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Perspectiva

La elección de Marcos en Filipinas y el aviso de muerte de la democracia

Hace 36 años, en febrero de 1986, millones de filipinos se manifestaron en la avenida principal de Manila, EDSA, desafiando abiertamente al brutal régimen de Ferdinand e Imelda Marcos. Con una valentía inmensa, se enfrentaron a los tanques y soldados de la dictadura, que poco tiempo antes había disparado contra manifestantes. Exigieron la instalación de la presidenta democráticamente electa, Corazón Aquino, y la expulsión de los odiados Marcos, que habían gobernado el país por medio de una dictadura militar por 14 años. Una sección del ejército retiró su apoyó al presidente, así como Washington. Los Marcos huyeron del país. El acontecimiento en la avenida EDSA llegó a conocerse como el Poder del Pueblo y se convirtió en una fuente de gran orgullo.

El lunes, Ferdinand Marcos Jr. fue elegido presidente de Filipinas, derrotando a su rival más cercana por más de 12 millones de votos. Su campaña estuvo dedicada a rehabilitar el legado de sus padres, retratando la ley marcial como una “edad dorada” en la historia filipina. Le sujetan las faldas fuerzas abiertamente fascistas, incluyendo un partido político controlado por exjefes policiales y dedicado a la creación de bandas de vigilantes anticomunistas financiados por el Gobierno. También están las Juventudes Dutertistas, que se basan abiertamente en las Juventudes Hitlerianas —con uniformes negros, brazaletes rojos y un saludo fascista— y se dedican a la supresión violenta de supuestos comunistas.

Ferdinand “Bongbong” Marcos Jr. en un evento de campaña en Ciudad Quezon, Filipinas, 13 de abril de 2022 (AP Photo/Aaron Favila) [AP Photo/Aaron Favila]

Millones de filipinos, muchos de los cuales votaron por la candidata liberal de oposición, Leni Robredo, se sorprendieron por los resultados y sintieron vergüenza nacional: ¿Cómo es posible que el legado odiado de los Marcos fuera acogido por una aparente mayoría de sus compatriotas?

El resultado de la elección se debe al impacto del imperialismo estadounidense en la historia del país, que se manifiesta de forma concentrada en las condiciones creadas por la crisis global del gobierno capitalista.

El último siglo y medio de historia filipina ha sido una impactante y trágica confirmación de la teoría de la revolución permanente de León Trotsky. Trotsky argumentó que, en los países con un desarrollo capitalista atrasado, la clase capitalista ya no puede desempeñar un papel progresista en una revolución democrática. Las tareas de esta revolución incluían el derrocamiento del dominio colonial, la unificación nacional y la solución al problema agrario. La clase capitalista, estando atada a los mercados imperialistas y a los latifundios y siendo hostil a la clase trabajadora, traicionaría la revolución y a los trabajadores y campesinos. La lucha por la democracia exige una batalla contra los capitalistas y por medidas socialistas. A su vez, el porvenir de cualquier revolución socialista depende de su expansión internacional.

De hecho, la primera revolución democrática en Asia ocurrió en Filipinas. Derrocó el colonialismo español y estableció la República filipina de corta vida. Tuvo su propia Constitución, una amplia gama de derechos y una declaración de independencia. En cada instancia de esta revolución, la clase capitalista la traicionaba, asesinando a sus líderes y vendiendo la lucha primero a los españoles y luego a los estadounidenses.

La tambaleante República filipina fue aplastada bajo la bota del imperialismo estadounidense en una brutal guerra de conquista que mató a más de 200.000 filipinos. Los órganos de la democracia filipina, que incluían el sufragio universal y la educación pública, fueron destruidos de forma sangrienta. El imperialismo estadounidense alegó que los filipinos no estaban listos para la democracia y necesitaban una “asimilación benevolente” a Estados Unidos. La élite filipina pronto hizo las paces con los nuevos soberanos, mientras las masas filipinas lucharon con uñas y dientes una guerra perdida que duró hasta 1907.

La revolución y su defensa echaron profundas raíces en forma de una tradición democrática en las masas filipinas comprometida ante todo a la libre expresión y una creencia en la igualdad. No obstante, el espíritu de esta tradición nunca fue plasmado por escrito. Los estadounidenses estabilizaron el gobierno de sus aliados en la élite filipina redactando una Constitución que codificaba una dictadura militar y prescindía del derecho a un juicio ante jurado.

En la época poscolonial, Filipinas es un país de dos democracias —la tradición democrática de las masas y las instituciones parlamentarias formales de la élite— sin un vínculo orgánico o histórico entre ambas. La tradición de masas se reflejó en la rebelión campesina Huk a inicios de los años cincuenta, exigiendo la reforma agraria y una solución al problema agrario. Las instituciones formales fueron el aparato de dominio de la élite, decidido a preservar las propiedades existentes. Washington estabilizó repetidamente las instituciones formales aplastando el movimiento de masas.

