desastrosamente erradas. Algo mortificado, admitió: “Habría sido preferible que el gobierno de Callaghan, de destructores de empleos y recortadores de salarios, hubiera sido derrocado y vencido por la clase trabajadora à la Heath en enero de 1974” (ibid.).
En realidad, hubiera sido mucho mejor que el WRP hubiera luchado contra los laboristas desde 1975 à la Trotsky —esto es, concentrando su fuego en contra de los laboristas traidores por abrirles la puerta a los conservadores, demandando que los que se decían izquierdistas rompieran con Callaghan y expulsaran a los derechistas de las células locales del Partido Laborista, y movilizando sistemáticamente a la clase trabajadora en base a demandas Transicionales—. Una política así habría elevado inconmensurablemente la posición del partido ante los ojos de los militantes del Partido Laborista y de toda la clase trabajadora.
La desmoralización de esta resolución se reveló en el hecho de que aceptaba que una victoria de los conservadores era inminente sin siquiera molestarse en llamar a una movilización de la clase trabajadora para detener a los conservadores y votar por los laboristas.
Hubo además otro viraje en la línea política del WRP. Reconociendo que toda su línea política previa había quedado desacreditada por el golpe parlamentario de los conservadores, los líderes del WRP trataron de engañar a sus militantes y a toda la clase trabajadora alegando que no importaba que ganara la Thatcher. Denunciaron, con absurda sofistería, a varios grupos revisionistas por haber dicho que un gobierno conservador sería peor que un gobierno laborista:
Lo que es decisivo en Reino Unido hoy en día no es si Thatcher y Joseph odian subjetivamente a la clase obrera más que Callaghan y Healey, y que por lo tanto están más ansiosos por atacarla.
El factor decisivo es la crisis objetiva mundial y su impacto en el capitalismo británico. Las condiciones en Reino Unido están dadas para una guerra civil, no importa quién gane las elecciones generales en camino.
Afirmar, como lo hacen todos los revisionistas, que los trabajadores solo serán blanco de mayores ataques si ganan los conservadores y que están relativamente más protegidos si los laboristas ganan, es dejar a la clase trabajadora desarmada para las batallas venideras (News Line, 7 de abril de 1979).
Esta línea de razonamiento era una burla del marxismo. Se ignoró el significado objetivo de las formas políticas a través de las cuales la lucha de clases se manifiesta. Un trotskista habría protestado así: “A pesar de las similitudes subjetivas entre Thatcher y Callaghan, no debemos permitir que los conservadores tomen el poder y lleven a cabo el trabajo que empezó Heath. Aunque Callaghan nos haya traicionado, no hay razón para castigarlo a nuestra costa. Lo primero consiste en movilizar a la clase trabajadora, en base a un programa revolucionario, para mantener a los conservadores fuera. Debemos llamar masivamente a votar por los laboristas, aunque de manera crítica, para deshacer el intento de los socialdemócratas de desmoralizar a la clase trabajadora. Esto será un golpe contra el capitalismo y creará las mejores condiciones para desenmascarar a los traidores socialdemócratas de una vez por todas”.
El WRP no dijo nada por el estilo. Al contrario, la declaración del News Line continuaba: “Sabemos que un gran número de trabajadores votarán por los laboristas en las elecciones, con la esperanza ferviente de que sus empleos y condiciones de vida sean protegidos con otro gobierno laborista. No se pueden proteger así los intereses obreros”.
¿Qué es lo que proponía el WRP? Presentó 60 candidatos para promover lo que llamó “principios socialistas” —esto es, en lugar de una genuina estrategia política de movilizar a la clase trabajadora ofreció una distracción propagandística—. Una intervención electoral con candidatos bajo la bandera del partido solo podría haber sido efectiva si dicha campaña estaba basada en una lucha por movilizar a la clase trabajadora contra los conservadores, mientras que desenmascaraba a los laboristas y preparaba a los trabajadores para el inevitable enfrentamiento con estos reformistas.
En vez de luchar por esa clara línea revolucionaria que cualquier obrero políticamente consciente podía entender, la intervención del WRP fue un parangón de ambigüedad y evasivas políticas: “El Workers Revolutionary Party participó en las elecciones generales, no para movilizar a los trabajadores detrás de Callaghan, Foot o Benn, sino para llevar adelante nuestra perspectiva de organizar la lucha por el poder”.
El contenido esencial de la línea del WRP —que no había diferencia entre los socialdemócratas y los conservadores— reproducía el mismo crudo error que Trotsky examinó en su lucha contra los estalinistas antes de la victoria de Hitler. Contestando los argumentos de los estalinistas de que el fascismo y la socialdemocracia servían a la burguesía y por lo tanto no había diferencia entre los dos, Trotsky escribió:
La sustancia de esta filosofía estalinista es muy simple: de la negación marxista de la contradicción absoluta deduce la negación general de la contradicción, hasta de la contradicción relativa. Este error es típico del radicalismo vulgar. Ya que si no hay contradicción de ningún tipo entre la democracia y el fascismo —ni en la esfera de la forma de gobierno de la burguesía— entonces estos dos regímenes obviamente deben ser equivalentes. De ahí la conclusión: socialdemocracia = fascismo (Trotsky, Germany 1931-1932, New Park, pág. 63).
Solo ocasionalmente, y bien enterrado dentro de sus declaraciones electorales, los líderes del WRP pidieron el voto a favor de los laboristas. Sin embargo, en su forma ultraizquierdista, las semillas de un creciente oportunismo empezaron a brotar. El día de las elecciones, después de haber declarado repetidamente que el resultado de la votación no tenía importancia y que una guerra civil era inminente, el WRP publicó un sorprendente llamamiento a una participación masiva de los trabajadores y de la clase media a “asestar un golpe electoral mortal [!] a los conservadores” (News Line, 3 de mayo de 1979).
Luego advirtió que Thatcher intentaba destruir los sindicatos y los derechos básicos de la clase trabajadora. Como un contrapeso a esta amenaza el News Line se refirió a sus 60 candidatos y declaró: “Aunque no son suficientes para formar un gobierno, ofrecemos una clara alternativa socialista a la crisis económica mundial del capitalismo y sus manifestaciones en un Reino Unido en bancarrota” (ibid.).
Pero ¿qué es lo que los trabajadores debían hacer en vista de la inminente victoria de los conservadores que amenazaba con destruir al movimiento obrero? Se ofreció la siguiente sorprendente perspectiva: “En las próximas elecciones generales, sea cuando fueren, trataremos de presentar suficientes candidatos para formar un gobierno”.
Ese no era un comentario superficial: Ante la realidad de un gobierno de Thatcher, el experimento de cuatro años de ultraizquierdismo se estrelló —y Healy aterrizó con un paracaídas oportunista—. El período de 1975 a 1979 se caracterizó sobre todo por el alejamiento del WRP de la clase trabajadora, en Reino Unido y a nivel mundial. Como demostraremos después, en su labor fuera de Reino Unido, el WRP ya había estado cultivando relaciones oportunistas con fuerzas no proletarias y reaccionarias. Se había preparado cuidadosamente un viraje similar en Reino Unido, aunque disfrazado por un período con demagogia ultraizquierdista.