Hay una conclusión que salta evidentemente de la reunión de dos días del comité de formulación de políticas de la Reserva Federal o “Fed”, que concluyó ayer.
El mayor banco central del mundo ha indicado que no hará nada que pueda ser interpretado como una interrupción al apoyo de la montaña de deuda y capital ficticio que sus políticas han creado en EE.UU. y todo el mundo que continuará el flujo de dinero ultrabarato que ha permitido el enriquecimiento de la oligarquía financiera a niveles nunca antes vistos en la historia.
En la prensa financiera, la indicación de la Fed de que podría comenzar a aumentar su tasa básica de intereses desde su nivel de casi cero a fines del 2023 en vez de 2024, como había indicado previamente, fue descrita como “de línea dura”. Pero, de hecho, la Fed ni siquiera levantó un dedo para cambiar su política monetaria.
El programa de la Fed de compra de activos, iniciado en respuesta al congelamiento de los mercados financieros en marzo de 2020 con el inicio de la pandemia, será continuado a un ritmo de $120 mil millones al mes.
En el periodo previo a la reunión, emergió la inquietud en círculos financieros de que la Fed podría comenzar a “ralentizar” sus compras de activos financieros. El presidente de la Fed, Jerome Powell, tuvo dificultades para ofrecer garantías de que no hará nada que afecte los mercados financieros.
El umbral para reducir el nivel de compras de activos estaba “muy lejos”, dijo, y si bien la Fed “habla sobre ralentizar”, cualquier acción será “ordenada, metódica y transparente”, así como comunicada con gran antelación. Esto fue efectivamente una garantía a los mercados financieros de que retirará cualquier indicio de retirar su apoyo con la primera señal de turbulencia en el mercado.
Antes de la crisis financiera global del 2008, la Reserva Federal tenía aproximadamente $900 mil millones en activos financieros en sus cuentas. Esto aumentó rápidamente a más de $4 billones como resultado de la expansión cuantitativa y luego a más de $8 billones en 2020. Ahora está en camino a superar por lo menos $9 billones para fines del año.
Las políticas de la Fed, seguida por otros importantes bancos centrales, ha tenido dos efectos. En primer lugar, ha facilitado directamente la transferencia de riqueza en manos de la oligarquía corporativa y financiera global. Los datos publicados por Forbes en abril indican que tan solo en 2020 la riqueza colectiva de los milmillonarios a nivel mundial aumentó 60 por ciento de $8 billones a $13,1 billones, lo cual fue descrito por la revista como “la mayor aceleración de la riqueza en la historia humana”.
En segundo lugar, han creado una montaña de deuda. Una medida de este proceso fue ofrecida por el Wall Street Journal esta semana. Señaló que, tras emitir $1,7 billones en bonos en el último año, casi $600 millones más que su máximo anterior, la deuda total de las corporaciones estadounidenses a fines de marzo fue de $11,2 billones, el equivalente aproximadamente a la mitad del producto interno bruto de EE.UU.
Existe la misma situación en Europa, donde miles de empresas apenas se mantienen a flote gracias a la política de cero intereses del Banco Central Europeo y sus compras de activos financieros, así como del apoyo directo de los Gobiernos.
El alcance de esta operación fue subrayado por comentarios recientes del ministro de Finanzas francés, Bruno Le Maire. “No queremos recortar abruptamente nuestro apoyo y desencadenar docenas de miles de quiebras”, dio.
La creación de una montaña de deudas es solo una de las consecuencias de las políticas de la Fed. La inundación de dinero ultrabarato en el sistema financiero global ha promovido una ola de especulación, que abarca desde las materias primas, hasta la vivienda, las acciones y las criptomonedas, para nombrar algunos ejemplos.
Con las cotizaciones de Wall Street llegando a niveles récord, ha estado aumentando la relación entre el precio y las ganancias de las empresas, la medida tradicional para evaluar el valor comercial.
El rendimiento de los bonos “basura” —por debajo del grado de inversión— ha caído a mínimos históricos. Esta semana, Bloomberg reportó de una empresa que ofreció $500 millones en bonos basura para comprar bitcoin y recibió una calificación favorable de la agencia Moody’s porque tiene un “costo muy bajo de préstamo”.
