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Comité Internacional de la Cuarta Internacional
Cómo el WRP traicionó al trotskismo: 1973-1985

El comienzo del fin: el WRP y la disputa de la NGA

En diciembre de 1983, el estallido de la disputa del periódico Messenger en Warrington produjo una confrontación crucial entre el gobierno de Thatcher y el movimiento sindical. La National Graphical Association (NGA, Asociación Gráfica Nacional) sufrió multas altísimas bajo las nuevas leyes antisindicales de los conservadores después de que desafiara una orden judicial e intentara cerrar una operación de esquirolaje del editor Eddie Shah.

Este suceso tomó al WRP por sorpresa, pues había asumido que el eje de la lucha de clases se había alejado de los sindicatos y había encontrado su nido en la disputa entre Thatcher y los gobiernos locales. Para recuperar el tiempo que se había perdido al abandonar el trabajo sistemático en los sindicatos, el WRP inmediatamente formó un bloque acrítico con la burocracia de la NGA que carecía de todo principio.

Tony Dubbins

Entre el 25 de noviembre y el 12 de diciembre, la NGA organizó filas de piquetes fuera del Stockport Messenger como desafío a la orden impuesta por la corte. Un subcomité del Trades Union Congress (TUC, Congreso de Sindicatos) votó para dar apoyo a la huelga de la NGA, pero el Consejo General del TUC, por medio de una votación de 29 a 21, decidió desconvocar un paro nacional de veinticuatro horas que se había planeado ese mismo día. Declaró, sin embargo, que no pagaría las multas impuestas por las cortes y lanzó un llamamiento a los trabajadores para que participaran en una manifestación masiva en Warrington en enero.

El Comité Político del WRP emitió una declaración el 9 de diciembre de 1983 que decía: “Los sindicatos en la industria de la imprenta que se encuentran bajo el control de la NGA no tienen otra alternativa. Tienen que organizar una huelga política para derrocar al gobierno conservador” (News Line, 10 de diciembre de 1983).

La NGA pronto cambió de parecer y decidió no ir a la huelga. El WRP inmediatamente cambió su propia línea para acomodarse a los burócratas sindicales. Con el editorial que se publicó en el News Line el 17 de diciembre, el WRP cayó más bajo, denunciando al SWP (los “capitalistas de Estado” británicos) por criticar la decisión de la NGA de cancelar la huelga. El News Line escribió:

La “política” del SWP es típica de este puñado de aventureros políticos. Quieren que la NGA inmediatamente vaya a una huelga nacional. [ Tal como el WRP había exigido la semana anterior.] Es el tipo de “consejo” que se le dio a la OLP cuando se encontraba en Beirut rodeada por todas partes por la fuerza aérea, la marina y el ejército israelíes. Es un llamado para que la NGA se suicide en masa para que los revisionistas del SWP puedan derramar un monstruoso lago de lágrimas.

Es difícil saber qué era lo peor de esta declaración: la postración del WRP ante los líderes de la NGA o su pesimismo nauseabundo. Hasta atacaron a los dirigentes sindicales que criticaron al TUC por haber traicionado a la NGA.

El líder de los mineros, Arthur Scargill, se diferencia de los revisionistas en que le falta experiencia [¿?] y no comprende a la clase trabajadora. Es otro de aquellos cuya frustración absoluta los hace pelear con la boca y con nada más.

Scargill ha alegado que la decisión del TUC de no darle apoyo a la NGA fue “la mayor traición de la TUC desde la Huelga General del 1926”. La implicación es que ello también significa la mayor derrota de la clase trabajadora.

El WRP ahora se encontraba marcadamente a la derecha de cierta sección de la burocracia sindical y, en los hechos, estaba neutralizando una lucha contra el TUC. Ofreció entonces una fantástica racionalización de esta política tan criminal.

Pero la traición del TUC en 1983 viene antes de una situación de huelga general. Es, por lo tanto, una ventaja política para toda la clase trabajadora, porque así desenmascara la perfidia de la dirigencia reformista y provoca un debate importantísimo sobre cómo construir la dirección necesaria para conducir y ganar una huelga política contra los conservadores.

Impresores de la NGA se enfrentan con la policía durante la lucha de Warrington en 1983

Healy había descubierto una nueva categoría política: la traición por adelantado. Solo pocos meses después, cuando los mineros se fueron a la huelga (debilitada de antemano por la traición del TUC), la vida real le dio su respuesta a esta sofistería tan canallesca. No fue sorprendente, pues, que Scargill se convirtiera en uno de los críticos más vociferantes del TUC. A su vez, Scargill se convirtió en el blanco principal de la defensa tan ambigua que el WRP le hiciera al TUC:

Scargill es otro de esos que instan a la NGA a irse a una huelga indefinida sin la ayuda de nadie. Seguir este consejo terminaría en un desastre. Conduciría a que los patronos cerraran las puertas de sus fábricas, a que la Corte Suprema litigue indemnizaciones astronómicas contra el sindicato, a que se produzca una escisión dentro del sindicato mismo, y a que resulte victoriosa la línea colaboracionista y clasista de Murray y la derecha.

