El siguiente es el discurso del presidente del Consejo Editorial Internacional del World Socialist Web Site, David North, durante el evento “Una isla en el centro de la historia mundial: Trotsky en Prinkipo”, celebrado el domingo 20 de agosto. El evento fue celebrado en Prinkipo, una isla en el mar de Mármara frente a las costas de Estambul, Turquía.
La conmemoración rinde tributo a los cuatro años de Trotsky en el exilio en la isla, de 1929 a 1933. Más de 160 personas de todo Turquía participaron en persona y fue transmitido en vivo para espectadores de todo el mundo. Se puede acceder al video completo en Trotsky.com.
Permítanme expresar, en nombre del Comité Internacional de la Cuarta Internacional y sus miembros y simpatizantes de todo el mundo, nuestra apreciación al alcalde Erdem Gül y al presidente del Ayuntamiento Iskender Özturanli por auspiciar este importante tributo a la vida de León Trotsky. También me gustaría agradecer al profesor Dr. Mehmet Alkan por aceptar moderar el evento de hoy. Hace un poco más de nueve meses, me reuní con el alcalde Gül y el presidente Özturanli, en noviembre de 2022, para discutir la posibilidad de conmemorar los años de Trotsky en Prinkipo. Aceptaron la propuesta y han trabajado de la forma más consciente para convertir la propuesta en un plan de acción, dando como resultado la reunión del día de hoy.
La reunión también conmemora la trágica conclusión de la vida de Trotsky. Hace exactamente 83 años, el 20 de agosto de 1940, Trotsky fue asesinado en Coyoacán, un suburbio de la ciudad de México, a manos de un asesino estalinista. Murió el día siguiente. El golpe asestado a Trotsky no iba dirigido solo a un hombre. Fue un acto criminal de violencia contrarrevolucionaria dirigido a la clase obrera internacional, la lucha por el socialismo y la liberación de la humanidad de la opresión capitalista.
El líder revolucionario fue asesinado. Pero el partido que formó, la Cuarta Internacional, sobrevive, y la causa por la que luchó, la victoria de la revolución socialista mundial, continúa y cobra fuerza.
Esta conmemoración está siendo organizada bajo el título “Una isla en el centro de la historia mundial: Trotsky en Prinkipo”. El título no contiene ninguna exageración. Desde la llegada de Trotsky en febrero de 1929 hasta su salida en julio de 1933, la isla ofreció un refugio al máximo teórico marxista y líder revolucionario de su época. Además, estos cuatro años tuvieron inmensas consecuencias históricas. Dos eventos que determinarían el futuro del siglo veinte se produjeron durante el exilio de Trotsky en Prinkipo: el colapso de Wall Street en octubre de 1929, que desencadenó la depresión económica mundial, y el crecimiento explosivo del Partido Nazi en Alemania, culminando con la llegada de Hitler al poder en enero de 1933. El análisis de Trotsky de estos acontecimientos y sus implicaciones fue único. Viviendo en una pequeña isla, sin acceso fácil a un teléfono, siguiendo las noticias del mundo mediante periódicos y cartas que tomaban semanas en llegarle, Trotsky comprendía los eventos mejor que todos sus contemporáneos. Sus poderes de observación y visión estratégica no se vieron limitados por las barreras geográficas.
Trotsky no llegó a Turquía por propia voluntad. Desde enero de 1928, tras su expulsión del Partido Comunista ruso y de la Internacional Comunista, estuvo exiliado en Alma Ata, en el Kazajstán soviético. Stalin había esperado que al separarlo de Moscú por miles de kilómetros, Trotsky estaría demasiado aislado para dirigir la Oposición de Izquierda, que se había fundado en octubre de 1923.
Pero la brutal persecución que sufrió la Oposición de Izquierda no pudo destruir su influencia. La crítica de Trotsky a la burocratización del Partido Comunista y del Estado soviético, la destrucción de todo vestigio de democracia obrera y las desastrosas consecuencias políticas y económicas del programa autárquico de Stalin del “socialismo en un solo país” --es decir, el repudio del programa internacionalista de la revolución permanente en el que se había basado la Revolución de Octubre-- fue repetidamente verificada por los acontecimientos.