Las materias primas han sido el centro de la especulación, con salvajes oscilaciones de precios. En mayo, los precios de la madera en EE.UU. alcanzaron máximos históricos y luego se desplomaron un 41 por ciento este mes. Las materias primas industriales, como el mineral de hierro y el cobre, también han sido objeto de especulación, haciendo que sus precios alcancen máximos históricos.
Según los últimos datos mundiales, los precios de la vivienda están subiendo al ritmo más rápido desde antes de la crisis financiera mundial de 2008, con Nueva Zelanda registrando una subida del 22 por ciento en el último año y Estados Unidos con un aumento del 13,5 por ciento.
Para sus luchas en curso, es vital que la clase obrera comprenda el significado objetivo de este espiral de especulación promovido por la Fed y otros bancos centrales. La deuda, los bonos corporativos y otros activos financieros son lo que Marx caracterizó como capital ficticio. Es decir, no tienen un valor inherente. En última instancia, son un reclamo de la plusvalía extraída de la clase trabajadora en el proceso de producción.
La acumulación de esta montaña de capital ficticio tiene implicaciones decisivas para el desarrollo de la lucha de clases. Presagia una inmensa intensificación del asalto a la clase obrera —la extracción de cantidades cada vez mayores de plusvalía— para satisfacer las demandas de estos activos.
Durante su presentación y la sesión de preguntas y respuestas tras la reunión de la Fed, Powell dedicó una atención considerable a la inflación y a las previsiones de su aumento.
La principal preocupación del banco central no es el aumento de los precios como tal, sino que esto provoque un levantamiento de la clase trabajadora exigiendo mejoras salariales y otras demandas, así como una resistencia a la “reestructuración” laboral en marcha que busca satisfacer las implacables demandas del capital financiero de aumentar el flujo de plusvalía.
Powell indicó que la Reserva Federal estaba dispuesta a utilizar sus herramientas de política monetaria si un aumento permanente de la inflación da lugar a luchas por salarios más altos.
Pero la política monetaria por sí sola —tipos de interés más altos para evitar el llamado “sobrecalentamiento” de la economía— no es suficiente. Además, entraña el peligro de desencadenar una crisis financiera.
Por lo tanto, tiene que desarrollar otros medios, entre los cuales destaca la utilización de la burocracia sindical como policía industrial del capital financiero, método que se emplea en EE.UU. y a nivel internacional.
Aquí radica la importancia de la lucha llevada a cabo por el Comité Internacional de la Cuarta Internacional y sus secciones para la formación de comités de base y el desarrollo de una alianza internacional para avanzar en la lucha independiente de la clase obrera contra la supresión de los salarios organizada por los aparatos sindicales.
Estos comités avanzarán y se desarrollarán en la medida en que estén guiados por una perspectiva socialista internacional. La profundización de la crisis económica no solo ha revelado la necesidad objetiva de este programa, sino que también ha hecho añicos las falacias ideológicas avanzadas por la clase dominante capitalista y todos sus organismos.
La doctrina central de las élites dominantes, desarrollada durante siglos, es que el llamado mercado libre capitalista funciona como una ley de la naturaleza y es la única forma viable, la única posible, de organización socioeconómica, y que un programa socialista, basado en el control y la regulación conscientes de la economía para satisfacer las necesidades humanas, es por lo tanto irracional.
El movimiento socialista ha desenmascarado continuamente esta perspectiva, sacando a relucir su absurdo: la afirmación de que mientras la humanidad puede sondear los confines del universo y la estructura interna del átomo y los mecanismos de la vida, no puede organizar conscientemente la sociedad.
Las doctrinas del libre mercado, refutadas desde hace tiempo en el plano teórico, se están haciendo trizas en la práctica. El llamado mercado libre ha dejado de funcionar. Sin la intervención diaria y continua del Estado capitalista, en forma de la Reserva Federal, se derrumbaría en un instante.
El Estado ha asumido ahora el papel de principal organizador económico. El meollo de la cuestión es a quién sirve. El actual Estado capitalista, que es un instrumento para el enriquecimiento de los oligarcas y el empobrecimiento de la clase obrera, debe ser derrocado y se debe establecer un Gobierno obrero. Esa es la lógica inherente a las luchas que se están desarrollando.
(Publicado originalmente en inglés el 16 de junio de 2021)