El conflicto que Washington está provocando con Rusia en torno a Ucrania amenaza a todo el mundo con una catástrofe inconcebible. Impulsado por una crisis interna irresoluble y ambiciones geopolíticas rapaces, el imperialismo estadounidense marcha temerariamente hacia el borde de la Tercera Guerra Mundial.
La crisis sobre Ucrania ha sido fabricada por EE.UU. y sus aliados de la OTAN con base en mentiras. El Gobierno de Biden denuncia a Rusia por el movimiento de tropas dentro de sus propias fronteras. La afirmación de que Rusia invadirá inminentemente a Ucrania está siendo repetida incansablemente por la Casa Blanca y reproducida ciegamente por la prensa.
Esto es propaganda histérica de guerra. Rusia nunca a amenazado con invadir Ucrania. Sin embargo, Moscú ha declarado que no puede tolerar que Ucrania se una a la OTAN.
La Organización del Tratado del Atlántico Norte no es una alianza geográfica de Estados “democráticos”, sino una cábala imperialista para librar guerras contra Rusia y otros países. Al incorporar a Ucrania, se estacionarían armas y fuerzas de la OTAN en la frontera inmediata de Rusia y obligaría a las fuerzas del imperialismo estadounidense y de Europa occidental, en virtud del Artículo 5 del Tratado de la OTAN, a irse a la guerra en nombre del régimen ultraderechista de Kiev, el cual está vinculado a neonazis y fascistas, en caso de provocar un conflicto con Moscú.
Los oficiales estadounidenses han revelado planes para desplegar hasta 50.000 tropas a las fronteras de Rusia y Ucrania. El miércoles, el secretario de Estado de EE.UU., Anthony Blinken, emitió una declaración rechazando la solicitud escrita de Moscú de garantías de que no se permitirá que Ucrania se una a la OTAN. El Gobierno de Biden no está negociando. No buscan apaciguar las tensiones, sino instigar a Putin a emprender un conflicto armado para poder presentarlo como el agresor.
Mientras EE.UU. y la OTAN movilizan sus tropas, Washington ya utiliza el aparato de la guerra económica. Biden y Blinken amenazaron a Moscú con “graves sanciones económicas”. Rusia se prepara para que Washington corte su acceso al sistema financiero SWIFT para transacciones en dólares, lo cual aislaría al país de gran parte de la economía global.
Estados Unidos ha invadido países en todo el mundo y Putin sabe lo que significaría una derrota para él. Manuel Noriega y Slobodan Milosevic murieron en prisión, Muamar Gadafi fue asesinado brutalmente y Sadam Huseín fue ahorcado. Washington quiere a Putin muerto.
El Gobierno de Biden ha creado una situación que Putin y Rusia deben considerar como una amenaza existencial. Ninguna concesión que Moscú pueda hacer, fuera de rendirse completamente, prevendrá el avance de las fuerzas de la OTAN. Se enfrenta a la elección entre una guerra ahora o una guerra en el futuro próximo cuando la OTAN ya estará a sus puertas.
La Casa Blanca está marchando temerariamente hacia la guerra, pero nadie discute sus implicancias. Ningún reportero le ha preguntado a Biden cuál es el peor escenario posible y nadie le ha preguntado si podría involucrar el uso de armas nucleares. Washington actúa como si el conflicto que persigue se podrá contener impecablemente a las regiones del este de Ucrania, sellando la cuenca del Dombás.
Estados Unidos ha librado una serie de guerras desde 1991 y cada una ha conducido a una catástrofe. Se ha cobrado millones de vidas y ha dejado sociedades enteras de Oriente Próximo y Asia central en ruinas. Washington ahora ha puesto en su mira al país con el segundo mayor arsenal de armas nucleares del mundo.