El 16 de diciembre de 1928, Trotsky recibió una advertencia de un emisario especial de la policía secreta soviética, la GPU —en efecto, de Stalin— de que a menos que abandonara sus actividades políticas, se tomarían nuevas medidas para aislarlo físicamente. Trotsky respondió inmediatamente a esta amenaza con una respuesta escrita dirigida al Comité Central del Partido Comunista y al Presidium de la Internacional Comunista:
La exigencia de que me abstenga de la actividad política equivale a decir que renuncie a la lucha por los intereses del proletariado internacional, una lucha que he estado librando continuamente por treinta y dos años, a lo largo de toda mi vida consciente. El intento de representar esta actividad como “contrarrevolucionaria” proviene de aquellos a quienes acuso, ante el proletariado internacional, de violar los principios fundamentales de las enseñanzas de Marx y Lenin, de atentar contra los intereses históricos de la revolución mundial, de renunciar a las tradiciones y los principios de Octubre, y de preparar inconscientemente, pero por ello de forma más amenazadora, el Termidor [la destrucción del Estado obrero].
Abstenerse de la actividad política equivaldría a poner fin a la lucha contra la ceguera de la actual dirección del Partido Comunista, que añade a las dificultades objetivas del trabajo constructivo socialista, un número cada vez mayor de dificultades políticas causadas por su incapacidad oportunista para dirigir la política proletaria a gran escala histórica.
Frente a este desafío, Stalin, incapaz en ese momento de asesinar a su inflexible enemigo marxista, imaginó que la expulsión completa de Trotsky del suelo de la Unión Soviética significaría su eliminación como un oponente eficaz del régimen burocrático.
El 18 de enero de 1929, la GPU, ejecutora de las órdenes de Stalin, declaró que Trotsky sería deportado de la Unión Soviética. Al enterarse de esta decisión, Trotsky la denunció como “criminal en el contenido e ilegal en la forma”.
El 12 de febrero, tras un arduo viaje de 22 días, durante el cual Trotsky, su esposa Natalia Sedova y su hijo, Lev Sedov, recorrieron casi 6.000 kilómetros, el gran revolucionario llegó a la ciudad que aún se llamaba Constantinopla. El presidente de Turquía, Kemal Ataturk, le había concedido una visa. Antes de desembarcar, Trotsky entregó a un funcionario del Gobierno una declaración dirigida al presidente. Decía:
Estimado señor: En las puertas de Constantinopla, tengo el honor de informarle que no he llegado a la frontera turca por decisión propia, y que solo cruzaré esta frontera por la fuerza. Le ruego, señor presidente, que acepte mis sentimientos correspondientes.
L. Trotsky. 12 de febrero de 1929
Trotsky pasó las primeras semanas de su exilio en Estambul. En marzo se trasladó a Prinkipo, donde residió, con breves interrupciones, hasta julio de 1933.
Stalin pronto se dio cuenta de que haber sacado a Trotsky de la jurisdicción directa de la GPU había sido un grave error de cálculo. Pero ¿por qué había creído Stalin a finales de 1928 que podía dejar a Trotsky políticamente indefenso desterrándolo de la Unión Soviética? La respuesta está en el carácter del régimen, que Stalin personificaba brutalmente. El poder que ejercía Stalin era el poder de un enorme aparato burocrático. Stalin gobernaba a través de la burocracia. Ejercía su influencia a través de la policía secreta. No respondía a sus oponentes con ideas y argumentos, sino con órdenes de arresto y sentencias de muerte.
Trotsky, si bien estaba privado de todos los instrumentos convencionales de poder, seguía acaparando la atención de los sectores más avanzados de la clase obrera y de la intelectualidad socialista. Trotsky no era simplemente un exiliado. Personificaba el Gobierno obrero revolucionario en el exilio, cuya conquista del poder, a través de un nuevo estallido revolucionario de la clase obrera en la Unión Soviética, en los centros imperialistas y en las inquietas colonias, no podía excluirse.
Por esta razón, Trotsky siguió siendo una persona non grata en todos los países imperialistas. Hasta 1933, no se le concedió a Trotsky una visa para entrar en Francia, y solo con las condiciones más restrictivas.
