Un terremoto de magnitud 6,1 en un área remota de Afganistán dejó al menos 1.000 muertos y 1.500 heridos. El área más afectada fue la provincia montañosa de Paktika, pero también se reportaron muertes en las provincias orientales de Khost y Nangarhar. Se cree que hay muchos cuerpos más enterrados bajo el lodo, mientras la lluvia dificulta los esfuerzos de auxilio.
Es el terremoto más mortal desde 2002, cuando otro movimiento telúrico de magnitud 6,1 mató aproximadamente a 1.000 personas en el norte del país. El más reciente ocurrió en las primeras horas del miércoles, aproximadamente a 50 km al suroeste de Khost, que se ubica al sureste de la capital de Kabul, según el Servicio Geológico de Estados Unidos. Su poca profundidad de menos de 10 km empeoró su impacto, provocando que se sintieran “fuertes y largas sacudidas” en Kabul y cierto movimiento de la tierra hasta en Lahore, Pakistán, a 480 km del epicentro.
Miles se han visto obligados a dormir al aire libre en temperaturas no estacionales casi heladas, dado que pueblos enteros construidos en gran medida de arcilla y paja colapsaron. La infraestructura gravemente limitada del país ha obstaculizado la ayuda. El sistema mínimo de salud de Afganistán, que se ve abrumado en circunstancias normales, no es capaz de lidiar con los frecuentes desastres naturales en el país. Con unos pocos aviones y helicópteros capaces de volar, el Gobierno tuvo que cancelar la búsqueda de emergencia y rescate después de 24 horas y hacer una solicitud urgente de ayuda internacional.
Estas deplorables condiciones son el resultado del encuentro catastrófico entre Afganistán y el imperialismo estadounidense. Esto comenzó en 1979 con la intervención del Gobierno de Carter y la CIA para financiar y armar a fundamentalistas islámicos, incluyendo a Osama bin Laden y Al Qaeda, en una guerra indirecta contra el Gobierno respaldado por los soviéticos.
El imperialismo estadounidense procuraba utilizar la disolución de la burocracia estalinista en la Unión Soviética en 1991 como una oportunidad para resolver su declive económico en el exterior y sus conflictos sociales en casa, ejerciendo su poderío militar para establecer un “Nuevo Orden Mundial” basado en los intereses de la élite empresarial y financiera.
En octubre de 2001, tras los atentados del 11 de septiembre, Estados Unidos inició una guerra y ocupación, en busca de intereses económicos ocultados al público detrás del pretexto de la “guerra contra el terrorismo”, alegando que el Gobierno estaba protegiendo a Bin Laden.
Los costes humanos y sociales de la guerra en Afganistán han sido catastróficos y perduran hasta el día de hoy. Según las cifras oficiales, que sin duda son incompletas, 164.436 afganos murieron durante la guerra, junto a 2.448 soldados estadounidenses, 3.846 contratistas del ejército estadounidense y 1.144 soldados de otros miembros de la OTAN. Cientos de miles de afganos y decenas de miles de efectivos de la OTAN sufrieron heridas. La guerra y ocupación le costaron al público estadounidense aproximadamente $2 billones, además de los $6,5 billones en intereses.
La guerra ha producido una de las mayores poblaciones de refugiados en el mundo. Para inicios del año, antes de la guerra en Ucrania, aproximadamente 1 de cada 10 afganos o 3 millones en total eran refugiados. La mayoría vive en los países vecinos de Pakistán e Irán. Tres de cada cuatro afganos han sido desplazados dentro del país o hacia el exterior en su vida.
Según el Banco Mundial, Afganistán es el sexto país más pobre del mundo, con un ingreso nacional per cápita de tan solo $500. Naciones Unidas estima que 23 millones de afganos o más de la mitad de la población sufre de malnutrición grave. Se estima que 8,7 millones se encuentran en riesgo de inanición, mientras 5 millones de niños están al borde de morir de hambre. Y estas cifras preceden el alza en los precios de los bienes básicos de los últimos meses.
La guerra de Afganistán, llamada extrañamente Operación Libertad Duradera, acuñó todo un léxico para denominar actividades criminales: entrega extraordinaria, Bahía de Guantánamo, guerra con drones, ahogamiento simulado, para mencionar solo algunos términos.
Fue el editor y periodista de WikiLeaks, Julian Assange, quien publicó los archivos militares filtrados de EE.UU. sobre la guerra de Afganistán en 2010, poniendo en evidencia ante una audiencia global la criminalidad de la guerra. Los archivos de la guerra de Afganistán desmintieron el mito de que la ocupación de Afganistán era una “guerra buena” que supuestamente se estaba librando para derrotar el terrorismo, extender la democracia y proteger los derechos de las mujeres.
