El World Socialist Web Site ha comparado frecuentemente la pandemia global de coronavirus con la Primera Guerra Mundial.
Como escribió el presidente del Consejo Editorial Internacional del WSWS David North en mayo de 2020, la pandemia es un “evento desencadenante”, análogo al asesinato del archiduque Francisco Fernando de Austria el 28 de junio de 1914, que desató una serie de acontecimientos que culminaron con el estallido de un cataclismo global. “El asesinato aceleró el proceso histórico”, explicó North, “pero actuó sobre condiciones socioeconómicas y políticas preexistentes y altamente inflamables”.
“Cuando empezó la Primera Guerra Mundial”, explicó una resolución adoptada por el Partido Socialista por la Igualdad en julio de 2020, “todos los beligerantes asumían que terminaría relativamente rápido. Sin embargo, el conflicto se prolongó y se prolongó, año tras año, porque las élites gobernantes capitalistas, que dictaban las políticas gubernamentales, consideraron que era un coste aceptable sacrificar la vida de millones de trabajadores para lograr sus intereses geoestratégicos en el conflicto”.
Cuando se acerca el final del segundo año de la pandemia y las muertes masivas continúan aparentemente sin dar tregua, la analogía de la pandemia a la Primera Guerra Mundial se está viendo trágica y brutalmente confirmada.
La cifra de muertos por la pandemia ya es comparable a la de la primera Guerra Mundial. Se estima que entre 9 y 11 millones de militares murieron en los cuatro años de la guerra. Las muertes civiles se estiman entre 6 y 13 millones, lo que llevaría el total de decesos a entre 15 y 24 millones.
En comparación, la pandemia de COVID-19 ha causado cerca de 5,2 millones de muertes a nivel global, según las cifras oficiales. Sin embargo, sabemos que esta cifra es sumamente incompleta. El Instituto para la Métrica y Evaluación de la Salud (IHME, por sus siglas en inglés) de la Universidad de Washington estima que el total de decesos atribuibles al COVID-19 (“el exceso de mortalidad”) supera los 12,1 millones y podrían ser de hasta 17,5 millones.
Y la pandemia apenas está comenzando su tercer año. El tercer año de la Primera Guerra Mundial comenzó en el verano de 1916. Los primeros dos años de la guerra fueron testigos de una serie de horrendos baños de sangre que incluyeron devastadoras ofensivas alemanas contra Rusia y la primera batalla del Marne, combatida en las afueras de París, cuyas bajas superaron el medio millón.
Sin embargo, cuando la guerra comenzó el tercer año, la magnitud de las muertes aumentó. En el frente oriental, la ofensiva Brusílov entre junio y septiembre de 1916, que involucró los ejércitos de Rusia, por un lado, y Alemania y Austro-Hungría, por el otro, se cobró más de 2,3 millones de vidas. En la batalla del Somme, que fue parte de una ofensiva británica-francesa contra Alemania en el frente occidental y fue librada por 140 días entre el 1 de julio y el 18 de noviembre de 1916, las bajas se estiman en más de un millón, incluyendo más de 310.000 muertes.
La batalla del Somme fue iniciada cinco meses después del comienzo de la batalla de Verdún como parte de una ofensiva alemana contra Francia en febrero de 1916 que concluyó 302 días después. Hubo dos tercios de un millón de bajas en la sangrienta masacre, incluyendo más de 300.000 muertos. El historiador Alistair Horne (en The Price of Glory: Verdun 1916) señala que “Verdún llegó a conseguir la reputación poco envidiable de ser el campo de batalla con la mayor densidad de muertos por metro cuadrado que probablemente jamás se haya conocido”.
Según se apilaban los cuerpos por millones, la vida humana parecía no valer nada. En su “Memorándum navideño” de diciembre de 1915, el general Erich von Falkenhayn, jefe del Estado Mayor alemán, resumió el objetivo perseguido en Verdún de “desangrar a Francia hasta la muerte”. La UnternehmenGericht (operación Gericht) puso en marcha la estrategia de materialschlacht o batalla de desgaste. Se esperaban bajas masivas en ambos bandos, pero la batalla se consideraría una victoria si las bajas del otro bando eran mayores.