Las instituciones de la democracia formal en Filipinas no fueron el resultado de grandes luchas de masas, sino que se desarrollaron en oposición a ellas. La “democracia” asiática exhibida por Estados Unidos era artificial.

Cuando los campesinos en Luzón central se alzaron, Edward Lansdale, titular de la CIA para Asia, presidió una guerra militar y psicológica para aplastar la rebelión. Eligió a dedo a Ramón Magsaysay para que se postulara a presidente y efectivamente coordinó su elección. Magsaysay estuvo a cargo del sangriento proceso de derrotar el levantamiento campesino.

Las masas se esforzaron para llevar a cabo las tareas de la revolución. La clase capitalista se puso una y otra vez del lado del imperialismo estadounidense y de los terratenientes. Aquí, el estalinismo asumió un papel crítico. Al servicio de los privilegiados intereses nacionales de la burocracia en Moscú, el estalinismo instruyó a los partidos comunistas de todo el mundo que una sección de la clase capitalista desempeñaría un papel progresista en la revolución democrática, y que la tarea de los trabajadores era aliarse con esta sección. Utilizando este programa, Moscú canjeó el apoyo de la clase obrera por relaciones favorables y un mejor arreglo comercial con los capitalistas de todo el mundo. Esto fue una traición fundamental a la clase obrera.

El Partido Komunista ng Pilipinas (PKP o PKP-1930) se fundó en 1930 con base en el programa del estalinismo. El PKP, en consonancia con la política frentepopulista de la burocracia de Moscú, instruyó a los obreros y campesinos filipinos que apoyaran el dominio colonial de EE.UU. en Filipinas porque Washington era considerado un aliado en la lucha antifascista. Fue por instrucciones del PKP que el ejército campesino Huk, que luchó valientemente contra la ocupación japonesa, entregó sus armas al ejército estadounidense cuando el general MacArthur regresó a Filipinas. Muchos de los campesinos desarmados fueron arrestados, algunos fueron ejecutados y enterrados en fosas comunes. La élite que había colaborado con la ocupación japonesa fue rehabilitada, y sus propiedades fueron arrebatadas a los campesinos y devueltas a ellos.

Ferdinand Marcos impuso la ley marcial en 1972, citando las cláusulas escritas en la Constitución elaborada por Estados Unidos para aplastar el inmenso crecimiento de las luchas sociales entre los trabajadores y los jóvenes, que amenazaban el dominio capitalista. Casi todos los sectores de la burguesía filipina, incluidos los opositores de Marcos, estaban de acuerdo en que la dictadura era necesaria. El presidente estadounidense Richard Nixon informó a Marcos con antelación de que Estados Unidos respaldaría “y hasta el final” la imposición del gobierno militar por parte de Marcos. Cuando Marcos declaró la ley marcial, Washington triplicó su ayuda militar a Filipinas.

El carácter del aparato de la ley marcial, financiado y entrenado por Washington, quedó grabado en la memoria de una generación mayor: los cadáveres torturados eran arrojados rutinariamente por los militares en los terrenos baldíos que rodeaban la Gran Manila, se robaron miles de millones de dólares de las arcas del Estado, se detuvo a 70.000 personas sin orden judicial, y miles más desaparecieron: padres o madres que un día simplemente nunca volvieron a casa.

Cuando el movimiento de masas del Poder Popular derrocó al odiado tirano en febrero de 1986, Washington intervino en el último momento. La Casa Blanca de Reagan reconoció que si no colaboraba en la destitución de Marcos, perdería el control de la antigua colonia de Washington. Reagan informó a Marcos de que había llegado el momento de partir, y la familia Marcos, con sus miles de millones robados intactos en bancos suizos, fue trasladada en helicóptero desde el palacio presidencial y se le concedió un cómodo exilio en Hawái.

Este fue un punto de inflexión en la historia de Filipinas. Era una situación revolucionaria. Todavía no se había estabilizado nada. Estallaron huelgas masivas en todo el país. Fueron los estalinistas del Partido Comunista de Filipinas (PCF o PKP diferenciándolo del PKP-1930), que había roto con el PKP en los años 60 para seguir la línea de Mao Zedong, los que cultivaron las ilusiones en la Administración de Aquino y estabilizaron el dominio de la élite. El Primero de Mayo de 1986, José María Sisón, líder del PCF, se subió a un escenario ante miles de trabajadores con la presidenta Aquino y Fidel Ramos, jefe del ejército de Aquino y principal arquitecto del régimen de tortura de la dictadura de Marcos, mientras la banda tocaba “La Internacional”.

Aquino, quien era propietaria de la mayor plantación de azúcar del país, no tenía ninguna intención de aplicar una auténtica reforma agraria. Cuando los campesinos se manifestaron a principios de 1987, reclamando una reforma agraria, ordenó a sus militares a abrir fuego contra los manifestantes, matando a una veintena de ellos.

