Un día después de que un devastador terremoto de magnitud 7,8 y sus réplicas sacudieran la región fronteriza occidental de Turquía y Siria, el número de víctimas mortales ha superado las 7.700 y se espera que siga aumentando mientras continúan las labores de rescate y recuperación. El sismo es uno de los más fuertes jamás registrados en la región y el más mortífero en casi 25 años.
Destruyó más de 11.000 edificios en 10 provincias de Turquía, incluidos rascacielos y hospitales. Los vídeos publicados en las redes sociales muestran cómo bloques enteros de apartamentos se derrumban repentinamente y se convierten en polvo. En el noroeste de Siria, familias enteras quedaron atrapadas bajo los escombros de sus casas derrumbadas. Decenas de miles de personas de ambos países han resultado heridas y cientos de miles se han quedado sin hogar, luchando por sobrevivir a las gélidas temperaturas invernales.
En total, la Organización Mundial de la Salud (OMS) calcula que el terremoto ha afectado directamente a 23 millones de personas, entre ellas 1,4 millones de niños. “Estamos en una carrera contrarreloj”, declaró Tedros Adhanom Ghebreyesus, director general de la OMS. “Cada minuto, cada hora que pasa, disminuyen las posibilidades de encontrar supervivientes con vida”. Según una estimación de la OMS, el número de muertos podría ascender a 30.000.
A pesar de esta catástrofe, el Gobierno de Biden se niega a levantar las sanciones impuestas por Estados Unidos contra Siria, que afectan drásticamente el flujo de suministros de ayuda, lo que significa que muchos más sirios morirán a causa del desastre. Washington tampoco tiene la intención de proporcionar ayuda humanitaria al Gobierno de Asad en sus esfuerzos de rescate. En cambio, el portavoz del Departamento de Estado, Ned Price, dejó en claro que la Administración de Biden percibe el desastre como una nueva oportunidad para relanzar su operación de cambio de régimen y canalizar más dinero y ayuda a las fuerzas que patrocina.
“Sería bastante irónico, si no incluso contraproducente, que tendiéramos la mano a un Gobierno que ha maltratado brutalmente a su pueblo durante una docena de años”, declaró Price a la prensa el lunes. “En su lugar, tenemos socios humanitarios sobre el terreno que pueden proporcionar el tipo de ayuda apropiado tras estos trágicos terremotos”.
La despiadada negativa de la Administración de Biden a proporcionar ayuda al Gobierno sirio, cuando sabe que sus acciones provocarán más sufrimiento y muerte, recuerda el comentario de la secretaria de Estado, Madeleine Albright, en 1996 de que la muerte de 500.000 niños iraquíes causada por las sanciones económicas estadounidenses contra Bagdad “valía la pena” para promover el cambio de régimen.
Por su parte, el presidente Joe Biden prometió “toda la ayuda necesaria” a Turquía en declaraciones realizadas el lunes. Sin embargo, no cabe duda de que el Gobierno de Biden intentará aprovechar la catástrofe para hacer valer sus intereses geopolíticos contra Ankara, en particular, en relación con la guerra contra Rusia.
El Gobierno del presidente turco Recep Tayyip Erdoğan ha obstaculizado la rápida adhesión de Finlandia y Suecia a la alianza militar de la OTAN, de la que Turquía es miembro desde 1952. Turquía mantiene fuertes lazos económicos y militares con Rusia, y Erdoğan ha intentado mediar en el conflicto de Ucrania, incluso mientras Estados Unidos y las potencias imperialistas de Europa intensifican el conflicto, lo que amenaza con provocar una catastrófica guerra nuclear. Erdoğan sobrevivió a un intento de golpe militar en 2016 que llevaba el sello de un complot urdido en Washington, y Estados Unidos mantiene una alianza militar con las fuerzas nacionalistas kurdas en Siria e Irak consideradas por Turquía organizaciones terroristas.
A pesar de estas diferencias, Erdoğan y sus predecesores han desempeñado un papel clave en las intervenciones imperialistas en Oriente Próximo, incluida Siria, donde también ha apoyado a los grupos islamistas anti-Asad en la guerra civil y ha desplegado tropas bajo el pretexto de una “guerra contra el terrorismo” contra las fuerzas kurdas.
En última instancia, el desastre del terremoto expone la hipocresía del imperialismo estadounidense y hace estallar la narrativa de que Estados Unidos interviene en todo el mundo para defender los “derechos humanos”. El imperialismo estadounidense es el mayor asesino en masa del mundo actual, utilizando su poderío militar para pisotear los derechos humanos y la vida humana dondequiera que intervenga.
Las guerras que ha librado desde la década de 1990, en Irak, los Balcanes. Afganistán, Libia, Yemen, Siria y Somalia, han matado a millones de personas, han desplazado a decenas de millones y han dejado a sociedades enteras indefensas ante las privaciones de los desastres naturales. Estas guerras han hecho metástasis hasta convertirse en una guerra abierta contra Rusia, incluso mientras el imperialismo estadounidense prepara una nueva escalada de sus intervenciones asesinas en Oriente Próximo, incluyendo preparativos de guerra contra Irán y en toda la región.
Las sanciones de EE.UU. a Siria deben ser levantadas de inmediato, y su ocupación y las operaciones de cambio de régimen deben terminar. Esto debe combinarse con la movilización de recursos sociales para proporcionar ayuda de emergencia y reconstruir la infraestructura sobre una base científica para proteger a la población de los terremotos. Este esfuerzo debe pagarse con las enormes sumas de dinero que se derrochan en la guerra y se envían a las cuentas bancarias de los ricos. Un programa progresista como tal exige la construcción de un movimiento de la clase trabajadora contra la guerra y contra el sistema capitalista.
(Publicado originalmente en inglés el 7 de febrero de 2023)
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