Trotsky describió Prinkipo como “una isla de paz y olvido” y “un buen lugar para trabajar con la pluma, sobre todo durante el otoño y el invierno, cuando la isla se queda completamente desierta y aparecen becadas en el parque”. Y, efectivamente, de su pluma fluyeron obras de extraordinaria brillantez durante los años que pasó en Prinkipo.
Trotsky produjo una auténtica obra maestra de la literatura mundial: su Historia de la Revolución rusa en tres volúmenes, y también Mi vida, una de las autobiografías políticas más bellamente escritas, fascinantes, históricamente objetivas y honestas. Respondiendo a las críticas del entorno proestalinista que denunciaba el “subjetivismo” del libro, Trotsky señaló de forma concisa que ningún autor había logrado escribir una autobiografía sin mencionarse a sí mismo.
Pero a pesar de todo el carácter brillante y perdurable de estas dos obras, quedan un tanto eclipsadas, en un sentido directamente político, por los comentarios de Trotsky sobre los acontecimientos que se estaban desarrollando en Alemania. A 2.000 km de Alemania, el análisis de Trotsky sobre el rápido crecimiento del movimiento nazi, su mordaz condena de la cobardía política de los partidos socialdemócrata y comunista --las dos organizaciones de masas de la clase obrera alemana-- frente al peligro fascista no tuvo parangón. Advirtió de las consecuencias de una victoria nazi y llamó a un frente único de partidos y organizaciones de la clase obrera para bloquear la llegada de Hitler al poder.
“Obreros comunistas”, escribió Trotsky en 1931, “son cientos de miles, millones; no podrán salir a ninguna parte; no hay suficientes pasaportes para ustedes. Si el fascismo llega al poder, pasará por encima de sus cráneos y espinas dorsales como un tanque terrible. Su única salvación es luchar sin cuartel. Y solo la unidad combativa con los obreros socialdemócratas puede llevarlos a la victoria. Apresúrense, obreros comunistas, ¡les queda muy poco tiempo!”.
El Partido Comunista estalinista denunció al Partido Socialdemócrata como “socialfascista”, con lo que quería decir que no había diferencia alguna entre una organización reformista de masas de la clase obrera y el partido nazi apoyado por millones de pequeñoburgueses políticamente desequilibrados y reaccionarios, empeñados en la aniquilación total de las organizaciones socialistas y comunistas. El rechazo de la organización estalinista a una acción defensiva unificada contra los nazis significaba, en la práctica, abandonar todos los esfuerzos por ganar el apoyo de los trabajadores socialdemócratas. Paralizó a la clase obrera y despejó el camino de Hitler al poder el 30 de enero de 1933.
Incluso después de esta catástrofe política, que tuvo como resultado el establecimiento de una dictadura bárbara y la completa destrucción del masivo movimiento obrero alemán, el régimen estalinista de Moscú y la Internacional Comunista siguieron insistiendo en que la política llevada a cabo por el Partido Comunista Alemán había sido correcta e incuestionable.
Desde la formación de la Oposición de Izquierda en octubre de 1923, el programa de Trotsky había exigido la reforma del Partido Comunista ruso y de la Tercera Internacional. Pero la negativa de los partidos estalinistas a permitir cualquier discusión sobre el desastre alemán llevó a Trotsky a concluir que la política de reformar la Tercera Internacional había quedado agotada. El 15 de julio de 1933, dos días antes de su partida de Prinkipo, Trotsky hizo un llamamiento a la construcción de una nueva Internacional. Escribió:
La dirección de Moscú no solo ha proclamado como infalible la política que garantizó la victoria a Hitler, sino que además ha prohibido toda discusión sobre lo ocurrido. Y esta prohibición desvergonzada no ha sido violada ni derrocada. No ha habido congresos nacionales, ni congresos internacionales, ni debates en las reuniones del partido, ni debates en la prensa. Una organización que no fue despertada por el trueno del fascismo y que se somete dócilmente a actos tan indignantes de la burocracia demuestra con ello que está muerta y que nada puede revivirla. Decir esto abierta y públicamente es nuestro deber directo para con el proletariado y su futuro. En todo nuestro trabajo posterior es necesario tomar como punto de partida el colapso histórico de la Internacional Comunista oficial.