Pusieron al descubierto los asesinatos masivos de civiles a manos de las fuerzas estadounidenses y británicas, los reportes incompletos y el encubrimiento de las muertes de civiles y de crímenes de guerra, incluyendo numerosas ocasiones en que las tropas estadounidenses y británicas abrieron fuego contra civiles. Pero ninguno de los criminales responsables de la guerra ha sido imputado, ni mucho menos castigado. En cambio, ha sido Assange el que ha languidecido por tres años en la prisión de máxima seguridad de Belmarsh en Londres, esperando su extradición a EE.UU. bajo cargos de la Ley de Espionaje que implicarían una pena de 175 años de cárcel.
La difícil situación de Afganistán se ha visto agravada por el robo de los activos financieros afganos por parte de Washington y la imposición al país de un bloqueo económico –que equivale a matar de hambre a la población— después de que los talibanes tomaran el control el verano pasado en medio de la humillante retirada del ejército estadounidense de la guerra más larga de su historia.
La Casa Blanca dejó el país en ruinas y en plena catástrofe humanitaria. Durante los 20 años de ocupación, Estados Unidos y sus aliados no hicieron nada para desarrollar Afganistán. En cambio, su economía quedó destrozada, su agricultura minada por la llamada ayuda. Esto, junto con la inseguridad, la sequía y las catástrofes naturales, ha favorecido a los caudillos y narcotraficantes afganos, ya que los empobrecidos agricultores se dedicaron al cultivo de la adormidera y al comercio del opio.
El desastroso estado de Afganistán subraya el devastador impacto de las cuatro décadas de operaciones encubiertas, guerras y ocupaciones del imperialismo estadounidense en el que ya era uno de los países más pobres del planeta. Debe servir de advertencia a los trabajadores de todo el mundo sobre lo que Estados Unidos y la OTAN tienen preparado para Ucrania.
En su último artículo para el New York Times, publicado el 23 de febrero, la difunta Madeleine Albright, secretaria de Estado de EE.UU. bajo la presidencia de Bill Clinton desde 1997 hasta 2001, advirtió al igual que otros comentaristas que si Rusia invadía Ucrania, “no sería ni mucho menos una repetición de la anexión rusa de Crimea en 2014; sería un escenario que recordaría a la malograda ocupación de Afganistán por parte de la Unión Soviética en la década de 1980”.
Se refería a la utilización por parte de Estados Unidos de fuerzas que patrocinaba durante la década de 1980, apoyadas, acogidas y entrenadas por Pakistán y financiadas por Estados Unidos y Arabia Saudita, para derrocar al Gobierno afgano alineado con la Unión Soviética y socavar la influencia de Moscú en la cuenca del Caspio y el golfo Pérsico. Además, Afganistán es un tesoro de minerales sin explotar, cuyo valor se estima entre 1 y 3 billones de dólares.
En los conflictos y la destrucción masiva que siguieron al colapso del régimen prosoviético, los talibanes fueron impulsados y llevados al poder con la bendición de Washington y la creencia de que los talibanes ayudarían a estabilizar Afganistán después de 15 años de guerra, mientras que al mismo tiempo ejercerían una creciente presión sobre China y Rusia.
Las palabras de Albright deben tomarse en serio. En 1996, cuando era embajadora de Estados Unidos ante las Naciones Unidas, le preguntaron en el programa de noticias “60 Minutes” si pensaba en el precio que suponían para el pueblo iraquí las devastadoras sanciones impuestas por Estados Unidos a Irak tras la guerra del golfo Pérsico de 1991, que habían dejado a Irak sin medicinas ni alimentos y habían matado al menos a 500.000 niños iraquíes en aquella época. Albright respondió, sin discutir la cifra, que “creemos que el precio vale la pena”.
Tras dos décadas de guerras por delegación y ocupación militar lideradas por Estados Unidos, Afganistán ha sido brutalizada y empobrecida. Su paradero es una advertencia de lo que el imperialismo estadounidense tiene planeado para todo lo que toca, ya sean sus “aliados” nominales o los objetivos de las operaciones estadounidenses de cambio de régimen.
Con la guerra cada vez más amplia de Estados Unidos contra Rusia, Estados Unidos se está preparando para llevar a Europa el tipo de devastación causada en Afganistán e Irak, con un coste aún mayor en vidas y riqueza.
(Publicado originalmente en inglés el 23 de junio de 2022)