La decisión de Healy, Banda y Slaughter de sabotear toda discusión política en el seno del Comité Internacional perjudicó gravemente el trabajo de todas sus secciones y además selló la ruina del Workers Revolutionary Party. El mes de febrero de 1984 fue la última oportunidad que tuvo el WRP de afrontar objetivamente las cuestiones políticas y teóricas detrás de su degeneración prolongada durante la última década. La negativa a tolerar una discusión sobre su propio trabajo en el seno del Comité Internacional significó que un mes más tarde el WRP se encontraría totalmente desarmado para la mayor batalla de clases en Gran Bretaña desde la Huelga General de 1926: la huelga del National Union of Mineworkers (NUM, Sindicato Nacional de Mineros).
Durante las primeras semanas, la huelga de los mineros sacó a relucir de inmediato las implicaciones políticas del abandono de la lucha contra el revisionismo por parte del WRP. Olvidándose de todas las lecciones de la lucha de 1953 contra los pablistas en Francia, así como las lecciones ulteriores extraídas de la lucha por corregir los errores de la OCI francesa durante los acontecimientos de mayo y junio de 1968, el WRP siguió fundamentalmente la misma orientación revisionista a la que se opuso en otra época.
“La carta abierta” escrita por Cannon en 1953 citaba específicamente las excusas que ofrecían los pablistas al rechazo de la CGT—federación sindical francesa controlada por los estalinistas— a transformar la Huelga General de agosto en una lucha política contra el gobierno. Quince años más tarde, la Socialist Labour League (SLL, Liga Obrera Socialista) criticó tajantemente la negativa de la OCI a plantear exigencias políticas al Partido Socialista y al Partido Comunista franceses durante la Huelga General de mayo y junio, en particular la negativa de la OCI a exigir que el PC y la CGT tomaran el poder.
En su declaración sobre la ruptura con la OCI en 1971, la mayoría del CI dijo:
Mayo y junio de 1968, con los trabajadores franceses en huelga general luchando por una alternativa de gobierno, fue el momento de mayor prueba para la OCI. Pero, ¿qué reveló la huelga? Reveló la quiebra teórica y la impotencia política de la OCI, cuya dirección, basada en un análisis superficial e impresionista del golpe de De Gaulle de 1958, exageró la fuerza y la viabilidad de la Quinta República, abandonando su perspectiva revolucionaria y repudiando la capacidad revolucionaria de la clase trabajadora francesa. … Es un hecho innegable que en ningún momento de la Huelga General la dirección de la OCI planteó un programa socialista. Tampoco trató de minar la credibilidad política de la dirección estalinista dando apoyo crítico a la exigencia de los trabajadores de la Renault de un “gobierno popular” planteando la exigencia de un gobierno del PC y la CGT.
En vez de ello, la OCI se puso a la cola de la clase trabajadora y restringió el marco político de la huelga al exigir la formación de un comité central de huelga. Esto fue una evasión completa de las responsabilidades políticas de una dirección revolucionaria.
¿Hay que recordarles a los dirigentes de la OCI que una de las razones principales de la ruptura definitiva con los pablistas fue su rechazo a plantear exigencias políticas a la burocracia sindical y no luchar por la formación de un gobierno del PC y la CGT durante la Huelga General francesa de 1953? Los revolucionarios no se abstienen de las cuestiones políticas básicas —eso lo hacen solo los centristas y los sindicalistas— (Trotskyism versus Revisionism, New Park, Vol. 6, págs. 34-35).
Esta experiencia fue recordada en la respuesta que Pilling y Banda dieron a la tendencia Blick-Jenkins en 1974:
Está clarísimo, si comparamos la política de la OCI con el Programa de Transición, que la exigencia de un comité central de huelga fue una evasión de responsabilidad política y un cobarde repudio a plantear demandas de transición y de construir el partido revolucionario a través de una lucha implacable por destruir las ilusiones que tienen los obreros franceses en el estalinismo y el reformismo, exigiendo que el Partido Comunista y el Partido Socialista tomaran el poder e implementaran políticas socialistas (Una respuesta a los agentes británicos de los liquidacionistas de la OCI, WRP, pág. 31).
Estas traiciones anteriores palidecen al compararlas con el papel que desempeñó la dirección del WRP durante la huelga de los mineros. A lo largo de la lucha de un año de duración, el WRP nunca planteó ni una sola demanda al Partido Laborista, la organización de masas de la clase trabajadora. Nunca hizo ningún llamado a la movilización de la clase trabajadora para forzar la renuncia del gobierno conservador, por nuevas elecciones y el retorno del Partido Laborista bajo un programa socialista. Fueron abandonadas todas las lecciones tácticas de la lucha de los mineros durante 1973 y 1974, cuando el WRP, a pesar de su confusión e inconsistencia, sí luchó por una política similar y obtuvo un enorme respaldo de la clase trabajadora.
El WRP justificó su rechazo a plantearle demandas al Partido Laborista insistiendo en que Thatcher solo podría ser reemplazada por un Gobierno Obrero Revolucionario formado bajo la dirección del WRP y basado en los Concejos Comunales. Por lo tanto, su llamado a la Huelga General se hizo fuera del marco real del desarrollo político de la clase trabajadora británica y de su propio partido tradicional. Desde el principio de la huelga, el WRP insistió en su prensa y en mítines públicos en que el Partido Laborista era irrelevante para la lucha de los mineros contra el gobierno de Thatcher, ya que este no podía reemplazar bajo ninguna circunstancia la dictadura “bonapartista”.
En realidad, la teoría del “bonapartismo” en este caso fue creada para llenar el vacío existente entre la negativa del WRP a demandar que el TUC y el Partido Laborista tumbaran al gobierno conservador, y su propia campaña de propaganda sobre el establecimiento de un Gobierno Obrero Revolucionario. El argumento de que el gobierno de Thatcher se había transformado, durante marzo de 1984, en una dictadura bonapartista brindaba una comprobación a priori de la línea política del WRP de que en Gran Bretaña existía una situación revolucionaria a gran escala. De esto saldría la deducción adicional de que Thatcher solo podría ser reemplazada por un Gobierno Obrero Revolucionario bajo la dirección del WRP y que cualquier sugerencia de que existiesen un número de etapas intermedias era una capitulación al reformismo. La teoría del “bonapartismo” no se derivaba, pues, de un análisis del desarrollo de la lucha de clases y de la relación de fuerzas de clase en Gran Bretaña, sino que fue confeccionada para justificar una orientación política que ya elaborada.
A pesar de toda su retórica izquierdista, la orientación política del WRP durante la huelga de los mineros permitió convenientemente que la pandilla de Healy evitara cualquier conflicto con sus amigos oportunistas del Partido Laborista y con la dirigencia bajo Scargill del NUM. A pesar de todas sus declaraciones sobre la situación revolucionaria, la dirección del WRP descartaba conscientemente cualquier crítica de Scargill y esto puso al descubierto el hecho de que su propio llamado a la Huelga General era totalmente falso.
La naturaleza criminalmente oportunista de las relaciones del WRP con los laboristas de izquierda del GLC y Lambeth quedó expuesta a lo largo de la huelga de los mineros. El WRP no les exigió ni una sola vez que hicieran una campaña dentro del Partido Laborista contra el colaboracionismo de Kinnock con los conservadores, pudiendo utilizar su posición dentro del movimiento laborista de Londres para organizar huelgas masivas en solidaridad con los mineros en torno a la exigencia de la dimisión del gobierno de Thatcher. Hacer caso omiso a esta demanda política esencial e imprescindible fue el mejor favor que el WRP podía hacerles a los laboristas, quienes tenían pavor ante la posibilidad de llegar al poder en medio de una movilización masiva de la clase trabajadora en torno a la huelga minera. Un gobierno laborista que regresara al poder por medio de una ofensiva de las masas contra los conservadores hubiera tenido que afrontar inmediatamente exigencias de garantía de empleo para los mineros, la reapertura de las minas cerradas, la revocación de las leyes antisindicales, el restablecimiento de los servicios sociales, la creación de empleos, etc., exigencias que los laboristas no hubieran podido satisfacer. La radicalización de las masas se habría acelerado con mayor intensidad que después de la victoria laborista de 1974.