Así, en esta isla, hace 90 años, comenzó la lucha por la Cuarta Internacional. El llamamiento lanzado por Trotsky puso en marcha un proceso de clarificación programática y preparación organizativa que culminó con la fundación oficial de la Cuarta Internacional como Partido Mundial de la Revolución Socialista en septiembre de 1938.
Para entonces, Stalin ya había tramado los tres infames juicios de Moscú y había asesinado a todos los principales dirigentes de la Revolución de Octubre. El terror estalinista que se extendió por toda la Unión Soviética había adquirido las dimensiones de un ataque genocida, dirigido sistemáticamente contra todos los representantes importantes de la política y la cultura marxistas.
Pero incluso cuando el número de víctimas se elevó a cientos de miles, el miedo de Stalin a la influencia de Trotsky no disminuyó. Stalin estaba aterrorizado de que el estallido de la guerra con la Alemania nazi, un acontecimiento que sus propias políticas desastrosas habían hecho casi inevitable, produjera una ola de demandas populares a favor del regreso de Trotsky, el fundador y líder del Ejército Rojo, del exilio.
El miedo visceral de Stalin a Trotsky fue documentado por el historiador y biógrafo postsoviético, el general Dmitri Volkogonov, quien tuvo acceso a los documentos privados del dictador. Escribió:
El espectro de Trotsky atormentaba frecuentemente al usurpador... [Stalin] temía pensar en él... Pensaba en Trotsky cuando tenía que sentarse a escuchar a Molotov, Kaganovich, Jrushchov y Zhdanov. Trotsky poseía un calibre intelectual diferente, con su dominio de las cuestiones organizativas y su talento como orador y escritor. En todos los sentidos era muy superior a esta banda de burócratas, pero también era superior a Stalin y Stalin lo sabía... Cuando leía las obras de Trotsky, como La escuela estalinista de la falsificación, La carta abierta a los miembros del Partido Bolchevique o El Termidor estalinista, el líder casi perdía su control de sí mismo.
Stalin no podía permitir que Trotsky viviera. El régimen soviético gastó inmensos recursos para asesinar al último y más grande líder vivo de la Revolución de Octubre. El crimen se llevó a cabo finalmente hace 83 años.
La conmemoración de hoy estaría plenamente justificada si solo se honrara la vida de Trotsky como figura titánica de la historia de las cuatro primeras décadas del siglo veinte: el colíder, junto a Lenin, de la Revolución de Octubre, el comandante del Ejército Rojo, el teórico de la revolución permanente, el mayor orador de su tiempo, el autor de obras maestras literarias y políticas, el implacable oponente del estalinismo y el visionario socialista que previó la posibilidad de que todos los seres humanos se elevaran a un nivel intelectual, cultural y moral alcanzado en el pasado solo por los mayores genios.
Pero Trotsky es más que una figura histórica, cuya vida y obra se estudian para comprender el pasado. Más de 80 años después de su asesinato, Trotsky sigue siendo una presencia extraordinariamente contemporánea. Más que ningún otro líder político del siglo pasado, sus ideas conservan una relevancia intacta. Los escritos de León Trotsky siguen siendo una lectura esencial no solo para comprender los tumultuosos acontecimientos del siglo veinte. Proporcionan un marco crítico e indispensable para la comprensión de la realidad actual.
Durante su vida, Trotsky fue objeto de una implacable campaña de mentiras y calumnias dirigida por el régimen estalinista y sus partidos satélites en todo el mundo. Estas mentiras continuaron hasta la disolución misma de la URSS. De todos los principales líderes de la Revolución de Octubre perseguidos y asesinados por Stalin, Trotsky fue el único que nunca fue “rehabilitado” por los Gobiernos soviéticos posteriores a Stalin. Todavía en 1987, en el punto álgido de la glásnost, Mijaíl Gorbachov denunció públicamente a Trotsky como enemigo de la URSS y del socialismo. Esto fue proclamado por Gorbachov incluso mientras autorizaba la restauración del capitalismo y se preparaba para la disolución de la Unión Soviética.
Tras la liquidación de la URSS, prácticamente todas las mentiras antitrotskistas de los estalinistas fueron adoptadas por académicos de Europa occidental y Estados Unidos. El Comité Internacional de la Cuarta Internacional se vio obligado a dedicar un tiempo considerable a desenmascarar y refutar la nueva oleada de calumnias antitrotskistas producidas por la escuela postsoviética de falsificación histórica.