El restablecimiento de las instituciones de la democracia formal no supuso ninguna reforma sustancial. El país se abrió a las primeras olas de la globalización capitalista. Los salarios reales cayeron. En una década, el empleo en el extranjero se convirtió en una solución necesaria para que la clase trabajadora pudiera mantener a sus familias. Las familias se rompieron y las condiciones de vida empeoraron.

A lo largo de tres décadas, la podredumbre en el seno de la democracia liberal se hizo cada vez más evidente. Los estalinistas estabilizaron repetidamente el dominio capitalista, promoviendo ilusiones en una u otra facción de la élite. En 2016 dieron un apoyo entusiasta al fascistizante Rodrigo Duterte, afirmando que su política vulgar, volátil y brutal era la política de la izquierda.

La elección de Ferdinand Marcos Jr. es la culminación de este proceso y es una marcada manifestación de los acontecimientos mundiales. En todo el mundo vemos el crecimiento de las fuerzas de extrema derecha y autoritarias y la descomposición del liberalismo democrático en una situación de inmensa crisis social.

Es un proceso global interconectado. La elección de Rodrigo Duterte en mayo de 2016 precedió a la de Donald Trump por medio año. Ambos mostraron un vulgar desprecio por las normas básicas de la democracia y aspiraron a ser tiranos. Un año antes de la elección de Marcos Jr., Trump intentó mantenerse en el poder mediante un golpe de Estado fascista. A principios de este año, Joe Biden declaró que no estaba seguro de que las instituciones de la democracia estadounidense sobrevivieran esta década.

Los partidos del liberalismo democrático han sido esenciales para estos eventos. Mientras las fuerzas abiertamente fascistas golpean la puerta de la democracia, el liberalismo ha tendido una alfombra de bienvenida. Fue el Partido Liberal, del que Robredo es presidenta, el que convirtió a Duterte en una figura política nacional en Filipinas.

Los últimos seis años de la presidencia de Rodrigo Duterte han sido años de reacción violenta, marcados sobre todo por el asesinato de casi 30.000 filipinos pobres en nombre de la guerra contra las drogas. Robredo anunció en su campaña que tenía la intención de continuar la política antidrogas de Duterte, pero que no se dedicaría exclusivamente a matar. Del mismo modo, declaró su intención de continuar con el grupo de trabajo anticomunista creado por Duterte, un aparato de mccarthismo asesino. Al final, prometió una versión moderada, más educada, de las políticas represivas de su predecesor.

Los demócratas de Estados Unidos han hecho todo lo posible para normalizar las relaciones con los conspiradores republicanos del intento de golpe fascista del 6 de enero de 2021. Donald Trump, el hombre que intentó derrocar la democracia estadounidense, viaja por el país dando discursos y el Gobierno de Biden no ha hecho nada. Los demócratas están a punto de enfrentarse a una derrota devastadora en las elecciones de 2022 y, sin embargo, no harán nada para movilizar a las masas.

En Francia, Brasil, Reino Unido, India y Alemania se están produciendo acontecimientos similares. El motor de este proceso global es la avanzada crisis del capitalismo mundial. La inflación y la guerra han disparado el precio de los bienes esenciales. Más de 20 millones de personas han muerto a causa de la pandemia porque sus gobiernos, empeñados en defender las ganancias, se negaron a tomar las medidas básicas de salud pública necesarias para frenar su propagación. Las condiciones de vida se han vuelto insoportables para la mayoría de la población mundial.

Movilizar el apoyo de las masas exigiría hablar de forma sustantiva sobre estos problemas sociales, pero los demócratas liberales no tienen solución a ellos. En Estados Unidos no hablan de otra cosa más que de la raza y género y de la guerra de Ucrania; en Filipinas, no hablan más que de un Gobierno limpio.

Esto es lo que alimenta el ascenso de la extrema derecha. Las mentiras populistas de Marcos, incluyendo sus promesas de volver a una época dorada, encontraron tracción entre la clase media baja y los pobres dependientes de las remesas del país, como los vendedores de mercado y propietarios de tiendas, porque no veían una alternativa que abordara seriamente las horribles condiciones a las que se enfrentan. Marcos les proporcionó un chivo expiatorio, la democracia liberal, y una salida, la ley marcial.

Los partidos liberales de la democracia capitalista ya no tienen nada progresista que ofrecer, ni siquiera la defensa de las conquistas del pasado. El derecho al aborto está siendo despojado en Estados Unidos; pronto le seguirán otros derechos.

Estamos escuchando el aviso de muerte de la democracia. La desigualdad social la ha vaciado tanto que la igualdad formal ya no puede sostenerse. La elección de Marcos es un hito en este proceso global. Representa el dominio abierto de la reacción, prometiendo una dictadura y reuniendo a su paso a fascistas y otra escoria política.

Los derechos democráticos sólo pueden defenderse de forma viable mediante un programa que aborde los cánceres sociales que han carcomido sus cimientos. La lucha por la defensa de la democracia debe convertirse en la lucha por el socialismo.

(Publicado originalmente en inglés el 10 de mayo de 2022)

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