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La restauración capitalista en Rusia: un balance histórico

Parte III:

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Este es el tercer artículo en una serie de cuatro partes.

La advertencia trotskista de que la burocracia estalinista, a menos que fuera detenida por la clase trabajadora, eventualmente se movilizaría para destruir el Estado degenerado de los trabajadores y se convertiría en una nueva clase propietaria, fue confirmada por lo que sucedió en la década de 1990.

Un sociólogo ruso describió el proceso bastante deliberadamente:

Un ministro se convirtió en el propietario de un número de acciones suficientes como para controlar una empresa; un jefe administrativo en el Ministerio de Finanzas se convirtió en el presidente de un banco comercial; un alto directivo en Gossnam [la antigua agencia soviética responsable de distribuir los 'medios de producción'] se convirtió en el director ejecutivo de la bolsa de valores. [16]

La proporción de la élite empresarial y política durante el Gobierno de Yeltsin provenientes de la burocracia

La criminalidad abierta de la nueva burguesía fue deslumbrante. Según una encuesta entre empresarios de Cheliabinsk a principios de la década de 1990, 30 de 40 poseedores de grandes activos consideraban que era imposible hacer negocios sin violar la ley; el 90 por ciento estaba convencido de que no podían participar en negocios sin dar sobornos a varias agencias estatales; el 65 por ciento había sobornado a los trabajadores en los organismos de auditoría financiera y el 55 por ciento había sobornado a los diputados en varios niveles.

En una conversación privada con el economista Anders Aslund, quien ayudó a elaborar e implementar la "terapia de choque", uno de los oligarcas que se hizo rico y llegó al poder durante las privatizaciones a través de préstamos por acciones de mediados de la década de 1990 explicó:

Hay tres tipos de hombres de negocios en Rusia. Un grupo es asesino. Otro grupo roba a otros individuos privados. Y luego tienes empresarios honestos como nosotros que solo le roban al estado. [17]

Esta orgía perversa y criminal de enriquecimiento personal por parte de la burocracia anterior se basó en la destrucción de las fuerzas productivas creadas por la clase obrera soviética y en la venta descuidada y miope de materias primas. El Kuzbass y la industria rusa del carbón son un ejemplo particularmente claro para la criminalidad social y la crueldad de este proceso.

Después de los Estados Unidos, Rusia tiene las reservas de carbón más grandes del mundo. Los remanentes de la industria soviética del carbón se encontraban entre las partes más tentadoras del botín que los empresarios rusos y occidentales esperaban asegurar durante la restauración capitalista. EUA ya había sentado las bases para una intervención masiva con el proyecto PIER mencionado anteriormente, lanzado en 1990, mucho antes de la destrucción final de la URSS a fines de 1991. Durante la restauración y gran parte de la década de 1990, EUA permaneció fuertemente involucrado en la llamada "reestructuración" de la industria rusa del carbón.

En los primeros años de la restauración capitalista, el Gobierno, mientras privatizaba la industria del carbón, se retractó de recortar todos sus subsidios, en gran medida por temor a una renovada explosión de las luchas de los mineros del carbón, que continuaron luchando durante toda la década. La industria del carbón también permaneció bajo la administración del antiguo ministerio soviético Rosugol, cuyo presidente, Yuri Malyshin, se contaba entre las figuras más poderosas de la época. Aunque ya estaba completamente privatizado, el hecho de que la industria del carbón estuviera bajo el control de facto de una gran entidad comercial estatal rusa no podía sino ser una espina en el costado del capital financiero internacional, y especialmente estadounidense.

La principal palanca a través de la cual se garantizaba la total subordinación de la industria del carbón a los intereses de las grandes empresas estadounidenses, australianas, austriacas y rusas era el Banco Mundial. Decidido a enviar a la industria rusa del carbón a por el camino conocido como la “ruta Thatcher", el Banco Mundial esbozó un programa de recortes masivos y cierres de minas como condición para un préstamo de 500 millones de dólares. El Gobierno ruso, para quien la industria del carbón era, según un autor, una "soga política al cuello", aceptó las "propuestas" del Banco Mundial en 1995, que incluían la "reducción a cero" de todos los subsidios al carbón, y un plan para reducir el empleo en la industria del carbón a la mitad dentro de tres a cinco años.

El programa del Banco Mundial estaba estrechamente vinculado al Proyecto del Carbón, financiado por los Estados Unidos, y ambos contaban con el pleno apoyo del sindicato de mineros independientes, el NPG, que para entonces había perdido gran parte de su membresía e influencia.