Aunque hablara asiduamente sobre la inminencia de una revolución, Healy, quien ya se había degenerado en un simple charlatán pequeñoburgués, no tenía la más mínima idea sobre cómo generar una situación revolucionaria. Era obvio que el gobierno de Thatcher estaba resuelto a no cometer el mismo “error” de Heath en 1974, cuando llamó a elecciones para reclamar el mandato que le permitiera utilizar las fuerzas militares para terminar la huelga de los mineros. Sin embargo, la huelga había causado un giro dentro de la clase media y las elecciones resultaron desfavorables para Heath, quien aun así maniobró desesperadamente durante varios días para ver si había alguna forma de quedarse en el poder. Algunos sectores de la burguesía estuvieron considerando la posibilidad de un golpe de Estado preventivo. La situación política se encontraba al filo de la navaja tal como lo analizó correctamente el WRP durante 1973-74.
En el contexto de 1984, la demanda central de tumbar al gobierno conservador y de restituir en el poder a los laboristas bajo un programa socialista habría tenido un poderoso impacto sobre el movimiento de masas y habría creado las condiciones para desenmascarar a los laboristas. En cuanto los laboristas, sobre todo los izquierdistas, rehusarse a apoyar la lucha por esta demanda habría destruido su credibilidad ante la clase trabajadora. Por otro lado, si a pesar del sabotaje de los socialdemócratas, los conservadores hubieran renunciado (o, para tal caso, si hubieran intentado quedarse en el poder a pesar de una oposición popular masiva), podría haber surgido una situación prerrevolucionaria en Reino Unido.
Sin embargo, el papel objetivo del WRP fue crear una distracción desde la izquierda para desviar la atención lejos de los laboristas y sus aliados en las burocracias del TUC y el NUM.
A finales de enero, el gobierno de Thatcher anunció que iba a abolir el sindicalismo en el Government Communications Headquarters (GCHQ, Cuartel General de Comunicaciones de Gobierno) en Cheltenham a partir del primero de marzo de 1984. Aunque esta acción indudablemente tenía como objetivo reforzar el aparato estatal, la camarilla de la Comisión Política la utilizó para que el WRP aceptara una revisión completa de la concepción marxista del bonapartismo.
El término bonapartismo, tal como lo usara Trotsky y todos los grandes marxistas, no es utilizado para describir las diversas medidas reaccionarias de un gobierno burgués. Más bien, este penetra al fondo de una situación política y define el estado de relaciones particulares de clases en un país dado. El valor de este concepto reside en el hecho de que enfoca la consciencia del partido a lo que es esencial en la situación política, permitiendo a sus cuadros comprender las formas contradictorias de su apariencia. Agudiza también la comprensión del partido de la dinámica de la lucha de clases y le permite estudiar todos los giros críticos de las fuerzas de clases y los cambios en el aparato estatal.
En sus escritos sobre Alemania, Trotsky definió el bonapartismo como un régimen que surge bajo condiciones en las que la sociedad se halla polarizada en los dos campos opuestos, la revolución y la contrarrevolución, en el cual ni la clase trabajadora revolucionaria ni las hordas fascistas de la pequeña burguesía organizada por el Gran Capital han logrado decidir la cuestión del poder; y en el cual, basándose en un equilibrio temporal e inestable, el gobierno aparenta estar por encima de la sociedad de clases desempeñando el papel de “árbitro” entre los dos campos enemigos armados. Como escribió Trotsky:
Tan pronto como la lucha de dos estratos sociales, los poseedores y los desposeídos, los explotados y los explotadores, llega a su nivel máximo de tensión, se dan las condiciones para la dominación de la burocracia, la policía y el ejército. El gobierno se vuelve “independiente” de la sociedad. Recordando una vez más: si dos tenedores se clavan simétricamente en un corcho, este se puede parar hasta en la cabeza de un alfiler. Este es precisamente el esquema del bonapartismo. Cabe aclarar, tal gobierno no deja de ser un funcionario de los propietarios. Sin embargo, el funcionario se sienta sobre la espalda del patrón, le soba el cuello hasta que esté en carne viva y en ciertos momentos no vacila en ponerle las botas en la cara (Germany, 1931-1932, New Park, págs. 223-24).
Repetidamente Trotsky enfatizó la impotencia esencial del régimen bonapartista, cuya “fuerza” descansa en una posición inestable y de equilibrio temporal.
El gobierno de Papen representa solo la intersección de grandes fuerzas históricas. Su peso independiente es casi nulo. Por eso, lo único que puede hacer es atemorizarse de sus propias gesticulaciones y marearse ante el vacío que aparece en todo su alrededor (ibid., pág. 227).
Otra forma de bonapartismo analizada por Trotsky fue aquella que surgió en Francia en 1934 —el gobierno de Doumergue—. Al analizar diferentes condiciones y diferentes formas en Alemania y Francia, Trotsky puso el énfasis principal —de acuerdo con el método dialéctico— en los orígenes del régimen. Este rumbo nunca fue considerado por Healy, quien partió enteramente de un examen superficial de las acciones de Thatcher que lo llevó a la conclusión del bonapartismo thatcherista partiendo de una autotransformación arbitraria del gobierno existente.
Pero, en el caso de Doumergue, lo que Trotsky consideraba decisivo en establecer su carácter bonapartista era que este había llegado al poder a través de las acciones extraparlamentarias de “varios miles de fascistas y monárquicos armados con pistolas, palos y navajas” el 6 de febrero de 1934. (Whither France?, New Park, pág. 3.) El gobierno electo, a pesar de contar con una mayoría parlamentaria, capituló inmediatamente frente a esta turba. El primer ministro Daladier del Partido Republicano, Radical y Radical Socialista aceptó su propio deceso político y cedió su lugar a un “árbitro” extraparlamentario: Doumergue, a quien se le sacó del retiro para formar un nuevo gobierno. Trotsky analizó esta situación de la siguiente manera:
En Francia, la marcha de la democracia hacia el fascismo se encuentra solo en su primera etapa. El Parlamento existe, pero ya no tiene el poder que antes tenía y no lo podrá recuperar nunca más. La mayoría parlamentaria mortalmente atemorizada después del 6 de febrero llamó al poder a Doumergue, el salvador, el árbitro. Su gobierno se considera por encima del Parlamento. Su base no es la mayoría elegida “democráticamente” sino directa e inmediatamente el aparato burocrático, la policía y el ejército. … La entrada en escena de bandas fascistas armadas le ha permitido al capital financiero levantarse por encima del Parlamento. En esto consiste esencialmente la Constitución francesa. Todo lo demás son ilusiones, fraseología o charlatanería consciente (ibid., pág. 5).
Los orígenes del gobierno de Thatcher fueron las elecciones (de 1979 y 1983) en las que ganó inmensas mayorías parlamentarias, basándose en gran parte en el giro hacia la derecha de amplios sectores de la clase media y en la parálisis de la socialdemocracia. Al igual que en casi todos los países capitalistas, sobre todo en los Estados Unidos, vastos poderes son puestos a disposición del jefe del Ejecutivo. Es en ese sentido que la “persona” gobernante es vestida, por decirlo así, con varios trapos bonapartistas, por así decirlo. Pero, ¿acaso son estos elementos lo que hace bonapartista a un gobierno?
