El Día del Trabajo o “Labor Day” se celebra hoy en Estados Unidos, en medio de un crecimiento explosivo de la lucha de clases en todo el mundo.
El feriado fue establecido en 1894 como un intento de separar a los trabajadores estadounidenses de sus hermanos y hermanas internacionalmente. Según una orden promulgada por el presidente Grover Cleveland, un demócrata, se celebraría el primer lunes de septiembre, lo más lejos posible en el calendario del 1 de mayo, el Día Internacional de los Trabajadores, que fue inaugurado por el Congreso Internacional Socialista en 1889, en honor a la masacre de Haymarket en Chicago de 1886.
La promoción de un “Día del Trabajo” pretendía perpetuar la noción de que Estados Unidos de alguna manera estaba separado o desconectado del crecimiento de la lucha de clases internacionalmente. Este concepto de “excepcionalismo americano” se basaba en la creencia de que las divisiones sociales en la superficie de la sociedad y su relación al movimiento socialista se encontraban limitadas o no tenían ninguna relevancia en Estados Unidos, la “tierra de las oportunidades ilimitadas”.
No obstante, el aspecto distintivo del Día del Trabajo de 2023 es que coincide con un crecimiento del conflicto de clases en EE.UU., que se dirige cada vez más abiertamente hacia un enfrentamiento entre la clase trabajadora, por un lado, y las burocracias sindicales propatronales y el Gobierno de Biden, por el otro.
Varios sectores grandes de trabajadores están involucrados en el movimiento en ciernes: los trabajadores autopartes y de otras industrias, los enfermeros, docentes, trabajadores municipales, trabajadores-estudiantes de posgrado, los hoteleros, actores, guionistas, entre otros. Una gran proporción de la población estadounidense que antes se consideraba “clase media” se ha proletarizado y enfrenta las mismas cuestiones de explotación, recortes salariales y precariedad laboral como los trabajadores en todas partes.
Decenas de miles de guionistas y actores han estado en huelga por meses, resistiendo a los esfuerzos de los conglomerados del espectáculo de someterlos con hambre. Unos 88.000 trabajadores de la salud en Kaiser Permanente actualmente están votando sobre autorizar una huelga en Estados Unidos para poner fin a los peligrosos niveles de falta de personal y sobrecarga. En el último año, los educadores han lanzado importantes huelgas, incluyendo a 50.000 trabajadores académicos en la Universidad de California a fines de 2022, una huelga de 65.000 trabajadores escolares y maestros en Los Ángeles en marzo de 2023, entre otros.
Ha habido 250 huelgas en Estados Unidos hasta la fecha en 2023, según la Escuela de Relaciones Industriales y Laborales de la Universidad de Cornell, superando las cifras en 2021 y 2022. Cabe notar que la cifra reportada de trabajadores que han participado, 323.000, ya es el nivel más alto alcanzado en casi 20 años, con excepción de 2018-2019, cuando hubo una ola de paros salvajes de docentes en Virginia Occidental, Carolina del Norte, Arizona y otros estados.
Pero las luchas que han ocurrido este año son solo un pálido reflejo del profundo enfado social que se ha acumulado entre los trabajadores. Si uno añadiera a los sectores de trabajadores que votaron a favor de autorizar huelgas pero fueron traicionados, la cifra sería varias veces mayor. En particular, casi 340.000 trabajadores de UPS se habrían sumado a las filas en huelga si la burocracia del sindicato Teamsters no hubiera prevenido un paro y la imposición de un contrato entreguista con base en mentiras.
Toda la atención ahora se concentra en los trabajadores de la industria automotriz. Los contratos de 170.000 trabajadores automotores en EE.UU. y Canadá expiran en menos de dos semanas. Los obreros están decididos a abolir el escalafón de salarios y prestaciones, detener el abuso de los trabajadores temporales y revertir muchas concesiones más. Pero las empresas del automóvil, la burocracia del sindicato United Auto Workers (UAW) y el Gobierno de Biden están preparándose para una masacre de empleos de proporciones históricas, que amenaza con la destrucción de la mitad o más de los empleos en la transición de la industria a los vehículos eléctricos.
Temiendo que el enfado y la oposición de los trabajadores automotores escape su control, el presidente del UAW, Shawn Fain, ha adoptado una retórica militante para prevenir una revuelta total. Pero Fain y la burocracia del UAW no tienen ni una estrategia ni la intención de conseguir las demandas por las que dicen estar luchando.
