Durante una rueda de prensa en la base aérea de Ramstein en Alemania el viernes, el secretario de Defensa estadounidense Lloyd Austin y el presidente del Estado Mayor Conjunto, el general Mark Milley, comprometieron a Estados Unidos a buscar la derrota militar de Rusia.
Milley anunció el compromiso de EE.UU. y la OTAN de “pasar a la ofensiva para liberar el territorio ucraniano ocupado por Rusia”. Repitió que Ucrania utilizará vehículos acorazados y tanques de la OTAN para tomar “la ofensiva táctica y operacional para liberar las áreas ocupadas”.
Esta declaración apuesta todo el prestigio de la Alianza Atlántica en la reconquista de todo el territorio ucraniano. Según EE.UU., esto incluye todo el Dombás y la península de Crimea.
En la medida en que surjan todos los desafíos inmensos que entraña la nueva estrategia estadounidense en los próximos meses y aumenten las muertes de soldados ucranianos, se planteará inevitablemente la demanda de que la OTAN despliegue tropas directamente en la guerra. Esto significaría un combate directo entre soldados estadounidenses y rusos en el primer conflicto general entre dos Estados con armas nucleares en la historia.
Milley es un oficial militar activo y Austin es un general de cuatro estrellas jubilado a quien el Congreso le otorgó una excepción especial para poder ocupar el cargo civil de secretario de Defensa. Estos dos generales de cuatro estrellas están efectivamente fijando el curso de la política exterior estadounidense, en una extraordinaria demostración del poder que ejercen las fuerzas armadas sobre la sociedad estadounidense.
La afirmación explícita de Milley y Austin de que EE.UU. y la OTAN entregarán armas de carácter ofensivo, no defensivo, representa un giro de 180 grados con respecto a las declaraciones del Gobierno de Biden, el cual había justificado el aumento de la participación de EE.UU. en la guerra alegando que se abstendría de suministrar material “ofensivo”.
“El material que estamos suministrando es defensivo, como ya lo saben, no ofensivo. Y consideramos eso una diferencia”, dijo la vocera de la Casa Blanca, Jen Psaki, en una rueda de prensa en mayo.
“La idea de que enviaremos material ofensivo”, dijo Biden el mismo mes, “y de que irán aviones, tanques y trenes con pilotos y tripulaciones estadounidenses, entiéndanlo bien y no se engañen, sin importar lo que digan, eso se llama la ‘Tercera Guerra Mundial’”.
A fines del mes pasado, Biden declaró, “La idea de que le entregaríamos a Ucrania material fundamentalmente distinto al que ya está siendo enviado podría desintegrar la OTAN y desintegrar la Unión Europea”. Añadió: “Ellos no quieren ir a la guerra con Rusia, no quieren una tercera guerra mundial”.
Si uno da por hecho tanto las declaraciones públicas de Milley y las afirmaciones repetidas de Biden, significa que Estados Unidos realmente está en una “guerra con Rusia”. Esta guerra no declarada se está librando sin la autorización del Congreso ni cualquier intento de conseguir la aprobación del pueblo estadounidense.
El anuncio de la OTAN de que está enviando armas ofensivas a Ucrania ha demostrado que todo el relato del Gobierno de Biden para justificar la participación estadounidense en Ucrania es un fraude. Ha afirmado una y otra vez que EE.UU. y la OTAN no están involucrados en una guerra. Pero la OTAN no solo es un participante más del conflicto, sino que es la fuerza propulsora.
Como en todas las guerras, según avanzan los combates, el debate sobre “quién disparó el primer tiro” se desvanece, y salen a la superficie las verdaderas fuerzas sociales complejas detrás de la guerra.
A lo largo de 2022, la Administración de Biden afirmó que intervenía en el conflicto para salvar vidas ucranianas. En el conflicto, que se ha prolongado un año, ha quedado claro que a Estados Unidos solo le sirve la población ucraniana como carne de cañón para una guerra que procura dominar la masa continental euroasiática.