Si EE.UU. y la OTAN están convencidos de que pueden someter a Rusia a una amenaza existencial sin el peligro tremendo de una guerra nuclear, se están engañando a ellos mismos. ¿Cómo pueden excluir esa posibilidad? Y si reconocen el riesgo, están actuando de forma desquiciada.
Toda la propaganda de guerra de EE.UU. y la OTAN presenta a Putin como un criminal enloquecido. Toda su estrategia depende de que Putin actúe con más cordura que ellos. Existe una facción profundamente reaccionaria en la élite gobernante y los círculos militares de Rusia, muchos de los cuales están empañados de toda clase de conceptos fascistizantes.
La guerra tiene una lógica propia e inexorable. No respeta los pulcros planes diseñados en el escritorio “Resolute” del Despacho Oval. El vórtice militar que Washington está poniendo en marcha arrastrará a todas las grandes potencias a un conflicto global.
China se enfrenta a las demandas de Washington de que abandone su política de Cero COVID y que permita que la pandemia mate a millones. La campaña bélica de EE.UU. en la región de Asia-Pacífico, que se encuentra casi tan avanzada como aquella que enfrenta Rusia, presenta a Beijing con una amenaza existencial similar. China considera el despliegue de tropas estadounidenses en Taiwán como un paralelo directo a los despliegues en Ucrania.
El imperialismo británico, volviéndose a colocar su casco colonial, inventa sus propias mentiras al servicio de la campaña de guerra. Washington presiona a la burguesía alemana, con la sangre de 28 millones de ciudadanos soviéticos todavía en su consciencia, para que vuelva a poner sus miras al este.
En cuestión de semanas o incluso días, el estallido de una guerra con Rusia arrastraría a Irán, Israel, China y Taiwán. Japón y Australia se verían envueltos rápidamente por las contiendas cada vez más amplias. Prevalecerían las consideraciones imperiosas militares. El mundo entero se sumiría en la guerra. La pérdida de vidas que se prepara es incalculable.
La clase gobernante estadounidense ha demostrado ser indolente hacia las muertes masivas. Más de 900.000 estadounidenses han muerto por COVID-19 en menos de dos años, pero la Casa Blanca de Biden ni siquiera lo menciona. El presentador de las noticias vespertinas habla del tiempo a diario, pero no de los decesos. Washington no tiene ni una pizca de consciencia que le impida iniciar una guerra global catastrófica.
Esta política tiene un componente de locura, pero esa locura tiene causas objetivas. La marcha hacia la guerra está siendo animada por una mezcla completamente tóxica de ambiciones geopolíticas desquiciadas y crisis internas irresolubles.
El conflicto deriva de los esfuerzos desesperados de EE.UU., desde la disolución de la Unión Soviética, para restaurar su dominio geopolítico y contrarrestar sus dificultades económicas por medios militares. Cuando la burocracia estalinista desmantelaba la Unión Soviética, las potencias imperialistas evaluaban cómo lucrar mejor de la devastación social que causaría.
En 1992, un académico destacado de la política exterior, Walter Russell Mead, publicó un artículo importante en el World Policy Journal con el subtítulo “Una propuesta modesta para la política estadounidense después de la guerra fría”. Ahí, abogó por que Estados Unidos adquiriera Siberia de la empobrecida nación rusa y lucrar “privatizando los vastos yacimientos de recursos naturales”.
“Esta área contiene algunas de las reservas más valiosas de petróleo, gas natural, diamantes y oro del mundo”, escribió Mead. “Contiene vastos recursos madereros y enormes reservas minerales. Todos estos recursos valen más como parte de EE.UU. que de Rusia”. Señaló el valor de adquirir Vladivostok, “uno de los mejores puertos de Asia” y las tarifas que podrían cobrar de las concesiones a los japoneses. Este es el idioma del saqueo imperialista.
Mead propuso pagar por la compra de Siberia. Ahora Washington persigue fines similares a través de una agresión militar para fragmentar el país. Hitler concibió a Rusia como “el granero” de la región. Estados Unidos tiene planes mucho más ambiciosos.