En realidad, el aparato del UAW está profundizando sus políticas corporativistas, es decir, la integración de la burocracia sindical, la patronal y el Estado capitalista para sofocar la lucha de clases y defender las ganancias corporativas. Su principal objetivo en las negociaciones es asegurar el apoyo del Gobierno de Biden y las empresas a sus privilegios institucionales.
El crecimiento de la lucha de clases plantea ciertas cuestiones críticas de organización y estrategia para todos los sectores de la clase trabajadora.
1. La rebelión de las bases contra las burocracias sindicales debe profundizarse y organizarse mediante la expansión de la red de comités de base.
La prevención, el aislamiento y la supresión de las huelgas y la imposición de contratos favorables a las empresas ha sido la función esencial del aparato sindical durante casi 45 años. Han pasado más de cuatro décadas desde 1979, cuando el entonces presidente del UAW, Douglas Fraser, negoció el primer contrato propatronal en la industria automotriz y fue ascendido a la junta ejecutiva de Chrysler, donde supervisó la destrucción de decenas de miles de empleos y recortes salariales de casi 40.000 dólares anuales por trabajador, en dólares de hoy.
Lo que siguió ha sido un patrón interminable de traiciones: el aplastamiento de la huelga de controladores aéreos en PATCO de 1981 con la ayuda de la federación sindical AFL-CIO, las derrotas de la huelga de Phelps Dodge de 1983-86, la huelga de Hormel de 1985-86, las huelgas de Caterpillar de 1991-92 y 1994-95, e innumerables más. En la medida en que conducían una lucha tras otra a su derrota, las burocracias sindicales se integraron cada vez más en el Estado, abandonando cualquier relación positiva con la lucha de clases.
En un periodo histórico anterior, las negociaciones colectivas se consideraban en general como la ocasión para mejorar las condiciones de los trabajadores. Pero durante los últimos 40 años, las burocracias sindicales se han dedicado exclusivamente a eliminar las conquistas del pasado y a extraer concesiones masivas de los trabajadores.
Este proceso ha continuado hasta el presente, y los datos económicos muestran que los aumentos salariales de los trabajadores sindicalizados siguen estando muy por debajo de las alzas de los no sindicalizados. La remuneración global de los trabajadores sindicalizados aumentó un 3,6 por ciento interanual hasta junio, mientras que la de los trabajadores no sindicalizados subió un 4,5 por ciento, según el índice del coste del empleo de la Oficina de Estadísticas Laborales.
En los últimos años, los trabajadores del sector automotor han protagonizado una explosiva rebelión de las bases contra los esfuerzos de las burocracias sindicales por imponer más concesiones. Desde 2021, han votado en contra de un contrato tras otro respaldados por el UAW, en Volvo Trucks, John Deere y las empresas autopartistas Dana, Detroit Diesel y Ventra. Esta rebelión ha continuado bajo Fain, con los trabajadores de baterías Clarios y de autopartes Lear rechazando abrumadoramente múltiples acuerdos propatronales del UAW este año.
El año pasado, Will Lehman, un trabajador socialista de Mack Trucks, se postuló para presidente del UAW con una plataforma que pedía la abolición de la burocracia sindical y la transferencia de todo el poder y la toma de decisiones a los trabajadores de base. A pesar de los intentos de la burocracia de suprimir la participación en las elecciones, Lehman consiguió casi 5.000 votos a favor de su programa. Se presentó como partidario y defensor de la Alianza Internacional Obrera de Comités de Base (AIO-CB), una red internacional de organizaciones militantes de trabajadores.
Esta red de comités, que ya cuenta con organizaciones en las fábricas automotrices de GM en Flint, Stellantis en Warren, Dana en Toledo, entre otras, debe expandirse a todas las plantas. En cada lucha, los trabajadores se enfrentan al aparato sindical, que es un instrumento para el aislamiento y la derrota. La necesidad de desarrollar organizaciones controladas por los propios trabajadores para transferir el poder del aparato a las bases es la condición previa para una lucha unida contra la clase dominante y su Estado.
2. Para luchar contra las empresas transnacionales, los trabajadores deben adoptar una estrategia internacional.
Los trabajadores se enfrentan a poderosos gigantes empresariales con vastos recursos que se extienden por todos los continentes. Al mismo tiempo, la globalización ha ampliado enormemente las filas de la clase obrera a escala internacional, uniendo a los trabajadores en una poderosa y compleja red de producción. Además, la expansión mundial del internet de banda ancha, los dispositivos móviles, las redes sociales, las traducciones automáticas y otras tecnologías permiten ahora a masas de trabajadores comunicarse entre sí y coordinar sus luchas en distintos países a un grado sin precedentes.
