La insurrección fascista en Washington DC —que resultó en una invasión del Congreso de EE.UU., la huida en pánico de senadores y diputados aterrorizados, la postergación de la validación oficial de la mayoría de Joseph Biden en el Colegio Electoral e incluso la ocupación de la oficina de la presidenta de la Cámara de Representantes, Nancy Pelosi— es un punto de inflexión en la historia política estadounidense.
Las glorificaciones antiguas de la invencibilidad y la puntualidad de la democracia estadounidense han quedado totalmente expuestas y desacreditadas como un mito político vacío. La frase popular “No puede ocurrir aquí”, tomada del título de la justificadamente famosa ficción escrita por Sinclair Lewis del auge del fascismo estadounidense, ha sido decididamente superada por los acontecimientos. No solo puede ocurrir un golpe de Estado fascista aquí. Ocurrió aquí la tarde del 6 de enero de 2021.
Más allá, incluso si el intento inicial se quedó corto de alcanzar su objetivo, ocurrirá nuevamente.
Lo acontecido ayer fue el resultado de una conspiración cuidadosamente planificada. Fue instigada por Donald Trump, quien ha estado trabajando junto a una pandilla de conspiradores fascistas estratégicamente posicionados en la Casa Blanca y otras instituciones, departamentos y agencias estatales poderosas. La operación del miércoles lleva el evidente hedor de los hijos de Trump, sus asesores cercanos como Stephen Miller y un gran número de otros individuos que operaron tras bastidores dentro del ejército, la Guardia Nacional y la policía.
La conspiración utilizó las técnicas bien conocidas de los golpes de Estado modernos. Los golpistas identificaron la reunión del Congreso para ratificar la mayoría de Biden en el Colegio Electoral como un momento propicio para entrar en acción. El ataque fue preparado por varias semanas por medio de las mentiras de Trump y sus lacayos de que la elección del 2020 había sido robada. El líder de la mayoría republicana en el Senado, Mitch McConnell fue crucial en esto al rehusarse a conceder el reconocimiento republicano de la elección de Biden por varias semanas, dándoles tiempo y legitimidad a los esfuerzos de Trump para desacreditar la elección con acusaciones totalmente falsas de un fraude en la votación.
Una mayoría de los diputados republicanos y una parte importante de los senadores republicanos orquestaron el debate político el miércoles que desafío la legitimidad del voto del Colegio Electoral, ofreciendo el pretexto necesario para el levantamiento derechista planificado. La última señal para la invasión del edificio del Capitolio fue dada por el propio Trump, quien pronunció una arenga insurreccional frente a sus simpatizantes, quienes —sin lugar a duda— están siendo dirigidos por elementos con entrenamiento policial, militar y paramilitar.
Ya fue plenamente reportado que las turbas fascistas prácticamente no se toparon con ninguna resistencia cuando irrumpieron en el Capitolio. En los sectores más críticos y vulnerables del edificio, casi no había policías a la vista. Para evaluar políticamente la respuesta de la policía el miércoles, basta con recordar el asalto violento a la manifestación pacífica contra la brutalidad policial en el parque Lafayette.
Si se hubiera convocado una protesta de izquierda en Washington contra los esfuerzos de Trump para derrocar los resultados de la elección, los manifestantes —como lo saben todos— se hubieran enfrentado a una muestra de fuerza masiva por parte de la policía y la Guardia Nacional. Se hubiera desplegado a francotiradores de la policía estratégicamente sobre cada edificio cercano a las protestas. Hubieran sobrevolado helicópteros militares y drones. El mínimo movimiento no autorizado por parte de la multitud, sin importar cuán pacífico, hubiera provocado llamados a dispersarla, seguidos minutos después por una lluvia de gases lacrimógenos. Cientos, si no miles, habrían sido rodeados y arrestados.
La respuesta del Partido Demócrata al golpe ha sido una muestra patética de cobardía política. Las primeras horas de la insurrección transcurrieron sin que ningún líder demócrata prominente emitiera una denuncia clara contra la conspiración, ni hubo ningún llamado a la resistencia popular al golpe de Estado. El expresidente Obama y los Clinton, quienes tienen millones de seguidores en Twitter, guardaron silencio a lo largo del día.
En cuanto al presidente electo Biden, esperó varias horas antes de finalmente aparecer en público. Tras describir el asalto contra el Capitolio como sedición, Biden hizo este extraordinario llamado al líder de la conspiración: “Llamo al presidente Trump a que salga en televisión nacional ahora, cumpla con su juramento y defienda la Constitución y exija que se acabe este asedio”.
Normalmente, ante un intento de derrocar el régimen constitucional, el líder político amenazado por la conspiración debe buscar procurar inmediatamente que los traidores no tengan acceso ni a los medios masivos ni a una audiencia nacional. En cambio, Biden le pidió a Trump que se pronunciara en televisión nacional ¡para que cancele la insurrección que él mismo organizó!
Biden finalizó su intervención con la siguiente exigencia. “Así que, presidente Trump, dé un paso adelante”. Este llamado absurdo al dictador fascista en potencia pasará a la historia como el discurso “Hitler, haz lo correcto” de Biden.