Cada definición sociológica, como insistiera Trotsky, es en última instancia un pronóstico histórico. Las disputas terminológicas no tienen ningún sentido, a no ser que conduzcan o tengan la posibilidad de conducir a conclusiones políticas y prácticas. Partiendo de la descripción de las perversidades del gobierno de Thatcher, ¿qué diferencia hay en referirse a este como un gobierno conservador extremadamente derechista y antiobrero o como una dictadura bonapartista? ¿Cómo contribuye a la claridad política de la clase trabajadora si utilizamos este término más sofisticado?
Esto se puede responder si examinamos la manera en que el WRP llegó a esta nueva definición del régimen de Thatcher y las conclusiones políticas para las que fue utilizado.
En la edición del 3 de marzo de 1984 del News Line apareció un editorial titulado “El fin de una era”. Trataba sobre el intento fallido de los dirigentes del TUC de convencer a Thatcher de que no persiguiera su plan de suprimir los sindicatos en el GCHQ. El imaginativo Mitchell escribió, “Cuando salieron de la calle Downing, eran hombres con rostros pálidos y perturbados”.
De este suceso el WRP extrajo las conclusiones históricas más increíbles. Alegaba que 150 años de colaboración entre los dirigentes sindicales reformistas y la clase dominante habían llegado a su fin y que una relación de clases totalmente nueva había sido creada:
Hasta hoy, la clase dominante en Reino Unido había gobernado a través de la burocracia sindical. Ha utilizado a los reformistas laboristas y a la dirección del TUC con un total cinismo a partir de la Primera Guerra Mundial, cuando actuaron como sargentos reclutadores para la carnicería imperialista en las trincheras de Europa.
Durante la Segunda Guerra Mundial, el Partido Laborista y la dirección del TUC salieron al frente una vez más para asistir al imperialismo en sobrellevar su peor crisis mortal. Bevan presidió el rompehuelgas Ministerio de Trabajo a instancias de Churchill y la clase dominante mientras que Morrison estaba a cargo de las cacerías de brujas antisindicales y antiobreras organizadas por el Ministerio del Interior.
La semana pasada Thatcher acusó a sus más fieles sirvientes reformistas en la actualidad de ser un grupo de subversivos y posibles traidores. Declaró que sus sindicatos son incompatibles con el Estado que se ha dispuesto a crear.
Libre de sindicatos, el GCHQ y todo el aparato de seguridad puede ser transformado en un instrumento directo para conspiraciones estatales violentas contra la clase trabajadora.
Esta declaración estaba tan llena de confusión como lo estaba de palabras. En primer lugar, sobre el asunto de la GCHQ, la supresión de este pequeño sindicato en el centro de la estructura de seguridad del Estado fue un intento de Thatcher para disciplinar el aparato estatal en preparación de mayores enfrentamientos con la clase trabajadora. Esta acción, sin embargo, no la convirtió en una gobernante bonapartista, así como el más significativo despido de 12.000 controladores de tráfico aéreo en 1981, ocasionando la destrucción física de su sindicato, tampoco transformó la administración de Reagan en una dictadura bonapartista.
El error más fundamental y que tuvo graves implicaciones para toda la perspectiva del WRP fue alegar que la decisión sobre la GCHQ significó que la clase gobernante británica no dependía más de la burocracia reformista del movimiento obrero. Esta increíble afirmación, la cual brindó la base para renunciar a cualquier lucha sistemática contra los socialdemócratas, era el verdadero fundamento detrás de la definición el régimen de Thatcher como bonapartista.
En cuanto al fundamento sociológico de este fenómeno, no se dio ofreció ninguno. Más bien, el News Line atribuía la transformación del régimen parlamentario de Thatcher en bonapartismo a la “intransigencia e implacabilidad de la clase gobernante conservadora y del aparato estatal”.
Aparte del factor psicológico de “implacabilidad”, cosa nada nueva para la clase dominante británica, no se aludió a ni se analizó ningún cambio efectivo dentro de la estructura de las relaciones de clase.
Tenemos que recalcar que el alegato de que Thatcher no dependía más de los burócratas socialdemócratas era completamente falso. Se puede asumir que durante la visita a la calle Downing y mientras les estaban sirviendo el té, Thatcher les recordó a los dirigentes sindicales sus responsabilidades hacia el Estado británico y advirtió de las consecuencias peligrosas de cualquier desafío sindical al gobierno parlamentario. Lo más probable es que haya hecho oscuras referencias a los peligros a los que ella se enfrenta desde la derecha señalando su bien conocido pavor de que las masas se concentren en la izquierda. Con la huelga de los mineros a punto de iniciarse en unos días más, les rogó a los líderes sindicales que se mantuvieran firmes contra la tormenta para que Reino Unido atravesara esos días de prueba. A su vez, los oficiales del TUC dijeron que harían lo mejor posible, pero le advirtieron de que no sabían por cuánto tiempo más podrían controlar la lucha de clases. Si salieron del número 10 de la calle Downing “con los rostros pálidos” no fue porque consideraran que el gobierno fuera fuerte sino porque sabían que era débil y que la defensa del capitalismo recaía sobre sus no muy fuertes hombros.
El 7 de marzo de 1984, el News Line declaró “El gobierno de Thatcher se está alejando rápidamente de la tradicional democracia parlamentaria en dirección hacia una dictadura bonapartista. La introducción de filtros políticos para los funcionarios civiles del Ministerio de Defensa es un claro aviso de que los preparativos para una dictadura de Thatcher y de sus consejeros de la clase dominante se encuentran bien avanzados”.
Excepto la disolución administrativa de los sindicatos del GCHQ, lo cual no alteró de manera fundamental la naturaleza del dominio de clase, el WRP no podía señalar ni una sola acción de la burguesía que indicara una ruptura real con el sistema parlamentario.
Extrañamente, el News Line hizo entonces la siguiente observación: “Uno de los objetivos principales de Thatcher desde 1979 ha sido asegurarse de que no haya nunca más un gobierno laborista, ya que este pondría en el gobierno a los representantes políticos de los sindicatos”.
No se debe olvidar que, a partir de 1975 uno de los mayores objetivos del WRP había sido que no hubiera nunca más otro gobierno laborista ya que los socialdemócratas se apoyan en los conservadores. Pero aparte de esto, el “análisis” de las intenciones de Thatcher no explica nada. La cuestión no eran las intenciones de Thatcher sino la política de clase de la burguesía. Si el WRP estaba sugiriendo que la clase dominante estaba a punto de destruir a la socialdemocracia en Gran Bretaña, esto era un error. Tal acción no se podría llevar a cabo sin una guerra civil bajo condiciones en las que un movimiento fascista de masas hubiese sido creado por la burguesía. Pero aún dentro del contexto de este párrafo, la declaración no era más que una hipérbole periodística. ¿Acaso habían despedido a Kinnock del Consejo Privado? ¿Estaba Thatcher a punto de disolver el Parlamento y encarcelar a los dirigentes de la Muy Leal Oposición de su majestad?
Estas preguntas no se hacen para ridiculizar el planteamiento de que la democracia en Reino Unido y en Europa occidental está viviendo con tiempo prestado. Este es el caso. Pero, el hecho es que la burguesía británica –contradiciendo los alegatos del WRP —dependió fuertemente del Partido Laborista y la burocracia del TUC durante la huelga de los mineros, ahorrándole a la clase dominante los “gastos” de experimentar con otras formas de gobierno más peligrosas y problemáticas.
