El World Socialist Web Site llama a los trabajadores en EE.UU., Europa, Rusia e internacionalmente a que intervengan para detener el impulso hacia una guerra mundial que amenaza con producir una catástrofe para el mundo entero.
El riesgo de una guerra nuclear nunca ha sido tan alto desde 1945. Ni siquiera fue tan apremiante en la crisis de misiles en Cuba de 1962, que, cabe recordar, fue desencadenada por la negativa del presidente estadounidense John F. Kennedy de permitir la presencia de misiles soviéticos en el hemisferio occidental.
Hace sesenta años, a pesar del gran confrontamiento en el cual se encontraban, tanto el Gobierno estadounidense como el soviético buscaban negociar una salida a la crisis y evitar una guerra. Ese no es el caso en la actualidad: EE.UU., la OTAN y el Gobierno de Putin están actuando con una temeridad increíble y posiblemente fatal.
Arrinconado por la expansión sin tregua de la OTAN, la desesperada invasión de Ucrania por parte de Putin ha favorecido al imperialismo estadounidense y europeo. Pero, incluso cuando crecen las protestas dentro de Rusia contra la guerra, Putin cree que puede obligar a la OTAN a negociar y obtener concesiones a través de amenazas y una política de llevar al mundo al borde de una guerra nuclear. Esta estrategia se basa en un autoengaño, subestimando la determinación del Gobierno de Biden a seguir intensificando el conflicto.
Las potencias imperialistas, impulsadas por intereses geopolíticos y crisis internas, no tienen ninguna intención de dar marcha atrás. Consideran que lograron atrapar a Putin en su trampa y planean sacarle provecho al máximo. En vez de buscar algún tipo de solución diplomática a la crisis, su teoría es que pueden colocar tal presión económica, acompañada por intervenciones militares cada vez más directas, para alcanzar su objetivo de cambiar el régimen en la propia Rusia.
La supuesta no participación de la OTAN en el conflicto ya es una ficción. Más de 20 países, incluyendo la mayoría de los miembros de la OTAN y la Unión Europea, están inundando Ucrania con armas, incluyendo misiles antitanques, sistemas antiaéreos y aviones de caza.
El domingo, el secretario de Estado estadounidense Anthony Blinken dijo que le había dado la “luz verde” a Polonia, un miembro de la OTAN, para que envíe aviones de guerra a Ucrania. Estos serán remplazados por aviones estadounidenses que serán enviados a Polonia. También se ha propuesto utilizar los aeródromos de la OTAN como bases de operaciones para los aviones ucranianos. La distinción entre Ucrania y las potencias de la OTAN está siendo completamente borrada.
Esto solo confirma aún más que Ucrania fue concebida como el escenario ideal para un conflicto de EE.UU. y la OTAN con Rusia. Los estrategas estadounidenses han presumido sobre sus planes de convertir a Ucrania en la “Afganistán de Rusia”, a saber, orquestar una guerra prolongada que produzca las condiciones políticas para derrocar el Gobierno ruso. En realidad, más allá de todas las declaraciones de empatía por los ucranianos atrapados en la guerra, están siendo utilizados como peones en esta geoestrategia imperialista más amplia.
En la medida en que se intensifica el conflicto en torno a Ucrania en febrero, el Gobierno de Biden tomó la decisión de no buscar una salida pacífica, rehusándose intransigentemente a negociar la demanda rusa de no admitir a Ucrania en la OTAN. En los meses previos a la invasión rusa, EE.UU ya había inundado Ucrania con armamento que se utilizaría en una guerra que EE.UU. buscaba provocar.
El Washington Post reportó el sábado sobre documentos desclasificados que muestran que “tan temprano como diciembre, el Pentágono estaba equipando a los combatientes ucranianos con armas e instrumentos útiles para el combate urbano, incluyendo escopetas y trajes especializados para proteger a los soldados que tuvieran que manipular municiones sin estallar… En su conjunto, la variedad, el volumen y la potencia del armamento siendo enviado apresuradamente a la zona de guerra demuestra lo mucho que EE.UU. quería preparar al ejército ucraniano para librar una guerra híbrida contra Rusia…”.
Desde que el golpe de Estado patrocinado por EE.UU. en 2014 derrocara un Gobierno prorruso, Ucrania ha sido transformada esencialmente en un puesto de avanzada militar para EE.UU. y la OTAN. Este proceso fue acelerado en el último año y, durante la última semana, ha visto una intensificación enorme. El Post señala:
En el último año, Estados Unidos se comprometió a entregar más de $1 mil millones en asistencia militar a Ucrania, dijo un oficial de Defensa de alto rango. Eso incluye radares contra morteros, radios seguras, equipos electrónicos, equipos médicos, vehículos y un suministro constante de sistemas de misiles Javelin, según la lista que revisó el Post. También se han proporcionado a Ucrania al menos nueve lanchas patrulleras de clase Island y cinco helicópteros de transporte Mi-17 de la reserva estadounidense de artículos de defensa excedentes.
La propia propaganda antirrusa en los medios de comunicación está desempeñando un papel cada vez más importante en la escalada de la crisis, tanto para generar presión como para legitimar medidas más agresivas. Se proponen acciones extremas, que inicialmente se rechazan, pero luego se convierten en un “tema de conversación” y después se debaten y consideran activamente.