El impacto del "programa de reestructuración" en la industria del carbón fue devastador. El empleo de la minería del carbón en Rusia se redujo de 900.000 a aproximadamente la mitad en el 2000. La producción, que había alcanzado su punto máximo en 1988 con 400 millones de toneladas, cayó a solo 225 millones en 1997. Rosugol se convirtió en una sociedad anónima abierta en 1996, con Malyshev como su presidente. En 1998, después del cierre de al menos 58 minas, el Gobierno anunció planes para cerrar otras 86 de las 200 minas de carbón restantes en Rusia.

Los trabajadores no recibían su sueldo durante meses e incluso años. Si bien este fue un fenómeno general en la Rusia de la década de 1990, la situación fue particularmente grave en la industria del carbón. En un caso particularmente infame, la mina Kuznetskaya en el Kuzbass, una de las minas de hierro más grandes que se había privatizado en 1991 como sociedad anónima con una empresa austriaca, no pagó a sus trabajadores durante dos años. Impulsados por la desesperación, los mineros y sus esposas eventualmente recurrieron a encerrar a la alta gerencia de la mina en su oficina y mantenerlos como rehenes hasta que se les pagase sus salarios.

Los trabajadores del carbón, alguna vez el grupo mejor pagado dentro de la clase obrera soviética, cayeron al séptimo lugar a fines de la década de 1990. [18]

Al igual que el aluminio, el acero y otras materias primas y las industrias de la energía, la industria del carbón fue objeto de batallas violentas dentro del Estado, y entre los oligarcas en ascenso y el crimen organizado, con las líneas entre estos tres sectores casi inexistentes. Docenas de gerentes de minas de Kuzbass fueron asesinados como parte de las guerras de la mafia en la década de 1990. El Kuzbass tenía la tercera tasa de asesinatos más alta de la nación. Un director de la mina a quien el Moscow Times le preguntó sobre la influencia del crimen organizado en el negocio del carbón, respondió enérgicamente: "No influyen en ello. Lo ejecutan”.

La catástrofe social provocada por el cierre de minas y la eliminación de cientos de miles de puestos de trabajo se vio agravada por el hecho de que, debido a una grave escasez de viviendas en Rusia (que todavía existe), resultó casi imposible que los mineros despedidos se mudaran con sus familias a otras regiones para encontrar otro empleo. Un funcionario del Gobierno local del Kuzbass que anteriormente había trabajado para la KGB dijo lacónicamente al New York Times: "En estos días a [los mineros del carbón] no les importa el jabón. Quieren comida”.

Las huelgas de los mineros en el Kuzbass y más allá ocurrieron a lo largo de la década de 1990, atrayendo entre 400.000 y 600.000 mineros. En general, millones de trabajadores continuaron realizando repetidas huelgas a lo largo de este período, protestando contra la extrema crisis social. Sin embargo, bajo condiciones de extrema confusión política, estas facciones pudieron ser manipuladas y explotadas por facciones rivales dentro de los sindicatos y entre funcionarios gubernamentales y empresarios, que intentaban utilizar a los trabajadores en huelga a favor de sus propios intereses en Moscú o la región.

Aunque es muy evidente, la situación en el Kuzbass es ampliamente representativa del caos político y económico, la criminalidad y la desesperación social que han llegado en los años noventa en general, un período que muchos rusos, por una buena razón, todavía recuerdan como traumático.

Según la revista rusa Expert, la producción industrial total en Rusia colapsó hasta en un 55 por ciento en la década de 1990. En comparación, durante la Gran Depresión en los Estados Unidos, la producción disminuyó en un 30 por ciento. En la historia rusa, solo el efecto combinado de la Primera Guerra Mundial y la Guerra Civil después de la Revolución de Octubre había sido peor. Entre el primer semestre de 1993 y el primer semestre de 1994, la producción industrial en sectores como el armamento, la electrónica y la construcción –industrias clave de la Unión Soviética— disminuyó en un 40 a 50 por ciento. La producción industrial en su conjunto en 1994 era 47 por ciento de sus niveles de 1990. La inversión nacional era 35 por ciento de su nivel de 1990 en 1995, y en 1996, el 75 por ciento de todas las empresas no realizó ninguna inversión de capital en absoluto. El capital extranjero fluiría a los mercados bursátiles y las instituciones financieras, pero no a la industria.

La caída en las camas de hospital por 1.000 habitantes entre 1991 y 2011, datos de la OMS

La privatización y el desmantelamiento de sectores sustanciales de la industria también significaron la destrucción de un Estado de bienestar social que estaba en gran medida vinculado a la infraestructura industrial soviética.

Además, en las últimas décadas se han producido recortes implacables en el sistema de salud, en particular. La crisis social y la falta de perspectiva política han llevado a millones de personas al suicidio y al abuso de drogas y alcohol.