Habría que plantear otra cuestión: tendría implicaciones revolucionarias para la clase trabajadora que Thatcher realmente tuviera la intención de impedir cualquier futuro gobierno laborista. Es más, la orientación completa del WRP, de que no podría haber ningún gobierno laborista, significaba aceptar la posición de los conservadores.
Para el 8 de marzo de 1984, el News Line alegaba que la abolición de los sindicatos en el GCHQ significaba que “Thatcher ha retrocedido el calendario más allá de 1834. Ha resucitado las Leyes de Combinación que fueron abrogadas 9 años antes del juicio de los mártires de Tolpuddle”.
Al día siguiente el News Line traía un editorial titulado “Cambiando las leyes para una dictadura” que descubría, por fin, los cambios necesarios en las formas del Estado que establecían la defunción del gobierno parlamentario:
El gobierno conservador ha aprobado cambios importantes en las Regulaciones de la Reina para prohibir que hombres y mujeres de los servicios armados puedan participar en manifestaciones o marchas políticas.
Esto, combinado con lo de GCHQ, sería citado por el News Line para probar que “Thatcher está cambiando la forma de gobierno capitalista, alejándose de la democracia parlamentaria en dirección a una dictadura bonapartista bajo su supervisión personal”.
Al otro día, en la edición del 10 de marzo de 1984 del News Line, Michael Banda dirigió una extensa carta abierta a todos los sindicalistas en la que intentaba dar fundamentos a los alegatos sobre la dictadura bonapartista y concluía sin plantear ninguna exigencia política excepto la de llamar a los trabajadores a “oponerse a la amenaza de una dictadura bonapartista creando un gobierno obrero revolucionario que nacionalice la economía y establezca una economía planificada”.
Esta propuesta se hizo a la par de llamados por la defensa de los “lazos del Partido Laborista y los sindicatos contra la intervención estatal” y de la lucha contra “el aumento en el depósito de los candidatos a elecciones parlamentarias”. ¡Vaya lío! El WRP mezclaba los llamados a la formación de un gobierno revolucionario con llamados urgentes a defender los lazos del Partido Laborista con los sindicatos y a detener los aumentos en los depósitos para las elecciones, ¡pero no hacía ningún llamado a tumbar al gobierno de Thatcher, convocar nuevas elecciones y el regreso de un gobierno laborista para frenar la marcha hacia la dictadura bonapartista !
El WRP les decía a las masas que “crearan” un Gobierno Obrero Revolucionario, pero no les decía que exigieran al partido de masas, con el que se identificaban y que ellos habían creado, que expulsara al gobierno de los conservadores.
Todos estos atormentados argumentos y evasiones calculadas servían para un solo propósito: evitar cualquier lucha contra el Partido Laborista y la burocracia sindical.
El 14 de marzo de 1984, después de que la huelga de los mineros ya hubiera comenzado, el News Line sacó un editorial titulado “Sobre Kinnock” en el que se la criticaba en muchos puntos pero se omitía el más importante, el de rehusarse a luchar por tumbar a los conservadores.
Los primeros días de la huelga de los mineros presenciaron la movilización de miles de policías contra los mineros, pero esto solo fue utilizado para apoyar aún más su argumento sobre el bonapartismo de los conservadores. Esta línea se había convertido en la excusa teórica indispensable para la adaptación del WRP a la capitulación de la burocracia laborista y sindical ante Thatcher. Cada día que iba pasando la retórica se volvía más delirante.
La consumación de la transformación histórica del régimen de Thatcher fue proclamada en un editorial del News Line el 29 de marzo de 1984 titulado “¡Bonapartismo!”, el cual declaraba:
El régimen bonapartista de la primera ministra Thatcher ha sido establecido irreversiblemente durante los últimos cuatro meses. Es un régimen de crisis aguda que no se apoya más sobre el Parlamento sino sobre las fuerzas armadas policiales nacionales, las cortes judiciales y los militares. …
Es la quiebra del capitalismo británico dentro de la crisis mundial capitalista y el empeño revolucionario de la clase obrera encabezada por los mineros lo que ha obligado a Thatcher a barrer con la democracia parlamentaria como forma de gobierno capitalista y pasar abiertamente a medidas dictatoriales contra las masas (gobierno por decreto).
Lo central de este ataque es la proscripción del sindicalismo, el ser social de la clase trabajadora.
Aquí está el impresionismo disparatado de gente que ya era incapaz de pensamientos políticos serios. Pero sería erróneo decir que esto no tenía un propósito político. El uso consciente de estas grotescas exageraciones pretendía minar cualquier sugerencia de exigir al Partido Laborista que tumbara al gobierno conservador. En cambio, el WRP podía así utilizar frases izquierdistas vacías que no obligaban a nadie a hacer nada, tales como:
El régimen bonapartista de Thatcher es la antecámara de una guerra civil y exige la movilización inmediata de la clase trabajadora detrás de los mineros a través de la construcción de Concejos Comunales, órgano práctico de poder obrero en las localidades.
El antiguo régimen democrático-burgués está siendo reemplazado por una dictadura bonapartista en la que Thatcher y su pandilla de ministros ultraderechistas y consejeros extraparlamentarios de mente fascista han sido elevados por encima del Parlamento para llevar a cabo los requisitos de clase del gran capital.
Está por delante una agudización de la lucha de clases en la que los conspiradores bonapartistas y fascistas pueden ser derrotados solo por medio de la victoria de la revolución socialista (20 de marzo de 1986).
El mismo número del News Line tenía en sus páginas centrales una extensa entrevista con Ken Livingstone, titulada “El comienzo del derrocamiento de Thatcher”. Aquellos que volteaban a esa página después de haber leído el editorial podrían esperar que la entrevista tratara sobre planes para una insurrección en Londres encabezada por el dirigente del GLC. Sin embargo, este intrépido dirigente ofrecía una perspectiva más dócil. Livingstone señalaba la creciente oposición a Thatcher … ¡entre los indecisos del partido conservador y dentro de la Cámara de los Lores! Tenía esperanzas cada vez mayores de que estas fuerzas se replegaran pronto y defendieran el GLC contra los planes de Thatcher de eliminarlo:
Es importante tener presente que el Partido Conservador y la clase dominante británica no son un cuerpo unido. Hay fuertes diferencias entre los sectores que giran en torno a las políticas monetaristas como Thatcher y Tebbit y la vieja tradición de la aristocracia rural que está más arraigada en la Cámara de los Lores.
Ahora verdaderamente pareciera que, a pesar de que va a ser reñido, existe una muy real posibilidad de que los lores rechacen la propuesta de anular las elecciones para 1985 debido a las implicaciones constitucionales. …
Existe una mayor probabilidad de una gran división en el Partido Conservador en los próximos meses, no solo sobre la cuestión de la anulación sino sobre todo el rumbo y la rapidez con que Thatcher desea convertir a Reino Unido en un Estado más monetarista y autoritario. …
Por primera vez desde que Thatcher asumió el poder, se pueden ver verdaderas posibilidades de que el gobierno sea derrotado. …
La lucha está lejos de haberse acabado. Considero que estamos, de hecho, al principio del derrocamiento del gobierno de Thatcher.
Puede que tome varios años, pero estaremos viendo cada vez más derrotas para el gobierno que culminarán con su destitución. De ello no tengo la menor duda.
¿Qué podrían pensar de esto los lectores del News Line y la clase trabajadora? ¿Cuál era la verdadera perspectiva del Workers Revolutionary Party, el poder a través de Concejos Comunales y un Gobierno Obrero Revolucionario o a través de divisiones entre los conservadores con apoyo de la Cámara de los Lores? De por sí, la entrevista de Livingstone que fue impresa en el News Line sin ninguna crítica ponía al descubierto el cinismo de los dirigentes del WRP, quienes basaban su orientación política en las necesidades inmediatas de sus inescrupulosas maniobras.