Aquellos que se acostumbraban a ir a la huelga con la boca abogan que la NGA salga por sí sola y aguante el peso brutal del Estado capitalista. Esto no es más que un suicidio industrial. Después de haber pensado muy seriamente acerca de su lucha, la NGA sabe muy bien que podría ser destruida como sindicato y que el apoyo de la clase trabajadora es su defensa principal.

El razonamiento de Healy correspondía exactamente al de Murray (el secretario general del TUC) y de sus compinches derechistas. Si Scargill hubiera adoptado esta misma actitud, no hubiera habido huelga de mineros. Es más, esta declaración del WRP era un argumento contra toda huelga cuya victoria no se pueda garantizar por adelantado. Todos los argumentos que los líderes del WRP utilizaron eran producto de una cobardía política tan desgraciada y podrida que, a pesar de toda su campaña a favor de la lucha contra los conservadores, no podían ocultar su miedo mortal a toda la lucha contra el Estado. Para Healy, el partido se había convertido en un medio para asegurarse una cómoda vejez; para Mitchell, una carrera profesional; para Vanessa Redgrave, un escenario donde podía interpretar a Isadora Duncan; para Slaughter, una distracción (ya durante muchos, muchos años); y para Banda, una piedra de molina al cuello. El rechazo de la revolución que compartían encontró su expresión en el siguiente comentario cobarde:

La NGA … es un sindicato de trabajadores especializados cuya opinión política es moderada. No es, como creen los revisionistas, un partido revolucionario. Creemos que, bajo las circunstancias extraordinarias en las que se encuentra (debido a la persecución estatal), se está defendiendo bastante bien.

Esta justificación de las acciones de esa mezcolanza de socialdemócratas y estalinistas solo puede ser producto de gente que ya ha dado por perdida la revolución socialista.

Además, a pesar de las afirmaciones constantes de que existía una situación revolucionaria en Reino Unido, la actitud de los líderes del WRP hacia toda lucha que surgía comprobaba que en realidad no creían en dicha situación para nada. Mientras escribían en la resolución de su Sexto Congreso sobre “el ritmo revolucionario de los acontecimientos” e insistían en que “la lucha revolucionaria por el poder … es la verdad objetiva fundamental que surge de todas las condiciones de la crisis económica y política actual” (Resolución, pág. 19), en realidad estaban convencidos de que cualquier erupción de la lucha no tenía la menor esperanza de triunfar y estaba condenada al fracaso.

Para justificar la práctica de la NGA, el WRP formuló una línea política —ya utilizada en 1980 para defender a Sirs— que no era más que una excusa automática para la burocracia sindical: ¡no se pueden criticar las acciones reformistas de los dirigentes sindicales que no se consideren a sí mismos revolucionarios!

Por increíble que parezca, la línea que se le vendía internamente a la militancia del WRP no tenía nada que ver con la que se debatía en público. Así era como la dirigencia del WRP tejía sus maniobras a espaldas de sus miembros para darles a sus traiciones un matiz izquierdista. En privado, la dirigencia del WRP les aseguraba a sus militantes que los líderes de la NGA se habían comprometido a seguir luchando. Una carta política redactada por Healy y Banda —también fechada el 16 de diciembre de 1983— y dirigida a todos los miembros del Comité Central y a todos los secretarios de las células alegaba que “ahora existe una escisión bien definida en el TUC” y prometía que “la NGA no va a cancelar la huelga del grupo del periódico Stockport Messenger. Otros sindicalistas se involucrarán a la lucha de una u otra manera. El apoyo que tiene la derecha del TUC no es de ningún modo fijo y el terreno entre los dos campos estará en flujo constante” (Resoluciones adoptadas por el Séptimo Congreso, diciembre de 1984, pág. 95).

Proseguía la carta haciendo hincapié en la extraordinaria importancia de las divisiones dentro del TUC, alegando que la escisión que resultará de la votación sobre la NGA significaba que “a nuestro partido se le está abriendo ahora la posibilidad de llevar a cabo una labor revolucionaria de masas” (ibid., pág. 96).

El propósito de esta carta era distraer a los miembros, crear ilusiones en las burocracias de la NGA y del TUC y ocultar la línea derechista de la dirigencia del partido.

