El Congreso de Estados Unidos se está reuniendo hoy para contar formalmente los votos del Colegio Electoral en las elecciones presidenciales de 2020. En condiciones normales, este proceso es una formalidad. No obstante, el voto de hoy se produce en condiciones de un impulso activo y continuo del presidente Donald Trump para llevar a cabo un golpe de Estado, anular los resultados de la elección y establecer una dictadura presidencial.
Trump, con el apoyo activo de una mayoría de los miembros republicanos de la Cámara de Representantes y un número importante de senadores republicanos, está buscando bloquear la certificación de los votos. Declaró el martes que el vicepresidente Mike Pence, quien asume como presidente del Senado de EE.UU., “tiene el poder de rechazar” a los electores. Tal acto sería abiertamente inconstitucional.
En un discurso en Georgia el lunes, Trump declaró: “No van a tomar esta Casa Blanca. Vamos a luchar como el demonio”.
Fuera del Congreso, decenas de miles de simpatizantes de Trump se están reuniendo en Washington DC, encabezados por organizaciones neofascistas y paramilitares como Proud Boys. El martes, Trump apoyó las manifestaciones y dijo que se pronunciaría frente a la Casa Blanca el miércoles por la mañana.
Ante los intentos en marcha de Trump para derrocar la Constitución, el Partido Demócrata y sus defensores están haciendo todo lo posible para ocultar y minimizar la amenaza presentada por las acciones de Trump. Su principal preocupación es evitar que se tomen acciones que puedan alarmar el público y dar paso a un movimiento de oposición que se salga de control.
El martes, Biden tildó los esfuerzos de Trump para anular la elección “lloriqueos y quejas”. Se refirió a un grupo de conspiradores que busca derrocar el orden constitucional en Estados Unidos como “nuestros amigos en la oposición” y repitió su llamado a ambos bandos a “unirse” y “dejar atrás la política divisiva”.
Además de su cobardía y servilismo, los comentarios de Biden reflejan una realidad de clase fundamental. Pese a sus diferencias, principalmente centradas en política exterior, Trump y sus oponentes demócratas son, en el análisis final, los representantes de la misma clase capitalista. Como lo puso el expresidente Barack Obama, el conflicto es un “juego amistoso del mismo equipo”. La revista Nation, la publicación insignia de la izquierda del liberalismo estadounidense, con sus vínculos históricos con el estalinismo y la política del frente popular, ejemplifica los esfuerzos del Partido Demócrata para adormecer a la población.
Llamando las acciones de Trump “locas”, Nation declara categóricamente que la intentona golpista de Trump no tendrá éxito. “La buena noticia es que parece que Trump llegó al final del camino. Tiene suficiente combustible para generar caos, pero no lo suficiente… para subvertir la elección”.
Otro artículo en Nation llama las acciones de Trump un “golpe payaso” que está “condenado a fracasar”. Concluye: “El poder político de Trump está disminuyendo cada día y no vale la pena hacer afirmaciones irrealistas sobre su capacidad para derrocar la elección”.
La creencia inquebrantable de la revista en que todo en la política estadounidense volverá a la normalidad el 20 de enero pone de manifiesto su fe en la naturaleza imbatible del capitalismo estadounidense. En la medida en que cree que el capitalismo es invencible e intocable, Nation considera inconcebible que la clase gobernante necesite siquiera considera un golpe de Estado.
Esta es la voz del esclerótico liberalismo estadounidense. Al carecer de un programa, su única respuesta a la crisis del capitalismo es clavar su cabeza en la arena y desear que todo vuelva al pasado.
Refiriéndose a las manifestaciones callejeras fascistas que tumbaron el Gobierno francés de Édouard Daladier en 1934, León Trotsky escribió:
La población francesa pensaba hace mucho tiempo que el fascismo no tenía nada que ver con ellos. Tenían una república en la que el pueblo soberano resolvía todas las cuestiones a través del voto universal. Pero el 6 de febrero de 1934, varios miles de fascistas y monarquistas armados con revólveres, bates y navajas le impusieron al país el reaccionario Gobierno de Doumergue.
Ahora bien, la violencia fascista y el golpismo extraconstitucional se han vuelto un factor objetivo en la política estadounidense.
Seamos francos: no está garantizado que fracase el golpe de Estado de Trump y los trabajadores necesitan tomar sus amenazas con la máxima seriedad. Sigue siendo presidente por dos semanas y está decidido a utilizar todos los poderes a su disposición —estén en escrito o no— en su esfuerzo para aferrarse al poder.
Mientras los demócratas están guardando sus golpes, Trump no teme extraer sangre. Él representa a sectores de la clase gobernante que abogan por una contrarrevolución anticipatoria en medio de la mayor crisis del capitalismo desde los años treinta. Está advirtiéndole a la clase gobernante que el tiempo se está agotando: o bien aplasten la oposición social en la clase obrera o bien los abrumará.
Cualquiera que crea que “esto no puede ocurrir aquí” —que EE.UU. es inmune al fascismo y a la dictadura— está cegándose respecto a la realidad de la crisis del capitalismo estadounidense. No solo puede ocurrir aquí pero está ocurriendo aquí.
Los comentarios en la prensa oficial y los medios como la revista Nation están marcados ante todo por su superficialidad, como si las acciones de Trump se debieran a cambios de humor. Pero Trump no habla únicamente por él mismo. El propio hecho de que ya llegó tan lejos significa que una sección sustancial de la oligarquía financiera está preparada para deshacerse de los residuos de democracia.
Al final, el 20 de enero solo es una fecha. Incluso si Biden asumiera entre tropiezos el cargo, Trump se mantendría como una figura política dominante en EE.UU. y hay otros que esperan al margen para tomar su lugar. No está claro ni siquiera si los estados controlados por los republicanos van a reconocer una Presidencia de Biden.
Esta crisis está desenvolviéndose en el contexto de la continua propagación de la pandemia, la cual ya ha matado a más de 350.000 personas solo en EE.UU. Los hospitales en todo el país están llegando a su capacidad máxima y, el condado de Los Ángeles les instruyó a los paramédicos a comenzar a racionar su atención.
Frente a este desastre, todos los sectores de la clase gobernante han insistido en su política de “inmunidad colectiva”, exigiendo que los negocios permanezcan abiertos a fin de seguir extrayendo ganancias. En medio de las muertes masivas y la miseria social, Wall Street y la riqueza de la oligarquía financiera mantienen su aumento incesante.
Estas políticas homicidas reflejan un orden social tan desigual que los intereses más básicos de las clases oprimidas no pueden ser tomados en consideración al crear políticas. La degeneración y putrefacción de la democracia estadounidense son, en última instancia, la manifestación de la crisis y la agonía mortal del capitalismo estadounidense. Y Trump es solo el síntoma más evidente de la enfermedad.
En la lucha por defender los derechos democráticos, al igual que en la lucha por salvar vidas en la pandemia, el remedio es el mismo: el poder de la oligarquía financiera debe ser destruido y derrocado por un movimiento de las masas obreras luchando por la transformación socialista de la sociedad.
(Publicado originalmente en inglés el 5 de enero de 2021)