Esta orientación política del WRP durante la huelga de los mineros tenía la apariencia de esquizofrenia. No se le planteó ninguna demanda al Partido Laborista. El WRP coexistía cómodamente con la izquierda laborista mientras que estos traidores reformistas presenciaban cómo la huelga de los mineros se extendía mes tras mes. Pero a los mineros, el WRP les daba tantas declaraciones ultraizquierdistas como fuera necesario. Por ejemplo, la declaración de la Comisión Política del WRP fechada el 13 de marzo de 1984 afirmaba que los mineros estaban peleando contra el “Estado thatcherista” y, por lo tanto:
La mera existencia del NUM se ha convertido en un tema político básico que se reduce a una pregunta: ¿cuál clase va a gobernar Reino Unido, a través de qué gobierno y a través de qué partido? Este es el punto de disputa en la huelga de los mineros.
Los partidos reformistas como el Partido Laborista y el Partido Comunista ni siquiera plantean y mucho menos pueden responder a esta pregunta porque se encuentran completamente atados a la colaboración reformista parlamentaria y aceptan el contexto del gobierno conservador.
El News Line y el Workers Revolutionary Party (WRP) por el contrario declaran categóricamente que los derechos básicos de la clase trabajadora solo pueden ser asegurados a través de una lucha por desenmascarar, desacreditar y derrocar al gobierno dictatorial de los conservadores y reemplazarlo con un Estado obrero basado en los Concejos Comunales y una economía nacionalizada y planificada (“Los mineros y el argumento a favor de una huelga general”, pág. 8, WRP).
Todas estas frases abstractas de propaganda sobre la necesidad de una revolución socialista no se apoyaban en ninguna propuesta concreta táctica sobre cómo romper la colaboración del Partido Laborista con los conservadores. Más allá de toda retórica sobre el Estado thatcherista, esta colaboración representaba la mayor amenaza para los mineros y la clase trabajadora.
El WRP había abandonado completamente el Programa de transición, que afirma:
A todos los partidos y organizaciones que se basan en los trabajadores y campesinos y hablan en su nombre nosotros les exigimos que rompan políticamente con la burguesía e ingresen en el camino de la lucha por un gobierno obrero y campesino. Sobre este camino les prometemos completo apoyo contra la reacción capitalista. Al mismo tiempo, desarrollamos infatigablemente agitación una en torno a aquellas demandas de transición que según nuestra opinión debieran conformar el programa de un gobierno obrero y campesino (New Park, pág. 39).
El documento fundacional de la Cuarta Internacional continúa declarando:
Es imposible prever cuáles serán las etapas concretas de la movilización revolucionaria de las masas. Las secciones de la Cuarta Internacional se deben orientar en forma crítica hacia cada nueva etapa y plantear consignas que asistan al afán de los trabajadores por obtener una política independiente, profundicen la lucha de clases con base en esta política independiente, destruyan las ilusiones reformistas y pacifistas, refuercen los vínculos de la vanguardia con las masas, y preparen la conquista revolucionaria del poder (ibid.).
A finales de abril, el WRP se encontraba exigiendo que el TUC llamara a una huelga general indefinida, pero esta ligera concesión en reconocer la existencia de organizaciones de masas de la clase trabajadora estaba viciada por su rechazo a ligar esta demanda con la propuesta de que los conservadores fueran depuestos y los laboristas reinstituidos en el poder. El manifiesto del primero de mayo de 1984, Día Internacional de los Trabajadores, resumía el papel reaccionario de tal propagandismo sectario en el medio de una lucha crítica de la clase trabajadora donde era necesario, por encima de todo, establecer una relación firme entre el programa revolucionario y el movimiento de las masas. El llamado a una huelga general se presentaba ahora en los términos más apocalípticos y ultimatistas imaginables:
El Workers Revolutionary Party (WRP) hace un llamado a la clase trabajadora británica a observar este histórico Primero de Mayo de 1984, luchando inmediatamente por transformar la huelga de los mineros en una huelga general que derrumbe la odiosa dictadura de los conservadores.
Una huelga general así, librada por la totalidad de la clase trabajadora con el respaldo de sus aliados de clase media, implicará una lucha revolucionaria por el poder.
El resultado debe de ser el derrocamiento del sistema históricamente caduco del capitalismo, la destrucción del aparato estatal y el establecimiento de un Gobierno Obrero Revolucionario (Miners, pág. 53).
De esa manera, el WRP informaba a la clase trabajadora de que tenía que escoger entre Thatcher o … el sabio de Clapham, G. Healy. Aquellos a quienes se les ocurriera pensar que una exigencia más razonable sería pedir la dimisión del gobierno y nuevas elecciones —que después de todo había sido la orientación del WRP durante los últimos cuatro años del gobierno laborista anterior— recibían una advertencia saludable:
Ningún gobierno laborista, ya sea dirigido por Kinnock, Benn o cualquier otro político reformista puede garantizar los derechos democráticos básicos de los mineros y, sobre todo, garantizar el derecho al empleo (ibid., pág. 56).
Como verdad general, esta declaración es indiscutible. Pero precisamente ahí radica la importancia del porqué de la demanda de derrocar a los conservadores y reinstituir al Partido Laborista en el poder durante la huelga de los mineros. Ello hubiera generado las condiciones en las que las masas de trabajadores pudieran presenciar la traición de la socialdemocracia y así romper decisivamente con ella.
La declaración continuaba con un esbozo del programa que el WRP implementaría una vez que la clase trabajadora lo colocara en el poder. Desconectado de una estrategia que condujera a un conflicto entre los trabajadores y los laboristas, esto continuaba siendo nada más una fantasía sectaria políticamente inofensiva.
El “Manifiesto del Primero de Mayo” solo contenía una cosa que valía la pena leer: “Los reformistas de todas las tonalidades se convierten en portadores del pánico, estados de ánimo penosos, temor y confusión atontada sobre la cuestión del Parlamento capitalista y la máquina estatal capitalista” (ibid., pág. 57).
Desafortunadamente, los dirigentes del WRP se estaban describiendo a sí mismos.
Durante el mes de mayo, mientras los mineros preparaban una manifestación masiva en Mansfield, el WRP agitaba a favor de una Huelga general, lo cual, despojado de una estrategia política, no se diferenciaba mucho de la orientación de la OCI en 1968. No era más que una evasión centrista de las tareas revolucionarias.
Sin embargo, el grado de sinceridad de la campaña del WRP se expondría muy pronto. En Mansfield, el 14 de mayo, Scargill cuidadosamente eludió cualquier llamamiento a acciones más amplias, precisamente porque estaba de acuerdo con la negativa de los laboristas a transformar la huelga en una lucha política que tumbara a los conservadores.
El News Line del 15 de mayo de 1984 llevaba el titular: “Scargill evita mayor acción” —la primera crítica del WRP contra el presidente del NUM—. Fue también la última. Healy se encolerizó con ese ataque a la relación que ahora quería cultivar con el presidente del NUM, a pesar del incidente desafortunado del septiembre del año previo sobre la oposición de Scargill al sindicato polaco Solidaridad.