En el último año hemos sido testigos del estallido de luchas obreras militantes a escala internacional, desde huelgas y protestas a gran escala en Francia contra los recortes de las pensiones, huelgas del transporte en toda Europa y manifestaciones antigubernamentales masivas en Sri Lanka. Además de la expiración casi simultánea de los contratos de los trabajadores automotores estadounidenses y canadienses, los contratos de 150.000 trabajadores automotores y metalúrgicos en Turquía también expiran en septiembre, y los trabajadores de Volkswagen están luchando contra un plan de reestructuración que amenaza 30.000 puestos de trabajo.
La Alianza Internacional Obrera de Comités de Base está a la vanguardia de la lucha por romper el aislamiento impuesto por las burocracias y crear una red mundial de trabajadores que desarrolle la lucha de clases sobre la base de una estrategia internacional. Los trabajadores reconocen cada vez más que forman parte de una enorme fuerza social mundial: la clase obrera internacional. Los trabajadores de EE.UU. deben rechazar todo intento de la clase dominante y sus representantes de enfrentarlos a sus hermanos y hermanas de clase a nivel internacional. En su lugar, deben hacer un llamamiento pidiendo el máximo apoyo y colaboración posibles por parte de los trabajadores de Canadá y México, de Europa y de todo el mundo.
3. Hay que construir un movimiento político de la clase obrera contra el capitalismo y por el socialismo.
Todos los grandes problemas a los que se enfrentan los trabajadores derivan de la crisis del sistema capitalista mundial. La pandemia de COVID-19, la inflación y la crisis del coste de la vida, los altos tipos de interés y las convulsiones económicas en curso ponen de manifiesto un sistema social, político y económico sacudido por la inestabilidad.
La clase dominante está inmersa en una guerra en dos frentes. En el extranjero, el imperialismo estadounidense está dedicando miles de millones de dólares cada semana para intensificar su guerra contra Rusia en Ucrania, tratando de desintegrar a Rusia y saquear sus vastos recursos naturales. La guerra contra Rusia tiene lugar al mismo tiempo que Washington se prepara para una guerra contra China, y ambos conflictos amenazan con provocar una conflagración nuclear.
Dentro de EE.UU., los capitalistas están llevando a cabo una guerra contra la clase obrera. La Reserva Federal, al igual que otros grandes bancos centrales occidentales, ha aumentado rápidamente los tipos de interés, tratando de aumentar el desempleo y debilitar la capacidad de los trabajadores para luchar por salarios más altos. El Gobierno de Biden, por su parte, se ha apoyado en las burocracias sindicales para bloquear o aislar las huelgas e imponer contratos con aumentos salariales por debajo de la inflación.
Las contradicciones fundamentales del capitalismo identificadas por León Trotsky en las primeras décadas del siglo XX siguen siendo las principales barreras para la solución racional y progresista de todas las problemáticas de vida o muerte a las que se enfrenta la humanidad: la contradicción entre el desarrollo objetivo de la economía mundial y la división del mundo en Estados nación rivales, y el conflicto entre la producción social y la propiedad privada de los medios de producción.
Ante la actual lucha de los trabajadores automotores, las empresas insisten en que sus intereses lucrativos son incompatibles con las demandas de los trabajadores de alzas salariales, un nivel de vida digno y una jubilación garantizada. Si ese es el caso, entonces la oligarquía corporativa ha perdido sus derechos a ser la propietaria privada de la industria automotriz y a determinar su funcionamiento.
En otras palabras, la necesidad de una estrategia socialista surge de la lógica objetiva de la propia lucha de clases.
Para garantizar que primen los intereses de los trabajadores y no el lucro privado, es necesario un movimiento político de masas de la clase obrera. El Partido Socialista por la Igualdad y el Comité Internacional de la Cuarta Internacional luchan por construir una dirección socialista en la clase obrera que tome el poder político y garantice que las necesidades de la inmensa mayoría de la población mundial, y no la riqueza parasitaria y los privilegios de los oligarcas multimillonarios, determinen cómo se organizan los recursos de la sociedad.
(Publicado originalmente en inglés el 4 de septiembre de 2023)