El profesor Robert Service, de la Universidad de Oxford, se jactó tras la publicación de su calumniosa biografía de Trotsky de que había conseguido asesinarlo por segunda vez. De hecho, el profesor Service solo consiguió destruir su propia reputación profesional como historiador.
En un intento de explicar la pasión, tanto de apoyo como hostilidad, evocada por la mera mención de su nombre, señalé que las discusiones sobre Trotsky no son simplemente sobre el pasado. Tratan también de los acontecimientos actuales y frecuentemente de lo que puede ocurrir en el futuro.
La persistente influencia de León Trotsky surge del hecho de que identificó y lidió con los problemas, contradicciones y crisis de una época histórica en la que aún vivimos, una época que él definió como “la agonía del capitalismo”. A pesar de todos los vastos avances de la tecnología, el mundo actual es un mundo que Trotsky entendería muy bien.
En primer lugar, él previó el mayor cambio en la política mundial desde su muerte en 1940, a saber, la disolución de la Unión Soviética y la restauración del capitalismo, anticipándolo como el resultado inevitable de la autarquía económica nacional y las traiciones políticas del régimen estalinista en el Kremlin.
A un nivel aún más profundo, el problema principal que pone en peligro el desarrollo progresista de la humanidad —la contradicción entre la interdependencia global de las fuerzas productivas en una economía mundial y la persistencia del sistema capitalista de Estados nación— ya había sido identificado claramente por Trotsky en la primera década del siglo veinte. El análisis de Trotsky de esta contradicción adquirió una agudeza y precisión excepcionales tras la Primera Guerra Mundial, que él consideraba solo el comienzo de una serie de estallidos de violencia imperialista.
Trotsky advirtió que el principal protagonista de la violencia imperialista sería el afán de hegemonía mundial de la clase dominante de Estados Unidos. El dinamismo del capitalismo estadounidense no podía contenerse dentro de las fronteras nacionales de Estados Unidos. Anticipándose a una gran crisis económica, Trotsky advirtió en 1928 que tal desarrollo intensificaría, en lugar de moderar, el carácter agresivo del imperialismo estadounidense. Escribió:
En el período de crisis, la hegemonía de Estados Unidos actuará de forma más completa, más abierta y más despiadada que en el período de auge. Estados Unidos tratará de superar y salir de sus dificultades y males principalmente a expensas de Europa, independientemente de que esto ocurra en Asia, Canadá, Sudamérica, Australia o la propia Europa, o de que se lleve a cabo pacíficamente o mediante la guerra.
En 1931, observando los asuntos mundiales desde Prinkipo, Trotsky advirtió:
El capitalismo norteamericano está entrando en una época de imperialismo monstruoso, de crecimiento ininterrumpido de su arsenal de guerra, de intervención en los asuntos del mundo entero, de conflictos y convulsiones militares.
Y tres años más tarde, Trotsky ofreció esta memorable y profética comparación entre el imperialismo estadounidense y el alemán:
El capitalismo estadounidense se enfrenta a los mismos problemas que condujeron a Alemania en 1914 al camino de la guerra. ¿El mundo está repartido? Hay que volver a repartirlo. Para Alemania era cuestión de “organizar Europa”. Estados Unidos debe “organizar” el mundo. La historia enfrenta a la humanidad con la erupción volcánica del imperialismo americano.
La profecía de Trotsky es la realidad de hoy. La “erupción volcánica” prevista por Trotsky está en marcha desde hace tiempo y su lava candente está envolviendo todo el globo. El principal problema estratégico al que se enfrentan los dirigentes del imperialismo estadounidense es calcular el número de guerras que puede librar simultáneamente. ¿Es posible, pregunta Biden a sus consejeros de la CIA y del Pentágono, hacer la guerra contra Rusia y China al mismo tiempo, o es aconsejable destruir primero a Rusia y saquear sus vastos recursos naturales antes de embarcarse en una cruzada, con todas las banderas democráticas de Wall Street desplegadas, contra China?