Una declaración del Comité Político del WRP que apareció en la edición del News Line del 16 de mayo de 1984 le hacía reparaciones al dirigente del NUM. Señaló, “la ovación tumultuosa que agasajó su discurso” en Mansfield y aplaudió el aumento de “su prestigio entre los mineros y otros obreros”. Dentro del partido, Healy y Banda lanzaron una campaña para justificar el abandono de toda actitud crítica hacia la política de la dirección del NUM y hacia la decisión de este de no expandir la huelga por todo el movimiento obrero. En la Carta política 5 del 21 de mayo de 1984, Healy y Banda escribieron:
En esta etapa de la lucha de los mineros, el seccionalismo sectario goza de una base masiva entre ellos, aunque no necesariamente en todo el movimiento sindical. Eso significa que el carácter seccional “por sí mismo” de la huelga ha establecido una congruencia temporal entre el enfoque de Scargill, quien favorece los cambios a través del Parlamento, y los mineros, que están en una lucha de vida o muerte contra los capitalistas por su futuro. No podemos saltarnos esa etapa finita criticando las deficiencias de la dirección del NUM (Séptimo Congreso, pág. 107).
La campaña del WRP a favor de una huelga general —afectada desde el principio por la ausencia de una perspectiva política clara para esa lucha— se volvió insignificante por la adaptación a Scargill. Durante toda la lucha minera, Scargill repitió una y otra vez que no estaba a favor de derrocar a los conservadores. La campaña a favor de la huelga general solo podía avanzar mediante una lucha política en la clase trabajadora contra esa línea objetivamente reaccionaria. Eso hubiese involucrado una batalla diaria e intransigente contra la política centrista de Scargill, un claro análisis de las limitaciones del sindicalismo, la exposición de los lazos de Scargill con los estalinistas y una inequívoca denuncia de su rechazo a la lucha por derrocar inmediatamente a los conservadores. Solo esta línea hubiese permitido al WRP desarrollar entre los mineros y toda la clase trabajadora la consciencia política necesaria para una huelga general. La dirección del WRP, empapada de oportunismo, no fue capaz de ir más allá de una estrecha perspectiva sindicalista. Por lo tanto, su capitulación a Scargill, “el A. J. Cooke de los ochenta”, fue el resultado final de su traición al trotskismo.
Hubo por lo menos un dirigente del WRP que sabía bien que la línea del partido era una traición total al marxismo: Cliff Slaughter. En un largo artículo del News Line del 25 de mayo de 1984, titulado “La huelga general y el frente único”, Slaughter —en medio de un artículo que defendía la línea general del WRP— escribió lo siguiente sobre Kinnock y el líder adjunto Hattersley:
Él [Kinnock] y Hattersley parecen haber dicho que “si fueran mineros de Nottingham estarían en huelga”. Es esto no es más que una evasión deliberada y vergonzosa. No son mineros (y, por supuesto, nunca lo han sido ni lo serán). Son dirigentes del Partido Laborista y tienen una obligación política.
Los obreros que todavía los apoyan, incluyendo a los mineros, que pagan la cuota política y votan por el laborismo, esperan que el partido los apoye políticamente dirigiendo a la clase obrera contra Thatcher. Kinnock esconde su rechazo a eso gritando acerca de lo que haría si fuera minero. …
Persiste la pregunta: ¿por qué la dirección del NUM no organiza una huelga general?
Ese sería el reto más claro a la derecha sobre la cuestión política más vital de todas: la cuestión de la derrota del gobierno y del Estado capitalista y de la victoria del poder obrero.
Cada palabra estaba absolutamente correcta, lo que simplemente plantea la cuestión: ¿cómo es que el WRP no hizo ninguna demanda a los líderes laboristas? Y, además, ¿cómo es que C. Slaughter no organizó una lucha por esa línea contra la política de Healy? En cambio, al final del artículo —que contenía, entre líneas, una crítica devastadora de todo el rumbo que seguía la dirección de Healy y que pronosticaba que esa línea acabaría en la derrota de la huelga— se reconciliaba con la política del WRP. Por eso, la crítica de Slaughter, en vez de realizar aclaraciones para las bases del partido —que generalmente no lee entre líneas— sirvió para reforzar la impresión de que el WRP luchaba por el trotskismo entre los mineros. Por eso Healy permitió la publicación de ese artículo, es más, lo aplaudió. ¡La salsa centrista nunca ha sufrido con unas pizcas de marxismo!
El resto del año —con el artículo de Slaughter a salvo en los archivos, para ser citado solo en caso de que alguien acusara a Healy de traicionar a los mineros— el WRP le siguió los pasos a Scargill de la manera más servil, aumentando su prestigio entre los mineros y las bases del partido, sugiriendo, implícitamente, que este era un nuevo tipo de dirigente sindical nunca visto. Banda escribió una justificación al estilo de Pablo completo de esa adaptación en las perspectivas del VII y último Congreso del WRP en diciembre de 1984:
Lo importante del período anterior a la huelga fue la batalla consistente contra toda tendencia a imponer imágenes subjetivas, ignorar los acontecimientos reales y concretos de la industria minera y, particularmente, del papel de Scargill en relación con el desarrollo de una militancia nueva entre los mineros, basada en el temor a los cierres y a los despidos. Las críticas correctas anteriores a la posición de la dirección bajo Scargill sobre el sindicato polaco Solidaridad y sobre las votaciones de 1982 y 1983 no podían nublar el cambio en las relaciones entre las clases británicas y el impacto de los mineros sobre Scargill y los otros líderes. …
Cualquier complacencia con el método de comenzar con preconcepciones hubiese llevado directamente a gestos ultraizquierdistas y a un aventurismo que habría aislado al partido de los mineros. A pesar de nuestras diferencias con Scargill sobre la perspectiva de la prohibición del trabajo de horas extra, defendimos esa prohibición contra los oportunistas y los posibles esquiroles. La prohibición, aunque inadecuada, fue un factor importante para consolidar la unidad minera y crear una relación más estrecha con el partido (ibid., págs. 69-70).
Ese pasaje sirvió para santificar la liquidación por parte del WRP de toda línea política independiente en torno a la huelga. Una declaración del Comité Político del WRP que apareció en el News Line el 27 de octubre de 1984 decía:
El Workers Revolutionary Party y la Alianza Pansindical apoyan completamente la política de Arthur Scargill, su valiente desafío al Estado y su defensa tenaz del NUM, de la industria minera y sus comunidades, contra el vandalismo de los conservadores.
Su oposición firme al régimen de Thatcher, a la prensa conservadora y al Consejo Nacional del Carbón, ha inspirado a millones; también ha revelado la naturaleza de las maniobras reformistas de los estalinistas en los puertos y las retiradas de la T&GWU y la G&MWU en las industrias acerera, del transporte y energética.
Más que nada, Scargill expuso lo intrigantes y sumisos que son los burócratas de la TUC.
En realidad, Scargill estaba creando una pantalla para ellos en la cuestión central de derrocar el gobierno de Thatcher. Nunca durante la huelga le pidió a la TUC que organizara una huelga general. En cuanto a pedir la movilización del movimiento obrero con los mineros, lo hizo muy cuidadosamente. Por ejemplo, el News Line del 2 de noviembre de 1984 lo citó:
Creemos que ha llegado el momento de involucrar lo más posible en una forma pública al movimiento obrero y sindical en una disputa que los conservadores claramente ven como una lucha de la élite política contra un solo sindicato.
Pedimos que el movimiento sindical responda como corresponde y dé algún tipo de apoyo al NUM.
El 5 de diciembre de 1984, el News Line informó que Scargill había pedido al TUC que organizara “acciones industriales en todo el movimiento sindical”, y señaló que también dijo: “No pedimos resoluciones de apoyo moral. Pedimos asistencia práctica, y pedimos que el Consejo General se reúna para movilizar acciones industriales que apoyen a este sindicato”.