Al inicio de la reunión, Austin declaró: “Como dijo el presidente Biden, esta es una década decisiva para el mundo”. Se refería a una cita de la introducción de Biden a la Estrategia de Seguridad Nacional de Estados Unidos, donde declara que Estados Unidos “aprovechará esta década decisiva para avanzar los intereses vitales de Estados Unidos, posicionando a Estados Unidos para superar a nuestros competidores geopolíticos”.
En todo el evento no se mencionaron las palabras “cese al fuego” ni “paz”. En cambio, Milley declaró: “Esta guerra, como muchas guerras en el pasado, terminará en algún tipo de mesa de negociación”.
Pero lo que Milley estaba describiendo como una “mesa de negociación” es como la que se encontraba a bordo del USS Missouri, donde el canciller japonés Mamoru Shigemitsu firmó la rendición incondicional de Japón, siendo la alternativa, en palabras de la Declaración de Potsdam, “su pronta y total destrucción”.
Tras el lanzamiento de dos bombas atómicas sobre ciudades japonesas y una serie de ataques con bombas incendiarias que mataron a cientos de miles de civiles japoneses, esa guerra también terminó en la mesa de negociaciones.
Aun admitiendo que las intenciones de Estados Unidos en la guerra eran fundamentalmente ofensivas, los generales insistieron en las mentiras y la hipocresía obligatorias con las que se engrasan los engranajes de la guerra.
“No se pueden permitir las agresiones internacionales, en las que países grandes utilizan la fuerza militar para atacar a países pequeños y cambiar las fronteras reconocidas”, declaró Austin. Esto viene de un país que, solo en el último cuarto de siglo, ha atacado u ocupado ilegalmente Irak, Yugoslavia, Afganistán, Libia y Siria.
Austin continuó: “Se trata del mundo que queremos que hereden nuestros hijos y nietos”. De hecho, si no se previene, la catástrofe desatada por el imperialismo estadounidense en su “década decisiva” dejará a la próxima generación un páramo carbonizado, si es que queda una generación para presenciarlo.
En respuesta a la afirmación de la OTAN de que su objetivo es la derrota de Rusia, Dmitri Medvédev, vicepresidente del Consejo de Seguridad de Rusia, escribió una breve declaración en Telegram: “La derrota de una potencia nuclear en una guerra convencional puede provocar el estallido de una guerra nuclear. Las potencias nucleares no pierden los grandes conflictos de los que depende su futuro”.
La posición del imperialismo estadounidense, sin embargo, es que el uso de las armas nucleares, ya sea por parte de Rusia o de los propios EE.UU., no puede ser un elemento disuasorio en la escalada del conflicto. En un editorial publicado el miércoles, el Wall Street Journal exigió ataques dentro del territorio ruso, declarando: “¿Por qué un dictador que arrolló una frontera extranjera debería poder declarar que su territorio es sacrosanto?”. Y concluyó: “La respuesta es que Putin podría utilizar un arma nuclear, pero los últimos meses han demostrado que, en cualquier caso, tomará esa decisión basándose en sus propios cálculos”.
Este editorial refleja el estado de ánimo totalmente temerario que se ha apoderado de la oligarquía capitalista, que ve la guerra como una salida a las innumerables crisis sociales, económicas y políticas que atenazan el orden social capitalista.
Las fuerzas sociales que impulsan la guerra se pusieron de manifiesto en el Foro Económico Mundial de Davos, donde los multimillonarios y los dirigentes de los principales bancos se codearon con los oligarcas y belicistas ucranianos, como el ex primer ministro británico caído en desgracia Boris “Dejen que los cadáveres se apilen por miles” Johnson, quien declaró: “¡Denles los tanques! No hay absolutamente nada que perder”.
Pero la misma crisis que subyace a la guerra imperialista está impulsando el crecimiento de la lucha de clases en todo el mundo. Es la clase obrera internacional, movilizada sobre la base de un programa socialista, la que pondrá fin a las conspiraciones de las élites dominantes y del sistema de lucro capitalista.
(Publicado originalmente en inglés el 20 de enero de 2023)