La infraestructura social ha sido descuidada en una medida que es claramente criminal. En Rusia, por territorio, el país más grande del mundo y con una población de 140 millones, solo hay unas 5.000 estaciones de bomberos. La mucho más pequeña Polonia –y también socialmente devastada— tiene más de 15.000 para una población de 40 millones. En 2014, un total de 9.405 personas murieron en incendios en Rusia. El promedio de muertes por cada 1.000 incendios fue de 64,5, una tasa que solo superó Bielorrusia, que tuvo 78,8 muertos por cada 1.000 incendios. En comparación, en los Estados Unidos, que tiene una población de 320 millones, 3.280 personas murieron en incendios con una tasa de mortalidad de 1,7 por cada 1.000 incendios.

El incendio del 25 de marzo de 2018 en Kemerovo fue uno de los peores, pero no fue el único incendio importante causado por la falta de cumplimiento de las normas básicas de seguridad contra incendios. En 2003, un incendio en un dormitorio de estudiantes de la Universidad de Moscú se cobró la vida de 44 personas, hiriendo a 156; un incendio en un asilo de ancianos en Krasnodar en 2007 mató a 60 personas; un incendio en un club nocturno en Perm en 2009 mató a 154; y, en 2015, un incendio en un centro comercial en Kazan mató a 19 personas e hirió a 61.

Cada año, aproximadamente 15.000 trabajadores mueren en accidentes de trabajo, de acuerdo con los números de la Organización Internacional del Trabajo. En otra horrenda cifra, 190.000 trabajadores mueren anualmente como resultado de la exposición a condiciones peligrosas en el trabajo.

Un antiguo pasillo de la fábrica Kirovsky en San Petesburgo. Foto del 2014

En resumen, contrariamente a las pretensiones de los triunfalistas capitalistas y de la mayoría de los académicos burgueses, la restauración del capitalismo fue todo menos "pacífica". Fue una guerra de clases unilateral en la que la clase obrera, desarmada y decapitada por décadas de estalinismo y la intervención del pablismo, fue duramente atacada tanto por la oligarquía naciente como por el imperialismo.

El número de víctimas de esta contrarrevolución nunca se ha establecido. Pero cualquier estimación seria tendría que tener en cuenta no solo a las decenas de miles que murieron en las guerras civiles que estallaron en el Cáucaso y Asia Central; pero también más de un millón de suicidios en Rusia solo desde 1991; el horrible aumento de muertes por enfermedades previamente erradicadas como la tuberculosis; los millones de víctimas de la epidemia actual de heroína y VIH; las decenas de miles de trabajadores que murieron en accidentes laborales; y los muchos millones de víctimas del estado decrépito de la infraestructura social y el sistema de cuidado de la salud. El fuego de Kemerovo agrega otras 60 personas a esta cuenta, pero en muchos sentidos solo es la punta del témpano.

Solo una pequeña oligarquía y una clase media alta muy pequeña se han beneficiado de este proceso criminal. El informe de riqueza global de Credit Suisse para 2016 reveló que, entre todas las principales economías, Rusia tenía por mucho la mayor concentración de riqueza en manos de una oligarquía. El informe encontró que el 10 por ciento superior posee un impresionante 89 por ciento de la riqueza de todos los hogares en Rusia, en comparación con el 78 por ciento en los Estados Unidos y el 73 por ciento en China. Aproximadamente 122.000 personas de Rusia pertenecen al 1 por ciento más rico del mundo, y el país tiene más de 79.000 millonarios en dólares estadounidenses. Rusia también tiene el tercer mayor número de milmillonarios del mundo, 96 en total, solo superado por los 244 que viven en China (que tiene casi 10 veces la población de Rusia) y los 544 multimillonarios en EUA. Solo alrededor del 4 por ciento de la población calificó como "clase media".

Por el contrario, de acuerdo con un artículo en la Nezavisimaya Gazeta de abril de 2017, alrededor del 56 por ciento de los trabajadores rusos ganan menos de 31.000 rublos (531 dólares) al mes. El Gobierno redujo recientemente el nivel de subsistencia oficial a menos de 9.691 rublos (166 dólares), un salario con el cual es imposible subsistir. Las estadísticas oficiales indicaron que la cantidad de personas que viven por debajo de este umbral sumamente bajo de extrema pobreza llega a alrededor de 19 millones.

Continuará

Notas:

[16] Olga Kryshtanovskaia, “Transformation of the Old Nomenklatura into the New Russian Elite”, in: /Obshchestvennye nauki i sovremennost’/, 1995, no. 1, pp. 58-59.

[17] Aslund 2007, p. 160.

[18] Cifras de: Stephen Crowley, “Between a Rock and a Hard Place: Russia’s Troubled Coal Industry”, in: Peter Rutland (ed.), Business and State in Contemporary Russia, Boulder: Westview Press 2001, pp. 129-149.

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