La tragedia ucraniana es solo la maniobra inicial de un conflicto que amenaza con convertirse en la Tercera Guerra Mundial. Guardar esperanzas de que la crisis se apaciguará racionalmente es, a estas alturas, un autoengaño.
Hace tres décadas, innumerables políticos, periodistas y académicos burgueses proclamaron que la disolución de la Unión Soviética marcaba el amanecer de una nueva era de paz, prosperidad y democracia. Un adivino especialmente audaz llamado Francis Fukuyama, mirando profundamente en su bola de cristal, proclamó el “Fin de la Historia”. El capitalismo, afirmaba, había llevado a la humanidad al tramo final de la evolución social y ya no se podía avanzar más.
Pero la historia continuó, siguiendo completamente las líneas previstas por Trotsky. Los últimos 30 años pasarán a la historia como décadas de guerras interminables, el resurgimiento del fascismo, desastres económicos, niveles asombrosos de desigualdad social, decadencia cultural, una pandemia mundial que ha matado a millones y una catástrofe ecológica que se extiende rápidamente.
Hoy nos enfrentamos precisamente a la situación descrita por Trotsky en el documento fundacional de la Cuarta Internacional, que escribió en 1938, justo un año antes del estallido de la Segunda Guerra Mundial: “Sin una revolución socialista en el próximo período histórico, una catástrofe atenta contra toda la cultura de la humanidad”.
La catástrofe predicha por Trotsky, de hecho, tuvo lugar. El espantoso número de vidas humanas que se cobró la Segunda Guerra Mundial solo estuvo limitado por el nivel de la tecnología existente en aquel momento.
Cuando Estados Unidos y sus aliados de la OTAN proclaman que sus operaciones en Ucrania no se verán limitadas por la amenaza de una guerra nuclear, esto solo puede significar que están dispuestos a arriesgar la destrucción del planeta para lograr sus objetivos.
Pero Trotsky no era un profeta de una perdición inevitable. Era un estratega de la revolución socialista mundial. Las mismas contradicciones que conducen al capitalismo hacia el desastre también generan las condiciones para la revolución socialista mundial. Sus escritos y sus incansables esfuerzos por construir la Cuarta Internacional manifestaban su convicción de que la clase obrera internacional es una fuerza revolucionaria que posee el poder para poner fin al capitalismo y reconstruir el mundo sobre bases socialistas.
Trotsky estaba convencido de que el destino del socialismo y, por tanto, de la humanidad, dependía de la construcción del partido revolucionario mundial, basado en un programa fundamentado científicamente, profundamente arraigado en la clase obrera y dotado de la determinación, el coraje y la iniciativa necesarios para ajustar cuentas con el sistema capitalista, que es históricamente obsoleto.
Trotsky nunca vaciló en su convicción de que la Revolución de Octubre, que dirigió junto a Lenin, era –a pesar de todas sus penurias y vicisitudes— solo el comienzo de un proceso mundial que triunfaría. Era necesario mantener una perspectiva histórica. Como escribió en su autobiografía:
La revolución es un experimento de un nuevo régimen social, un experimento que sufrirá muchos cambios y que probablemente será recreado desde sus cimientos. Asumirá un carácter totalmente diferente sobre la base de los logros tecnológicos más recientes. Pero después de algunas décadas y siglos, el nuevo orden social recordará la Revolución de Octubre como el orden burgués recuerda la Reforma alemana o la Revolución francesa. Esto es tan claro, tan incontestablemente claro, que incluso los profesores de historia lo entenderán, aunque solo después de muchos años.
Hoy, 90 años después de su partida de Prinkipo y 83 años después de su muerte, estamos reunidos en esta hermosa isla, no solo rindiendo homenaje a un gran hombre, sino extrayendo de su obra fortaleza e inspiración para hacer frente a los retos que plantean la crisis global del capitalismo y el auge internacional de las luchas obreras.
Permítanme concluir manifestando la esperanza de que la villa donde vivió Trotsky sea totalmente restaurada y se convierta en un centro internacional para el estudio del vasto legado político e intelectual de Trotsky.
Al emprender tal proyecto, con el necesario apoyo internacional, Prinkipo no solo reafirmará su lugar en la historia mundial, sino que también hará una contribución significativa al futuro de la humanidad.
(Publicado originalmente en inglés el 20 de agosto de 2023)