La misma indiferencia por la vida humana se expresó en el lado de la clase dirigente francesa. Horne relata las instrucciones dadas por un coronel francés, quien operaba bajo la dirección del futuro líder de la Francia de Vichy, el general Philippe Pétain, a los batallones enviados a ser masacrados a manos de la artillería alemana en Verdún: “Tienen una misión de sacrificio; aquí hay un puesto de honor donde quieren atacar. Cada día tendrán bajas... El día que ellos quieran, los masacrarán hasta el último hombre, y su deber es caer”.
La clase obrera internacional se enfrenta hoy a una situación análoga. En los últimos meses se ha producido un giro asesino en la política de la clase dominante. Los Gobiernos de todo el mundo están abandonando cualquier pretensión de acabar con la pandemia. La señal la dio Biden en julio, cuando anunció que EE.UU. estaba “declarando nuestra independencia respecto a un virus mortal... Podemos vivir nuestras vidas, nuestros hijos pueden volver a la escuela, nuestra economía está volviendo a rugir”.
La “independencia” del virus no ha significado que las infecciones y las muertes disminuyeran, sino que no se hiciera ningún intento para detener las muertes a escala masiva. La misma política se ha aplicado en Europa, y se ha ejercido una enorme presión sobre los países que habían seguido una estrategia de eliminación (como Nueva Zelanda y otros países del Asia-Pacífico) para que den marcha atrás. Se han abandonado sistemáticamente los confinamientos, el rastreo de contactos, las campañas de pruebas y todas las demás medidas de salud pública esenciales para controlar y eliminar el virus.
Las consecuencias eran tan previsibles como catastróficas. La afirmación de que el virus podría detenerse solo con la vacunación quedó desmentida por el aumento masivo de nuevos casos en todo el mundo.
En Europa, 4.200 personas mueren cada día. El martes, la Organización Mundial de la Salud emitió un comunicado en el que advertía que la situación empeorará drásticamente. La OMS proyecta que el número oficial de muertes en la región europea, incluida Rusia, alcanzará los 2,2 millones para la primavera, es decir, la OMS prevé otras 700.000 muertes solo en Europa durante los próximos cuatro meses.
De nuevo: de aquí a la primavera, la OMS prevé que 700.000 personas morirán en Europa a causa del COVID-19, un promedio de más de 5.000 cada día. La cifra de muertos prevista para los próximos cuatro meses es aproximadamente el doble de la cifra de muertos de la batalla de Verdún, que duró 10 meses.
Ni Alemania ni ninguno de los Gobiernos de Europa harán nada para detener el diluvio. “Hemos eliminado de la ley las medidas como los confinamientos, los cierres generales de escuelas y negocios o los toques de queda”, proclamó el miembro del Partido Democrático Libre (FDP), Marco Buschmann, que será ministro de Justicia en el nuevo Gobierno presidido por Olaf Scholz del Partido Socialdemócrata (SPD).
En Estados Unidos mueren más de 1.000 personas cada día. Los nuevos casos ascienden a 90.000 y van en aumento. En Míchigan, ahora el centro de la pandemia en EE.UU., se han registrado más de 17.000 nuevos casos en los últimos dos días, junto con 280 muertes. Los nuevos casos en Míchigan son ahora más elevados que en cualquier otro momento de toda la pandemia, y un gran porcentaje consiste en infecciones de personas que han sido vacunadas.
La cifra oficial de muertes por COVID-19 en los Estados Unidos, que actualmente es de casi 800.000, probablemente superará el millón en la primavera de 2022. El total de muertes en 2021 ya supera el número de fallecidos en 2020, cuando queda más de un mes para que termine el año.
Lo más alarmante es que la Academia Estadounidense de Pediatría (AAP) informó esta semana que las infecciones infantiles están volviendo a aumentar. En la semana que terminó el 18 de noviembre se registraron 141.905 nuevos casos de COVID-19 pediátrico, frente a los 122.000 de la semana anterior. Más de 150 niños menores de 18 años son hospitalizados cada día y el número total de muertes entre los niños ha aumentado a 636.
Sin embargo, la élite política y los medios de comunicación han declarado que no se puede ni se quiere hacer nada. La perspectiva homicida, e incluso criminal, de la clase dirigente fue articulada en un artículo publicado ayer en The Atlantic por Juliette Kayyem, ex secretaria adjunta del Departamento de Seguridad Nacional bajo Obama y presidenta de la facultad del programa de Seguridad Nacional de la Escuela Kennedy de Gobierno de Harvard.