En enero, los líderes de la NGA se presentaron ante la Trigésima Tercera Reunión Anual de los Young Socialists (Jóvenes Socialistas), donde se les recibió como a héroes conquistadores. El vocero de la NGA, sin embargo, sorprendió a los delegados cuando dijo que, aunque su sindicato estaba rotundamente opuesto a pagar las multas impuestas por los conservadores, no sabía si esa poderosa convicción iba a durar mucho. Banda y Healy inmediatamente despacharon una segunda carta política, fechada el 9 de enero de 1983, para calmar la inquietud de sus miembros:

El problema que planteó el representante de la NGA en cuanto a que esta no obedecería a las cortes, que terminaría por perjurarse a sí misma, y que no tenía certidumbre acerca del futuro, es la cuestión de cuestiones para lo que es en efecto un movimiento sindical reformista. La clase trabajadora ya no puede seguir viviendo bajo el gobierno conservador y sus leyes clasistas diseñadas para destruir la eficacia de los sindicatos. Por eso existe una explosión política dentro de la clase trabajadora que se está intensificando. Este hecho se reflejó en la contribución del representante de la NGA (ibid., págs. 98-99).

Diez días más tarde, el News Line reportó sin comentario adicional que la NGA había decidido poner fin a su desafío judicial, pagar las multas por más de 675.000 libras esterlinas y entrar en un acuerdo para cancelar toda huelga contra el Stockport Messenger. A los pocos días, la NGA hizo bien clara su intención de abandonar por completo la lucha contra Shah cancelando la manifestación que se había convocado en Warrington. Sin dar nombres, el News Line lanzó una patética protesta verbal:

Al cancelar la manifestación del sábado, los organizadores le han hecho una concesión deplorable al ambiente fatalista y lúgubre que permea al círculo de revisionistas pequeñoburgueses, incluidos los laboristas de “izquierda” y los estalinistas.

Esta acción tiende a disminuir a la militancia de la clase trabajadora precisamente cuando hay que hacer todo lo posible para intensificar a la lucha de clases contra el gobierno conservador, las leyes antisindicalistas, el desempleo masivo, y el Estado (25 de enero de 1984).

Los dirigentes de la NGA pudieron haberle contestado que, si en verdad sufrían de fatalismo y escepticismo, era porque habían leído varios tomos del News Line. Y, a decir verdad, este mismo editorial no terminaba exactamente en una nota de optimismo: “Es posible que la NGA pueda lograr que la Corte Suprema le perdone su desafío para poder luchar otro día más. No se puede asegurar nada”.

El verdadero curso de los acontecimientos contradecía todo aspecto de la línea política del WRP sobre la NGA. Para no perder su reputación ante la militancia y seguir haciendo de cuenta que todo había salido tal como se había esperado, Healy produjo un increíble análisis de la lucha de la NGA —análisis que se transformaría en una resolución que el Comité Central del partido luego adoptaría por unanimidad de votos—. Dicha resolución trató de comprobar que los acontecimientos de la lucha se habían desarrollado como un reloj dialéctico de acuerdo con las categorías lógicas más queridas de Healy. Con una firmeza absoluta, Healy comprobó que “la semblanza extrema de la nueva situación política comenzó con la fila de piquetes frente al Stockport Messenger a fines de noviembre de 1983” y que “la transición a la Apariencia comenzó cuando Murray, en nombre de la derecha del Consejo General del TUC, denunció la validez de la decisión que el comité hiciera la mañana del 13 de diciembre de 1983”.

La locomotora dialéctica de Healy había entrado a toda velocidad. “El miércoles, 14 de diciembre de 1983, marcó la negación de la Semblanza convirtiéndose en Apariencia cuando el Consejo General votó por 29 a 21 por abandonar a la NGA y a la vez defender la Ley Sobre el Empleo de los conservadores”.

Afortunadamente, el voto no resultó de otra manera; de haber sido así se hubiera creado una crisis de identidad bastante seria para las categorías, las cuales hacía mucho tiempo ya que habían determinado, desde las entrañas del Espíritu Absoluto (que Healy y solo Healy podía interpretar), la secuencia necesaria de los acontecimientos:

La Apariencia se manifestó el 14 de diciembre y continuó desarrollándose a través de una serie de acontecimientos que finalmente forzaron a la NGA el 19 de enero de 1984 a cesar su desafío a las cortes y pagar la multa. Es en este momento que la Apariencia, como unidad de la Semblanza Externa y la Existencia, se convierte en la Actualidad.

En otras palabras, Healy estableció de manera intachable que la responsabilidad de la traición de la lucha caía no sobre los hombros de la burocracia, sino sobre los señoritos Semblanza, Apariencia, Actualidad, y Esencia. Y en cuanto a los pobrecitos de Tony Dubbins, Bill Booroff, Len Murray, y el WRP, bueno, no habían sido más que víctimas inocentes de estas categorías lógicas proconservadores.