De manera aún más decisiva, lo que está llevando a la clase gobernante a la guerra es la crisis social explosiva de la pandemia y el surgimiento de la lucha de clases abierta. La inmensa ruptura de la vida social producida por la pandemia mundial ha desestabilizado fundamentalmente todos los regímenes burgueses.
Un artículo de opinión de Thomas Edsall, publicado el miércoles en el New York Times, declaraba que la intensa polarización social situaba a Estados Unidos en “un territorio inexplorado y muy peligroso”. Citaba a un politólogo que afirmaba que para que un “acontecimiento despolarizador” tenga éxito deberá ser uno “en el que las causas sean transparentemente externas”.
Es esto, sobre todo, lo que alimenta el impulso hacia la guerra. La guerra con Rusia permitiría a la clase gobernante estadounidense utilizar el nacionalismo para canalizar la ira social hacia el exterior y proporcionarle un pretexto para reprimir la disidencia. La crisis del capitalismo, llevada al filo de la navaja por la pandemia, enfrenta a la burguesía a un dilema insoluble, y recurre a la guerra en busca de una salida.
El mayor peligro que existe en la actualidad reside en el enorme abismo existente entre la magnitud del peligro y la conciencia pública del mismo. La clase obrera ha sido desinformada, se le ha mentido, se le ha maltratado con la pandemia y se le está obligando a volver a trabajar.
La clase trabajadora, que está luchando por evitar la propagación de la pandemia y oponiéndose al implacable crecimiento de la desigualdad social y la explotación, debe ser hecha políticamente consciente de los planes de guerra de la élite.
Sea cual fuere el resultado inmediato de las provocaciones sobre Ucrania, la situación es inmensamente peligrosa. La clase obrera debe proceder a partir de este entendimiento. Es necesario no arrojar la toalla por el miedo, sino luchar por una política correcta. El imperialismo está preparando una catástrofe que solo puede evitarse mediante el desarrollo de un movimiento internacional de la clase obrera contra la guerra.
En 2016, reconociendo la intensificación de la campaña bélica del imperialismo estadounidense, el Comité Internacional publicó una declaración, “Socialismo y la lucha contra la guerra”, llamando a la construcción de un movimiento internacional de la clase obrera y la juventud contra el imperialismo. El CICI destiló los principios críticos de este movimiento antibélico:
- La lucha contra la guerra debe basarse en la clase obrera, la gran fuerza revolucionaria en la sociedad, uniendo tras ella todos los elementos progresistas de la población.
- El nuevo movimiento contra la guerra debe ser anticapitalista y socialista, ya que no puede existir una lucha seria contra la guerra excepto que en la lucha para poner fin a la dictadura del capital financiero y sistema económico que es la causa fundamental del militarismo y la guerra.
- Por lo tanto, el nuevo movimiento contra la guerra, por necesidad, debe ser inequívocamente y totalmente independiente de y hostil hacia todos los partidos políticos y organizaciones de la clase capitalista.
- El nuevo movimiento contra la guerra, sobre todo, debe ser internacional, movilizando el gran poder de la clase trabajadora en una lucha global unificada contra el imperialismo. Se debe responder a las guerras permanentes de la burguesía con la perspectiva de la revolución permanente de la clase obrera, cuyo objetivo estratégico es abolir el sistema de Estados nación y establecer una federación socialista mundial. Esto posibilitará el desarrollo racional y planificado de los recursos globales y, sobre esta base, la erradicación de la pobreza y la elevación de la cultura humana a nuevas alturas.
La urgencia de construir este movimiento tan solo aumentará. La cuestión más crítica es luchar por estas políticas en la clase obrera. Todos los que estén de acuerdo con esta perspectiva necesita asumir esta lucha y unirse al Partido Socialista por la Igualdad.
(Artículo publicado originalmente en inglés el 27 de enero de 2022)