Bajo el título “La pandemia está terminando con un suspiro”, Kayyem reconoce que más de 1.000 estadounidenses siguen muriendo cada día, pero insiste en que es hora de declarar el fin de la guerra y seguir adelante.
Kayyem, con impecables credenciales liberales, afirma: “[A] pesar de que la amenaza sigue existiendo, el país necesita un empujón para entrar en la fase de recuperación, y solo los líderes elegidos pueden dar ese empujón”. Añade que “la cuestión de cuándo termina una crisis no es una cuestión objetiva que pueda decidir Anthony Fauci o cualquier otro experto científico. ¿Cuál es el equilibrio aceptable entre la prevención de las infecciones y la promoción de la reanudación de las rutinas prepandémicas? ¿Deben los empleadores y los distritos escolares basar sus políticas en las expectativas de las personas más reacias al riesgo o en las de aquellas con una mayor tolerancia?
“La elección que enfrenta Estados Unidos”, concluye Kayyem en su artículo, “es la de reconocer el progreso que hemos logrado y la naturaleza subjetiva, política y no científica de los juicios de valor a los que nos enfrentamos”.
¿Qué significa esto? De hecho, es una “cuestión objetiva” que 1.000 personas mueran cada día en Estados Unidos. Sin embargo, Kayyem está declarando que la decisión de que la “crisis ha terminado” no va a ser decidida por la ciencia ni los hechos objetivos, sino sobre una base puramente política. Pero ¿quién toma estas decisiones políticas y en interés de quién? Si la ciencia y la realidad objetiva no van a ser los factores determinantes, ¿cuáles lo son? La conclusión inevitable es que la decisión debe ser tomada por la clase gobernante y sus instituciones políticas, sobre la base de consideraciones económicas y geopolíticas.
Cabría preguntarle a la Sra. Kayyem cuántas muertes consideran ella y otros con una “mayor tolerancia” representan “una compensación aceptable”. ¿10.000? ¿100.000? ¿1 millón? ¿Cuál es el cálculo final de sus “juicios de valor subjetivos, políticos y no científicos”?
Esta es una política monstruosa, y quienes la llevan a cabo y la defienden son nada menos que políticamente criminales. ¿En qué se diferencia enviar a los estudiantes a las aulas y a los trabajadores a lugares de trabajo inseguros de enviar a los soldados a una lluvia interminable de proyectiles de artillería y fuego de ametralladora? El resultado es el mismo.
La pandemia, como “evento desencadenante”, está acelerando los procesos y tendencias subyacentes de la crisis del capitalismo global. La elevación de los movimientos fascistizantes es la expresión más violenta de la exigencia de eliminar todas las restricciones a la propagación de la pandemia. Sin embargo, como demuestra el artículo de Kayyem, la agenda básica cuenta con el apoyo de toda la clase dominante.
Al finalizar el segundo año de la pandemia, el World Socialist Web Site y los Partidos Socialistas por la Igualdad afiliados al Comité Internacional de la Cuarta Internacional han iniciado la Investigación Global de los Trabajadores sobre la Pandemia de COVID-19. La tarea de esta investigación será examinar y refutar todas las mentiras promovidas por los Gobiernos y los medios de comunicación durante los últimos dos años, acusar y exponer a los responsables de una política que ha producido muertes a escala masiva, educar a los trabajadores sobre lo que puede y debe hacerse para eliminar el virus, y elevar la conciencia política y social de la clase obrera.
Una última comparación con la Primera Guerra Mundial es quizás la más importante. La guerra llegó a su fin gracias a la intervención de la clase obrera, que culminó con la Revolución rusa de 1917 y una oleada de luchas revolucionarias en toda Europa. Del mismo modo, un cambio de política en respuesta a la pandemia no se llevará a cabo fuera de un movimiento social y político masivo de la clase obrera internacional para exigir una estrategia de eliminación global.
La lógica de los intereses de clase, que se ha puesto de manifiesto en la experiencia de los últimos dos años, hace evidente que tales demandas colocan a la clase obrera en una confrontación con las élites gobernantes y con todo el sistema capitalista.
(Publicado originalmente en inglés el 24 de noviembre de 2021)