El jueves, el republicano Lindsey Graham pidió que se asesinara al presidente ruso Vladímir Putin. “La única manera de que esto acabe es que alguien en Rusia se deshaga de este tipo”, tuiteó Graham. El domingo, el senador demócrata Joe Manchin declaró que debería considerarse una zona de exclusión aérea, uniéndose a otros prominentes republicanos y demócratas que han propuesto dicha acción, que el senador republicano Marco Rubio reconoció que significaría “básicamente el comienzo de la Tercera Guerra Mundial”.
La propaganda de guerra ha sido un elemento importante en todas las guerras imperialistas, pero la escala ha alcanzado un nuevo nivel. Además, ha resonado claramente con importantes sectores de la clase media-alta.
Las protestas que se han desarrollado en respuesta a la invasión de Ucrania son antirrusas, no antibélicas. Las auténticas protestas contra la guerra no piden zonas de exclusión aérea que puedan desencadenar una confrontación nuclear, siendo esta una consigna dominante en las manifestaciones de la semana pasada en Europa y ayer en Chicago, Illinois. Tampoco aplauden ni piden aumentos masivos de los presupuestos militares. No olvidan los crímenes de guerra cometidos por los Gobiernos de sus propios países.
La oposición a la guerra no consiste en pedir el asesinato de los mandatarios del país “enemigo”, ni en aclamar las hazañas militares de fuerzas fascistas con un largo historial de crímenes genocidas, como es el caso de los grupos paramilitares que se han integrado en las fuerzas armadas ucranianas.
Las únicas manifestaciones que tienen un elemento de auténtica oposición a la guerra son las que han surgido en Rusia. Por muy grande que sea la confusión en Rusia, estas protestas se dirigen al menos a su propio Gobierno, exigiendo el fin de la invasión de Ucrania y no exigiendo la intensificación de las operaciones militares.
No hay indicios de que el frenesí bélico de la clase gobernante y de la alta burguesía sea recibido con entusiasmo por la clase trabajadora.
Una encuesta de Rassmussen publicada ayer confirma que el segmento de la población que apoya más la guerra es el de los extremadamente ricos. A la pregunta, “En caso de una guerra más amplia en Europa, ¿debería participar el ejército estadounidense?”, el 66 por ciento de los que tienen ingresos superiores a 200.000 dólares dijo “sí”. Solo el 37 por ciento de los que tienen ingresos inferiores a 30.000 dólares dijeron que apoyaban la participación de Estados Unidos.
Si bien la propaganda a favor de la guerra ejerce su influencia en todos los sectores de la población, la clase trabajadora se opone, en general, a la guerra. El sentimiento que domina entre los trabajadores es la creciente preocupación por las consecuencias de la campaña bélica. Son los trabajadores los que tendrán que luchar en cualquier guerra importante, y son ellos los que soportarán el peso de las consecuencias económicas.
Además, el impulso bélico contra Rusia se produce en el contexto de una pandemia que sigue teniendo un impacto asombroso en toda la población. La cifra oficial de muertos por el COVID-19 superó ayer los seis millones, según el rastreador de COVID de Johns Hopkins. La cifra real, basada en el “exceso de mortalidad”, se estima en 20 millones.
En Estados Unidos, el número de muertes por COVID-19 se acerca al millón. Decenas de millones de personas han sufrido la muerte de un familiar, amigo o compañero de trabajo. Millones de personas se enfrentan al impacto debilitante del COVID largo.
La histeria a favor de la guerra en la clase media-alta es el resultado de un proceso prolongado. Las manifestaciones masivas contra la invasión de Irak en 2003 fueron el último aliento de un movimiento antibélico dominado políticamente por sectores de la clase media. Sin embargo, la oposición a la criminal invasión entre las capas del Partido Demócrata y su entorno no era de carácter principista. Ya en 1999, los profesionales y académicos de clase media-alta apoyaron el bombardeo de Serbia con el fraudulento pretexto del “humanitarismo”.
Las protestas por la guerra de Irak se produjeron hace casi 20 años. A través del mecanismo del Partido Demócrata y de la política de identidades, varios sectores de la clase media-alta y del mundo académico no solo se han reconciliado con el imperialismo, sino que se han convertido en los más fervientes defensores de las acciones cada vez más extremas contra Rusia.
Se trata, además, de un proceso internacional. En Alemania, el Partido Verde, que forma parte de la coalición oficialista, se ha puesto al frente de las demandas de una expansión masiva del gasto militar.
Esto subraya el hecho de que la lucha contra la guerra debe estar arraigada, teórica, política y organizativamente, en la clase obrera.
La pandemia ha intensificado enormemente los antagonismos de clase en todos los países capitalistas. Antes del estallido de la crisis en Ucrania, se estaban produciendo cada vez más luchas obreras, contra la política ante la pandemia, el enorme aumento de la explotación y la desigualdad, y el aumento del coste de los bienes básicos.
El esfuerzo por imponer una ficticia “unidad nacional”, acompañada de la represión interna, es un factor importante en la histeria de guerra de la clase gobernante. Al mismo tiempo, la lucha de la clase obrera, armada políticamente con una perspectiva internacional, socialista y revolucionaria, es la base objetiva para un movimiento que detenga el curso hacia la Tercera Guerra Mundial.
(Publicado originalmente en inglés el 7 de marzo de 2022)