Pero dos días más tarde el TUC rechazó ese pedido y simplemente reiteró su apoyo por resoluciones vacías de solidaridad, el News Line indicó que Scargill “aplaudió la reafirmación por parte de los líderes de la TUC de todas las decisiones previas de apoyo al NUM”, y luego se las arregló para pintar la cosa positivamente: “El hecho de que los líderes del TUC no pudieran repudiar abiertamente al NUM y tuvieran que garantizar algún apoyo es un tributo a la firmeza de la dirección del NUM”.
Cuando la huelga, aislada por el TUC y el Partido Laborista, se debilitaba y se vislumbraba su posible derrota, el WRP se volvió más desorientado y se puso más histérico. En la asamblea del XV aniversario del News Line del 18 de noviembre de 1984, Healy dijo:
Si derrotan a los mineros nosotros seremos ilegales en la Inglaterra de Thatcher.
Ella no solo quiere destruir los sindicatos. Hará que los elementos más revolucionarios en su contra sean ilegales (News Line, 19 de noviembre de 1984).
Sin embargo, más allá de esta retórica frenética, todavía se rehusaba a demandar que el Partido Laborista hiciera una campaña por la derrota del gobierno. También se preocupó de no poner gran presión sobre sus amigos del GLC. Con el futuro de los mineros en juego, mantuvo una vaguedad diplomática sobre la unidad entre los mineros y los oficiales gubernamentales locales que se oponían a los recortes de los conservadores:
Les digo a nuestros camaradas en los concejos locales involucrados en los topes de tasas y en el gran movimiento que ahora surge, que tenemos que prepararnos para unificar ese movimiento, si fuera necesario, con el paro minero, con la organización de la Huelga general (ibid.) (subrayado nuestro).
¡Qué duplicidad política tan evasiva!
Para el VII Congreso, la desmoralización e histeria que envolvía a los dirigentes del WRP cuando la huelga minera llegaba a su fin eran manifiestas, como lo reflejaba la forma en que la principal resolución de perspectivas británicas analizaba el gobierno de Thatcher:
Para la burguesía británica ya no es una cuestión de consolidar el bonapartismo sino de cambiar la forma de la dictadura. Para aplastar a los sindicatos y establecer el control corporativo sobre ellos, los conservadores deben deshacerse de las formas parlamentarias, es decir, destrozar la oposición parlamentaria de la socialdemocracia y reemplazarla con la forma más extrema del bonapartismo, el fascismo. Solo así puede la crisis mundial del imperialismo llegar a ser la esencia y fuerza motriz de la lucha de clases (VII Congreso, pág. 52).
Esas palabras solo podían haber sido escritas por políticos pequeñoburgueses descabellados. La evolución del fascismo era considerada ahora la fuerza motriz de la lucha de clases —una perspectiva que revelaba la más completa desesperación. Además, el pretender que el bonapartismo ya se había consolidado significaría, en el lenguaje marxista, que la clase trabajadora había sido totalmente derrotada por todo un período. Más adelante, el WRP se refería a un pasaje de Trotsky que decía eso mismo —“El régimen bonapartista puede asumir un carácter relativamente estable y permanente solo si está cerrando una época revolucionaria…”— ¡pero la camarilla de Healy estaba tan desmoronada por la lucha de clases que ni siquiera se daba cuenta de que se contradecía en distintas secciones del mismo documento de perspectivas!
El VII Congreso confirmó que el WRP había muerto políticamente desde el punto de vista marxista. Eso se confirma examinando un documento de Healy y Banda escrito solo tres semanas después del Congreso, en el que explicaban “la teoría del conocimiento” que guiaba el trabajo del partido:
Las características de la práctica del partido y de sus necesidades que son la fuente de las sensaciones quedan reveladas en su interconexión con otras cosas que surgen del papel objetivo de la práctica misma. Ese es el proceso de cognición del materialismo dialéctico con el cual se pueden analizar cambios en la situación objetiva a medida que ocurren (Op. cit., pág. iii, subrayado nuestro).
Ese descenso al solipsismo —que declaraba que la práctica del partido y sus necesidades eran la fuente de sus sensaciones— era una verificación teórica de que la dirección del partido estaba dominada en su totalidad por el oportunismo más desenfrenado, a tal grado que ahora definía al mundo objetivo desde el punto de vista de las necesidades del partido —o, más correctamente, de las de la camarilla pequeñoburguesa de su dirección.
Guiados por una línea centrista que contribuyó directamente a la derrota de los mineros, y con sus líderes en un pánico al acercarse la huelga a su fin, el WRP comenzó el año fatal de 1985 al borde del colapso. La histeria dominaba las páginas del News Line. Una declaración publicada por el Comité Central del WRP el 27 de febrero de 1985 declaraba:
Si los conservadores derrotan a los mineros con la ayuda de la derecha de la TUC y los esquiroles, entonces nada impide que Thatcher y su pandilla desesperada lleven a cabo su programa de barbarie monetarista e impongan una dictadura policíaco-militar (News Line, 28 de febrero de 1985, subrayado en el original).
Increíblemente en la misma declaración decía que: “ El desenmascaramiento de la derecha de la cúpula del TUC fortalece enormemente a la clase trabajadora. Las condiciones son muy favorables para que el NUM convoque a los sindicatos que apoyan a los mineros para que demanden que la TUC organice una Huelga general ” (ibid., subrayado en el original).
Mientras que un párrafo proclamaba la destrucción inminente de la clase trabajadora, el otro declaraba que la clase trabajadora “se había fortalecido enormemente”. También había otra contradicción en un tercer párrafo: “El Comité Central del WRP apela a todos los mineros a que apoyen firmemente a Arthur Scargill y al Ejecutivo del NUM”. Pero apoyar firmemente a Arthur Scargill, quien no había demandado que el TUC llamase a una Huelga general, significaba que los mineros rechazaran la línea más reciente del WRP. ¡Más tarde, después de pedirles a los mineros que apoyaran a Scargill, el WRP indicaba que el mismo Scargill estaba vacilando, demandando que el NUM rechace los “pedidos derrotistas” de volver a trabajar!
Para el primero de marzo de 1985 un pánico total se había apoderado del News Line. El artículo de primera plana declaraba que el regreso al trabajo por parte de los mineros significaría “el fin del sindicalismo libre en Reino Unido”.
En menos de una semana, el Ejecutivo de los mineros votó por terminar la huelga —un suceso que dejó a amplios sectores del WRP, particularmente los elementos pequeñoburgueses y desclasados del aparato partidario, completamente confundidos, desmoralizados y resentidos—. Durante meses habían estado oyendo que la huelga terminaría en la revolución social o en la derrota, el aplastamiento del movimiento sindical y la ilegalización del WRP. Ahora la huelga minera había sido derrotada y, como todavía retenían la legalidad, esta pequeña burguesía cansada comenzaba a pensar que la crisis del capitalismo no era tan mala como le habían hecho creer y que quizás estaban perdiendo sus vidas en una causa fútil.
En esa situación, la supervivencia del partido dependía, por lo menos, de una evaluación honesta de la huelga y de su derrota. Pero la dirección del WRP ya había pasado el punto en el que era capaz de tener honestidad sobre cuestiones políticas.
En cambio, trató de continuar como si no hubiera pasado nada. El WRP no pudo ni admitir que los mineros habían sido vencidos. Eso hubiese planteado muchas interrogantes sobre su propia política. Así que aparecieron artículos en el News Line que trataban de enmascarar la realidad con estadísticas sobre cuánto le costó al gobierno el paro.