Los demócratas, ni hablar de la prensa, no tienen ninguna intención de exponer toda la profundidad de la conspiración ni hacer que los conspiradores y organizadores rindan cuentas. El esfuerzo por encubrir el crimen ya comenzó, según los medios de comunicación hablan ya de la necesidad de que los demócratas y republicanos “se unan de forma bipartidista”.
La decisión del Senado durante la noche de confirmar la elección de Biden no es el fin de la crisis.
Los llamados a la “unidad” con los conspiradores le abren paso a la siguiente intentona de un golpe fascista. Esta es la lección de la invasión de matones fascistas armados del Capitolio estatal en Lansing, Michigan, en abril y la conspiración posterior en el otoño de 2020 de secuestrar y asesinar a la gobernadora demócrata del estado, Gretchen Whitmer. El Partido Demócrata y la prensa pronto suprimieron la cobertura de estos crímenes y prácticamente no defendieron a Whitmer frente al ataque. Hasta el día de hoy, los complotistas han recibido poco más que una palmada en la mano.
La respuesta de los demócratas a la conspiración fascista no se debe a mera cobardía o estupidez. Como representantes de la oligarquía financiera-corporativa, temen que la exposición de la conspiración criminal y sus objetivos políticos causen una respuesta masiva de la clase obrera que se convierta en un movimiento contra el Estado capitalista y los intereses que defiende.
Hay que oponerse al intento de ocultar la conspiración. Los trabajadores tienen que adoptar la demanda de deponer y arrestar inmediatamente a Trump. No se le puede permitir permanecer en el poder, utilizando el inmenso poder de la Presidencia para continuar sus complots. Su permanencia en la Casa Blanca representa una amenaza masiva para el pueblo estadounidense y en todo el mundo. Trump todavía cuenta con el poder de declarar una emergencia nacional e incluso iniciar una guerra. El arsenal nuclear sigue en sus manos.
Sus coconspiradores tampoco pueden permanecer en el cargo. Los senadores y diputados republicanos involucrados en la conspiración también deben ser expulsados del Senado y el Congreso, arrestados, enjuiciados y enviados a prisión.
El hecho de que los demócratas se sigan refiriendo a sus “colegas republicanos” es en sí una burla de la democracia.
Hay que hacer la demanda de una investigación pública, con audiencias abiertas, que busque identificar a todos aquellos involucrados en la conspiración, llevando a arrestos y penas de cárcel.
No se le puede dar ninguna confianza a la entrante Administración de Biden, asumiendo que otro levantamiento no bloquee su inauguración, en que hará que los conspiradores rindan cuentas y defenderá la democracia.
No se debe olvidar nunca que Biden y los demócratas no representan nada más que a otra facción política de la misma clase gobernante. Como lo declaró Obama inmediatamente tras la elección de Trump, el conflicto entre los demócratas y los republicanos no es más que un “ intramural scrimmage ”, es decir, una disputa amistosa entre miembros del mismo equipo. En una declaración el miércoles por la noche, Obama aclamó a los republicanos, escribiendo aduladoramente: “Me conmovió ver a muchos miembros del partido del presidente pronunciarse con fuerza hoy”. El único propósito de tal declaración es ocultar la realidad sobre el alcance del golpe fascista.
Los eventos del 6 de enero de 2021 deben ser vistos como una advertencia. La clase obrera necesita elaborar una estrategia política y un plan de acción para derrotar los intentos futuros para imponer una dictadura.
La dinámica política y económica de reacción capitalista y contrarrevolución continuará incluso si Trump no está en el poder. Esta dinámica no dará tregua después del 20 de enero. El Partido Demócrata, cuya delegación legislativa está repleta de millonarios y personas con lazos estrechos a la CIA y el ejército, no son menos capaces que los republicanos para organizar una conspiración que suprima los derechos democráticos.
En cualquier caso, las políticas del Gobierno de Biden, el cual avanzará las políticas dictadas por Wall Street y el ejército, perpetuará e intensificará el enojo y las frustraciones aprovechadas por los fascistas.
A lo largo del último año, mientras ha emprendido una lucha intransigente contra la política de inmunidad colectiva de la clase gobernante, el Partido Socialista por la Igualdad ha demostrado en detalle la conexión entre la respuesta inhumana de la clase gobernante a la pandemia y el asalto del Gobierno de Trump contra los derechos democráticos.
El peligro no ha desaparecido.
Es esencial construir una red de comités de base en las fábricas y otros lugares de trabajo que sea capaz de organizar una resistencia popular con una base amplia, a través de la movilización de todos los sectores de la clase obrera.
Ante todo, los trabajadores deben entender que la desintegración de la democracia estadounidense tiene sus orígenes en la crisis del capitalismo. En una sociedad sumida en niveles impactantes de desigualdad social, es imposible preservar la democracia.
¡Saquen las lecciones del 6 de enero!
Asuman la lucha por el socialismo y la defensa de los derechos democráticos uniéndose al Partido Socialista por la Igualdad.
(Artículo publicado originalmente en inglés el 7 de enero de 2021)