Sin propuestas propias para restaurar la fuerza de los mineros y prepararlos para la amarga lucha contra los cierres de minas, la dirección del WRP se aferraba desesperadamente a los faldones de Scargill, cosa que asumió características patéticas con Healy, cuyo principal objetivo se volvió conseguir una reunión personal con Scargill. Esto lo consiguió un mes después de la huelga. Ese acontecimiento fue documentado en una carta personal, de Healy a Scargill, descubierta por la Comisión Internacional de Control, que demuestra su degeneración política en los días finales del WRP:
Querido Arthur:
Con esta nota quiero expresar el agradecimiento más cálido y fraterno, de mi parte y de parte de la camarada Aileen Jennings por el rato que Ud. y sus compañeros pasaron con nosotros el viernes por la noche.
Todos los recursos y las facilidades técnicas que constituyen la práctica de nuestro Partido están a disposición del NUM y de Ud. como presidente. Cuando sea necesario imprimiremos lo que el sindicato quiera, gratis, hasta agotar nuestros recursos. Si desea utilizar nuestras instalaciones periodísticas, estaríamos encantados de dejarle saber confidencialmente nuestras opiniones sobre lo que entendemos que está pasando.
Se está desarrollando una confrontación masiva entre el Estado capitalista y la clase trabajadora, con los mineros de nuevo en la vanguardia. Esté seguro de que nuestro partido estará de su lado en los decisivos días venideros.
Esté convencido de que para nosotros las necesidades del NUM recibirán prioridad en el período crítico venidero. Simplemente háganos saber qué necesitan y nosotros veremos qué se puede hacer.
Le estrechamos cálidamente la mano,
[firmado] Aileen Jennings, T. G. Healy
El significado político de esa carta —en la que el líder del Workers Revolutionary Party puso a disposición de una sección de la burocracia sindical todos los recursos materiales del movimiento trotskista británico— es que registra irrefutablemente el fin de la vida revolucionaria de G. Healy.
A partir de ese momento, la desintegración política y organizacional de esta camarilla dirigente en Londres procedió rápidamente. Bajo la presión de las bases del partido —particularmente de aquellos miembros que trabajaban con los mineros de Yorkshire—, Healy y Banda buscaron una línea política nueva, pero sin analizar la práctica del año anterior. Intentando sacar las castañas del fuego, la secretaria nacional de organización, Sheila Torrance, propuso que el WRP organizara una marcha para defender a los mineros detenidos. Healy inicialmente se opuso a esa medida porque no se podría poner en práctica cuando Reino Unido estaba en manos de un movimiento fascista ascendente. Aceptó la marcha solo cuando el Comité Central aprobó una resolución dándole poderes plenipotenciarios para intervenir en el curso de la marcha y cambiarla de lugar ¡si llegara a estar bajo un ataque fascista!
La vida interna del WRP comenzó a parecerse a los últimos días del régimen Nueva Joya de Granada. El local de Clapham era el escenario de feroces luchas internas y de conspiraciones salvajes. Cada oficina se convirtió en la sede de alguna facción secreta; cada grupo hacía listas de probables enemigos y posibles aliados en la batalla venidera. La sede central del WRP se transformó en un campo de batalla electrónico. Muchos teléfonos y oficinas, incluyendo los de Banda y Healy, fueron intervenidos. Nadie confiaba en nadie. Se disolvían relaciones políticas que habían durado 10, 20 o hasta 30 años. Repentinamente, Healy se trató de vengar de Sheila Torrance por habérsele opuesto en el Comité Político y propuso su suspensión del partido en la reunión del Comité Central del 27 de abril de 1985. Un miembro, Stuart Carter, se opuso. Este fue suspendido inmediatamente por 60 días “por oponerse, en la reunión, a la autoridad del CC de disciplinar a sus miembros y de fallar sobre la conducta de estos” (“Informe de la expulsión de Stuart Carter y recomendación de expulsar a su camarilla”, pág. 2). El informe a las células, justificando la expulsión, seguía: “No fue suspendido por ninguna diferencia política o programática. Stuart insistió en su posición aún después de que la miembro del CC implicada, la camarada ST, corrigiera su error de procedimiento” (ibid).
Carter, miembro destacado de la Juventud Socialista durante seis años, fue expulsado cuando continuó defendiendo su derecho a oponerse a la suspensión antiestatutaria de la secretaria general adjunta del WRP. El 21 de junio de 1985, Banda escribió una carta justificando la expulsión. Este había atacado físicamente a Carter durante la reunión en la que lo suspendió. Banda denunció a este dirigente juvenil por su “individualismo pequeñoburgués y su atraso lumpenproletario”. Dijo que:
Las acciones y declaraciones de esa camarilla reaccionaria y la constante insistencia en el tema de la “democracia”, contraponiendo “los derechos del individuo” a la práctica centralizada del partido, es un ejemplo gráfico de subordinación a la espontaneidad, es decir, a la ideología burguesa.
Subraya la importancia vital de la lucha de Lenin contenida en ¿Qué hacer? y sus advertencias de que consignas “contra el dogmatismo” y por “el derecho a la crítica” no hacían más que negar la teoría de la lucha de clases, rechazar al partido revolucionario y abandonar la dictadura del proletariado. Esa es la esencia de la posición de SC.
Bajo esas condiciones, la marcha en defensa de los mineros detenidos simplemente le dio una excusa propagandística al desmoronamiento interno del partido. Los dirigentes estaban obsesionados con el bonapartismo, insistiendo en que era la clave de la situación mundial. En una carta a miembros del partido sobre la línea de la marcha, del 8 de mayo de 1985, Banda y Healy declararon:
La lucha contra el bonapartismo debe ser primordial en la práctica para no transformar demandas como la “defensa de los sindicatos” y “contra el uso de la juventud para romper huelgas”, en imágenes kantianas que confunden idealistamente las cinco demandas que constituyen el silogismo revolucionario de la marcha misma.
Estas deben ser puestas en el siguiente orden del silogismo: 1. Liberen a los mineros encarcelados. 2. Reinstalen a los mineros despedidos. 3. Combatan los cierres de minas. 4. Acaben con las leyes antisindicales. 5. Impidan los planes de utilizar a los jóvenes como esquiroles.
El error detrás del discurso del Primero de Mayo de nuestro líder londinense surgió de prácticas del partido que estaban siendo guiadas por proposiciones generales sobre “la lucha de la juventud” y “la defensa de los sindicatos”. Estas omitían los aspectos centrales de las implicaciones internacionales del bonapartismo como se da ahora en la Gran Bretaña gobernada por los conservadores que deberían ser centrales en la activación de la práctica del partido, para no perderse en la construcción generalizada de imágenes kantianas.
Esa construcción de imágenes, a pesar de ser formalmente correcta, carecía del contenido bonapartista y, por lo tanto, de la fuente misma de las sensaciones. De ahí su origen kantiano y el verdadero peligro para nuestra labor en Reino Unido.
En el mes de diciembre anterior, la práctica del partido había sido hecha la fuente de la sensación. Ahora la base de toda percepción a escala mundial era el bonapartismo británico. Ese “descubrimiento” asombroso se elaboró a través de una innovación teórica conocida como el silogismo de cinco partes. Eso demuestra la profundidad del viejo proverbio: “Los dioses primero enloquecen a aquellos a quienes quieren destruir”.
Siete semanas después, el primero de julio de 1985, Aileen Jennings, secretaria personal de Healy por 20 años, desapareció de Londres —dejando una carta, a instancias de Sheila Torrance, en la que denunciaba el abuso grotesco por parte de Healy de muchas militantes del WRP y del CI y que encendería una explosión que llevaría a la expulsión de Healy y a la desintegración final del WRP. Como Trotsky predijo: los grandes acontecimientos que arremeten contra la humanidad derribarán a las organizaciones caducas, sin dejar ni una piedra sobre otra.